Los Estados (Des) Unidos De América

Juan Carlos Donoso

Profesor USFQ

cdonoso@usfq.edu.ec

El presente artículo esboza un breve análisis de la polarización de la cultura política en los Estados Unidos. Utilizando como evidencia hechos recientes ocurridos durante debates políticos y análisis empíricos realizados por varios politólogos, el artículo hace énfasis en la importancia de la cultura política para la consolidación democrática y en como ésta se ha ido erosionando en ese país, principalmente por el resurgimiento de la religión como un factor determinante en la política y a los intereses privados que están detrás del financiamiento de las campañas de los pre-candidatos.

En las últimas semanas he conversado mucho con mis estudiantes sobre cultura política. Como politólogo e investigador, este es un tema que me apasiona personalmente y sobre el cual trabajo a profundidad, utilizando la opinión pública como herramienta preferida. Como profesor de ciencia política, por otro lado, es un tema que cubro frecuentemente en clase, ya que generalmente acarrea interesantes debates y acaloradas discusiones entre los alumnos. La cultura política no es más que la manera de los ciudadanos de relacionarse con el sistema que los rodea. Esto incluye las percepciones, las actitudes y las acciones de las personas que afectan de alguna manera al sistema político. La importancia de la cultura política en la consolidación de un sistema democrático es algo que se discute en la ciencia política desde hace algunas décadas. En 1963,

Gabriel Almond y Sidney Verba escribieron "La Cultura Cívica", texto en el que describían los elementos culturales que una sociedad debía tener para ser compatible con la democracia. Con este libro como punto de partida, la cultura se convirtió en un campo de estudio virgen para la ciencia política, que comenzó a utilizar elementos de la sociología y la antropología para estudiar la cultura y relacionarla con varios sistemas políticos, principalmente con la democracia.

Tal vez el libro más importante escrito sobre este tema fue de Robert Putnam, quién inventó uno de los términos más utilizados para hablar de la cultura política de un país, el capital social. El libro se llamó "Haciendo que la democracia funcione" y fue un estudio de dos ciudades pequeñas en Italia, una en el norte y una en el sur. Las ciudades eran aproximadamente del mismo tamaño, tenían un número similar de habitantes y estaban regidas bajo el mismo marco institucional, sin embargo, una ciudad florecía mientras la otra se estancaba. Putnam pasó varios meses en ambas ciudades y llegó a la conclusión de que lo que diferenciaba a una ciudad de la otra era la cultura. Notó que en la ciudad norteña la gente se juntaba más, no necesariamente con fines políticos, sino para resolver los problemas de la comunidad, o simplemente para realizar actividades recreativas, como ligas de fútbol o juegos de cartas. El capital social, es decir, la acción colectiva, generaba un sentimiento de pertenencia de los ciudadanos hacia su entorno que favorecía el funcionamiento democrático. La teoría del capital social de Putnam no solo puso en contexto la importancia de la cultura política para el funcionamiento del sistema democrático, sino que además generó un paradigma teórico que desafiaba a la teoría de elección racional, pregonada principalmente por los economistas, que descartaba a la acción colectiva como una forma de resolución de conflictos por parte de la sociedad.

El subdesarrollo está en la mente

Lawrence Harrison es un autor norteamericano que trabajó por más de 30 décadas en cooperación internacional. Estaba convencido que para cerrar la brecha existente entre los Estados Unidos y América Latina lo que se necesitaba era un pequeño empujón de la gran potencia mundial y vio en la Alianza para el Progreso la oportunidad para lograrlo. Tres décadas más tarde y luego de haber trabajado en varias misiones de USAID como director y subdirector en países como Haití, Guatemala y Nicaragua, Harrison llegó a una conclusión: no hay cantidad de dinero suficiente para acabar con el subdesarrollo en América Latina, porque el problema en nuestra región, según él, no es económico, sino cultural. En palabras más sencillas, la diferencia entre Estados Unidos y Ecuador sería, según Harrison, que en él un país hay estadounidenses y en el otro ecuatorianos. A lo largo de su libro, Harrison explica como la cultura Latinoamericana es incompatible con el desarrollo económico y con la democracia occidental, principalmente debido a su herencia católica, que genera en la sociedad una jerarquía vertical, da prevalencia a la obediencia antes que a la creatividad y carece de incentivos para desarrollar un espíritu empresarial. Al contrario, según Harrison, la ética del protestantismo, preeminente en los Estados Unidos, genera las condiciones para un desarrollo económico más acelerado, pero además crea una sociedad más horizontal, donde la democracia puede consolidarse con mayor facilidad. El libro finaliza haciendo varias recomendaciones de cómo los latinoamericanos podemos gradualmente cambiar nuestra cultura para así parecernos más a los Estados Unidos y por fin salir del subdesarrollo que nos aqueja.

La reacción de mis estudiantes al libro de Harrison se da siempre por etapas. La primera es la indignación. "¿Quién se cree este señor para venir a juzgarnos? ¿Cómo se atreve a decir que tenemos la cultura equivocada? ¿Por qué no habla de todo el mal que los Estados Unidos causaron a las democracias latinoamericanas durante los años de la guerra fría?" Luego de un largo repaso sobre todos los ejemplos de intervencionismo norteamericano en América Latina, se enfrían las cabezas y pasamos a la etapa de la aceptación. "Es posible que tenga razón". "A la final si somos como nos describe, lo que pasa es que las verdades duelen". La tercera etapa, que consiste en comparar nuestra cultura política con la de los Estados Unidos, causa indignación nuevamente, pero no hacia el autor del libro sino hacia nosotros mismos. "Es que aquí nadie respeta nada, no es como allá donde todo es ordenado". Es que es inevitable compararnos con la primera potencia mundial, país al que tenemos tan cerca y al que buscamos emular en muchos aspectos.

El excepcionalismo Estadounidense

Los Estados Unidos de América se refieren a sí mismo como la democracia más antigua y estable del mundo, y le asignan la mayor parte del crédito de esos logros a su cultura política. En 1835, Alexis de Tocqueville escribió "Democracy in America". Tocqueville había sido enviado a los Estados Unidos por el gobierno de Francia por nueve meses para recorrer el país y estudiar su sistema carcelario. Lo que más impresionó al francés, sin embargo, fue la horizontalidad de la sociedad norteamericana y su convencimiento en el sistema democrático, concebido por los próceres de la independencia a finales del siglo XVIII. Si bien Tocqueville reconoció la importancia de la constitución americana redactada en 1787 para el funcionamiento de la democracia en ese país, a su entender los pilares de este sistema eran los "hábitos mentales" de los norteamericanos, es decir, los valores que inspiraron la redacción de dicha constitución. El libre pensamiento, la libre expresión, la libertad de culto, el apego a la familia, pero sobre todo el individualismo, el materialismo y la priorización del interés propio, según Tocqueville, garantizarían que la libertad prevalezca siempre sobre la tiranía. Cabe mencionar que en un principio, Tocqueville omitió por completo el trato que la minoría racial afroamericana, condenada a la esclavitud, recibía en aquel entonces. Sin embargo, en un ensayo publicado años después, el francés corrigió su error y condenó al sistema de esclavitud que existía en los Estados Unidos.

Con el pasar del tiempo, los valores antes mencionados terminaron por convertirse en la columna vertebral de la democracia norteamericana y fue así como surgió la noción del excepcionalismo estadounidense. Esta es la idea de que esta mezcla única de valores culturales es responsable no solo por la larga duración de la democracia de los Estados Unidos sino por qué este país sea cualitativamente diferente a cualquier otro. Originalmente, este término no fue concebido con la intención de implicar la superioridad de los Estados Unidos sobre el resto del mundo. Sin embargo, muchos políticos y autores conservadores y neoconservadores de este país han promovido su uso con este sentido. Ellos miran a su país como un faro que ilumina al resto del mundo hacia el camino de la libertad, la igualdad y el progreso.

En la práctica, el excepcionalismo estadounidense se manifiesta de otra manera. Los Estados Unidos son la democracia occidental que menos dinero gasta proporcionalmente en programas sociales como seguridad social y salud pública, y el país que más gasta en defensa, mientras el nivel de pobreza está en su punto más alto en 30 años y el índice de desempleo ronda el 10%.

La guerra cultural en los Estados Unidos

Si bien la cultura política fue un factor vital para la consolidación democrática de los Estados Unidos, la actual polarización de la misma podría llegar a poner en riesgo la estabilidad de la democracia más antigua del mundo. En los últimos años se ha venido desarrollando en ese país lo que algunos autores han llamado una "guerra cultural", es decir, una creciente división entre ciudadanos con valores opuestos, que se ha venido manifestando en una retórica cada vez más extrema y en un constante clima de confrontación entre "liberales" y "conservadores". Esta polarización, exacerbada por el resurgimiento de la religión como un elemento clave en la política norteamericana, será el enfoque principal del presente artículo.

2012 será año electoral en los Estados Unidos. El partido demócrata ya nominó al Presidente Barack Obama para la reelección. Obama es solo el cuadragésimo cuarto presidente en su larga historia republicana, hecho que se debe al gran número de presidentes que han sido reelegidos para un segundo periodo en su cargo. Por otro lado, el partido republicano comenzará en Enero con su proceso de nominación para decidir quién será el candidato opositor, que será elegido mediante elecciones internas abiertas al público. Entre los candidatos más destacados se encuentran Mitt Romney, ex Gobernador del estado de Massachussets, Rick Perry, actual gobernador del estado de Texas, Michelle Bachman, representante del estado de Minnesota en la cámara baja y una de las mimadas del "Tea Party movement"1 y Herman Cain, ex gerente general y fundador de Godfather's Pizza.

El carácter popular de las elecciones internas hace que los candidatos deban enfrentarse en una serie de debates antes de que comiencen las primarias en Enero. Estos debates se han constituido en el escenario perfecto para ilustrar la polarización política que existe actualmente en los Estados Unidos. Durante el primer año del mandato del Presidente Obama, el Congreso, que entonces contaba con una clara mayoría demócrata, pasó una ley de reforma integral al sistema de salud del país. Esta ley obliga a todos los ciudadanos de los Estados Unidos a contratar un seguro privado y entrega subsidios estatales a aquellos que no puedan pagarlo. Los republicanos alegan que esa ley es inconstitucional ya que el gobierno no puede obligar a los ciudadanos a hacer algo que ellos no quieran. Además critican que el costo de ejecución de esta será muy alto y que la economía del país no está en condiciones de incurrir en más endeudamiento.

En uno de los últimos debates del partido republicano, le preguntaron a uno de los candidatos que está a favor de repeler la ley, hoy conocida como "Obamacare", si estaría de acuerdo con que un hospital deje morir a un paciente que llega de urgencia a este sin tener ningún tipo de seguro médico. El candidato no tuvo tiempo de contestar, ya que el público, conformado por seguidores de los candidatos republicanos, comenzó a aplaudir por la hipotética muerte del paciente sin seguro. En el siguiente debate, intervino vía videoconferencia un soldado Estadounidense desde Afganistán. Este soldado, abiertamente homosexual, preguntó a los candidatos si es que ellos votarían a favor de revertir una ley recientemente adoptada que terminó con la política "Donó ask don't tell"2. Una vez más, antes de que algún candidato pudiera contestar, el público abiertamente comenzó a abuchear al soldado.

Estos incidentes ilustran la dureza ideológica y la hipocresía de la nueva derecha cristiana en los Estados Unidos. Este es un movimiento que por un lado rechaza cualquier intervención del estado en los derechos económicos de las personas y que llama comunistas y antiamericanos a las miles de personas del movimiento "Occupy Wall Street"; mientras al mismo tiempo demandan que ese mismo estado intervenga para prohibir el aborto, eliminar los derechos reproductivos de las mujeres y limitar los derechos de los homosexuales. Es difícil entender la dicotomía en la manera de pensar de estas personas, que se llaman a sí mismas cristianas y pretenden que aquellos en el poder gobiernen basándose en sus creencias religiosas y que constantemente se pregunten "¿Qué haría Jesus?". Me pregunto si Jesús permitiría la muerte de un paciente sin seguro médico, o si estaría a favor de retirar los beneficios económicos para los desempleados por considerarlos vagos y aprovechados.

Estudios recientes sobre cultura política en los Estados Unidos intentan explicar estos fenómenos mediante la obtención de evidencia empírica. Un trabajo realizado por Alan Abramowitz de Emory University en Atlanta y Kyle Saunders de la Universidad de Colorado en Denver analiza la evolución de la cultura política de los norteamericanos y llega a varias conclusiones que nos pueden ayudar a entender la guerra cultural en los Estados Unidos.

En primer lugar, los autores encuentran que la mayoría de los ciudadanos estadounidenses son políticamente moderados. Esto quiere decir que en una escala ideológica, la mayoría de los votantes norteamericanos no se encuentra cerca de los extremos de del continuo sino alrededor de la mitad. La segunda conclusión de Abramowitz y Saunders es que a pesar de esto, la polarización partidista se ha incrementado de manera exponencial en los últimos 30 años. Si uno concibe una escala ideológica en la que 0 es la extrema izquierda y 10 la extrema derecha, uno encuentra que hace 30 años la diferencia entre los demócratas y los republicanos era de aproximadamente 1.5 puntos en relación a su ubicación en la escala. Hoy, esa diferencia es de casi 4 puntos, lo que significa que los demócratas y los republicanos se están alejando cada vez más en lo que tiene que ver con sus preferencias de políticas públicas. Esta diferencia se incrementa aun más en personas que participan activamente del proceso político, no necesariamente como candidatos, pero si como voluntarios en campañas o como simples seguidores.

Otro factor importante es la polarización geográfica existente, sobre todo entre los estados del norte y los del sur. Hoy en día es usual visualizar un mapa electoral de los Estados Unidos con sus 50 estados pintados de rojo o de azul. Los estados azules, es decir, predominantemente demócratas, están en su gran mayoría al norte del país y cerca de las costas. La base del partido demócrata está en estados como Nueva York, Massachussets, Nueva Jersey y Connecticut al este, mientras que en la costa oeste los estados pintados de azul generalmente son California, Washington y Oregon. Cabe recalcar que a pesar de que los estados pintados de azul son minoría en comparación a los pintados de rojo, estos comprenden una proporción muy alta de la población, así como los niveles de ingreso y educación más altos. Por otro lado, los estados pintados de rojo, es decir, predominantemente republicanos, son aquellos ubicados en la mitad del país y en el sur. Entre los más representativos están Texas, Arizona, Georgia, Missisipi y Louisiana. A excepción de Texas, todos los estados mencionados se caracterizan por alta inequidad de ingreso, altos niveles de pobreza y bajos niveles de educación. Si bien la división entre estados rojos y azules en los Estados Unidos no es necesariamente nueva, si lo es la facilidad con la que los candidatos republicanos o demócratas ganan en ellos (el margen de victoria de los candidatos ganadores fue de más de 10% en las últimas dos elecciones presidenciales), así como el reducido número de estados que no puede ser fácilmente catalogado como demócrata o republicano. En este pequeño grupo se encuentran por ejemplo Pennsylvania, Michigan y Nevada, aunque los más conocidos tal vez sean Ohio y Florida, ya que fueron estos los estados que decidieron las victorias electorales de Obama sobre McCain en el 2008, así como de Bush sobre Kerry en el 2004 y sobre todo de Bush sobre Gore en el 2000.

El hallazgo más interesante de Abramowitz y Saunders, sin embargo, tiene que ver con el resurgimiento de la religión como un factor determinante en la formación de cultura política en los Estados Unidos. Este fenómeno tiene sus orígenes en la década de los 80, cuando grupos religiosos, principalmente evangélicos, comenzaron a condicionar su apoyo a candidatos del partido republicano que según ellos tenían los valores correctos para aspirar a posiciones de liderazgo político. Hoy la religión es el predictor más importante de identificación partidaria así como de preferencia por políticas públicas en los Estados Unidos. Es decir, una persona que se identifica como religiosa es probablemente republicana, favorece la eliminación de programas sociales dirigidos por el gobierno, y tiene un 63% más de probabilidades de tener un arma de fuego que una persona que se identifica como no creyente. Este fenómeno, conocido como "división devocional", no diferencia a los creyentes de una o de otra religión, exceptuando el Islam; sino a los creyentes de los que no los son. Para dar un ejemplo, John F. Kennedy, el primer presidente católico, arrasó con el voto católico en los Estados Unidos cuando fue electo, mientras que era fuertemente cuestionado por los votantes protestantes que decían que los católicos no tenían los mismos valores. Cincuenta años después, John F. Kerry, también de Massachussets y también candidato católico del partido demócrata, no logró consolidar el voto de los creyentes católicos, cuya mayoría votó por George W. Bush, al igual que los protestantes, ya que lo consideraban demasiado liberal.

La polarización política en la democracia más antigua del mundo está llegando a niveles peligrosos. Para evitar que esta llegue a ser incontrolable, ambos partidos políticos y sus líderes deben dejar la retórica inflamatoria y más bien concentrarse en buscar soluciones a los graves problemas económicos. Sin embargo, las ambiciones electorales y sobre todo los poderosos intereses económicos que están detrás de las millonarias campañas, hacen que la confrontación entre los líderes políticos sea cada vez más intensa y las diferencias entre las bases de ambos partidos cada sean cada vez más irreconciliables.

1 El “Tea Party movement” es una facción ultraconservadora del partido republicano. Su nombre es en referencia al “Boston Tea Party”, evento histórico en el proceso de independencia de los Estados Unidos, en el que un grupo de patriotas lanzó el cargamento de té de un barco inglés al mar en protesta por un impuesto a ese producto impuesto por la corona británica. Su plataforma política está basada básicamente en la instauración de un gobierno mínimo, reducción de impuestos y la eliminación de subsidios y de programas sociales.

2 “Don't ask, don't tell” fue una política adoptada durante el gobierno de Bill Clinton con respecto a la admisión de soldados homosexuales y lesbianas en el ejército. La esencia de esta política era que ellos podían servir en el ejército siempre y cuando nadie les preguntara sobre su orientación sexual y ellos no la compartieran con nadie.