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Akademos

Resta imaginar el silencio de los elementos

José Peña Loyola
Universidad de Houston, Estados Unidos

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Universidad San Francisco de Quito USFQ, Ecuador

ISSN: 1390-9797

ISSN-e: 2631-2670

Periodicidad: Anual

vol. 8, núm. 1, 2022

posts@usfq.edu.ec

Recepción: 15 de Abril de 2022

Aprobación: 26 de Junio de 2022

DOI: https://doi.org/10.18272/posts.v8i8.2667

Resumen: Resta imaginar el silencio de los elementos es un trabajo creativo de escritura y dibujo que explora las relaciones afectivas y de producción en relación con la minería y el extractivismo en Ecuador, en distintos escenarios de conversación y producción de saberes. Desde la narrativa, la poesía y el ensayo, se plantea una lectura de documentos y memoria familiar en conversación con los elementos no-humanos presentes en la articulación de las relaciones humanas.

Palabras clave: escritura creativa, eco-escritura, nuevos materialismos, escritura documental.

Abstract: It is left to imagine the silence of the elements is a creative work of writing and drawing that explores the affective relationships and relations of production in connection with mining and extractivism in Ecuador in different places of conversation and production of knowledge. From narrative, poetry and essay, it proposes a reading of documents and family memory in conversation with the non-human elements present in the articulation of human relationships.

Keywords: creative writing, eco-writing, new materialisms, documentary writing.

Introducción

En 1668 el obispo de la audiencia de Quito, don Alonso de la Peña Montenegro, publicó un manual de instrucciones, lineamientos y consejos para los curas doctrineros de la audiencia titulado Itinerario para párrocos de indios. Motivado por su profunda preocupación sobre la “naturaleza ruda” de los “indios” de las poblaciones altas, escribe este itinerario para los encargados de la evangelización en las poblaciones más “alejadas”. Podría inventar una razón que explique mi interés y mi descubrimiento del texto, sin embargo, mi encuentro con este documento fue enteramente casual. En una pesquisa en los archivos de la Special collections de la Universidad de Houston, buscando documentos relacionados con los Andes ecuatoriales, me tropecé con una edición de 1754 de este itinerario. Al revisarlo me sorprendió que, si bien pretende ser una guía de comportamiento para religiosos, resulta ser más una serie de instrucciones, recomendaciones y argumentos morales para tratar “adecuadamente” con el cuerpo y espíritu del “indio”, sobre todo en relación con su trabajo corporal. Esto me remitió enseguida al poema canónico Boletín y elegía de las mitas (1959), de César Dávila Andrade, de mediados del siglo XX. El poema es, como lo indica su nombre, una denuncia y un canto elegíaco a los cuerpos sometidos a la violencia colonial. Tanto el poema como el Itinerario se detienen en los cuerpos que trabajan la tierra, que la parten, que la excavan: en el primero, el cuerpo es una herramienta, en el segundo el cuerpo es dolor.

Los otros cuerpos, los no-humanos, a los que los discursos occidentales, como lo apunta Elizabeth Povinelli, marcan como la “no-vida”, permanecen debajo de la tierra. Mi intención en este trabajo es escarbar y excavar estos discursos, y los discursos que articulan la memoria personal, desde la escritura y la poesía, tomando en cuenta la existencia de “otros” cuerpos más allá de lo humano. El proyecto se alimenta, también, de otras fuentes “formales”, como manuales de ingeniería química minera y petrolera, publicaciones académicas sobre la erosión y los tipos de suelos, entradas de enciclopedias físicas y digitales sobre la química, la ingeniería y la geología alrededor de procesos de extracción.

Guiado por exploraciones teóricas que intentan entender la producción de saberes y afectos, entendiendo el término desde la tradición spinoziana como la facultad de un cuerpo de afectar, es decir intervenir o modificar, a, o ser afectado por, otro más allá, o debajo de, lo humano, me pregunto si es posible imaginar no solo el silencio de los elementos sino sus ruidos, sus sonidos, sus vibraciones.

Este trabajo se basa en una perspectiva teórica fenomenológica y vital-materialista, que considera las fuerzas y la energía de los elementos naturales. Desde un punto de vista materialista vital, esto significa que estas “cosas” poseen una forma de ser que las hace capaces de afectar a los humanos, a otros seres no humanos y a sí mismas. “El mundo vivo se da a sí mismo su propia forma” (2002, p. 144), escribe Luce Irigaray. Siguiendo una línea de pensamiento similar, Jane Bennet (2010) propone una relectura del concepto de “vitalidad” de Spinoza. Utiliza el término para definir una “capacidad de las cosas [...] no solo para impedir o bloquear la voluntad y los designios de los humanos, sino también para actuar como cuasi agentes o fuerzas con trayectorias, propensiones o tendencias propias” (p. viii).

Ciertas perspectivas teóricas vinculadas con las nuevas materialidades, como la ontología orientada a los objetos propuesta por Graham Harman y Timothy Morton, conllevan el peligro de pensar en los objetos y su agencia sin reflexionar sobre sus condiciones materiales y las relaciones de poder y acumulación que rodean tanto a los objetos como a las entidades no humanas. Este trabajo se acerca a sus textos base desde una relación material con el territorio y también una “des-sedimentación” (Yussof, pp. 64-70; Rivera-Garza, 2019a, 2019b) del proceso cultural que posibilita esta práctica. En ese sentido, se trata de una búsqueda dentro de lo que Cristina Rivera Garza llama “escrituras geológicas”. Dichas aproximaciones escriturales pretenden entender “materialmente” (Rivera Garza, 2019a) su entorno, y tienen como objetivo profundizar en las capas de estructuras y relaciones culturales, sociales e históricas. Esta aproximación “material” requiere, como propone Karen Barad (2003, p. 810) desde la teoría performativa y el post-humanismo, “un entendimiento de la naturaleza de la relación entre las prácticas discursivas y los fenómenos materiales”.

Así mismo, este texto se presenta como un ejercicio performático, en el sentido en el que Barad, alineada con Judith Butler, entiende el término. En tanto performance, este trabajo interroga “la producción material de los cuerpos en el discurso” (Barad, 2003, p. 808). Para eso yuxtapongo las distintas fuentes escritas con lo que parece ser memoria personal, pero que en realidad se trata más de memoria colectiva. El yo de la voz poética y narrativa es múltiple e intenta aproximarse a los espacios naturales entendiéndolos como “dominios ecológicos de relaciones inter-orgánicas” (Ingold, 2002, p. 178). De ahí el uso del dibujo como un elemento fuera del lenguaje escrito, mas no del discurso, para acercarse a los materiales.

Este trabajo está estructurado por secciones cuyo orden puede ser intercambiable. Cada sección “narrativa” responde a uno de los textos base, y las exploraciones más cercanas a la poesía están compuestas por intervenciones y “traducciones” de los manuales antes descritos. Entiendo por traducción un ejercicio que, como plantea Héctor Domínguez Ruvalcaba (2016, p. 24) desde la teoría queer, puede tanto re-articular, como des-articular el texto que traduce. Propongo que la “intervención” y el proceso de reciclaje de los documentos originales se acerca a la idea de traducción porque se trata, precisamente, de des-articular, e intentar poner en crisis, la producción colonial de discurso.

Si bien uso la memoria personal, este trabajo no intenta indagar la construcción de esta, sino que trata de interrogar, deshaciendo los documentos, incluida la memoria, las distintas formas de relación que esos documentos generan y en algunos casos solidifican. Estas formas de relación se complejizan aún más al hacer presentes los distintos elementos químicos que componen las cosas, y las cosas mismas que no son humanas (ni animales, ni vegetales, ni fungi) pero que también se mueven, o respiran, o poseen alguna otra cualidad que no hemos aprendido a nombrar, es decir que no son inertes, o no del todo al menos.

SUELO / TRABAJO

(con traducciones de un Itinerario para párrocos de indios)

Porque todo aquello que conduce al bien

público, es justo y es lícito.

El bien

público

no arde a altas temperaturas.

tampoco ebulliciona.

las minas

públicas

son convenientes. Importantes.

el bien de estos Reynos.

Aunque haya peligro contingente de apestarse

Peligro contingente de quemarse

Peligro contingente de mutilarse

Peligro contingente de asfixiarse

Es lícito a los Indios obligar

ministerio de las minas,

peligro contingente de morir.

Espero a don Alonso de la Peña Montenegro, obispo de esta ciudad. Lo espero mientras hurgo en su biblioteca. Puedo reconocer los libros que está leyendo y así empezar una conversación. Me ha escogido por mi caligrafía para organizar sus apuntes. Creo yo que disfruta de mi conversación. Llega después de haber apostado algunos patacones en el juego.

—Buenas noches, su excelencia—susurro apenas entra en la habitación. La voz baja es una señal de respeto.

—Buenas noches —responde con austeridad.

Se dirige a su escritorio despojándose de su escapulario y acomodándose el solideo. Hay días en los que se lo quita, pidiéndome guardar el secreto. En silencio, organiza los cuadernos que estaban desperdigados en el escritorio.

—¿En dónde estábamos? —me pregunta.

Sé que no quiere una respuesta. Es solo una forma de recordar. Balbuceo como amenazando palabra y enseguida me interrumpe.

—Sí, ahora recuerdo. Estábamos organizando el capítulo en el que me refiero a la naturaleza de los indios y sus costumbres.

—Y el trabajo, excelencia.

—Parte de sus costumbres, hijo.

Mira hacia arriba e imagino que piensa en los piadosos párrocos a los que les ha tocado en suerte acarrear las almas desvalidas de esos cuerpos que aún no conocen Dios. Ha viajado poco don Alonso. Creo que todavía no entiende cómo terminó en la Real Audiencia de Quito y en esta ciudad pequeña y sucia, repleta de hombres sin voluntad ni control. Se ha acostumbrado a las cuestas y al olor, pero todavía le zumba el pecho cuando camina demasiado. Mal del soroche.

—Usted dice que los indios son de hecho poseedores de voluntad.

—¿Pero qué es la voluntad?

Hace una pausa, sé que no debo interrumpir, se acomoda el solideo como queriendo quitárselo pero se arrepiente, pudor quizá. Se lo deja. Continúo.

—San Agustín discurre al respecto en relación con el origen del mal.

Noté que en su biblioteca Las confesiones estaba ubicado en un puesto diferente.

—Entonces no es tanto voluntad sino capacidad de raciocinio —respondo.

—Eso es lo que nos hace humanos, ¿cierto? —replica.

—No sé, excelentísimo obispo. No sabría contestarle con claridad.

Y ambos volvemos al silencio. Revisa sus apuntes nuevamente, como queriendo empezar el dictado pero sin saber con seguridad por dónde iniciar. Quizá por eso dicta y no escribe. Al tenerme aquí se ve forzado a emitir algún pensamiento, a componer algo que podrá ser una sección de lo que ha llamado su Itinerario.

Escribe por secciones. Revisa las cartas que le han enviado curas del sur y del norte de las partes altas de este Reino de Quito. Del sur y del norte le preguntan por las minas. Mientras yo le sigo preguntando por el alma, para distraerlo.

—¿Hablará, en su itinerario, sobre el alma del indio?, excelencia.

Ni siquiera alza la mirada para responderme.

—Creo que esa es ya una discusión superada. Sabemos que poseen alma y en ese sentido son parte del rebaño de nuestro Señor.

—Pero no son iguales a nosotros, excelencia.

Le digo para provocarlo, para despertarlo, para que evite el divagar.

—En eso guarda razón. Como lo digo en mis escritos, se ha observado en los indios un altísimo grado de rudeza. Pero por eso mismo la caridad debe de ser mayor. Nuestra misericordia hacia ellos.

—Pero eso lo dice por decir, excelencia.

Finalmente me alza a ver. Me reconoce, me encuentra.

—¿Qué dices? —me interpela con firmeza y amenaza con levantarse pero permanece sentado.

—Que usted y yo sabemos que los indios son rebeldes y testarudos y hay que tratarlos con fuerza. Las bondades del espíritu quedan solo para los libros, su excelencia.

—Algo de razón debes tener —dice con cansancio. No quiere discutir, y tutearme basta para dejarme en claro que no debo provocarlo.

—Pero debemos inculcar mesura en los nuestros —dice con la calma que le ha regresado.

—La mansedumbre se transmite con el ejemplo —prosigo para sellar el trato de obediencia.

—Si a las ovejas se las guía con calma se transmitirá calma —me mira nuevamente.

—Y así se evita que la rudeza se haga evidente en actos de rebeldía —respondo bajándole la mirada.

—Comunidades ordenadas y un trabajo tranquilo —concluye. Y agarra la pluma. Él no escribe pero le gusta tener la pluma en sus manos. Sabe hacerme sentir un intermediario. A veces olvida que él también no es nada más que eso. Una cosa en medio de otra. Se queda mirando fijamente a su pluma y empieza con la divagación habitual. Es casi un ritual. Antes de iniciar el dictado le gusta jugar a que entra en una especie de estado meditativo especial, como si fuese uno de los evangelistas comunicándose directamente con el espíritu santo.

—Quizá esos curas que me escriben han visto a los mitayos cuando regresan después de meses de estar trabajando, o han escuchado las historias de indios que no regresan, o de capataces que enloquecen. Pero mientras el alma permanezca pura siguiendo los designios sagrados y cumpliendo con lo necesario para el bien de toda la comunidad cristiana…

Dice algo más que no alcanzo a escuchar.

Una de esas cartas de algún cura de Cuenca, al que le puede haber tocado en suerte visitar poblados tan desprovistos de gracia como Cojitambo o Nieblí, se pregunta sobre si verá bien Dios el trabajo en las minas; la carta muestra miedo, confusión, y duda. Pero don Alonso no comenta nada al respecto. Con la experiencia, don Alonso sabe reconocer la duda y escribe como un padre amoroso. La duda se supera con oración y, cuando no es suficiente, con dolor. Las heridas de mi espalda, heridas invisibles de las que solo la tierra será testigo cuando mi cuerpo yazca rodeado de piedritas y gusanos, son cuenta de ello. La duda. Imagino cuerpos disminuidos, golpeados, mutilados. Como en una aparición, mientras el silencio de don Alonso se extiende, se me presentan brazos, algunos cubiertos por sotanas, empuñando látigos de cuero. Espaldas ensangrentadas. Tobillos lacerados. Agarro, con calma, una de las cuentas que cuelgan de mi muñeca derecha. Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortalis, miserere nobis, susurro. Su excelencia alza la mirada. Reconoce mi pensamiento poseído y repite él mismo, en voz alta

—Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortalis, miserere nobis

Los cuerpos mutilados no desaparecen.

—¿Empezamos? —pregunto mirándolo con fijeza.

—Empezamos —responde.

Escribo todo lo que sale de sus labios.


SUELO / PAISAJE

(con traducciones de un artículo de edafología sobre la cangahua y la erosión)

La cangahua, cuando no ha sido removida por movimientos naturales o por el hombre, se encuentra a poca profundidad.

Color: café amarillento.

Textura: sustrato rocoso.

Se aprecian algunos puntos milimétricos más oscuros. Nódulos rojizos de hidromorfía. Nódulos negros de hierro y manganeso.

Cangahua: tierra estéril

Cangahua: tierra dura

Cangahua: roca sedimentada

Cangahua: tierra para los indios.

Al niño lo llevaron de paseo a las minas de Zaruma cuando tenía trece años. La mina puede ser un divertimento una vez vacío e improductivo. Es también una distracción: el monumento al minero, el museo, el túnel por el que uno puede caminar y el carrito en el que uno se puede subir.

En los túneles de la mina parece que el eco se quedara en las paredes, y cada vez que uno vuelve a hablar ya no solo escucha su voz si no todas las voces que alguna vez ahí han estado.

El niño bajó los túneles y los recorrió, se subió en uno de los carritos en donde se imaginaba ser una persona con una linterna en la cabeza, jugando a ser minero.

El eco en la mina secuestra la voz, se la queda para sí, se traga lo que uno dice y lo carga a través de sus paredes.

Era todo juego. Pero la tierra susurra y silba y el niño recuerda esos susurros, los susurros de cuerpos sin luz, escarbando por semanas en la piedra para encontrar un brillo. El niño cree haberlo visto, haber visto el brillo. Pero en esa mina ya no hay oro, solo piedra negra que se guarda todo lo que escucha.


Lo de la mina, cada vez que lo tengo que contar, lo cuento en tercera persona. Como si no hubiera sido yo. Pero luego hay gente que piensa que hablo de un fantasma. Los recuerdos son espectrales. En el colegio era misionero. Mis dos compañeros y yo llegamos a Buenos Aires un día entre semana. Antes habíamos desayunado en un convento en Piñas, la segunda ciudad más grande de la provincia de El Oro en Ecuador. A veces creo que basta el nombre de la provincia para describir el territorio. Quizá el nombre lo que describe es el color del agua. El suelo en El Oro es de arcilla, y es el agua la que tiene como un cúmulo de destellos dorados. En esos años rezar me tranquilizaba y tener una cruz colgando me tranquilizaba más. Creo que más que creer en Dios creía en el demonio. Creía en que en cualquier momento se me podía aparecer. Las cruces, los rosarios, los rezos, las persignaciones eran un conjunto de armaduras diminutas.

Mi recuerdo de Buenos Aires es líquido. Mi memoria la ocupa el río en el que nos bañábamos pasando una tarde. Para llegar, pasamos primero por Moro-Moro, un poblado donde había un parque y una iglesia y casas alrededor de ambas estructuras donde dejamos a dos muchachos misioneros. Después de Moro-Moro quedamos ya solo tres niños en el balde de la camioneta. Subimos por un camino de lodo paralelo al río que se separa casi llegando al pueblo. El horizonte se perdió en la niebla que nos cubría de tal forma que ya ni siquiera nos veíamos los unos a los otros. En ese caserío —Buenos Aires no es un pueblo sino un conjunto de casas separadas por grandes distancias la una de la otra— escuché la historia de que hay veces que la neblina es tan espesa que uno estira el brazo y no puede ver ni su propia mano. Hay veces que la neblina es tan espesa que no podemos ni vernos a nosotros mismos.

La neblina es un conjunto de nubes hechas de partículas de agua que por su densidad se ubican muy cerca del suelo. Cubiertos de neblina llegamos a una explanada. En el horizonte cercano se veía algo parecido a una iglesia y a la derecha había una pequeña casa que lucía abandonada. En mi recuerdo no hay nada más. Tierra, neblina y la vibración del río.

Durante las dos semanas que pasé ahí supe que el caserío se llamaba así porque un cura dijo, al pararse en la explanada a la que nosotros llegamos y donde luego se construyó la iglesia, por aquí corren buenos aires. Y así se quedó. A mí, el suelo me olía a azufre.

SUELO / PIEDRA

(con traducciones de mi propia memoria)

Millones de años dentro de las piedras.

piedras dentro de las rocas. distintos tipos de rocas. Ígneas eran unas.

No recuerdo más.

piedra es toda formación consistente de estructura compacta y dura.

Piel dentro de las piedras.

pelos: células muertas.

Las rocas se alimentan de la tierra se solidifican sin cristalizarse.

Sollozos dentro de las piedras.

La piedra que la roca se guarda carga también lo que escucha.

Cuerpo dentro de las piedras.

Piedras dentro de los cuerpos.

Mi abuela tenía tantas piedras en la vesícula que no se las pudieron sacar.

Las piedras resbalan cuando se acumulan. Se chocan entre sí, se rompen.


AIRE / ALIENTO

(con traducciones de unos principios sobre procesos de separación)

La millonésima parte de un metro es una medida microscópica. Mide todo aquello más pequeño que la burbuja más pequeña que el ojo humano puede ver cuando un fluido se calienta y produce vapor.

En un metro hay un millón de millonésimas de metro. Una partícula de humo mide entre 0,005 a 1 millonésima de metro. Una partícula de neblina mide entre 0,1 a 3 millonésimas de metro. Una partícula de vaho mide entre 0,1 y 10 millonésimas de metro. Una partícula de polvo mide entre 1 y 100 millonésimas de metro. Una partícula de lluvia mide entre 100 y 1,400 millonésimas de metro.

Una partícula de polvo industrial pesado mide entre 100 y 5,000 millonésimas de metro.

¿Cuántas partículas de lluvia se necesitan para asentar una partícula de polvo industrial pesado?




SUELO / ORO

(con traducciones y remezclas de un itinerario, un boletín y una elegía)

La tumba india se retuerce

Caxicondor, Pumacuri, Tomayco, Chupuitaype, Guartatana, Duchinachay,

de seis siglos, dentre las lomas muerte, donde moríamos en grano

regreso ¡Yo tam! regreso ¡Yo tam!

y sus vientres

regreso desde los del frío

desde los ríos, donde cerros, donde moríamos a la luz

minas de Zaruma; minas de Catacocha

para moler tu oro,

en y lágrimas del indio

oro para tus reyes. tus reyes. oro para mi muerte. mi muerte

oro tu mortero de ocho martillos y de noches

pero un día volví. día volví. ¡Y ahora vuelvo! ¡Ahora vuelvo!

La luz del escenario me pega de frente. El poncho me pica el cuello y el sombrero me queda apretado: me hace doler la cabeza. El poncho es rojo a rayas y el sombrero duro y redondeado y uso unas alpargatas abiertas. Estoy vestido de tres distintas nacionalidades indígenas, pero en ese momento no lo sé: estoy vestido de indio y a la profesora poco le importa de cuál. Antes de la declamación las manos me sudan y repito el poema en la cabeza. Repito los nombres. Lo que más me cuesta son los nombres: Bernabé Ladña, Molleturo, Cojitambo, Sebastián Caxicondor, Zhoray, Cotopilaló, Tanlagua, Tomás Quitumbe. Se me olvida el orden y tengo que empezar de nuevo y en mi cabeza todo se enreda. Son palabras extrañas. Un dolor que no entiendo. Durante todos los ensayos la profesora me dice que tengo que sufrir más, retorcerme más, llorar si es que me es posible. Que se me quiebre la voz, que se me doble la espalda en cada “tam”. A mí tam. A José Vacela tam. Y que grite cuando diga Pachacámac: Dos hijos muertos a látigo. Oh, Pachacámac, y yo, a la vida así morí. Y que caiga sobre mis rodillas cuando hable de los fuetazos, y que detenga el ritmo cuando hable del vómito de sangre, y que luego me vaya parando cuando hable de como ahora toda esta tierra es mía y que termine levantando los brazos cuando empiece a decir que regreso, que regresamos. Se emociona la profesora. Yo no sé por qué. A mí me pica el poncho y me estorban las alpargatas. Cuando debo empezar a recitar, la luz del escenario me enceguece; me pega de frente en los ojos como luz del sol a mediodía. Parado en el escenario la luz no me permite mover los labios. Quedo detenido mientras la profesora, detrás de una cortina a un lado del escenario, me alienta y repite el inicio del texto que ella adaptó para que yo no memorice tanto: Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña. Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal, Tanlagua. Sí, mucho agonicé. Sudor de sangre tuve en Caxají, Licto y Conrogal... Yo sigo parado con mi poncho, mi sombrero, mis alpargatas y mis once años en ese escenario donde ya otros recitaron el mismo poema. El que mejor lo haga, el que más sufra, gana el interescolar de declamación. Mi silencio se siente como sufrimiento y la profesora todavía no se alarma, pero me susurra las líneas para no desesperar. Logro mover la cabeza para evadir la luz, miro el teatro repleto de niños y niñas de mi edad. Llevo mi mano hacia el sombrero duro y redondeado, me lo saco y lo ubico sobre mi pecho sosteniéndolo con mis dos manos. Doy un paso adelante: Yo soy Juan Atampam...

RÍO / AGUA

(con traducciones de una Introducción a la Química Minera)

Cuando el hidrógeno se quema en el aire

Cuando pasa por óxido de cobre caliente

Hay agua.

Por acción de ácidos con sodios

Por acción de ácidos con hidróxidos

Destellos de color en el agua.

El agua a cuatro grados centígrados se calienta

disminuye su densidad

llega a los cien grados

hierve

se trans-forma en humo.

El agua disuelve al aire y a la gran mayoría de gases.

Un agua que no se ve. Se desplaza.

SUELO / AGUJERO

(con traducciones y remezclas de un poema borrado y una enciclopedia)

Hay que asomarse por debajo

a la formación a explotar de la superficie,

con un recubrimiento pequeño hueco tan grande,

y tan viejo, abierto o cantera,

a aquellos aprovechamientos de la tierra

y ver la explotación

Agujeros cielo abierto con vistas a su utilización

reproduce el agujero

hunde la escuela, de la superficie.

Cuando la profundidad de la llama mineral. La llama mineral.

El estéril excavado se denomina, genéricamente, estéril, mientras que en la superficie del terreno

de arriba la tierra se desprende. La piedra vuelve a ser piedra.

Se conoce como minería a cielo tierra

como ocurre con la arena.

Los elementos químicos, como las plantas, se comunican en su movimiento. Su movimiento es dado por la reacción que tiene un compuesto en relación con otro. A ese lenguaje se lo traduce en fórmulas químicas. La química inorgánica se escribe en términos acumulativos a diferencia de la orgánica, que se escribe en forma de esquemas. En la primera, tenemos elementos que se acumulan en átomos, en moléculas. Átomos que al acumularse se transforman en moléculas. Como se sabe, dos átomos de hidrógeno unidos a un átomo de oxígeno forman una molécula de agua (H más H H. más O H.O). El oro, antes de ser Au, era un dibujo del sol. La plata, antes de ser Ag, era una luna.


En los suelos en los que existe concentración de oro y plata también hay cobre y zinc.

Ahora, para extraer estos materiales se sabe que hay que excavar en el suelo, separar el sustrato en caso de que la ubicación del mineral en cuestión sea superficial.

Resta imaginar los silencios de los elementos.

Quizá callan cuando se mueven hacia (a)dentro del suelo,

cuando se incrustan en capas cada vez más profundas,

cuando se esconden.

Si se presta la atención suficiente (atención molecular).

Quizá

sus conversaciones subterráneas

vibran.

Un silencio traducible al nuestro.

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Referencias

Barad, K. 2003. Posthumanist Performativity: Toward an Understanding of How Matter comes to Matter. Signs: Journal of Women in Culture and Society 28(3), 801-31.

Bennet, Jane. 2010. Vibrant Matter: A political ecology of things. Duke University Press.

Dávila Andrade, C. 2015. El dolor más antiguo de la tierra: Antología Poética. Visor Libros.

De la Peña, Alonso. 1754. Itinerario para párrocos de indios. A costa de los hermanos de Tournes mercaderes de libros, Amberes.

Domínguez Ruvalcaba, H. 2016. Translating the Queer: body politics and transnational conversations. Zed Books.

Ingold, T. 2002. The perception of the environment: Essays on livelihood, dwelling, and skill. Routledge.

Povinelli, E. 2016. Geontologies: A Requiem to late liberalism. Duke University Press.

Rivera-Garza, C. 2019a. Fincar sobre tierra firme: la escritura geológica de Gerardo Arana.

Rivera-Garza, C. 2019b. Un cerro lleno de balas: Una escritura geológica de Juan Cárdenas. Literal Magazine. 16 de julio. lliteralmagazine.com/un-cerro-lleno-de-balas-viejas-una-escritura-geologica-de-juan-cardenas/

Spinoza, B. 2000. Ética demostrada según el orden geométrico. Trotta.

Yusoff, K. 2018. A billion black anthropocenes. University of Minnesota Press.