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Akademos

Poética de los vaivenes humanos y no humanos en el suelo del Lago de Texcoco. Una aproximación a la noción de agencia

Ariadna Ramonetti Liceaga
Universidad de Monterrey , México

post(s)

Universidad San Francisco de Quito USFQ, Ecuador

ISSN: 1390-9797

ISSN-e: 2631-2670

Periodicidad: Anual

vol. 8, núm. 1, 2022

posts@usfq.edu.ec

Recepción: 15 de Abril de 2022

Aprobación: 07 de Julio de 2022

DOI: https://doi.org/10.18272/posts.v8i8.2675

Resumen: La idea que anima este ensayo es poder pensar al Lago de Texcoco —un gran humedal de poca profundidad ubicado al nororiente de la Ciudad de México— como un agente no humano, que se desborda más allá de las categorías epistemológicas y culturales que lo han signado como un “lago”. Para ello me valdré de mi propia experiencia caminando en su suelo y también de las reflexiones y provocaciones lanzadas por diversas autoras y autores, como Bruno Latour, Elizabeth Povinelli y María Puig de la Bellacasa, entre otres, que ayudarán a comprender cómo este agente resistió al silenciamiento que implicaba la construcción de un aeropuerto en su lecho, el cual atentaba contra las comunidades interespecies que ahí existen todavía y que resistieron por su naturaleza cambiante y esquiva, pero también gracias a los pueblos de la región de Atenco, que se organizaron para defenderlo de la imposición gubernamental, que había insistido (y fracasado) durante veinte años en la construcción de un aeropuerto en el Lago de Texcoco.

Palabras clave: Lago de Texcoco, agencia, geontopoder, agente no humano, cuenca de México.

Abstract: The idea behind this essay is to be able to think of Lake Texcoco —a large shallow wetland located northeast of Mexico City— as a non-human agent that overflows beyond the epistemological and cultural categories that define and designate it as a “lake.” I will use my own experience walking on its soil and also the reflections and provocations launched by various authors, such as Bruno Latour, Elizabeth Povinelli, and María Puig de la Bellacasa, among others, to understand how this agent resisted the silencing implied by the construction of an airport in its bed that threatened the interspecies communities that still exist there, those who resisted due to Lake Texcoco’s changing and elusive nature along with the people of the Atenco region who organized themselves to defend it from government imposition, which had insisted (and failed) for twenty years on the construction of an airport on the Lake.

Keywords: Lake Texcoco, agency, geontopower, non-human agent, Basin of Mexico.

El silenciamiento de un lago

Parte de la historia oficial de lo que hoy conocemos como Lago de Texcoco nos ha sido referida por los cronistas de la Nueva España. Sus sesgadas observaciones e interpretaciones signarán una mirada que contribuirá poco a poco al silenciamiento y premeditada desecación de esta comunidad interespecie. Desde el siglo XVI el Lago de Texcoco fue descrito como un lugar inservible para todo propósito agrícola, infértil, salitroso, pestilente e incontenible en la temporada de lluvias, por lo cual terminaba siempre por precipitarse en dirección de lo que eventualmente sería la Ciudad de México. Hay una retórica en estas crónicas que puede interpretarse como responsabilizar o culpar al Lago de Texcoco de estas desavenencias lo cual se perpetuó durante muchos siglos.

Las recurrentes inundaciones posteriores a la conquista responderían al daño irreparable que sufrieron los sistemas de diques y albarradas prehispánicos una vez que Cortés y sus aliados introdujeron las embarcaciones con las que asediaron la ciudad insular de Tenochtitlán, lo que provocó que las aguas dulces de los lagos de Chalco y Xochimilco se mezclaran con las saladas de Texcoco, y los ríos que se depositaban naturalmente en el lago tuvieran que ser desviados para abastecer de agua dulce a las chinampas y a los sembradíos y pastizales en tierra firme. La diferencia de altitud entre la antigua capital mexica y la región de Texcoco, la constante remoción de tierra y lodo en diversas zonas del perímetro del lago, aunado a las primeras obras del desagüe a principios del siglo XVII, provocaron la sosegada reducción de este cuerpo de agua, que formaba parte de aquella gran cuenca endorreica (sin salida al mar) y que hoy llamamos Valle de México.

En 1607 se inició la construcción de la primera de las obras públicas para evitar que las aguas saladas del lago inundaran frecuentemente a la Ciudad de México. A partir de ese momento, las instancias gubernamentales novohispanas instauraron una lógica centralizadora que fue profundamente combativa con el Lago de Texcoco y los afluentes que lo alimentaban, y se inauguró un periodo de entubamientos y reencauzamientos de ríos para secarlo. Esto ocasionó su drástica reducción, al menos en la parte que colindaba con la Ciudad, y quedaron al descubierto planicies y nuevas orillas que poco a poco fueron ocupadas por caminos de arrieros y tierras de labor administradas por hacendados. Ya en el siglo XX, los linderos cercanos a la Ciudad de México serían dispuestos para la urbanización acelerada y la especulación inmobiliaria. Si bien la mayoría de los proyectos de infraestructura que se implementaron para desecar el lago fracasaron porque no lograron desaguar totalmente la cuenca, la lógica de entubar ríos, arroyos y todo tipo de afluentes para evitar que desembocaran en el Lago de Texcoco e impedir que la Ciudad de México se inundara, se convertiría en el modus operandi de las instancias gubernamentales durante más de 300 años (Legorreta, 2006).

A partir de la implementación del Gran Canal del Desagüe, en 1900, el gran lago sería desecado de manera acelerada. La extracción excesiva de agua potable para el suministro de la Ciudad de México, que había crecido descomunalmente, provocó que en 1940 se impusiera una veda para evitar perforar pozos y extraer agua en la zona lacustre, al tiempo que se implementaba el sistema del río Lerma desde el estado de México para llevar agua potable a la ciudad.

En 1947, el ingeniero Nabor Carrillo consiguió demostrar que la pérdida de presión del agua, aunada a la extracción excesiva, producía hundimientos diferenciales en la ciudad, los cuales provocarían inundaciones graves como la de 1951, que ya no ocurriría debido al desbordamiento de las aguas del Lago de Texcoco, sino porque el sistema de alcantarillado estaba escindido y la sobreexplotación de los mantos freáticos provocó que el subsuelo de la metrópoli cediera. Finalmente, el gran lago dejó de representar una amenaza para los habitantes de la ciudad y se fue transformando poco a poco en ese humedal lodoso y contradictoriamente seco, en ese remanente de charcas disgregadas y equidistantes, impactadas por la implementación del drenaje profundo a partir de la década de 1950 y que comenzaría a operar formalmente en 1967 (Sistema de Aguas de la Ciudad de México, 2012).

Si bien al lago no se le acusaría nunca más de provocar inundaciones, sería el responsable de las tolvaneras de arena, polvo y materia fecal acumuladas al poniente que asolarían a la ciudad durante más de treinta años. Verdaderos torbellinos de polvo color sepia que cubrían incluso las zonas aledañas al zócalo de la Ciudad de México e impedían a los aviones despegar del actual Aeropuerto Internacional Benito Juárez, según testimonios de los miembros del Frente.

En 1960, el ingeniero Nabor Carrillo buscó implementar un plan forestal para evitar las tolvaneras y propuso también crear vasos contenedores de agua en los antiguos terrenos al suroriente del lago para evitar los hundimientos diferenciales por la desecación y restar aridez a toda la región del oriente de la Ciudad de México. Al tiempo que se desarrollaban las obras del drenaje profundo para sacar de manera definitiva el agua de la ciudad, se buscaba retener un poco de ella con diversos propósitos. Los estudios del ingeniero Carrillo, que continuaron sus colegas Gerardo Cruickshank, Fernando Hiriart y Roberto Grau a su muerte, se enfocaron en la mecánica de suelos y las aguas subterráneas del lago que para entonces era una especie de desierto, al menos en la parte surponiente de la ribera nororiental. En la orilla de Atenco aún existían partes con agua y densa vegetación porque en el siglo XIX se habían formado bordos artificiales y los ríos tenían sus desparramaderos cerca de las tierras ejidales de Atenco, además de la vocación agrícola y ganadera de estas tierras desde la época de las haciendas en el siglo XIX hasta el reparto ejidal posterior a la Revolución mexicana. Finalmente, en 1971 se establecería por decreto el Plan Lago de Texcoco “que consistía en desarrollar en los terrenos desecados áreas forestales, agrícolas e industriales para aprovechar al máximo las aguas que sea posible captar en la zona y disminuir las tolvaneras que en parte se originan dentro del Lago de Texcoco” (Plan de Consolidación del rescate hidroecológico de la Zona Federal del Ex Lago de Texcoco, 2004).

El primer tramo del drenaje profundo fue concluido en 1975, con la construcción de los túneles Emisor Central y tres interceptores: el oriente, el centro-poniente y el central (Legorreta, 2006; SACMEX, 2012). Será precisamente a finales de la década de los setenta que los miembros del Frente de Pueblos, con quienes pude conversar al respecto, se percatan de que las charcas cercanas a la ribera nororiental, especialmente la llamada charca de Xalapango, disminuye drásticamente de tamaño, ya que el agua se iría retirando de diversos puntos inundables. La charca de Xalapango, que era un embalse natural multipropósito en el que se depositaban los afluentes de varios ríos, y un espacio para la memoria y los afectos al agua, se transformó en un vaso regulador para las lluvias como parte del Plan Lago de Texcoco. Ahora descargaría en un canal nuevo llamado Texcoco Norte, que eventualmente llevaría el agua al Gran Canal del Desagüe, por ello las charcas empezarían a disminuir drásticamente de tamaño, Xalapango incluida.

En la memoria de 1988 del ingeniero Gerardo Cruickshank, Proyecto Lago de Texcoco. Rescate hidroecológico, se aprecian 950 hectáreas cuyo destino sería un aeropuerto. Once años más tarde, en 1999, y hasta 2001, surgirían propuestas y controversias entre los diversos órdenes de gobierno respecto a si la ampliación del aeropuerto debía de realizarse en el Lago de Texcoco o en Tizayuca, estado de Hidalgo. Finalmente, el gobierno federal decidió, mediante un decreto expropiatorio emitido en octubre del 2001 y sin previa consulta a las comunidades de la ribera nororiental, que el aeropuerto1 se construiría en sus tierras, las cuales eran parte también del lago in extenso.

Fueron el desecamiento y la desertificación a los que estuvo sometido el Lago de Texcoco lo que provocó que a principios del siglo XXI existiera una extensión de tierra en parte reforestada, llana y sin accidentes geológicos superficiales, pero sí con vasos reguladores artificiales y obras hidráulicas en el subsuelo para disciplinar el flujo y depósito de los ríos procedentes del oriente y del sur del estado de México. Esto finalmente dio lugar a un conato de aeropuerto de casi 5 000 hectáreas, que promovía que una parte del lago, en apariencia “libre”, se convirtiera en un espacio de deseo para el gran capital y los negocios de los gobiernos del estado de México en 2001. Como consecuencia de esta imposición, los pueblos de la ribera se organizaron en el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra para resistir al decreto expropiatorio de sus tierras ejidales y frenar la construcción del aeropuerto, el cual nunca se llevó a cabo porque fue cancelado en 2002 gracias a la presión que estas comunidades ejercieron desde diversas estrategias de movilización de recursos. Doce años más tarde, la historia se repetiría con la reactivación del proyecto aeroportuario, en esta ocasión empezaría a construirse a finales de 2014 en el lecho del Lago de Texcoco. De nueva cuenta, el Frente de Pueblos se organizaría para resistir a la imposición gubernamental para defender no solo sus tierras, sino también al lago y sus cuerpos de agua superficiales, ya que estaban implicados en las historias de vida y en la memoria de los habitantes de la ribera nororiental. Fue durante esta reanudación del conflicto que el Frente me permitió acompañarlo.

Podemos analizar las consecuencias del silenciamiento del lago de la mano de Elizabeth Povinelli con la noción de desierto.2 Si bien la autora no evoca de manera literal este ecosistema con el uso del término, se aprovechará en los siguientes párrafos para hablar de ciertas formas del liberalismo tardío que se encuentran en lo aparentemente inerte o No-Vivo —en este caso el Lago de Texcoco transformado por la acción humana—. Se trata de un activo económico dispuesto para su explotación y reproducción ampliada que invoca un geontopoder,3 el cual permitió a las obras del aeropuerto no solo existir e imponerse sobre los usos ancestrales que el lago degradado en humedal significaba para quienes habitaban en sus riberas, sino que también se impuso para silenciar las voces de las comunidades que se oponían al proyecto, y para acallar al lago y sus afluentes a tiempo que comunicaba de manera muy específica la necesidad de un Nuevo Aeropuerto desde diversas instancias público-privadas durante la administración del expresidente Enrique Peña Nieto. Este mensaje fue transmitido a la ciudadanía mediante una férrea campaña en prensa, radio, televisión y redes sociales, que buscó afirmar que se estaba “aprovechando” un lugar inerte, vacío, un yermo salado sin agencia y sin propósito alguno, en donde la aparente No-Vida del lago y sus alrededores debían de ser reemplazadas por un proyecto que dotara de modernidad y progreso al país, por ello en la comunicación social respecto al proyecto aeroportuario podían leerse afirmaciones tan desafortunadas como las que a continuación se citan:

Estos terrenos que no sirven para la agricultura son territorios desaprovechados pues no generan ningún beneficio, pero próximamente serán rescatados en un proyecto social, económico, urbano y ambiental […] para construir un nuevo polo de desarrollo en el país: el Nuevo Aeropuerto Internacional de México será la puerta de México al mundo. (Secretaría de Comunicaciones y Transportes, 2015)

La comunicación social de las dependencias gubernamentales implicadas en la construcción del Nuevo Aeropuerto estaba basada en afirmar que lo aparentemente inerte que yacía en las materialidades del lago debía de ser silenciado de manera definitiva para volverse un desierto sin voz que instaurara un nuevo paradigma productivo, en donde el volver-a-lo-vivo afianzaba la reproducción del capital bajo las lógicas del liberalismo tardío que acogió y comunicó a la ciudadanía este proyecto de infraestructura, el cual afectó no sólo al lago o lo que quedaba de él, sino también a las montañas y cerros de piedra volcánica de los alrededores, provocando una desertificación a gran escala en el de por sí erosionado paisaje de la cuenca de México. En este sentido y desde la perspectiva de Elizabeth Povinelli,

el desierto también se vislumbra tanto en la categoría geológica del fósil en la medida en que consideramos que los fósiles alguna vez estuvieron cargados de vida, que perdieron esa vida, pero que como forma de combustible pueden proporcionar las condiciones para una forma de vida específica: la contemporánea -del capital hipermoderno e informacional, y una nueva forma de muerte masiva y extinción total. (2016, p. 34)

Si bien en la construcción del Nuevo Aeropuerto no hubo combustibles fósiles involucrados, sí hubo un emprendimiento a gran escala de extracción masiva de piedra para la desecación-sustitución del lago por un aeródromo. Más de 180 cerros que rodeaban la cuenca de México fueron explotados a través de la minería no metálica, para introducir en el fondo del lago estas nuevas materialidades de la montaña devenidas en recursos disponibles, con la finalidad de que absorbieran el agua del humedal y poder cimentar la terminal aérea. Al tiempo, el lodo del fondo del lago se tiraba en las montañas horadadas para desecarlo, provocando así un ciclo de producción de un paisaje de muerte o un necropaisaje, tal y como abordo este proceso en mi tesis y en otros ensayos recientes.

Escuchando al suelo del lago

La primera vez que tuve la oportunidad de estar en la comunidad de San Salvador Atenco fue en junio de 2014, mientras me formaba como antropóloga social. Esa visita daría origen a un proceso de acompañamiento de largo aliento con el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), una organización social formada por campesinos, ejidatarios y pequeños propietarios que han resistido durante veinte años al emplazamiento de diversas obras de infraestructura público-privadas en el lecho del Lago de Texcoco, un remanente de cuenca de poca profundidad degradado en un enorme humedal de casi 14 000 hectáreas de suelo salitroso que crecen y decrecen con las lluvias de temporal y el depósito de diversos ríos; se encuentra al oriente de la capital mexicana, entre los actuales municipios de Atenco y Texcoco.

Este acompañamiento derivaría en la escritura de mi tesis doctoral,4 que se fue conformando originalmente como un relato basado en diversos testimonios sobre la reanudación de la resistencia del FPDT a la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAIM) en el lecho del Lago de Texcoco. Esta obra de infraestructura fue cancelada en su etapa inicial de manera definitiva a finales de 2018, gracias a una consulta pública convocada por el Poder Ejecutivo, y el lago recientemente fue declarado Área Natural Protegida en marzo de 2022, mediante un decreto presidencial. Durante más de dos años busqué poco a poco perfilar una investigación que diera cuenta de las complejidades del grave conflicto social y ecológico que provocó el conato de construcción del aeropuerto en toda la región del nororiente del Valle de México. Articulé múltiples posibilidades del trabajo de campo etnográfico, incluidas la observación participante, las entrevistas a profundidad y el recorrido de campo a pie como metodologías que me permitieron entender a profundidad las dimensiones epistemológicas del conflicto entre el FPDT y el Estado mexicano.

Las caminatas y recorridos en el Lago de Texcoco acompañando al Frente me permitieron entablar largas conversaciones en relación con ciertas perspectivas que la organización tenía sobre las nociones de territorio, tierra y ejido, las cuales formaban parte del imaginario político de la organización desde 2001 y se fueron resignificando con el tiempo para resistir de nueva cuenta a la imposición del Nuevo Aeropuerto en lo que ellos consideraban su territorio. Fuera de cuadro y del discurso oficial del Frente, se me compartieron una serie de relatos, memorias y afectos al agua inscritos en las charcas disgregadas que dan forma a este lago, hoy reducido en humedal por el tiempo, la historia y las violentas desecaciones a las que fue sometido desde los tiempos de la Conquista hasta la actualidad.

Existe en todos estos relatos una poética compartida también con el vaivén de las aguas que conforman aquel vasto territorio nombrado “Lago de Texcoco”. Gracias a los testimonios de los miembros del Frente durante aquellas caminatas y a las observaciones que llevé a cabo detenidamente en su suelo mientras lo recorría, opto por comprenderlo desde perspectivas más amplias. Estas perspectivas rebasan la categoría cultural de “lago”, dadas las causas, afectos y efectos que el Lago de Texcoco ha producido en quienes lo han habitado y se han desplazado en él, pero también en quienes históricamente intentaron desecarlo.

El objetivo principal de este ensayo es comprender al Lago de Texcoco como un agente no humano (Latour, 2008) esquivo, que se oculta, desplaza y desaparece para no perecer, y cuya voz estuvo en riesgo de enmudecer y perderse para siempre por los daños ambientales causados por el intento de emplazar en su suelo un aeropuerto. Esto se basó en pensar (y en hacernos pensar) al Lago de Texcoco como un yermo salado, un desierto inerte no-vivo que debía ser regulado para obtener de él un beneficio económico desde la noción de geontopoder (Povinelli, 2016), ocluyendo la voz de los agenciamientos que el lago ha acogido en sus entrañas y que todavía hoy se resisten a perecer.

En 2016 y 2017 recorrí el Lago de Texcoco en compañía del Frente mientras reorganizaban su resistencia al Nuevo Aeropuerto. Estas caminatas, hacia el poniente o de norte a sur, tenían siempre un fin específico: recolectar alimentos en la superficie del lago; retirar cotas de nivel que demarcaban el lugar que atravesaría el muro perimetral5 del aeropuerto antes de que se construyera en el flanco nororiental que colindaba con los ejidos de los pueblos de Atenco; visitar los efímeros campamentos que el FPDT había emplazado para evitar la intromisión de grupos de choque e instancias de gobierno, y llevar comida a quienes se apostaban ahí durante el día. También se daba seguimiento a los diversos procesos judiciales que el Frente había abierto contra el Gobierno Federal por las afectaciones del aeropuerto y otras obras complementarias en los ejidos de estas comunidades, en compañía de peritos de la Procuraduría.


Figura 1

Suelo craquelado del Lago de Texcoco, 2016.

Una de las cuestiones que noté durante las múltiples caminatas es que suelo cambiaba inesperadamente cuando se comenzaba a andar sobre el lago. Tanto el núcleo urbano de San Salvador como el núcleo ejidal poseían características muy definidas, pero cuando comenzábamos a adentrarnos en el lago, la apariencia, textura y sensación de los suelos cambiaba radicalmente: de andar en un suelo duro, y de pronto comenzaba a sentirse blando, suave e inestable. El andar se volvía lento porque los pies se hundían levemente en la arena del lago que era color café claro con brillantes destellos dorados de salitre que se levantaban con el aire, formando pequeños tornados que inmediatamente cedían cuando el viento del este paraba de soplar. La vegetación era de arbustos bajos que contrastaban con el suelo contradictoriamente agrietado y húmedo que se abría en interminables y angostas brechas que denotaban que este suelo había sido caminado en innumerables ocasiones. Precisamente fue durante estas caminatas que mis interlocutores pudieron compartirme que sus “abuelos” cruzaban el lago a pie hasta la Ciudad de México cuando el agua descendía de nivel para llevar a vender patos al mercado de La Candelaria. Esta manera de hacer territorio al andar supuso un tópico en mis procesos escriturales porque pude percatarme de que para la gente del Frente el lago no era tal cosa, sino una extensión del territorio de Atenco, que se extendía por todo el lago más allá de los límites municipales. Por él se podía andar libremente para llegar a las charcas equidistantes que lo conformaban y recolectar alimentos como el ahuahutle, una hueva de mosco comestible, o las verdolagas y romeritos que se daban a ras de tierra y que se usaban para preparar guisos.

Las charcas tenían nombres como “Las Ánimas”, “San Cristóbal”, “Huatepec”… La más grande era la charca de Xalapango, un embalse de gran tamaño. Eventualmente la charca de Xalapango quedaría entrampada en el muro perimetral del aeropuerto, cuando este fue concluido a finales de 2017.

En años recientes, después de la cancelación, el Frente de Pueblos se dio a la tarea de reencauzar los diversos ríos que desembocaban en Xalapango y que habían sido desviados por las obras del aeropuerto hacia el embalse artificial Nabor Carrillo (llamado contradictoriamente así en honor al ingeniero que comenzó con la restauración de la capa vegetal del lago para prevenir las tolvaneras que asolaban a la Ciudad de México) para evitar que el aeródromo se inundara en la temporada de lluvias. Este reencauzamiento y liberación física y también metafórica de los ríos del oriente poblaría de agua lo que el muro había coartado, trayendo y reanimando a la vida de nuevo a la charca de Xalapango, tan importante para los afectos y la memoria del Frente.


Figura 2

Pastos salados en el Lago de Texcoco, 2016.

En subsecuentes caminatas podíamos encontrarnos o no con Xalapango, dependiendo de la temporada del año, a veces no estaba o no podíamos verla. Más bien se encontraba bajo tierra, o descansando entre los pastos salados, aguardando el momento preciso para emerger cuando el caudal de las lluvias la desbordara de nuevo. En su lugar a veces encontrábamos grandes manchones blancos de salitre anegado que dejaba improntas blancas por doquier. Tequesquite era el nombre en náhuatl de esa espuma blanca. “Servía para lavarse el cuerpo, la ropa y para hacer sal de tierra” (Parsons, 2001) y se usaba para manufacturar diversos productos como vidrio, cerámica, jabón y pólvora (Parsons, 2015, p. 219). Jeffrey R. Parsons describe al tequesquite en su libro Los últimos salineros de Nexquipayac como la espuma de sal blancuzca que queda en la superficie de lago cuando el agua se evapora y que, para los salineros de la región, era buena para hacer sal (Parsons, 2015, pp. 107-108).


Figura 3

Charca de Xalapango, 2016.

Cuando nos adentrábamos en ocasiones al lecho del lago, es decir hacia el poniente donde se construía el aeropuerto, el suelo se reblandecía y podías hundirte con tu propio peso en el sedimento mineral de arcillas lacustres que constituía la mayor parte del suelo del lago y que se había acumulado ahí durante cientos de años, procedente de las montañas de la sierra de Texcoco que lo rodeaban. Conforme avanzábamos en dirección de las obras del aeropuerto, la vegetación se volvía más equidistante y comenzaban a aparecer grandes y amorfas grietas craqueladas que contenían pequeños arroyos subterráneos remetidos en el sótano de la cuenca. Este contradictorio paisaje de sequedad y humedad poseía accidentes geológicos que lo volvían una especie de desierto húmedo del cual brotaba agua inesperadamente del suelo. El Lago de Texcoco mutaba de lugar y cambiaba de forma todo el tiempo: era sal, lodo, grieta y agua. Lo visité en múltiples ocasiones y nunca fue el mismo ante mis ojos. Había siempre en mí una sensación de estar en un lugar distinto cada vez y recuerdo haberme sentido abrumada mientras lo caminaba porque cada paso era una sorpresa inminente. El agua destellaba tan brillantemente con los rayos del mediodía que te cegaba y a veces, cuando la temperatura descendía en la mañana, podía cubrirte de bruma, lluvia y arena, o bien podía hacer que te atascaras en él o tropezaras entre las grietas ocultas por la maleza y emerger de manera inesperada debajo de tus pies mientras comenzabas a hundirte. Era una experiencia que apelaba también a cuestiones sensoriales y psicoafectivas de carácter vivificante. “Pensando con los suelos, la vitalidad se mueve, transita, circula, revelando un destino entrelazado común que difumina los límites ontológicos entre el ser humano y el suelo” (De La Bellacasa, 2019, p. 27).

Me entusiasmaba mucho asistir a estas caminatas y recorridos con el Frente, aunque me costaba seguirles el paso, porque cada vez que iba sentía que el agua y el suelo querían decirme algo vital. Desde la primera vez que acudí a él, comencé a pensar a este lugar desde una perspectiva diferente a su ya conocida historia de entrañas desecadas, agotadas de voluntad y agua. Tal vez no me encontraba en un lago, sino caminando sobre un “agente no humano”, que estaba vivo y que quería hablarme, pero no había sabido hasta entonces cómo escucharlo. Invocando la provocación lanzada por la editora de este número: ¿Cómo podríamos escuchar de nuevo las voces silenciadas de lo inerte, en este caso, del Lago de Texcoco? La respuesta que encuentro es pensándolo como agente y dejando de imaginarlo como un lago.

María Puig de la Bellacasa reflexiona sobre la relación entre humanos y suelos desde una perspectiva en consonancia con lo que aquí describo y que puede ayudar a pensar al lago como agente a partir de observar el comportamiento de su suelo en temporada de secas, en este sentido:

El suelo como medio que conecta las diferentes formas de vida que dependen de él para la subsistencia cotidiana es otro motivo para su revitalización: la vida en el suelo encarna la cotidianidad –con los pies en la tierra- del vivir interdependiente entre especies. (De La Bellacasa, 2019, p. 12)

El suelo del lago era un catalizador para que diferentes formas de vida humanas y no humanas coexistieran en un mismo sitio, y si bien la convivencia interespecies nunca fue un argumento público de la lucha contra el Nuevo Aeropuerto, sí contribuyó a que quienes tuvimos la oportunidad de recorrer estos suelos con la mirada atenta pudiéramos esbozar ideas que poco a poco se irían propagando para apoyar la defensa del lago desde otras perspectivas ético-políticas que dislocaran la versión oficial del gobierno que buscaba argumentar, como ya he dado cuenta, que este lugar aparentemente inerte debía ser reemplazado por un megaproyecto de infraestructura.

El Lago de Texcoco: un agente no humano (más-que-humano)


Figura 4

Grietas en el Lago de Texcoco, 2016.

Después de haber pasado varios meses observando el comportamiento del lago y sus suelos en las caminatas mencionadas y en otros momentos de simple contemplación, lo pienso e interpreto aún como un agente no humano que incide directamente en los agentes sociales que habitan en sus orillas, pues produce diferenciales, transformaciones y relatos propios (Latour, 2008, p. 82). Bruno Latour se pregunta en su texto Reassembling the Social si cualquier “cosa” que incida en un estado de cosas para modificarlas puede ser considerada un agente, y lanza dos cuestionamientos importantes para identificarlos:

“Incide —el agente en cuestión— de algún modo en el curso de la acción de otra gente?” (Latour, 2008, p. 106). La ubicación geográfica del lago —entendida como antiguo espacio de tránsito y una extensión del territorio de Atenco— y los diversos núcleos agrarios que rodean su lecho, así como las relaciones sociales tramadas en torno a su presencia y su ausencia-desecamiento, han incidido en el curso de la acción de diversos agentes humanos al menos durante los últimos 500 años, lo que permite responder afirmativamente a esta pregunta.

“¿Hay alguna prueba que permita que alguien detecte esta incidencia?” (Latour, 2008, p. 106).Este breve texto da cuenta solo de una pequeña parte de la profusa cantidad de testimonios, caminatas, documentos, memorias, afectos, textos de carácter académico y científico para argumentar en defensa del lago, por lo que también se puede responder afirmativamente a esta pregunta. Hay pruebas de sobra para detectar la incidencia de este agente en las vidas de quienes lo han habitado, lo han defendido, y quienes han buscado desecarlo.

Parte de la historia personal del lago se basa, como ya he señalado, en el contradictorio proceso de comprensión-incomprensión de los conquistadores españoles y el posterior desecamiento al que fue sometido desde la segunda mitad del siglo XVI hasta hace unos años (Legorreta, 2006, p. 26), con el intento de emplazamiento del NAIM. Este es comprendido en estas breves páginas como la estocada que estuvo a punto de cumplir con el sueño histórico de secar al lago (Candiani, 2014) y ocluir su voz de manera definitiva para utilizar el espacio “libre”, el remanente, el diferencial, como un lugar para la reproducción ampliada del capital.

Estas aguas y suelos, conocidos como un todo unitario denominado “Lago de Texcoco”, han incidido en el curso de las vidas de quienes las han habitado porque, con su morfología cambiante, producto de la manera en que otros cuerpos de agua se depositan en su lecho en la temporada de lluvias y los desecamientos que se les han impuesto, han producido un remanente que ha fungido como un espacio de tránsito, un lugar para recolectar alimentos y para la agricultura, así como un espacio para la memoria y los afectos y efectos del agua.

Desde mediados del siglo XX y hasta la cancelación del Nuevo Aeropuerto la ubicación geográfica de este agente, su suelo salado y las dimensiones que ocupa al nororiente de la Ciudad de México le otorgaron cualidades añadidas que se volvieron fundamentales para especular con el precio de la tierra y, por ende, para la especulación inmobiliaria. Esto provocó que emergieran nuevos agentes que buscaron defender a estos antiguos cuerpos de agua, sus riberas y todo lo que contienen (ejido, agua, tierra, territorio, flora, fauna, mantos acuíferos, ríos y personas, es decir, interespecies) del emplazamiento de un aeropuerto, cuya posibilidad de ser ha incidido inevitablemente en el curso de los vaivenes físicos y simbólicos de los agentes humanos que se disputaron a este agente no humano hasta 2018.

En este sentido, las pruebas de la agencia del lago provienen de los testimonios de los agentes sociales que lo defendieron, de documentos históricos, de investigaciones de carácter académico y periodístico y de la experiencia sistematizada e interpretada de caminar en su suelo. Los cambios que el lago ha sufrido en sus dimensiones son parte del origen transhistórico de la actividad social en la ribera nororiental, y no solamente como “algo” que expresa, simboliza, refuerza, transporta, objetiva y reifica las actividades sociales y todo lo que ellas implican (Latour, 2008, p. 108).

Por otra parte, Alfred Gell, en su texto Art and Agency: an Anthropological Theory (1998), propone una división entre agentes primarios y agentes secundarios que se refiere a artefactos y objetos artísticos. Considero que esta acepción de la noción de agencia puede ser útil para una comprensión más específica del lago en su carácter de agente. Para Gell, los agentes secundarios “son aquellos que no poseen voluntad o intención por sí mismos, pero son esenciales en la formación, aparición o manifestación de acciones intencionales” (Gell, 1998, p. 53), y son a quienes los agentes primarios le confieren y distribuyen su agencia, la cual termina causando un efecto determinado en el entorno (Gell, 1998, p. 74). “No obstante, denominar «secundarios» a los agentes artefactuales no implica conceder que no sean agentes o que lo sean «solo por decirlo de algún modo»” (Gell, 1998, p. 53).

Si bien el lago no es un artefacto, sí resulta afectado causalmente por la acción del agente, en este caso, los agentes humanos que lo han habitado y defendido y los que buscaron emplazar el Nuevo Aeropuerto. Por ello, recupero el término de Gell de agente secundario: para argumentar una relación causal en donde el agente secundario humano se supedita a uno primario no humano. Esta doble presencia permite reconocer al agente primario (el lago) respecto del secundario (los agentes humanos que lo habitaban y disputaban), “gracias a que el entorno causal que lo rodea adopta una configuración determinada de la que se puede deducir una intención” (Gell, 1998, pp. 51-52). Porque, además, el agente secundario ha habitado históricamente al primario, y se ha servido y valido de él como fuente calórica y espacio de tránsito. Más adelante en el texto, Gell (1998, p. 82) comenta que “todos los seres vivos son agentes con respecto de sí mismos en la medida en que se pueden atribuir su crecimiento y su forma a su propia agencia”. Lo que busco argumentar es que el cuerpo de agua que conocemos como “Lago de Texcoco” puede ser entendido también como un agente no humano que históricamente se ha retraído, provocando andares e incursiones de agentes humanos divergentes entre sí: los habitantes originarios de este sitio, que históricamente se han servido del lago como fuente de sustento agrícola y pecuario y que poseen una relación íntima con el agua, y los no originarios, que fungen como agentes humanos (del capital) y de igual manera se trasladaban en este territorio pero para eventualmente ocuparlo y sustituirlo por un aeropuerto. Esto indujo a una facción de quienes habitan esta orilla, religada en el FPDT, a una contienda desde hace más de 20 años, que se re-anudó con el anuncio de la construcción del NAIM en septiembre de 2014, y se riñó desde entonces y hasta la cancelación a finales de 2018 mediante diversas acciones colectivas contenciosas (Tarrow, 1997) entre tres actores principales: el Estado mexicano, los sujetos y sujetas que se opusieron al emplazamiento del NAIM y las corporaciones que lo estaban construyendo.

María Puig de la Bellacasa enuncia lo más-que-humano desde una perspectiva que puede contribuir a la noción de agente que he delineado hasta el momento en el contexto de este ensayo, pensando en las políticas del cuidado de lo que ha sido negado, “¿Podemos pensar en el cuidado como una obligación que atraviesa la bifurcación naturaleza/cultura […]? ¿Cómo puede ayudarnos el compromiso con el cuidado a pensar en “obligaciones” éticas y en cosmologías descentradas del ser humano?” (De la Bellacasa, 2017).

Poseer una conciencia respecto a que vivimos en mundos en donde otras posibilidades de existencia que rebasan lo humano son posibles y ocurren ante nuestros ojos puede ayudar a que percibamos de una manera distinta a lugares en apariencia inertes, como el agente no humano al que hemos nombrado históricamente como Lago de Texcoco. Gracias a que este lugar ha sido signado arbitrariamente como “lago”, y su morfología, suelo y características inherentes a su condición de humedal gracias a los desecamientos a los que fue sometido durante tantos siglos ya no corresponden con aquella categoría cultural que permite imaginarlo como un lago idílico y pletórico de agua, se le ha pensado equivocadamente como algo inerte, No-Vivo, que debe ser combatido en lugar de ser cuidado y recuperado en su vocación natural de cuenca por quienes supuestamente tenían a su cargo resguardarlo, y que no son otra cosa que las instancias de gobierno que en el pasado reciente tomaron la decisión arbitraria de suplantar a este agente por un aeropuerto. Solo las comunidades que se desarrollaron al amparo de sus riberas y que históricamente han habitado y se han desplazado en sus orillas como una extensión territorial de los pueblos que habitan saben de la importancia radical de cuidar y preservar a este humedal para devolverle su voz.

El 21 de marzo de 2022, el Lago de Texcoco fue declarado Área Natural Protegida mediante un decreto presidencial del gobierno actual (DOF, 22/03/2022), gracias, en parte, al trabajo del colectivo de Manos a la Cuenca. Esta organización emana del Frente de Pueblos y está conformada por otras organizaciones no gubernamentales, estudiantes y docentes de diversas universidades públicas y privadas que insistirían mediante diversos recursos legales en la declaratoria con la participación de las comunidades que la impulsaron.

Conclusiones

¿De qué nos sirve pensar a este cuerpo de agua superficial como agente no humano y no como lago? Nos sirve para imaginarlo desde perspectivas más amplias, que trasciendan la distinción de naturaleza y cultura. La resistencia al Nuevo Aeropuerto no ocurrió en el lecho de un lago pletórico de agua como los que suelen habitar en nuestra imaginación, ocurrió en una serie de charcas disgregadas, entre el lodo y los humedales aún vivos que se encogen y crecen inesperadamente. Por ello, es necesario desmontar las ideas preconcebidas que la gente se ha formado respecto al Lago de Texcoco: para poder pensarlo desde perspectivas diversas, que no lo ciñan a categorías culturales que coartan y limitan su agencia y pueda ser comprendido como un territorio ampliado que debe ser restaurado, cuidado y preservado y que estuvo a punto de sucumbir bajo los embates de la modernidad, el progreso y la reproducción ampliada del capital que buscaron extinguirlo para sustituir su vocación de cuenca por una plancha de concreto que fungiera como aeropuerto.

En la segunda parte de este ensayo busqué referirme a la manera en que históricamente las personas se trasladaban en el Lago de Texcoco. Gracias al ascenso y descenso de las aguas durante el estiaje y al régimen de desecaciones impuestas a lo largo de medio milenio a estas orillas de lodo y sal, sus habitantes improvisaron caminos, veredas y maneras de desplazarse a pie que le han otorgado a este sitio una cualidad de territorio ampliado para quienes han navegado, caminado y atravesado el Lago de Texcoco hasta antes de que el Ejército mexicano terminara de construir, en 2017, el muro que rodea aún el polígono del Nuevo Aeropuerto, ya que a pesar de haber sido cancelado y el lago declarado Área Natural Protegida recientemente el muro sigue en el sitio. Esos vaivenes humanos y traslaciones a lo largo del tiempo pueden comprenderse también históricamente si se analiza el desplazamiento del agua, para probar que este espacio no era experimentado solamente como un cuerpo de agua, sino como una extensión del territorio que se atravesaba navegándolo y después a pie.

Posteriormente se desarrolló la noción de “agencia” para aludir a la manera en que el “lago” ha afectado el curso de la vida de quienes históricamente han habitado sus riberas. Esos afectos han producido diferenciales, relatos y transformaciones, más allá de la resistencia organizada contra el aeropuerto desde 2001 hasta 2018, remontándose 500 años en el tiempo. Bruno Latour, en su texto Reassembling the Social, idea diversos cuestionamientos para identificar si todo aquello que modifica un estado de cosas dado puede ser considerado como un agente. Las preguntas de Latour se adaptaron y trasladaron al contexto del Lago de Texcoco para probar que las relaciones sociales y políticas gestadas en torno al lago y su cualidad de presencia-ausencia conforman a un agente dialógico que incide en la vida de otros “agentes humanos” y sobre el cual estos otros agentes inciden también, en una relación simbiótica interespecie que ha permanecido en el tiempo.

Por ello se propuso pensar al Lago de Texcoco como “agente” y no como “lago” que ha devenido-tolvanera, ha devenido-charca e incluso ha devenido-inundación: para poder comprenderlo mejor en sus tensiones y distensiones dadas por su morfología cambiante, producto del estiaje de otros cuerpos de agua que se depositan en su lecho y los desecamientos que se le han impuesto a su suelo desde el geontopoder. Ha resultado en un remanente de cuenca que ha servido como un espacio de tránsito, como un lugar para recolectar alimentos, para implementar la agricultura, para especular con el precio de la tierra y, por ende, para la especulación inmobiliaria, lo cual provocó que emergieran otros agentes que buscaban defenderlo en su condición de ejido, de agua, de tierra y de territorio del emplazamiento de un aeropuerto que no fue, pero cuya condición de posibilidad, modificó para siempre el curso de vida y los vaivenes físicos y simbólicos que esos agentes humanos llevaron a cabo entre 2016 y 2018, y lo cual pude atestiguar gracias al proceso de acompañamiento que hice con el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra. post(s)

Referencias

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Tarrow, S. (1997). El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política. Alianza.

Notas

1 El conflicto social provocado por los conatos de construcción de un aeropuerto en el lecho del Lago de Texcoco es un proceso largo y complejo de 18 años de duración, el cual podemos estudiar en varias etapas. La primera va de 2001 a 2002, y solamente se emitieron decretos expropiatorios contra los pueblos de la ribera nororiental. Aquí es cuando surge el movimiento social de Atenco, congregado en el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, la organización que concentraría sus esfuerzos en echar abajo esos decretos desde la vía legal pero también basados en diversos repertorios de confrontación que se implementaron en la región durante esos años. El aeropuerto fue cancelado en agosto de 2002. Doce años más tarde, el proyecto sería reactivado y se basaría en una silenciosa compra de tierras durante más de una década que permitiría crecer el polígono de construcción del aeropuerto con dos terminales aéreas y seis pistas, en aproximadamente 5 000 hectáreas, tanto de la Zona Federal Vaso Lago de Texcoco como de los ejidos y parcelas de los pueblos de Atenco. La segunda etapa comenzaría formalmente en septiembre de 2014, con la construcción de la terminal aérea y el muro perimetral del aeropuerto durante el sexenio del expresidente Enrique Peña Nieto y concluiría a finales de 2018, con la cancelación por Decreto Presidencial del gobierno actual de Andrés Manuel López Obrador. En esta nueva etapa el Frente de Pueblos se congregaría otra vez para resistir en nombre de los habitantes de la ribera nororiental a esta nueva imposición con un repertorio de confrontación renovado que contribuiría a su cancelación.
2 Povinelli define al desierto en el contexto de su investigación de la siguiente manera: “El Desierto no se refiere de manera literal al ecosistema que, por falta de agua, es hostil a la vida. El Desierto es el afecto que motiva la búsqueda de otras instancias de vida en el universo y tecnologías para sembrar planetas con vida; colorea el imaginario contemporáneo de los campos petroleros del norte de África; y genera el temor de que todos los lugares pronto no sean más que el escenario de una película de Mad Max.” (trad. propia) (Povinelli, 2016, p. 34)
3 “El geontopoder en el liberalismo actual es un proyecto social cuyo propósito es mantener un acuerdo de acumulación desde los gobiernos y los mercados que se extiende a través de formas de existencia humanas y no humanas. El geontopoder del liberalismo tardío es una actividad que fija y corrobora fenómenos co-sustanciales, agregando y ensamblando elementos dispares con una forma y propósito comunes. Es un conjunto de patrones dominantes, constantemente revisados de acuerdo con los materiales y condiciones locales, según los cuales se fabrica la Vida mientras que la No Vida es aprovechada.” (trad. propia) (Povinelli, 2016, p. 249)
4 Una parte de este ensayo es un extracto de mi tesis doctoral parafraseada, la cual no ha sido publicada, pero se encuentra desde 2021 en el repositorio de la Universidad Iberoamericana, en donde realicé mi doctorado.
5 El muro o barda perimetral del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México es una obra de infraestructura pública construida por el Ejército mexicano entre 2015 y 2017 en el lecho del Lago de Texcoco. El objetivo era resguardar el polígono de construcción del Nuevo Aeropuerto de supuestas invasiones de predios, pero también operaba como un espacio de regulación y vigilancia para el movimiento social de Atenco por parte del mismo Ejército y la Policía Federal. Su flanco nororiental, que colindaba con las tierras ejidales de los pueblos de Atenco, fue el último en concluirse debido a las protestas y recursos legales interpuestos ante instancias jurídicas mexicanas por el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra. A pesar de la cancelación del aeropuerto, el muro continúa in situ, resguardando un área aproximada de 5 000 hectáreas.
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