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Praxis

Las piedras hablan: testimonios de un pueblo minero

Roldana Artes Vivas
Roldana Artes Vivas, México

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Universidad San Francisco de Quito USFQ, Ecuador

ISSN: 1390-9797

ISSN-e: 2631-2670

Periodicidad: Anual

vol. 8, núm. 1, 2022

posts@usfq.edu.ec

Recepción: 15 Abril 2022

Aprobación: 15 Mayo 2022



DOI: https://doi.org/10.18272/posts.v8i8.2648

Resumen: Solemos percibir a la Tierra como el escenario donde acontece la vida, especialmente con la vida humana como protagonista de la historia. No obstante, las formaciones geológicas contienen la escritura de otra historia donde la nuestra es apenas un instante fugaz. Desde Guanajuato, México, recopilamos narraciones de lo mineral, sus signos, sus tesoros y sus voces..

Palabras clave: voz de los minerales, Guanajuato, minería, metales preciosos, Tierra.

Abstract: We tend to perceive Earth as the setting where life occurs, especially with human life as the main character of the story. Nevertheless, Earth’s geological formations contain the script of another story, where ours is just a fleeting moment. From Guanajuato, Mexico, we collect narratives of the mineral, its signs, its treasures, and its voices.

Keywords: voice of the minerals, Guanajuato, mining, precious metals, Earth.

Dos aventureros que viajaban de Ciudad de México a Zacatecas en los primeros años de la conquista española se quedaron a dormir en medio de la sierra. Para acunar un fuego, juntaron algunas piedras. Al observarlas a la luz de las llamas, se dieron cuenta de que contenían metales preciosos. Así comenzó, hace cinco siglos, la extracción ininterrumpida de plata y oro en Guanajuato.

Al principio, esos minerales se encontraban en la superficie. Después, fue abierta la tierra con palas, picos, máquinas rudimentarias; con el sudor y la sangre de hombres que cavaron innumerables tiros, socavones y túneles. Se perforó la tierra con explosivos, con máquinas cada vez más elaboradas impulsadas con motores de carbón, de combustibles fósiles, de energía eléctrica. Se talaron bosques de encino para alimentar a las máquinas. El polvo trizó pulmones. Emanaron gases nocivos de las grietas. Se reventaron mantos acuíferos y el agua fue bombeada hacia la superficie. El material extraído se procesó en molinos con fuerza humana y animal. Una gran revuelta devino independencia nacional. Vinieron los mejores ingenieros de la época, se fundó una universidad especializada. Se aplicó la más moderna tecnología para reducir costes y desperdicios. Muchos murieron por accidentes, enfermedades, asesinatos e intrigas. Se construyeron plantas de beneficio y presas de jales. Todo eso sucedió en cuatrocientos ochenta años. En un parpadeo.

Las calles principales de Guanajuato maravillan con sus imponentes edificios construidos en las bonanzas. La ciudad se vende bien al turismo, actividad económica principal. Los turistas se aglomeran en las pequeñas plazas, hacen fila para caber en las estrechas banquetas, obstruyen los callejones con su andar caótico. A pocos kilómetros de aquí, la extracción y el beneficio de minerales no cesan. El bullicio del fondo de la cañada contrasta con el silbido del viento en lo alto de los cerros, quebrado por el paso de camiones de carga que desfilan incansablemente. Las vetas se han agotado con los siglos, pero la tecnología de hoy permite excavar más profundo y hasta obtener riqueza de materiales que en otro tiempo fueron desechados.

Las vetas corren a través de los cerros que bordean tres cañadas principales y muchas otras de menor extensión. En la abrupta geografía, los pequeños poblados y una zona urbana se esparcen como constelaciones, todo conectado entre sí a través de sinuosas carreteras y caminos que se pueden transitar en vehículo o, la mayoría de las veces, solamente a pie. Se camina mucho en Guanajuato: se callejonea en la urbe y se cerrea en las comunidades. Se baja, se sube. Los minerales en todas sus formas se destacan en el paisaje superficial y en el subterráneo. No nacen ni mueren; se forman en ciclos naturales de miles de millones de años, y pueden ser transformados en un parpadeo.

Las máquinas no duermen

Imagina que estás en la cama y escuchas a lo lejos el rugir de un camión, un rugido largo y con eco. Luego, segundos de silencio, como si el camión respirara un momento, se suspendiera, para volver a arremeter con el mismo sonido, pero ahora más cerca. Algo le cuesta a esa máquina: tal vez una subida de calle o el peso de su carga. O las dos. Abres los ojos. Son las cinco de la mañana y el cielo, de azul oscuro, despide la noche. Te asomas a la ventana y ves la calle vacía. Pero el sonido sigue ahí, y se repite a cualquier hora.

Las máquinas no duermen

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Audio

En la carretera de una sola vía que conduce a Mineral de la Luz hay, hacia donde se mire y regados por la berma, fragmentos de rocas con pequeñas cantidades de mineral. El más reconocible es el cuarzo blanco, pero hay otros con diversas formas y colores. Son parte de las entrañas de la Tierra. Después de una explosión subterránea, los fragmentos son cargados en la tolva de un camión de veinte toneladas, que luego se dirige hacia el lugar donde serán procesados hasta obtener unos cuantos gramos de metales preciosos, que no sabemos a dónde serán destinados al final.

Figura 1
Figura 1

Los residuos de la minería se acumulan en las llamadas presas de jales, arenas muy finas en volúmenes tan grandes que se pueden observar con facilidad en imágenes satelitales. A lo lejos se distinguen de las presas de agua por su color blanco. Fotografía: Rodrigo Cuevas.

Las empresas mineras actuales operan con capital de compañías canadienses. En siglos anteriores fueron estadounidenses, inglesas y españolas. Cuando se agota el mineral que les interesa, esas compañías simplemente se van. O, como dicen en otros lugares de Latinoamérica: aquí la pobreza, allá la riqueza. Una historia de minas ricas y pueblos pobres.

El sueño de Ángel

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Los humanos se parecen a los minerales en sus historias de explotación. Esta región del Bajío tiene un pasado prehispánico poco conocido. Mooti es uno de los nombres antiguos de Guanajuato y significa “lugar de metales” en la lengua de los pueblos chichimecas copuces y cascabanes. Con esas pequeñas tribus se encontraron los españoles que venían explorando desde la capital de la Nueva España hacia el septentrión, y que trajeron consigo gran número de indígenas de otras etnias, negros y mulatos, quienes realizaban las labores más pesadas en las minas, aun a costa de su vida. Al cabo de pocos años, ellos enfermaron de silicosis o murieron a causa de accidentes. La genealogía de los actuales habitantes se pierde en sucesivas migraciones de aventureros de todas las clases sociales, originarios de diversas partes del país y del mundo, que en este lugar de metales encontraron su buena o mala suerte.

Figura 2
Figura 2

La minería es un oficio tradicionalmente masculino, pero los peligros que viven los hombres los sufren quizá más sus madres, sus hermanas, sus esposas, sus hijas. La Dolorosa, madre que llora por el oscuro destino de su hijo, es el símbolo sagrado del dolor femenino, que también podría ser el de la tierra herida. El Viernes de Dolores, conocido como Día de las Flores, es una de las festividades más importantes de Guanajuato. Fotografía: Rodrigo Cuevas.

Conforme la tecnología se ha ido perfeccionando aumenta la rapidez de los trabajos y la producción de riqueza, pero ha sido hasta el siglo XX, y gracias a la lucha obrera, que se implementaron sistemas de seguridad para los mineros.

Dentro de las minas se mueven los hombres, las herramientas, las máquinas, los explosivos y los minerales con calculada precisión. El mínimo error o descuido puede provocar un accidente fatal. En el pasado, la divinidad favorecía la suerte de los empresarios y protegía la salud de los trabajadores: los mineros todavía se encomiendan a la Virgen María, a Cristo, a algún santo, se persignan frente a su imagen, le encienden una veladora y se adentran en las ciudades subterráneas, en sus oficios y sus riesgos. El minero siente en su corazón que la tierra está viva.

La veta se queja

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Entrevista con Rogelio Anguiano, exminero y hoy guía de turistas. Audio

El escritor y periodista guanajuatense Alfonso Ochoa Tapia (2021, p. 105) narra esta historia:

Me contaron un caso extraordinario: un tipo se cayó a un tiro de más de cien metros de profundidad, y cuando sus compañeros bajaron a rescatar lo que creyeron sería su cadáver, se encontraron al hombre —Epifanio creo que se llamaba— vivo, fume y fume: se había alcanzado a agarrar fuertemente de un cable. Y a pesar de que tenía las manos en carne viva, sujetaba el cigarro con los dedos despellejados y sangrantes porque no podía dejar de fumar. A Epifanio desde ese día le apodaron el Diablo, porque los que lo rescataron dicen que parecía un diablo allí en el fondo del tiro, pues de repente se puso a reír a carcajadas.

El barro y la cantera

En esta región habitan rocas y arcillas que son moldeadas por el humano. Arcilla y agua: barro. El trabajo con el barro surgió en Guanajuato como alternativa laboral cuando se paraban las minas debido a conflictos armados, como cuando ocurrieron la Guerra de Independencia y la Revolución Mexicana, o bien, cuando la extracción ya no convenía a los patrones. Dicen que la necesidad hizo del minero, alfarero. Así se formaron a mediados del siglo XX los barrios de artesanos en San Luisito y Cata, donde de cada diez casas nueve eran alfarerías. Hoy quedan aproximadamente veinte alfarerías que trabajan a mano con la técnica tradicional del torno.

La tierra roja de Santa Rosa y la de color negro de Yerbabuena se mezclan en el patio de don Alejandro Fonseca, de sesenta y cuatro años, heredero de una de las que fueran las más grandes alfarerías de Guanajuato. Ese barro sale, convertido en cantarito o en maceta, a diversas ciudades del país para su comercialización. Al fondo del patio de la alfarería de don Alejandro, en un pequeño cuarto, encontramos a uno de sus artesanos detrás del torno. Sus pies controlan la rueda inferior, que gira con la energía que le da un motor eléctrico, mientras que en la rueda superior sus manos moldean las piezas, que aparecen una por una a gran velocidad, como en un acto de magia. Alrededor del artesano hay decenas de tablones con cientos de cantaritos listos para ser secados al sol y posteriormente ser cocidos en un horno de leña.

El nombre del alfarero es José Luz Ramírez, de cincuenta y un años. Lo conocen como Sore. Sin detener su faena, nos cuenta que el barro sirve también para combatir las lombrices que parasitan el estómago y los intestinos, y que se usa además para desinflamar y cicatrizar. Una vez él se puso barro fresco en una herida, y sanó.

Figura 3
Figura 3

Sore trabaja para don Alejandro desde hace varias décadas y es quien más experiencia tiene con todo tipo de figuras y técnicas de alfarería: “Lo más importante es sobar el barro, porque si no lo sobas, no te salen las piezas”. Fotografía: Sandra Ramírez.

Mientras los alfareros amasan el barro, los canteros cincelan la cantera, para ir dándole forma. La cantera o toba volcánica abunda excepcionalmente en Guanajuato, tanto en su estado natural como en su forma dimensionada y pulida en muros y figuras de ornato.

“Si las rocas hablaran, ¿qué dirían?”. Le preguntamos a don Santos Aguilar Ulloa, de setenta años, habitante de Calderones, quien se dedica a la extracción de cantera: “¿Qué me diría a mí la piedra? Que no la corte, que le duele. O ‘¡Déjame ahí!’... Así, estaría más trabajosa la cosa. No, cuidado con que hablaran. En el caso de las mineras, dirían ‘¡Me están robando!’. Por eso, mejor que no hable la piedra”.

Figura 4
Figura 4

Los extractores de cantera trabajan en solitario y a mano, sin más herramientas que sus martillos y sus cinceles. Fracturan la eternidad de la roca al ritmo de su respiración, de los latidos de su corazón. Una especie de tic-tac se escucha mientras hacen aberturas precisas en la roca, que poco a poco se agrieta, se parte y cae. Fotografía: Sandra Ramírez.

La cantera verde es apreciada por su resistencia y sus claras tonalidades turquesa. Han venido de todas partes del país a llevarla porque sólo hay en Oaxaca y Guanajuato. Es un material de lujo con el que antiguamente se decoraban las fachadas de casas y edificios de la clase alta. También las casas de Calderones son de cantera verde, menos trabajada y quizá por eso más bella e imponente.

Don Santos camina entre los cerros con una vitalidad que impresiona. Es como un librero del horizonte que identifica tomos gigantes por sus colores: verde, rosa, gris, café. Por su tonalidad conoce la dureza de la roca. Mira su espacio, de unos dos mil metros cuadrados, delimitado por una quebrada a un extremo y por una piedra redonda al otro, y reflexiona: “Lo que yo tengo ya no me lo acabo, ¿cuándo me lo voy a acabar? Cuando uno se va, ahí se queda todo”. Aunque hay material de trabajo, le preocupa la falta de clientes. “Yo no gano mucho por sacar la cantera, pero sumando lo del flete y la mano de obra, se les hace caro”.

Figura 5
Figura 5

En una zona residencial es construida una casa de lujo cuya estructura es de cimientos de concreto y vigas de acero; las que serán paredes contendrán en su interior fibra de vidrio como aislante termoacústico. Fotografía: Sandra Ramírez.

Formas esparcidas

La intensa actividad volcánica de otras eras determinó la diversidad geológica de Guanajuato, según nos explica Gustavo Cabrera Flores, geólogo y periodista. “Suponemos, o nos imaginamos, que las formaciones siempre han estado así porque las vemos estáticas, pero, si uno se fija bien, presentan características que nos hablan de movimientos y cambios lentísimos o bruscos”.

Es frecuente encontrarse con grandes formaciones rocosas que han sido nombradas por las personas según lo que ven en su imaginación: La Leona, El Rostro de Cristo, Guanajuatito Encantado, por ejemplo. Al darles un nombre, las acercamos a nuestra comprensión; les asignamos cualidades, identidades e historias legendarias.

En la zona de Los Picachos hay numerosas rocas gigantes que parecen estar suspendidas en el aire, es decir, que se sostienen apenas de diminutos basamentos naturales. Hace millones de años algún terremoto hizo colapsar rocas muy duras que cayeron atrapadas y fueron cubiertas por cenizas volcánicas. Esas cenizas se compactaron, pero el viento las fue erosionando hasta topar con las partes duras.

Figura 6.
Figura 6

Una vez, dos amigas se disputaron unas verdolagas silvestres, pues cada una quería llevarlas a su casa para comer. Como castigo a su cólera, se convirtieron en las piedras que hoy conocemos como Las Comadres. “En Calderones dicen que Las Comadres susurran cuando el viento las azota”. Fotografía: Benjamín Segoviano.

“¡No fue mi culpa!”, parece exclamar otra piedra, ubicada en El Cedro. Cuentan que en una mañana lluviosa, un grupo de niños jugaba mientras se encaminaba rumbo a la escuela. Corrían de un lado a otro y reían. El sonido del barro pedregoso se camuflaba con sus carcajadas, cada vez más estridentes, que hacían eco en las peñas. En un rápido movimiento, uno de ellos subió a una roca que se suspendía al borde del camino, pero no alcanzó a permanecer siquiera un segundo cuando resbaló y cayó cerca de la base de la roca misma. Ésta se desprendió y se derrumbó aplastando la cabeza del niño. Toda la comunidad se enteró de la tragedia. Era 10 de mayo, y se suspendió el festival del Día de la Madre que iban a realizar en la escuela.

A los pies del Chichimeco

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Entrevista con Gustavo Cabrera Flores, geólogo y periodista. Video

Lo pétreo: la eternidad y lo sagrado

En Guanajuato hay innumerables historias de muerte que las piedras han protagonizado o atestiguado, como aquellas de los hombres en el fondo de una mina, de las vacas que bebieron agua de un arroyo contaminado, de los encinos que se quemaron en incendios forestales, etcétera. Hombres, vacas y encinos se descomponen y se integran a la tierra. Volveremos a ser lo mismo, uno solo, cuando seamos un volcán o un fondo marino. Siempre parte de la Tierra.

Pero los cuerpos orgánicos a veces se fosilizan, como ocurrió con algunos cadáveres del Panteón de Santa Paula. Al ser exhumados, se descubrió que se habían momificado de forma natural y, tras realizar varios estudios, se encontró que el proceso se debió a las particularidades climáticas de cierta época, que se conjuntaron con las características físicas, químicas y biológicas del territorio minero que es Guanajuato (tal como ocurre en otros lugares del mundo). Los tejidos blandos, en lugar de pudrirse, se desecan y se vuelven rígidos, aunque pueden tener partes frágiles. Las momias del Panteón de Santa Paula fueron sacadas de sus tumbas y llevadas a un museo, para exhibirlas. Pero, por mucho que se les conserve en ese recinto, algún día serán otra cosa. Los minerales mueren en una lenta metamorfosis y, paradójicamente, viven, si entendemos lo vivo como lo que persiste en el tiempo.

“Hacia el sur de Guanajuato está el cerro de El Paxtle, que, visto desde el cerro de El Piloncillo, se empareja con el cerro de El Sombrero, y lo completa en una parte donde El Sombrero está mocho. Para los indígenas antiguos, esa cópula representaría el punto de unión de Mesoamérica con Aridoamérica. Al sur, la vida: la tierra fértil, la agricultura. Al norte, la muerte: la cacería, el nomadismo”, explica Cabrera Flores (2021).

Figura 7.
Figura 7

La presa de La Purísima recibe los afluentes de los ríos Guanajuato, Chapín y La Trinidad. El Zangarro fue anegado para evitar inundaciones en la ciudad de Irapuato. Fotografía: Sandra Ramírez.

Se puede subir El Sombrero a pie, en media hora, desde la comunidad de Cajones. Es una formación rocosa emergida de un valle que en 1978 fue inundado para construir una presa. Bajo las aguas fue sumergida la comunidad de El Zangarro y, con esta, parte de los vestigios arqueológicos de un pueblo prehispánico asentado ahí durante el periodo postclásico.

Cuando el agua baja en tiempo de sequía, se asoma el Templo de la Virgen de los Dolores. Ese fenómeno, común a muchas presas modernas, no deja de revelarnos una verdad: mientras los humanos pasan, las piedras se quedan. Eso mismo nos dice El Sombrero cuando descubrimos unos sorprendentes grabados en sus rocas: espirales, líneas punteadas y círculos concéntricos se distribuyen en la parte alta del cerro. Al estudiar esos petroglifos, algunos arqueólogos especulan que en ese lugar se llevaron a cabo ritos de renovación en la sucesión de las temporadas seca y húmeda. Es decir, que a través de esos símbolos los humanos agradecían o pedían por lluvia.

Los pueblos que construyeron el templo y que marcaron las peñas ya no existen, pero sí las formas labradas de la piedra donde se inmortalizó lo esencial: lo sagrado. La reverencia a Dios o a los ciclos de la naturaleza puede ser algo que estamos olvidando. Confiamos cada vez menos en fuerzas superiores al empeñarnos en racionalizar y controlar todo.

Mineral de Villalpando

Otro templo antiguo persiste en el corazón de un pueblo fantasma llamado Villalpando, en medio de la sierra. Se dice que el pueblo llegó a tener cientos de habitantes pero que estos se fueron poco a poco siguiendo la ruta del trabajo y atraídos por la vida moderna.

Junto al Templo de San Lorenzo, construido de cantera y piedra en el siglo XVIII, se encuentra el tiro principal, con su malacate del siglo XIX, una estructura piramidal de barras metálicas cuyo mecanismo desenrollaba un grueso cable para sostener cargas pesadas. Por ahí bajaba la calesa o jaula, llena de trabajadores, y de ese cable dependía su vida. Por ahí también subía el material extraído, que luego caía por rampas a los camiones de carga que lo transportarían hacia la planta de beneficio, ya en el siglo XX, ubicada a pocos kilómetros.

Figura 8.
Figura 8

Varios exvotos o retablillos de hace más de un siglo dan testimonio del agradecimiento por los milagros recibidos, la mayoría relacionados con accidentes en las minas. Fotografía: Sandra Ramírez.

De entre la vegetación que lo cubre casi todo, sobresalen muros y cimientos de lo que fueron viviendas y edificaciones para la minería. Villalpando, como gran parte de Guanajuato, está ahuecado. Tres siglos de presencia humana se leen en la ausencia de mineral, en la sensación de vértigo al asomarnos a los tiros, en la prolongada caída de una piedra arrojada.

Sin embargo, una vez al año los últimos habitantes del pueblo, sus descendientes y personas de comunidades cercanas, celebran la Fiesta de Villalpando, dedicada a la Virgen y a los santos que bendicen el lugar. Heredaron el arraigo de unos antepasados que de tanto trabajar en las minas y de tanto caminar los cerros abrazaron su espíritu a la tierra, como las raíces de un viejo cedro que crece frente al templo. Ese vínculo resiste al vaciado de las vetas, al tiempo, a la muerte, a las migraciones.

Felisa Villa, originaria de El Cubo, participa en la organización de la fiesta junto a su esposo, Florentín Rodríguez, quien es originario de Villalpando. También sus hijas, Flor y Diana, así como Lorenzo Reyna y su familia, se unen a los preparativos de la celebración.

La Fiesta de Villalpando

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Entrevista con Felisa Villa. Audio

Si como humanos somos sensibles a lo inmaterial, tal vez las rocas y los minerales perciban otras realidades o influyan en un plano etéreo, como afirman algunos vendedores de cuarzos ante el asombro de los turistas.

La facilidad con la que las máquinas extraen toneladas de mineral, la inmensidad de los jales y las lamas (desechos de la minería), el derrumbe lento de las construcciones de piedra y la rápida edificación de otras de cemento y concreto nos hacen pensar en la palabra voracidad. Si nos detuviéramos, tal vez seríamos capaces no solo de escuchar, sino también de sentir el planeta con todo nuestro ser.

Una noche de enero, en la carretera de El Cubo pudimos ver uno de los cielos más estrellados de nuestras vidas, y pensar: allá también hay rocas y minerales, un día los asteroides y la Luna serán minados con quién sabe qué tecnología. El tiempo de la Tierra, el de la eternidad, es también el de los cuerpos celestes. Mientras hablábamos de esto, el viento silbaba entre las peñas. post(s)

Referencias

Ochoa Tapia, A. (2021) Los mineros muertos. 22 de abril de 1937. La lucha sindical. Guanajuato: Edición propia.

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