Fragmento de retratos de interseccionalidad en el Caribe: La historia de tía Cruzita

Lizette Nin
Universidad Autónoma de Santo Domingo, República Dominicana

post(s)

Universidad San Francisco de Quito, Ecuador

Recepción: 30 Julio 2021

Aprobación: 30 Agosto 2021



DOI: https://doi.org/10.18272/post(s).v7i1.2492

Cómo citar: Nin, L. (2021). Fragmento de retratos de interseccionalidad en el Caribe: La historia de tía Cruzita. En post(s), volumen 7 (pp. 354­361). Quito: USFQ PRESS.

Resumen: El negre en Abya Yala no sabe de dónde viene. El negre en Abya Yala no tiene historia, más que la del bote y el secuestro. El negre en Abya Yala solo sabe que no pertenece, que es una especie traída (secuestrade), rechazade por todes, y que a latigazos aprendió, que ser quien es. Este fragmento habla de una mestiza y su historia. Habla de cómo se replicaba el maltrato y el dolor que el colonizador y el secuestrador, perpetraron por muchos años. Esta historia habla de nosotres les hijes del secuestro, de la violación, del racismo, en una isla donde no había hacia dónde huir y donde vivimos otros dolores.

Palabras clave: afrocaribe, interseccionalidad, azúcar, colonialismo, isla.

Abstract: Black people in Abya Yala do not know where they come from. Black people in Abya Yala have no history, other than that of the boat and the kidnapping. Black people in Abya Yala only know that they do not belong, that they are a species brought (kidnapped), rejected by everyone, and that they learned through whip­ping, that they were who they are. This fragment talks about a mestiza woman and her history. This history talks about the mistreatment and pain that the colonizer and the kidnapper perpetuated for many years. This history talks about us, children of kidnapping, rape, racism, on an island where there was nowhere to run and where we experienced other pains.

Keywords: afrocaribbean, intersectionality, sugar, colonialism, island.

Tía abuela Cruz era una de muches hijes de mi bisabuela Natalia, ella fue lo más cer­cano a una abuela y la única que me contó historias de cómo era ser como soy, pero en sus tiempos. Cruzita era una negra de piel clara y ojos claros, con cabello crespo, que, sospecho, era de un castaño claro en su juventud. No era estudiada, pero tenía un cierto presentimiento de cómo sería el curso de su vida. Como nunca tuvo hijes, cada vez que me visitaba me contaba historias. Creo que lo hacía en un ejercicio de la memoria antes de perderla, y por ese deseo ardiente de no ser olvidada.

Figura 1.
Figura 1.

Cosechando caña de azúcar, 1920. Imagen: cortesía de Library of Congress.

Su historia es al mismo tiempo la historia de mi país y de las más empobrecidas. Nació en la provincia de La Romana[1] , en el este de la isla, cerca del central Romana, que es donde se cosecha la mayor parte de la producción de azúcar en el Caribe. Sus dueños son el fruto de una unión casi monarcal entre un productor de azúcar y la hija de otro gran productor azucarero español. Esto para que recordemos que la colonización no terminó cuando nos hicimos República.

El Caribe siempre ha sido para mí azúcar, islas llenas de sangre y azúcar: cada té que se endulza o golosina que se come en Europa tiene un poquito de sangre del Caribe. Detrás de cada chuche que se comen les niñes aquí, hay una persona ne­gra que se corta la piel caminando entre los campos cañeros. Alguien que tiene las manos duras y con callos por la manipulación de un machete, que muere enfermo por los pesticidas. Existen personas negras que a pleno sol, con pagas mínimas y sin seguro médico o plan de pensión, hacen que ese dulcecillo sea posible.

Cada casa grande en Europa, cada calle pavimentada, tiene sangre y muerte de al­guna especie en alguna parte. El costo de este ‘progreso’ del que yo era ajena hasta que crucé el Atlántico por primera vez, en 2018. Hay humanos en las islas que siembran, queman y alimentan monocultivos inmensos de cacao y azúcar desde la colonización para que existan chocolaterías, dulcerías y una bollería exquisita que esos humanos que trabajan de sol a sol nunca podrán probar.

Lo bueno de que tu familia sea gente que trabaja en el ingenio cañero o cerca (este era mi caso) es la melaza, eso que sobra de cuando se refina la azúcar: un líquido marrón oscuro casi negro muuuuy dulce y ahumado que mi tía usaba para endul­zar las limonadas y que me servía cuando la íbamos a ver. Siempre me dijo que curaba los males femeninos, y era cierto: más de una vez sus brebajes disolvieron algún bulto o curaron males que no eran solo físicos.

Esto no es lo más importante de la historia de Cruzita, mi tía abuela, porque nació ajena a ello (lo de los dulces europeos y chocolates finos) y murió de la misma forma, sin saberlo en la feliz existencia del que ignora los males que engloban el capitalismo extractivista. Ella corría en el campo entre arbustos medianos y enredaderas. Igual que otras niñas, fue criada entre creencias que se fundamentaban en costumbres ilógicas; mayormente creencias católicas diseñadas para preservarlas castas.

Ella me contaba que se le prohibía comer limones o quenepas (limoncillos, la fruta más rica del mundo), o pintarse las uñas una vez que llegaba el periodo, porque esto era malo y volvía estériles a las señoritas. Uno de esos veranos llenos de calor, tía Cruz, una jovencita de no más de 14 años, se hizo una limonada y se escabulló para tomarla a las espaldas de su padre.

Pero triste fue su suerte cuando mi bisabuelo la encontró tomándose la limonada en su jarrito de aluminio. Este hombre sin corazón la castigó colgándola por las piernas boca abajo en un árbol. Me dijo que no entendía el castigo y lloró hasta que no tuvo más lágrimas. Estuvo colgada hasta la tarde.

Me la imagino colgando de cabeza como un péndulo humano meciéndose de un lado a otro, confusa, con el llanto ahogado, en el estupor de la tarde, con su vestido recogido entre las piernas. Contaba que antes de perder el conocimiento vio cómo su padrino llegaba en un caballo y le pedía al padre que la bajara, que ese no era un castigo para un humano y menos para su hija. Mi tía Cruzita se dio cuenta ese día de que su existencia valía muy poco, y se propuso escapar y ayudar a sus hermanas para salvarlas del mismo destino.

Figura 2.
Figura 2.

Punishment aboard a slave ship, 1792. Originalmente publicada en Londres (10 de abril de 1792). Library of Congress, Prints and Photographs Division, British Cartoon Collection, LC-USZ62-6204.


Crédito Lizette Nin.

Ella y sus hermanas vivían bajo el yugo de un padre abusivo y violento. Algo muy parecido a la realidad de la isla en ese momento, cuando éramos oprimidas por un régimen militar que nos prohibía hablar siquiera. Esas mismas ganas de escapar fueron lo que hicieron que ayudará a sus hermanas a huir cada vez que fuera posible. Una a una, las ayudó a casarse o irse por la ventana. Me decía que les buscaba refugio a ellas y a los novios, y les acomodaba las cosas porque, como era la mayor, era más fácil inventar una excusa para salir del hogar. Durante la noche, mientras mi bisabuelo dormía, las escabullía fuera de la casa, donde usualmente estaba el novio ya esperándolas.

Era un poco heroína, aunque también Cruzita era una chica contenta y amable pero muy seria, me contaba. Aun así terminó juntándose con un hombre casado, algo muy controversial en su época. Aquel pianista hizo que todo se le olvidara a mi tía abuela. Me lo describía como un negro elegante que vestía muy bien y que tocaba el piano maravillosamente. Sus principios de señorita seria se fueron por la alcantarilla. Las manos del pianista soltaron sus vergüenzas y alegrías, lo desató todo junto y nubló su razón más allá de sus desacuerdos con el régimen. El amor silenció su propio pensamiento y la unió al lado oscuro de la historia.

Cruzita se casó con el pianista del Jefe Trujillo[2] y bailó contenta entre los calieses (delatores de la oposición) y asesinos de les jóvenes que luchaban por la democracia y la justicia. Me contaba de la vez que su marido se lo presentó, y lo describía como un indio buen mozo y alto, muy amable y serio, hombre respetable que siempre hacía las mejores fiestas de San Cristóbal[3] o ciudad Trujillo en aquel tiempo.

El jefe fabricó una ciudad blanqueada, mudó a mujeres del norte de la isla con la piel más clara. Se decía a voces que a todas las había violado y mudado al pueblo. Trujillo abusó de niñas campesinas, ninguna podía negarse o moría. De hecho, hay una historia sobre tres heroínas que se negaron y murieron.

Tía Cruz no tuvo problemas porque tenía la piel clara pero facciones de mujer negra, y esto la hacía inmune ante el Jefe, que a pesar de ser afrodescendiente era racista. Pero él no fue el primer general mestizo que rechazaba su negritud para que no se le asocia a les negres y a les precarizades, era una réplica de una historia más antigua, de otro general mestizo.

El general Buenaventura Báez fue el primer presidente mestizo de la isla. Era hijo de un hombre blanco de Azua, dueño de esclavos, quien, como su mujer blanca no quedaba embarazada, violaba a las esclavas para perpetuar su nombre. Este fue el caso de Juana Méndez, una esclava del padre y la progenitora de este presidente mestizo y racista que se refería a los haitianos (aunque en realidad era a todo lo negro), expresiones de odio que perdudarían un siglo después, como lo evidencian los cuestionamientos de Juan Bosch.[4]

En 1850, en su “Manifiesto al Mundo Imparcial”, Buenaventura Báez dijo sobre los haitianos que “las ideas no tienen allí colocación; todo se reduce a sensaciones de mero instinto y este nada tiene de racional”. Desde su visión, “entre ellos el hombre no pasa de un instrumento, la mujer de una materia bruta, incapaz de ejercer influencia alguna en las costumbres”[5].


Crédito Lizette Nin.

Desde allí se perpetúa el racismo, dentro de un pueblo que en su mayoría es negro. Se encarna el rechazo a la melanina que nos recubre, a los labios gruesos que nos adornan y al pelo crespo que nos corona: nos reducen a no humanas. Así sigue la isla hasta el día de hoy, más de medio siglo después.

Tía abuela Cruz murió sin saber qué día era, pensando que su negro aún tocaba el piano y que el “El Jefe” estaba vivo. Nunca supo lo que era un chocolate con chu­rros, nunca tuvo pasaporte, y creo que en la demencia de los últimos días, deliraba recordando el olor a caña, el paso de los bueyes que labraban el campo, del día que colgaba como un péndulo decidiendo el destino de su vida, sin ninguna suerte porque el azar se ocupó de ella, como de muches otres. post(s)

Referencias

Lora, Q. (2014). La construcción de Haití en el imaginario dominicano del si­glo XIX (pp. 171 -204). República Dominicana y Haití: El derecho a vivir. Fundación Juan Bosch.

Notas

[1] La ciudad La Romana fue fundada en 1897, cuando le fue otorgada una concesión a una firma cubana por el Congreso Nacional para establecer una refinería de petróleo. En sus orígenes, La Romana fue una ciudad decadente y sin un futuro para sus habitantes. Los tipos de vegetación varían desde el bosque seco espinoso hasta el bosque nublado, pasando por bosques xeromórficos sobre sustrato de rocas ultramáficas, humedales, bosques latifoliados húmedos, pinares, etc. La diversidad ecológica de la isla Española se refleja en su riqueza florística, publicada por Alain Liogier (1978).
[2] Llamado «el Generalísimo» o «el Jefe» (en castellano: el Generalisimo o el Jefe), gobernó la República Dominicana desde 1930 hasta su asesinato en 1961. Ejerció oficialmente como presidente desde 1930 hasta 1938, y nuevamente de 1942 hasta 1952. En este caso gobernando de forma dictatorial con el apoyo militar. Rafael Leónidas Trujillo. Enciclopedia.cat. Barcelona: Grupo Enciclopedia Catalana .
[3] Fue creada en 1932 con el nombre de Provincia Trujillo en honor a su creador, el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina.
[4] Juan Bosch, escritor, historiador y político dominicano. Fue elegido presidente de la República Domi­nicana en 1962. En Para la historia dos cartas (1943), Bosch cuestiona las expresiones despectivas de Emilio Rodríguez y Ramón Marrero hacia los haitianos.
[5] Rodríguez, E. (1957). La guerra domínico-haitiana: documentos para su estudio. Impresora Domi­nicana, Ciudad Trujillo (pp. 244-248). En Lora, Q. (2014). La construcción de Haití en el imaginario dominicano del siglo XIX. República Dominicana y Haití: El derecho a vivir. Fundación Juan Bosch.

Información adicional

Cómo citar: Nin, L. (2021). Fragmento de retratos de interseccionalidad en el Caribe: La historia de tía Cruzita. En post(s), volumen 7 (pp. 354­361). Quito: USFQ PRESS.