Praxis
Páginas en negro. La edición como práctica forense
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Universidad San Francisco de Quito USFQ, Ecuador
ISSN: 1390-9797
ISSN-e: 2631-2670
Periodicidad: Anual
vol. 8, núm. 1, 2022
Recepción: 15 Abril 2022
Aprobación: 16 Mayo 2022
Resumen: Páginas en negro se plantea una escritura material y en proceso. El contenido es también la forma. El proceso es parte del movimiento que no pretende acabar, sino que promueve un estado de ensayo permanente. Tanto la escritura como la lectura se plantean como una excavación en la que suceden una serie de tiempos en los que es posible realizar ciertos hallazgos. Aquello que se encuentra no conlleva una voluntad afirmativa, forma parte de experiencias que tienden a moverse del campo de las certezas provisto por la cultura impresa y el saber académico.
Palabras clave: libro, materialidad, edición forense, escritura, compostaje, extractivismo, conocimiento.
Abstract: Páginas en negro is a material writing in progress. Here, the content is its form. The process is part of a movement that doesn’t aim to end, but promotes a state of permanent rehearsal. Both writing and reading are conceived as an excavation in which a series of temporalities emerge, and where it is possible to make some discoveries. That which is encountered does not carry an affirmative will, it is part of the experiences that tend to move away from the field of certainties provided by printed culture and academic knowledge.
Keywords: book, materiality, forensic editing, writing, compost, extractivism, knowledge.
Páginas en negro
La edición como práctica forense
La palabra <<Libro>> proviene de un término latino que significa, en origen, <<madera, corteza>>. En griego, el término para <<materia>> es hyle, que significa, precisamente <<madera, selva>> —o, como traducen los latinos, silva o materia, que es el término para designar a la madera como material de construcción, distinto de lygnum, que es la madera que arde—. Para el mundo clásico, sin embargo, la materia es el lugar mismo de la posibilidad y de la virtualidad: es, de hecho, la posibilidad pura, lo <<sin forma>> que puede recibir o contener todas las formas y cuya forma es, de alguna manera, la huella. Es decir, según la imagen de Aristóteles la página blanca o la tablilla para escribir sobre la cual todo puede ser escrito.
Giorgio Agamben, El fuego y el relato, 2016
Situar la escritura
En Argentina, durante el último año, el precio del papel subió un 70 % y el incremento no se detiene. En cada oportunidad hay nuevos fundamentos: contenedores, transporte, gasolina, mayor demanda que oferta, para mencionar algunos pocos. La falta del suministro vital para la impresión de libros consiste en la escasez de papel ahuesado (el preferido de las editoriales por su alta opacidad, gran espesor, eficacia en la impresión y nulo desprendimiento de pelusa). Entre las razones que intentan explicar la crisis están quienes dicen que la pandemia potenció la mudanza de la fabricación al cartón para packaging como respuesta a la explosión del e-commerce.
El papel que conseguimos acopiar con mi imprentero es para hacer un par de publicaciones: esas pilas de paquetes nos permiten pensar en un libro por venir, pero sabemos que el sistema se agota y la necesidad de leer la materia cuando tenemos un libro en nuestras manos es cada vez más urgente.
Situar la urgencia
El impacto ambiental que produce la fabricación de papel no refiere solo a la pérdida de hábitat para especies protegidas o a la desaparición de flora en vías de extinción, sino también supone un gran daño para el equilibrio del ciclo hídrico a nivel regional y mundial.
Por otra parte, se multiplican prácticas editoriales de las que no se habla. No se dice, por ejemplo, que las grandes editoriales calculan la cantidad de libros impresos, entre otras cosas, con relación al espacio que desean ocupar en librerías. Los libros son cuerpos de ocupación, y las librerías, territorios de conquista. Los libros que los grandes grupos editoriales no vendan en un corto plazo tienen como fin último transformarse en papel picado. Esta es una práctica habitual —pero sigilosa— para no solventar los depósitos, pero también es el resultado de la desmesura. Es complejo vincular la figura de un editor a la de un biblioclasta (término con el cual se designa a los destructores de libros), pero, por otra parte, el desborde en la producción de libros configura prácticas que, por industriales, no dejan de producir sentidos difíciles de ubicar en relación con los oficios y sus márgenes éticos. Dice Umberto Eco: “El biblioclasta por interés destruye los libros para venderlos por partes, pues así obtiene mayor provecho” (2001, p.55 - 58).
Como en cualquier otra industria que busque la mayor rentabilidad, sucede el trabajo explotado y la evasión de impuestos. Se pueden imprimir libros más baratos en alta mar en un buque imprenta. Es importante comenzar a imaginar la vida en un buque imprenta, saber que esos libros nacen lejos de sus editores, que nadie está al pie de máquina controlando nada y que la distancia que separa ese libro de su origen también lo distancia en términos de realidades, compromisos y responsabilidades. El libro des-medido es también un problema de distancia política y ética con lo que se supone debería ser un libro.
Situar un propósito
En este escrito no me propongo descubrir nada nuevo, más bien desentrañar la madeja, o mirar desde la retaguardia lo que el libro pudo ser, lo que de él hemos olvidado al habitar solo el tiempo presente. Otro propósito es exponer los diálogos que un texto involucra en su proceso, algo que por sistema y convención se oculta, y en ese ocultar se extrae.
El primer libro
Ensayemos liberar a los libros del enjambre de fuerzas que hacen un imaginario demasiado estable y, por lo tanto, lo desalojan de sus preguntas.
Olvidémonos de los libros en el mercado, permitamos que colapsen las formas que actualmente definen el sistema del libro, salgamos de las impresiones, repeticiones, y aceleraciones del presente, por tanto, abandonemos el flujo del tiempo. Visitemos el pasado y el futuro del libro, y, también, sus utopías y propósitos incumplidos. Veamos en los libros su condición de potencia.1
Comencemos por el origen del libro, imaginemos ese comienzo en un pasado recóndito. Ensayemos que el primer libro que existió fue un lugar, que el primer libro escrito por la mano de un humano fue en realidad una cueva. Quien lo escribió pudo sentir la rugosidad de una piedra, dejar guiar su escritura-dibujo en relación con las formas de esa página-roca, participar de la temperatura y los sonidos, del paso de la luz durante el día, de ese libro que habitaba. Quizás, también se podría imaginar la posibilidad de que así como se entra a una cueva, se entra a un libro. La cueva y el libro son resguardo, pero también fauce. Protege y devora. No solo los humanos devoramos libros (mirada antropocéntrica), sino que somos devorados o tragados por ellos. Ese primer escritor-dibujante de ese primer libro-cueva no podía sustraerse de donde estaba ni transportar su escritura, pero podía hacer algo más: habitar ese libro y esa posibilidad de escribir y leer en relación con una conciencia plena y vibrante de su entorno. A medida que comenzó a hacer sus primeros trazos, ese lugar conducía a su incipiente escritura y, así, a descubrir que su acción producía transformaciones en la cueva. Ese libro, esa cueva, era su espacio de vida y de supervivencia, su lugar de reposo y de resguardo, de escritura y de lectura.
John Berger (2005), en su libro Sobre el dibujo, habla de cómo para el hombre de Cro-Magnon el espacio de la cueva también fue un escenario metafísico en el que tenían lugar apariciones y desapariciones continuas y discontinuas:“Estas pinturas sobre la roca se hicieron donde ya estaban para que existieran en la oscuridad. Eran para la oscuridad. Fueron escondidas en la oscuridad para que lo que representaban sobreviviera a todo lo visible y prometiera, quizás, la supervivencia” (2005, p. 81).
Elijo este origen del libro como espacio, poco referido en la historia del libro que conocemos, porque funda un vínculo estrecho entre el libro y el territorio, una condición que, dadas las circunstancias de agotamiento planetario, necesitamos recuperar y de este modo rescatar los vínculos entre el libro, los modos de vivir y producir con nuestro entorno.
El libro cueva dejó algunos indicios que insisten en el libro que conocemos: el libro como espacio de preservación; el libro como lugar de resguardo, de cuidado; el libro como lugar para reunir a las comunidades; el libro como fruto de nuestras expresiones; el libro como lugar común, al mismo tiempo que como lugar metafísico y metafórico. El libro como un territorio donde quedaron inscriptos los acontecimientos de una trama de supervivencias.
El olvido como origen
No existe ninguna diferencia entre aquello de lo que un libro habla y cómo está hecho.
G. Deleuze y F. Guattari, 1977
Cuando a Ernest Hemingway le preguntaron a qué le tenía más miedo, su respuesta fue: “A una página en blanco”. La pregunta anterior que podríamos hacernos es ¿qué significa una página en blanco? Su miedo no estaba dirigido a la materia de esas páginas como tales, sino al vacío que ellas suponían y a la relación desafiante. Como hombre blanco, tomaba a la página en blanco como una interpelación, considerándola el espacio que le correspondía ocupar. Hemingway sabía que esas páginas en blanco habían sido hechas para “su” escritura y por lo tanto él sería “el blanco” (aludiendo a la dirección que deberían tomar) de esas páginas.
El blanco de las páginas alude a un territorio vacío y a un territorio vaciado que toma una dirección, la del logos. Al saber de una realidad que se ignora. Una operación de anamnesis que en su revés permite comprender el olvido como origen de casi todos los acuerdos y privilegios. La esencia de todo libro es ser una simulación, un cuerpo que siempre habla de otro. En el artículo“Genealogías de la asimetría: por qué nos hemos olvidado de las cosas”, Bjørnar Olsen (2007), investigador del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tromsø en Noruega, plantea que el papel de las cosas nunca es el de ser ellas mismas, sino siempre el de representar algo más. Este campo de representaciones olvida el cuerpo que colabora para generar una presencia de otra cosa. Lo que está en lugar de ese cuerpo, ¿lo incluye o lo extravía?
Si bien un libro tiene una identidad que creemos ha sido así desde siempre, la materialidad de las páginas fue cambiando de acuerdo con los entornos y las formas de vida desarrolladas en el tiempo y los territorios. Los humanos hemos escrito sobre piedra, arcilla, piel de animal, cera, madera, papel, dando origen a existencias que determinan relaciones, formas de producción, formas de vida, intervención en entornos, comunidades que establecen determinadas relaciones y disposiciones con los libros. Sin embargo, escasea la reflexión sobre el obrar vinculado a la materia y las condiciones que hacen al libro un objeto político más allá de su contenido. Por ello vivimos en el desconocimiento de las vidas vividas por el libro que hacen su materia y condiciones de existencia en el planeta. El borramiento del origen de un libro sucede tanto sobre las comunidades implicadas como sobre las materias y el obrar que integran el objeto.
Las discusiones que en la contemporaneidad piensan el libro como el fruto de una trama colectiva organizan el debate desde el orden de lo impreso que por lo general se centra principal, o exclusivamente, en la palabra, que se define y se reconoce como “la obra”. La materia que constituye al libro desaparece.
Materia de persecución
La biblioteca de Bosnia y Herzegovina en Sarajevo, abierta en 1896, fue bombardeada desde las diez de la noche del 25 de agosto de 1992 con fuego de artillería.
Ovidio, en el epílogo a las Metamorfosis, declaraba su interés en salvar su obra del fuego, de la espada, de la mano divina o del tiempo.
Fernando Báez, Nueva historia universal de la destrucción de los libros, 2013
Los libros como materia han sido tenidos en cuenta a la hora de su persecución.
En la última dictadura militar en Argentina, hubo un plan sistemático de persecución y destrucción de material impreso considerado ideológico y subversivo contrario al régimen dictatorial instaurado en 1976.2 Los motivos para la prohibición de libros eran fundamentados (aunque de manera aberrante) y legislados. Existían personas dedicadas a la censura y a justificar sus causas.“La nefasta acción de la quema de libros fue considerada purificadora del ser nacional y llevada a cabo de manera pública para propagar el miedo”.3 Tener ciertos libros en una biblioteca podría poner en riesgo la vida. Quienes tenían libros prohibidos en sus casas, en sus librerías o editoriales eran inmediatamente identificados como enemigos a eliminar. La destrucción de los libros se ejerce en dos sentidos: sobre el cuerpo de quienes los hacen pero también sobre su materia.
La biblioteca roja4 fue enterrada de manera clandestina en el patio de la familia Alzogaray Vanella antes de que se exiliaran en México. Los libros que ellos ocultaron bajo tierra eran aquellos que los ponían en peligro, pero también aquellos que querían resguardar. Relatos como este sobrevivieron y crecieron con el tiempo como ecos de miles de bibliotecas enterradas y quemadas en Argentina. En mi familia sobrevive el relato de la quema de la biblioteca comunista de mi padre, y el fuego de esa biblioteca sigue iluminándome.
La edición como búsqueda
Más que una crítica de la arqueología, la simetría resume simplemente lo que yo veo como una serie de ángulos fructíferos en estas relaciones arqueológicas entre pasado y presente, personas y cosas, biología y cultura, individuo y cultura. (…) La simetría llama la atención sobre el acuerdo mutuo y la relación. La simetría, en esta correspondencia mutua, implica una actitud, según la cual deberíamos aplicar las mismas medidas y valores a nosotros mismos y a aquello por lo que nos interesamos. Una consonancia entre el pasado y el presente, individuo y estructura, persona y artefacto, forma biológica y valor cultural.
Michael Shanks, Arqueología simétrica, 2007
Aquello que desaparece genera otro tipo de apariciones, la materia ausente construye movimientos. La biblioteca debajo de la tierra expandió en nosotros la idea de edición, de lectura y de libro. Buscamos lo que conocemos en partes, intuimos, pero necesitamos descender al terreno de la búsqueda para completar el conocimiento y reactivar la trama, para salir del mito que alojó el relato y construir nuestro propio ritual. Antes de la excavación, la biblioteca roja era como el gato de Shrödinger metido en esa caja en la que conviven todas las realidades posibles, siempre que esta se mantenga cerrada.
Ir hacia la búsqueda de esos libros implicaba asumir una responsabilidad con esos objetos bajo tierra, también con una red de relaciones y afectos en los que participaron directa e indirectamente, pero incluso con la posibilidad de realizar un vaciamiento de ese mito. El patio era un lugar acotado, y no encontrar nada en esas circunstancias podría significar la desaparición de la posibilidad como eje de todas las imaginaciones.
Excavar produjo de inmediato un primer desplazamiento que consistió en llevar un procedimiento forense hacia la búsqueda de libros, que, sin estar vinculados directamente a un proceso legal, se sumaba a los hechos que forman parte de la violencia del terrorismo de estado en Argentina que protagoniza en la actualidad numerosos juicios por innumerables crímenes contra los derechos humanos.
La primera relación con la voluntad de excavar involucró una perspectiva que en principio remitía a la escritura de la que habla Mario Bellatín, para resaltar los vacíos, las omisiones antes que las presencias. La primera posibilidad era trabajar con la tierra como materia, asumiendo que después de cuarenta años allí no encontraríamos nada, pero que igualmente esa tierra estaba compuesta también por esos libros. Era claro que el material de edición de nuestro proyecto no era un texto escrito que cobrara forma de libro, nuestra práctica se orientaba a la edición como zona de búsqueda, como señalamiento de los vacíos y, en tal sentido, la composición de la trama editorial estará sujeta a adentrarse en la trama ctónica que motivaban los libros bajo tierra. De este modo comenzábamos a definir la práctica, a hibridar contenidos y procedimientos. La relación entre los campos construyó enlaces inmediatos. Los antropólogos forenses consultados para nuestra investigación previa a emprender la excavación nos instruyeron sobre las implicancias de una excavación arqueológica que puede definirse como un hecho único, destructivo e irrepetible. Excavar, remover la tierra es romper los sustratos, mover definitivamente de lugar el trabajo hecho por el tiempo, la forma en que sedimenta y organiza sus capas y, por lo tanto, es avanzar en una dirección sin retorno. Editar de algún modo implica lo mismo. Descomponer la línea de organización previa, establecer nuevas relaciones, movilizar los materiales, seleccionar, construir series, organizar, configurar una narrativa que avanza y deja atrás estados anteriores.
Manipular materialidades y transformarlas definitivamente era alejarnos del principio de todo lo implicado, incluso de la historia de esa biblioteca como mito. Sacarla a la luz sería terminar con la linealidad de un tiempo, romper un acontecimiento con otro. Si llegábamos a encontrarla, la imagen proliferante en todas las imaginaciones sobre ella se convertiría en una sola.
Estamos acostumbrados a pensar la edición de un libro a partir de estructurar y pulir un material para ser presentado públicamente, pero este procedimiento nos conducía lentamente al develamiento de una escritura que sucedía en la experiencia misma del desentierro. Estábamos ante su posible emergencia derivada de nuestras acciones y relaciones concretas con la materia del territorio. Comenzaba a desplazarse la idea de procedencia. Antes del comienzo de la excavación me importaba mucho identificar a qué editoriales pertenecían los libros enterrados, dónde habían sido impresos esos libros y qué direcciones políticas adscribían una vez publicados. Pero a medida que avanzábamos en la búsqueda, la procedencia comenzaba a ser el mismo lugar del enterramiento, la tierra de ese patio que era ahora el lugar de origen de cualquier objeto de aparición. La lectura, por su parte, comenzaba a ser física, tenía el peso de cada palada de tierra y el tiempo implicado en descender hacia lo profundo de la tierra. Remover capas de suelo implica un trabajo que no tenía medida previamente.
El trabajo editorial en La Biblioteca roja fue creciendo y mutando en la forma en que se reconocía el hacer vinculado a los libros. El proceso de búsqueda sin ninguna certeza de su devenir posible fue abandonando de a poco la dimensión central del relato de la dictadura, para encontrarse con las condiciones concretas de lo que está implicado en leer la tierra. La edición dejó de ser un movimiento hacia afuera en términos de hacer algo público, para re-iniciar un vínculo ancestral del libro fuera del campo de lo visible y tramar así una re-escritura basada en el distanciamiento de los relatos, y el vínculo con aquello que comenzaba a emerger de la experiencia. A medida que descendíamos ocurría una transmutación del sentido y un movimiento en nosotros, guiados por la respiración agitada, el peso de las cosas y los días.
Aparición
Bocanada de angustia que toma la cabeza y se extiende al ritmo respiratorio, oprime el corazón, oprime poco a poco el vientre, punza la espalda, como una leche bovina que cuaja al contacto con un calor contiguo. Sufrimiento de las palabras que nos faltan, que están ausentes bajo la especie del sonido que son las Ausentes, que permanecen ausentes en la punta de la lengua. Sobre el premonitorio, sobre el problema de la lengua.
Pascal Quignard, El odio a la música, 1997
Reconocimos el lugar por la aparición de una línea blanca trazada en la tierra oscura que fue develando los límites del pozo de cal nombrado por Liliana y Dardo en las entrevistas como el lugar del entierro. Esta primera aparición fue dar con el origen posible del hallazgo, con la delimitación espacial que nos permitía dejar el resto de las cuadrículas marcadas para concentrarnos allí. A partir de ese momento preparamos el lugar, pusimos un gazebo para resguardarnos de la lluvia que amenazaba esos días y colocamos el equipo de registro para poder tener una toma cenital del proceso de exhumación. En un momento abandonamos la pala, el pico, y los instrumentos comenzaron a ser el pincel, la espátula, la pala de plástico de mano, los guantes de goma. Pasando el mediodía, comenzaron a aparecer desde el interior de la tierra paquetes de distintos colores y formas. Detrás de su apariencia identificable con lo que conocemos por libros, comenzábamos a intuir otra forma de vida. La imagen del hallazgo interrumpió el lenguaje. Quedó expuesto el movimiento y el devenir de la materia, la mutación en el territorio de cuerpos aparecidos y también la pregunta sobre nuestro propósito.
Un libro desaparecido es un libro que se sigue escribiendo. (Absorción como otra forma de escritura/lectura)
En el proceso de hallazgo dimos con la liminalidad de forma, de las funciones de los libros, la lectura de ellos y las agencias. ¿Qué son estos libros? ¿De quiénes son? ¿Quién puede decirnos algo sobre ellos? ¿Son todavía libros? ¿O son exlibros? ¿Cómo se conservan? ¿Siguen vivos o han muerto?
Consultamos con paleontólogos, conservadores de papel, antropólogos y biólogos en extensas entrevistas y ninguno de ellos podía dar respuestas, ni siquiera construir hipótesis... La tierra había editado un contenido nuevo tramado en un campo de fuerzas y luchas, de visibilidades e invisibilidades, de lenguas preexistentes. El ejercicio es sobre todo un esfuerzo por atravesar fronteras. Es necesario abandonar las definiciones como forma de establecer vínculos con ellos. Ensayamos posibles nombres entre la abundancia innombrada de la aparición. Lo que vemos podría llamarse libros tierra, libros raíz, exlibros o, quizás, objetos naturales.
Lo que sí estaba claro es que habían salido de la serie y devinieron únicos.
La biblioteca expuesta es una evidencia material de ese pasado que convocó la búsqueda, pero también una realidad nueva. En el descenso hacia el interior de la tierra, se van develando posibles evidencias impresas. Lo que vemos nos lleva a descender con la mirada a otras relaciones que no necesariamente son textuales ni con-textuales, sino territoriales, tectónicas, minerales, biológicas, que nos conectan a ese primer libro cueva que reconozco como origen.
Otra vez un libro es un lugar.
De la imagen de los libros encontrados emerge un orden vuelto a tejer, “un devenir con” a partir de la cohabitación con la tierra, el agua, las raíces de los tres pinos, los insectos, los hongos y las piedras que ya no estaban rodeándolos sino formando parte de ellos. Estos libros no pertenecen a nadie ni a nada. En esos cuerpos se encuentran mundos contiguos y generativos donde la relación naturaleza y cultura se vuelve un campo fértil. Pero para ello hay que abandonar la búsqueda de los libros que fueron enterrados y explorar el acontecimiento que provocan ahora, leer el texto de sus cuerpos no solo como testimonio de la dictadura, sino de la trama telúrica que son ahora. Libros que transmutaron en el choque de fuerzas terrestres y ensamblados con su entorno depusieron las urgencias del mundo y su desciframiento. Son libros que tienen impresas las energías que provee la tierra. En ellos suceden diferentes narrativas: la de las hormigas, las raíces, la arena, el sedimento, la humedad, los procesos sedimentarios que metamorfosean y apilan el tiempo como si fuera las páginas de libros, por capas y por colores.
Los libros aparecidos en su mayoría no pesan, son livianos como una pluma. Tan leves como si estuvieran vacíos. Pero aparece dentro de un paquete algo sólido, duro, un libro del cual se reconoce su título: Cartas desde la cárcel, de Gramsci. A diferencia de los otros que están rellenos de tierra y arena, este tiene una fisicalidad endurecida, sedimentaria. Creo leer en él un texto que dice: soy un libro fósil.
El libro negro como evidencia
En el proceso de compostaje, las páginas blancas que fueron superficies para la inscripción de la palabra no encuentran lugar. Quizás esto sucede porque lo que vemos es sin duda otra cosa, algo más cercano a decirse como páginas negras. Estas páginas negras son materias de apariciones y descubrimientos, de densidades y existencias negadas y ocultas en la superficie. Y si somos capaces de relacionarnos con esta condición negra, emerge la conciencia situada de los libros que trazan puentes entre su condición actual y sus existencias anteriores. Estas páginas negras recuerdan esas presencias innombradas de los negros literarios de las que nos habla Vivian Abenshusham en Permanente obra negra.5Las negras páginas desfiguran su escritura como resultado del intercambio que afectó irreversiblemente la materia, y dan paso al abandono de la abstracción platónica de un texto que busca constantemente trascender cualquier cuerpo posible, porque en su manifestación solo hay contenido. Como aquellas pruebas que son dadas por absorciones impresas en el tiempo, para devenir hacia las indescifrables densidades conectadas con la bios.
En la superficie, tres pinos proyectan sombras sobre el césped. A más de un metro de profundidad bajo la tierra, los libros encuentran semejanzas con el entorno que los resguardó. Son libros que crecen y decrecen de formas diversas, que viven entre las raíces y gusanos que también son su materia. Estos libros compostaron y su materia es ahora más liviana. Acostumbrada a cargar cajas de libros, estos cuerpos pesan pluma en su devenires múltiples y orgánicos. Una página negra recibe la transferencia del espacio, lo contiene, es parte de él y viceversa, entre ellos ocurrió una escritura sin consentimiento de ningún humano. Al contrario que las páginas en blanco que están hechas para recibir al hombre blanco, las páginas negras han absorbido su entorno al punto de mimetizarse con él como hacen algunos animales para sobrevivir cuando cambian de color para imitar el follaje y no ser vistos. Los libros-tierra han dotado a la materia de su poder y se acercan a las profundidades de aquello impreso en la oscuridad, invitándonos a abandonar la superficie y conducir la mirada hacia abajo.
Mientras la sociología del libro implica pensar en las transacciones entre las obras y el mundo social, una edición como práctica forense implica leer libros como evidencias materiales. Son libros cuya forma de habitar el territorio, de referirlo, ha sido incorporándose de manera lenta a través de los años en una relación de simbiosis con el lugar. El ejercicio forense comienza por buscar estos libros que, pensado desde la superficie, son el testimonio de una dictadura, la historia de vida de su entierro y sus circunstancias. Pero en su estado actual se manifiestan como “cuerpos vibrátiles” que contienen el poder de vibración de las fuerzas del mundo. Las nuevas sensaciones responden a lógicas distintas de las que nos conducen hasta ahora y nos llevan a alejarnos de las representaciones de las que disponemos. Comenzamos a experimentar una especie de desnudez creativa, de salto al vacío que necesita quietud y reflexión sensible. Nos quedamos Tomás y yo, solos, al borde del pozo mientras los demás preparaban la comida. Él balbucea que no quiere sacar los libros, que quiere poner un vidrio y dejarlos allí. Volvemos sobre la pregunta que se hicieron Dardo y Liliana al enterrarlos: ¿qué hacer con los libros? Estamos perdidos por un tiempo que se vuelve necesario, mientras miramos la profundidad de la tierra y la imposibilidad de tocar su fondo. Entonces nos suspendemos en ella, atravesados por la lengua de las apariciones.Me preocupa la lluvia que va a destruirlos antes de que podamos hacer nada. Le recuerdo a Tomás la responsabilidad que asumimos al emprender la excavación, la destrucción que ya cometimos y la que se avecina. Tomás se siente frente a una tumba con los huesos de sus ancestros. Percibe la emanación de sudores antiguos, escucha las voces de sus vidas pasadas. En ese momento comprendo que nada de eso es mío, que fui una partera, una médium, una guía espiritual, pero quien toca fondo es Tomás. Su padre ha muerto hace menos de un año. No llegó a ver los libros exhumados pero está entre nosotros en ese mediodía, a una hora en la que el sol nos apuntaba al cenit de nuestro propio cuerpo.
Me preocupa la lluvia que va a destruirlos antes de que podamos hacer nada. Le recuerdo a Tomás la responsabilidad que asumimos al emprender la excavación, la destrucción que ya cometimos y la que se avecina. Tomás se siente frente a una tumba con los huesos de sus ancestros. Percibe la emanación de sudores antiguos, escucha las voces de sus vidas pasadas. En ese momento comprendo que nada de eso es mío, que fui una partera, una médium, una guía espiritual, pero quien toca fondo es Tomás. Su padre ha muerto hace menos de un año. No llegó a ver los libros exhumados pero está entre nosotros en ese mediodía, a una hora en la que el sol nos apuntaba al cenit de nuestro propio cuerpo.
Decidimos extraerlos comprendiendo que el movimiento de las cosas trae más cosas que las cosas mismas, o justificándonos en ese pensamiento que no deja de vibrar con muchas cuerdas. Vamos a fotografiarlos como último acto de edición de esta etapa excavadora. Luego dispondremos cada paquete en cajas, que llegarían más tarde a acopiarse en la casa de Tomás, de la misma forma que se tiene una urna con las cenizas de un familiar.
Escrituras bajo tierra
Las convenciones estallan y es necesario volver a pensar el libro como si nunca hubiéramos visto uno, escribir como si estuviéramos inventando la escritura en una cueva. La estantería que guardaba La biblioteca roja en el patio de la familia Alzogaray Vanella era un pozo hecho de cal, y cada grupo de libros ofrece lecturas diferentes dadas por el color de las bolsas que los cubren, las raíces que los atraviesan, la tierra, las piedras que desbordan por los lados, los insectos que se mueven entre sus cuerpos, los pequeños restos de algo que parece papel, o el carácter fósil de uno de ellos. “Un libro es un organismo vivo: nace, crece, se reproduce, enferma y eventualmente muere”, decía Ulises Carrión. Pensar en libros vivos cambia rotundamente la relación que tenemos con ellos. El libro como “objeto vivo” nos lleva a pensar en la indocilidad de la material que refiere Shaday Larios,6 es aquello que está delante de mí, en el territorio de la vitalidad y diálogo frontal, y cuya vitalidad rompe toda jerarquía y permite que el objeto cotidiano se haga invisible.
Si las páginas en blanco son parte de un objeto vivo, su materialidad dejaría de ser invisible y, por lo tanto, el comienzo de una escritura que olvida su origen para poder existir se interrumpe por la vitalidad del objeto. Propongo entonces pensar en el concepto opuesto: las páginas en negro, como acumulación de escrituras superpuestas, un territorio atiborrado de momentos que en su saturación invocan a la materia pero también nuestras acciones en relación con ellas. Las páginas en negro nos permitirán abstraernos en la pluridimensionalidad textual, ingresar a la realidad otra. Materia que otorga posicionamientos éticos, políticos y cosmopolíticos, ya no sobre una realidad ajena al objeto o una lectura que señala a un afuera de sí, sino sobre la propia realidad que se expresa en el libro y su materia. Las páginas en negro son, entonces, el lugar en que se puede hacer una lectura forense del libro: como evidencia, un cuerpo que da testimonio. Un cuerpo que ya no habla de otro, deja la simulación, son cuerpos que hablan de sí, una escritura inversa.
Volver a la superficie
En este momento una editorial independiente radicada en Argentina se muda de país. En un posteo de despedida se lamentan por haber impreso mil ejemplares de su primer libro porque no saben qué hacer con aquellos que no vendieron. “Hicimos mil porque la diferencia entre 500 y 1000 es igual a la diferencia entre comprar un combo y agrandar el combo #laMcdonalizaciondelexistir” (AZetas). En términos económicos tienen razón. Son las nuevas editoriales artesanales defensoras de lo digital. También defienden este modo de impresión aquellos que ven en la impresión a demanda el #Nopierdonada. La edición digital ha participado de una visión política que ataca “los demasiados libros”, pero también de una visión económica vinculada a la existencia de lo consumible. Uno de los efectos de esta transformación de la cultura impresa es el desguace de la maquinaria gráfica. El offset obliga a un compromiso con cierto número, cierto movimiento del que tendremos que ser capaces de dar sentido. Libros hasta ser agotados, hasta el final sin papel picado, sin depósitos gigantes, sin cadetes que muevan cajas. Esos cuerpos presentes desde el día uno del nacimiento de un libro que nos relacionan por un tiempo que no podemos determinar, vinculados a los libros desde coordenadas imprecisas, pero con un compromiso corporal, material. El papel sigue faltando y, entre el comienzo y el final de esta escritura, el precio de la celulosa ha subido el 10 %. post(s)
Referencias
Berger, J. (2005). Sobre el dibujo. Jim Savage.
Eco, U. (2001). Desear, poseer y enloquecer. El malpensante. No. 31.
Rolnik, S. (2005). Geopolítica del rufián. Felix Guattari y Suely Rolnik. Micropolítica. Cartografía del deseo. Tinta Limón.
Olsen, B. (2007). Genealogías de la asimetría: por qué nos hemos olvidado de las cosas. Complutum.
Notas
Comentarios
Aquí va un comentario sobre ese lugar “cuántico” debajo de la tierra, en que los libros enterrados fueron muchas cosas e infinitas posibilidades. Eran todas las probabilidades que un mito permite multiplicar. Son y no son, que recuerda al gato de Shrödinger metido en esa caja en la que conviven todas las realidades posibles, siempre que esta se mantenga cerrada (Hito Steyerl). Entonces me pregunto si el acto de la edición tiene la misma implicancia que la de la exhumación. ¿Qué es lo que se deshace, se rompe y se destruye en el ejercicio editorial?
Tal parece que a algunas prácticas de excavación arquelógica/forense las condiciona una dimensión sacrificial: destruir el resto de algo para obtener una pieza, o a veces ni eso, apenas un dato. Iteración de la violencia que busca acabar con la fuente de probabilidades infinitas al abrir la tierra (nuestra caja) que hasta ese momento encerraba aquello que vive y muere al mismo tiempo, y que con ese acto único destaparía sólo una realidad. ¿Pero lo logra? Esos libros metidos en esos paquetes y en esas condiciones materiales ¿alcanzaron una realidad? ¿están vivos? ¿están muertos?
La des-mesura del libro, señalada en el texto, nos dice de cómo la industria editorial participa de la debacle ecológica en que nos encontramos, y, a diferencia de la destrucción que requiere la práctica forense, no es única ni irrepetible, sino continua y sin reparar en su entorno material, parece ser.
Y respecto a ese roce corporal y a la condición de libro-gato (algo que me gusta bastante como pensamiento), considero fundamental rescatar el merodeo de las relaciones corporales de libros físicos, porque permiten una experiencia que da preguntas de otro tipo. La materia tiene su propia vida, pero también tiene una vida que vamos a darle, el lugar que ocupan, las marcas que les dejamos, las otras personas que vienen a nuestras casas para llevárselo en guarda por un tiempo o como en las bibliotecas, todo un sistema social pensado para esta circulación de cuerpos entre cuerpos que van rozándose dando a leer esos roces.
Humanamente no seríamos capaces de producir esos libros, ni tampoco de imaginarlos, pero son un fenómeno por el que transitan todas esas energías. ¿Son utopías? Quizás algo más fuera todavía de nuestro alcance. Vuelvo a mirarlos y logro leer en esos cuerpos su desescritura junto al despojo de sus antiguas necesidades y funciones que les permite avanzar hacia otro lugar. ¿Es posible abandonar el sistema de símbolos y representaciones de un libro? Al verlos ahí, tan singulares, puedo decir: estos objetos presentan, no representan, su apariencia no tiene como base nada sólido e irrumpen para señalar que algo ha cambiado definitivamente. En ese arco expresivo se alojan sus nuevas capacidades simbióticas que se suman a las simbólicas.