La economía del fútbol colombiano: de la ilegalidad y el crimen al glamur globalizado

David Leonardo Quitián R.*

quitiman@yahoo.es

Nunca ha sido un asunto menor, Esa fue una falacia exitosa de la academia militante de los años setenta. El fútbol nació teniendo peso específico, por la estirpe de su cuna: en los albores del siglo XX fue traído por inmigrantes ingleses y por "criollos" que lo adoptaron como una práctica refinada en sus pasantías por el viejo continente y que mediante su ejercicio en el país (fundando guetos de clase, como los clubes sociales), consiguieron -en los términos de Bourdieu- una doble distinción: ante las clases populares que veían con embeleso la destreza de las técnicas corporales encarnadas en su realización y, de otro lado, ante sus propios padres que constituían la generación anterior, signada por el apego al mundo rural y la escasa alfabetización (Ruiz, 2010). La nueva burguesía leída en los términos de Nobert Elias (1988) como depositaria de un proceso civilizatorio, sustituía a la aristocracia rural,

Eugenésico. De buen tono. Civilizado. Así, su presencia en los medios de comunicación siempre fue visible ¿Cómo no publicar una práctica que contribuía -en los términos de la discusión de esas calendas- al mejoramiento de la raza? Por eso no es difícil hallar rastros de su génesis y desarrollo en la prensa capitalina y regional. De hecho, el registro más antiguo en Colombia (Diario El Telegrama), data de su nacimiento: en Bogotá, un 22 de junio de 1892, con presencia del presidente de la República (Miguel A. Caro) que presenció la partida de football entre dos equipos de la Escuela Militar (Santos, 2005:15).

Y al tener identidad noticiosa su práctica tendió, como sucede con todo lo que aparece en los medios, a popularizarse. Con la prensa se mantuvo intacto su cariz de "sport" (práctica de caballeros); pero la radio -de mayor espectro en su alcance consiguió "bajarle el tono" y fomentar su práctica en los estamentos de base. Vemos así una rápida transición que, en menos de tres décadas (de 1910 a 1940), dejó de ser de coto burgués, confinado a los campos del Country Club, el Polo Club y el Gun Club, para ser una práctica de dominio público que se tomó potreros y calles dada la simpleza de su juego. Difícil hallar una actividad más democrática: que fuese reclamada con igual vigor por ricos y pobres.

Y esa mudanza, vista con anteojos económicos, habla de un cambio en las relaciones sociales, apalancadas por gruesas transformaciones de la sociedad y -en general- del sistema: del establishment. Pasábamos de ser muchas comunidades de vocación campesina, malamente identificadas por el mito fundacional de ser la patria soñada de Bolívar, a ser una sociedad urbana, progresivamente integrada por prácticas como la Vuelta ciclística a Colombia creada en 1951 y el campeonato nacional de fútbol que vio la luz en 1948 (Quitián, 2009). Ya otros eventos, como los Juegos Olímpicos Nacionales de 1928 (en Cali) y las participaciones de atletas nacionales en certámenes como los Juegos Bolivarianos y los Centroamericanos, habían logrado una avanzada -en la idea de ser una sola nación- que el discurso político no lograba y que más bien impedía: era la patria liberal versus la patria conservadora en una guerra fratricida (Quitián, 2005: 58). O era, en el mejor de los casos, el "país político" y el "país nacional" al que se refería el caudillo liberal, Jorge Eliécer Gaitán, antes de ser asesinado, iniciando así la cruenta guerra civil conocida como "La Violencia" (1948- 1958).

Magnicidio que fue el pitazo inicial del torneo de balompié nacional, surgido como una intuición exitosa del régimen político de entonces. Ellos no habían leído a Norbert Elias (1992), pero sabían de su devoción popular y de la simpatía que generaba entre la dirigencia. Así, como un proyecto civilizatorio "desde arriba", brotó la primera liga en el inusual mes de agosto de 1948 (lo que demuestra el afán por su debut, tan sólo 120 días después de la muerte de Gaitán); inaugurada en un hipódromo de Medellín, que coronó campeón al cuadro más plebeyo de la capital (el Santa Fe, que no es gratuito que vista el color rojo) y que contó con apenas 10 equipos.

De allá aquí, muchas cosas cambiaron. El binomio fútbol- radio logró "lo que el Estado no prestó" para decirlo en clave de Sarló y Alabarcés (1998). Pero lo hizo de forma hechiza, claro está. A medias. No somos una nación imaginada en el sentido andersoniano (1993). Todavía esa tal integración, expresada en elementos clásicos de la nación moderna como el que delega el uso legítimo de la fuerza en un ejército, es algo lejano: en el país subsisten tres cuerpos armados de alcance nacional (las guerrillas de las Farc y ELN; los escuadrones paramilitares y las fuerzas regulares del Estado). Eso, además de las bandas del atomizado narcotráfico que controlan regiones y fracciones urbanas.

Lo anterior para, apenas, mostrar un elemento. Una síntesis de ese fracasado proyecto nacional es que aquí hubo una "modernización sin modernidad" (1992) o que existe una "modernidad postergada" (1998). Surge, entonces, la pregunta ¿Ese contexto, ¿cómo impacto al fútbol? Sin duda, de muchas maneras. Centrémonos en lo económico: en sus inicios, al no existir un Estado fehaciente, reinó la informalidad. El fútbol fue estrategia de "apaciguamiento" civil y su importancia gubernamental puede entenderse con la perspectiva del marxismo exacerbado de Gerard Vinnai (2003) que lo parangonaba como un factor de alienación social: el gobierno sólo fomentó la traída de estrellas extranjeras para entretener al pueblo.

Así, la colombiana fue la primera liga "pirata" del mundo, por lo que fue desafiliada de la FIFA y hubo que hacer una conciliación entre las partes (la Federación argentina fue la más afectada por ese éxodo de jugadores hacia ColombiaI). Y de ser declarada ilegal, pasó a ser la pionera del orbe en contar en las nóminas de los equipos participantes, hasta con todos los jugadores titulares de nacionalidades foráneas (Jaramillo, 2009). En Bogotá y Medellín destacaron los argentinos, en el eje cafetero y los santanderes los paraguayos; en Cali los uruguayos y peruanos y en Barranquilla los brasileros. No olvidemos que la última etapa del gran Heleno da Freitas fue en el Junior de Barranquilla.

Esa época exultante del balompié nacional se desarrolló entre 1949 y 1954. Fue denominada "El Dorado" en clara alusión al mito indígena, que alentó la ambición de los conquistadores por descubrir ricos yacimientos auríferos. Todo fue ilusión. Sí hubo oro, pero no el soñado por los europeos. Esa metáfora aplica para el fútbol nacional y hasta para el proyecto político de "apaciguar" mediante él: apenas se fueron las luminarias de pasaporte extranjero (en virtud del "tratado de Lima"), quedó un fútbol incipiente que no aprendió lo suficiente y tardó mucho en desarrollarse con el vigor que tuvo en el cono sur del continente. Así mismo, el "fútbol como cortina de humo" mostró su fracaso con el paso del conflicto bipartidista a la guerra de guerrillas surgidas promediando los 60's.

De 1954 a 1980 podemos hablar de una fase de consolidación nacional: con pocas estrellas del exterior e influencia marcada de Argentina. Fue la época de inauguración de los estadios que fueron asumidos por los gobiernos locales (los municipios) que acogieron el fútbol como patrimonio de las ciudades e imposibilitaron la consolidación económica de los incipientes clubes que, de esa manera, se quedaron sin el principal sustento que podían explotar esas instituciones en esos años: los ingresos por taquilla. Sólo un equipo del país funciona de manera cabal como un club al estilo inglés: el Deportivo Cali que tiene 1600 socios y es el único con estadio propio; el imponente "Palma Seca" que tuvo que cerrarse porque tenerlo abierto excedía las ganancias corrientes de la divisa vallecaucana.

Y de 1980 hasta finales de los 90's se da el segundo gran momento futbolístico. Sólo que esta vez ya no de forma vicaria, sino en cuerpo propio. Fue la época del ingreso de los dineros calientes del narcotráfico al negocio de fútbol que le era funcional: ante la negligencia paternalista del Estado de perdonarle deudas a los equipos por canon de arrendamiento de los estadios y de hacerse el de la vista gorda ante sus malos manejos (principalmente en la evasión de impuestos y la violación sistemática del código sustantivo del trabajo), la entrada de dólares obtenidos con la venta de cargamentos de cocaína fue asunto sencillo. Cero vigilancia y ausencia de contraloría. Pronto el Cartel de Medellín apadrinó a los equipos de esa ciudad y el de Cali hizo lo propio con los "diablos rojos" del América (Quitián, 2007).

"Fútbol como institución cero". Así lo llama la antropóloga brasilera Simoni Lahud Guedes (1977). El fútbol es una estructura versátil que se vacía de contenido y es susceptible de servir a regímenes de izquierda y derecha; a gobiernos democráticos y a mafias recalcitrantes. Los capos de la droga supieron interpretarlo bien: América de Cali ganó 5 títulos nacionales de forma consecutiva (1982 a 1986) y -con una verdadera selección sudamericana- (Falcioni, Bataglia, Cabañas, Gareca, Willington Ortíz, Rincón) disputó tres finales consecutivas de la Libertadores que perdió; mientras que Atlético Nacional, de Medellín, fue su principal rival en el país y logró levantar la Copa Libertadores de 1989 que fue el año en que se suspendió el torneo en el país, por el asesinato de un árbitro por cuenta de la mafia.

Fue la época de mayor lumbre a nivel de selecciones: regresamos a un Mundial después de 28 años al clasificar a Italia 90. Y repetimos en USA 94 dónde comenzó el fin de ese segundo "dorado": el narcotraficante Pablo Escobar fue abatido por la policía y se desvertebró el Cartel de Cali con la captura de los hermanos Rodríguez Orejuela. Con esos mecenas fuera del negocio, los equipos nacionales se vinieron abajo; incluidos otros "grandes" como Santa Fe y Millonarios que contaban con el auspicio generoso de narcos de menor pelambre (traquetos) que "blanqueaban" sus divisas invirtiendo en el glamoroso deporte de los guayos que, además, tenía un beneficio inapreciable (el deporte siempre consigue evadir sospecha): su rápido acceso al círculo de las élites económicas tradicionales.

Lo sucedido en el Mundial de Estados Unidos 1994 fue de un simbolismo trágico difícil de repetir. La maravillosa generación de Higuita, Córdoba, del 'Pibe' Valderrama, Leonel Álvarez, Rincón, el "tren" Valencia, Asprilla… no sólo clasificó con honores a esa Copa, sino que se colgó la chapa de favorita. Además, fue la generación del "parricidio": la del 5 a 0 a Argentina en Buenos Aires y la que protagonizó el descalabro de perder contra la -entonces- "Cenicienta" selección de Estados Unidos (lo que en el imaginario nacional suscitaba ira y vergüenza: ¡perder ante los gringos!), la que sufrió la rápida eliminación y la que vio morir acribillado al defensa Andrés Escobar (autor del autogol ante USA).

El Mundial de Francia 98 fue una lánguida sombra de esa generación y la Selección salió eliminada en primera ronda. Desde ese momento el negocio del fútbol pasó por un progresivo cambio de manos que tuvo sanciones ejemplarizantes, de economía moral, como el ingreso del América a la "Lista Clinton" donde el Departamento del Tesoro de EE.UU. congeló las cuentas y activos del club y lo dejó en condición leprosa (todos los sponsor se espantaron y hoy el equipo está en la categoría "B") y de asunción por parte del Estado de acciones de los clubes por cuenta de la "extinción de dominio" a los bienes de narcotraficantes. Con esa "limpieza artificiosa" del fútbol, los emporios económicos se animaron a pasar de meros patrocinadores o accionistas menores, a propietarios en toda regla: Atlético Nacional fue comprado por la burguesía antioqueña encarnada en la familia Ardila Lulle (dueña del emporio de las gaseosas y del canal y la radio RCN) que no sólo lo catapultó -con el mismo vigor de la época de la mafia- a los primeros lugares (ganando tres campeonatos), sino que fue más allá y es el patrocinador exclusivo del torneo nacional que pasó a llamarse "Liga Postobón".

Lapso de tiempo de 1998 hasta nuestros días, en que la vitrina colombiana se optimizó y el país ya es el quinto exportador de futbolistas del mundo (estamos en mora de establecer el peso de ello en la economía nacional) siendo su mercado el fronterizo -Venezuela, Ecuador, Panamá, Perú- y el regional -Cen- troamérica (México incluido), Argentina, Uruguay y Estados Unidos- dónde los colombianos son la mayor colonia de la MLS. En Europa Occidental las cifras son igualmente significativas: en la liga española la presencia de colombianos es la sexta y existen nacionales en casi todas las ligas del viejo continente, Asia e -inclusive- África. En pocas palabras: con el desaparecimiento de la estigmatización surgida por la cercanía con el crimen de las drogas, hubo una integración al mercado global que hoy tiene indicadores como el de la totalidad de titulares del equipo mayor jugando en el exterior, en Europa principalmente.

Otros siguieron ese ejemplo y el Junior de Barranquilla -por citar el caso más notable- ahora es más un producto de la tradicional familia Char (y de la cadena de supermercados Olímpica) que un mero capricho de tiempos anteriores. De igual manera, las alcaldías municipales y los mecenas locales con empresas legales han empezado a invertir y uno ve casos de patrocinios numerosos en las camisetas de los clubes, que nos hacen rememorar los antiguos uniformes de pilotos de la Fórmula 1 que tenían parches de sponsor por doquier.

En ese sentido, el caso colombiano -como acontece en la política- corre a la inversa de lo acontecido en el vecindario y en el entorno internacional: los números han mejorado gracias, en gran parte, a la des narcotización de la sociedad y al "ajuste de tuercas" que las instancias del Estado han empezado a infligir a las gerencias de los clubes. Así el negocio salió de ese bache oscuro de informalidad y ya empieza a ver réditos que cabalgan sobre promociones privilegiadas como la de la realización del Mundial Sub- 20 FIFA en Colombia, en el 2010, que mostró una cara distinta del país y que inyectó capital económico por valor de 250.000 millones de pesos (cifras de la presidencia) que le hizo decir a Joseph Blatter que "Colombia ya podía aspirar de nuevo a organizar una Copa que recompensara la renuncia que el país presentó para hacer el Mundial de 1986" que, finalmente, hizo México.

La historia de esa renuncia, es la de la oportunidad perdida.

Números que se reflejan en el encarecimiento de la liga nacional que es la del noveno patrocinio más caro del mundo, con 26 millones de dólares (superando a torneos como el portugués), en la que la totalidad de sus partidos se televisan (dos abiertos y los demás por PPV) y que al ser la tercera en importancia del sur continente (detrás de Brasil y Argentina), según la International Federation of Footbal History & Statistics (IFFHS) nunca se sale de las 15 más importantes del orbe en el último lustro.

Puede ser que el fútbol, al ser un reflejo de la sociedad, se porte como los macro-números del país que han creado el imaginario de que "Colombia es la economía más estable de la región" y eso sea tan así que ubique al país dentro del CIVETS (sigla creada por el economista Robert Ward para referirse a los mercados emergentes de Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica). Todo parece indicar que un mejor tiempo para el fútbol ha llegado. La clasificación al Mundial de Brasil es casi un hecho y eso puede ser la estela de un nuevo rumbo. Eso y el ambiente de firma de paz con la guerrilla de la Farc. Ese nuevo derrotero parece indicar que ya las narrativas de la guerra y la derrota perdieron su encanto y es el momento de obtener beneficios con otros relatos; en los que haya -al menos- una que otra victoria. En eso el fútbol y la economía se parecen: en que son sólo ilusión.

Referencias

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1 La masiva venida de jugadores de Argentina a Colombia, se dio por la huelga general de futbolistas en ese país, que fue aprovechada por empresarios colombianos. Siguiendo el ejemplo de los “albicelestes”, jugadores de Uruguay, Paraguay y Brasil arribaron al país en el periodo entre 1949 y 1954.

• Sociólogo y Magister en Antropología, Universidad Nacional de Colombia. Doctorante en antropología, Universidad Federal Fluminense (Brasil). Fundador de la Asociación Colombiana de Investigación y Estudios Sociales del Deporte-ASCIENDE. Miembro de ALESDE. Profesor de sociología de la Universidad Nacional- UNAD.