El deporte es más que el deporte

Pablo Lucio-Paredes

Director del Instituto de Economía USFQ

pabloluc@uio.satnet.net

El deporte podría ser una actividad como cualquier otra que provee bienes y servicios, en consecuencia, algún tipo de satisfacción y de pasión. Unos ofertando otros demandando. Y así nació. Pero con el tiempo ha adquirido una connotación cultural, social, política y económica mucho más importante. Se nutre de la sociedad, y devuelve imaginarios. En gran medida vive cómo vive la cultura de la gente. Y en lo económico su impacto es importante, pero sobre todo son notables las maneras cómo se ha ido adaptando a la globalización, y es muy interesante también como su adaptación es muy diferente según los países y los tipos de deportes. El fútbol en todo eso es superlativo por su alcance mundial y su constitución legal casi como un país aparte. Exploraremos aquí algunos de estos aspectos.

Es difícil encontrar una época para el nacimiento del deporte ya que los griegos y muchos otros (incluyendo a nuestra América pre hispánica) lo practicaron en el pasado, básicamente alrededor de actividades que enaltecían el cuerpo y la guerra. Lo único que podemos es situarlo bajo sus formas modernas hace alrededor de un siglo y medio, cuando (básicamente en Inglaterra) se van definiendo los formatos de lo que son los principales deportes actuales como el fútbol, rugby, el tenis y algunos más (en particular los deportes norteamericanos que en gran medida derivan de los anteriores).

El deporte nace como una actividad de entretenimiento personal y de grupo. Pero ha evolucionado hacia mucho más: un fenómeno social, cultural y económico que sin duda abarca más que lo que las cifras financieras (de por sí no despreciables) aparentan. Y hay dos vertientes que siguen creciendo. La de la actividad física para mantenerse en forma, para lucir bien, para ejercitar los músculos, para cuidar la salud; y la actividad deportiva propiamente dicha que es pasión, competencia, superación, risa y llanto. La primera puede practicarse con los mejores equipamientos (gorra de marca, contador de pulsaciones) y en los más glamorosos escenarios, la segunda apenas en un potrero, o lo contrario, pero entre ambas hay un abismo. Es a la segunda a la que me referiré aquí.

El deporte es cultura

El deporte es una competencia y un placer individual (o de equipo) pero es en realidad una construcción colectiva y cultural. Por eso, desde la historia y los sentimientos, en cada país (y muchas veces en cada ciudad o localidad) se lo practica, se lo mira, se lo degusta y se lo juzga de manera diferente.

El fútbol en Sudamérica está salpicado de teatro, y hay ciertos encuentros en que el circo supera con creces al intento de jugar bien al balón. Los segundos corren mientras los jugadores discuten con el árbitro en un intento machista de intimidación y de ser dueños de la verdad absoluta. Los minutos se escurren mientras un roce fortuito se convierte en una gravísima agresión y el jugador en el piso se revuelca, se retuerce, aparentemente sufre un dolor incontenible, recibe mil tratamientos (mientras de reojo evalúa los efectos de su acción), sale de la cancha portado como un héroe, pone de su lado a la hinchada que enfurecida acecha (a lo lejos o con más cercanía peligrosa) al árbitro y al equipo adversario, y cuando ha cruzado la línea externa de la cancha automáticamente se recompone y pretende ingresar al campo instantáneamente. Nada ha pasado, es una fase de realismo mágico, de sorprender, engañar, poner en juego la famosa "viveza "criolla. Mientras tanto hace algunos años, el seleccionado inglés Michael Owen tuvo una grave torsión de su rodilla, pero para que el espectáculo continúe, prefirió revolcarse hacia el exterior de la cancha y ahí ser atendido. Cero circos, cero quejas.

Y más minutos adicionales se pierden, cuando el balón desaparece en manos de unos chiquilines que a los 10 años ya han aprendido las mañas del engaño. Para un inglés todo esto es incomprensible, no entiende cómo el fútbol que ellos inventaron y practican, puede haber sido complementado con todo este arsenal de herramientas no reglamentadas. En Inglaterra, uno cae al suelo y rebota, uno recibe un golpe y lo corrige con un sacudón, uno apresura los saques laterales para que el juego tenga continuidad. Ganar tiempo sin el balón no es parte de la estrategia. Hay minutos que cumplir y eso debe ser cumplido. Incluso el propio público, y probablemente los compañeros, ven con mala cara (y lo hacen saber) cuando claramente hay un acto de simulación y engaño. Para un sudamericano esto es demasiado educado y aburrido.

Es la cultura del engaño y de culpar al otro de los males de uno. Eso es lo que yo llamo la "cultura Maradona". Maravilloso jugador (quién, amante del fútbol no admira y recuerda su gol contra Inglaterra en el 86 o, más sutilmente, su manera de matar con un costado del empeine la pelota alta y viva), pero que ante cada problema encontraba siempre un culpable: Pelé (celoso), el Brasil (preocupado) o la FIFA (atemorizada). Es el reflejo de una cultura, por eso no solo es apreciado y amado sino por algunos idolatrado, es el que aparentemente lucha contra fuerzas ocultas que en realidad no son sino los males que uno acarrea en el alma. Es también el reflejo del Quijote, del Mesías, tan crudo en nuestra política, tan esencial y necesario para salvarnos, redimirnos y conducirnos al Paraíso. Por eso también el desencanto con nuestros líderes es tan marcado, se espera mucho y se recibe poco. Cuando Maradona pasó en exceso esa línea de las promesas, al sentarse en el banco de entrenador de la selección argentina, y fracasó, ya no fue el mismo ídolo. Cometió el error de convertir su magia imaginaria en un hecho real como es el banquillo de director técnico. Es la cultura Maradona o el efecto Galeano, tan maravilloso escritor de fútbol, pero tan quejumbroso, y siempre culpando a otros de nuestros males en materia social y económica.

Para los que quieren vivir el deporte y la cultura al estado puro, vean las imágenes de la "haka" de Nueva Zelandia. Es el grito de guerra de las tribus originarias maoris, que ha retomado desde hace más de 100 años el fabuloso equipo de rugby de ese país, los All Blacks, sin duda los que mejor interpretan este maravilloso deporte. Antes de cada partido se plantan ante sus adversarios, y lanzan sus gritos ancestrales, cadenciosos, fuertes, rítmicos, atemorizantes invitándolos a una lucha sin cuartel, pero con dignidad. Es un espectáculo casi anacrónico pero bañado en una brutal belleza. Desgraciadamente en este mundo del fair play, se les ha pedido moderar sus cánticos porque algunos adversarios se sienten intimidados o molestos.

A propósito, la cultura del fair play y la "politesse" es una de las que más ha invadido el deporte en los últimos 20 años. Respetar las reglas y jugar limpio son por supuesto parte de la esencia misma del deporte, todos están embarcados en el mismo navío, y es inaceptable que alguien, por ejemplo, quiera lesionar a un adversario que comparte la misma actividad. Pero hemos transitado hacia el otro extremo. Festejar un gol sin camiseta se "premia" con una tarjeta amarilla, cuando es parte de la emoción básica que une a los jugadores y su hinchada: festejar ese acontecimiento tan poco frecuente en el fútbol pero que por su misma escasez es tan valioso, único y merecedora de toda emoción (eso diferencia al fútbol de otros deportes: la escasez de anotaciones que genera una satisfacción marginal mucho mayor). Y si alguien cae en el campo por algo intrascendente (muchas veces fingido) hay que enviar el balón fuera de juego porque sería injusto "aprovecharse" de la ventaja numérica. En casos extremos así debe ser, pero en la mayor parte de circunstancias la ventaja numérica es simplemente una de las tantas incertidumbres que son parte esencial del juego (juego implica azar, sorpresa).

Hoy no se le puede hablar al árbitro (poderosamente armado de sus tarjetas amenazadoras) porque es el representante del poder que no puede ser discutido, y luego nos sorprendemos de caudillos que no aceptan la más mínima crítica ciudadana (y usan sus tarjetas para enviarlos a prisión) simplemente porque fueron criticados. Queremos someter al deporte al poder y las buenas maneras. Por eso es tan mal visto que alguien lance su raqueta al piso en el tenis y peor aún si la rompe. Discúlpeme por ser políticamente incorrecto ¿y qué tiene de malo mientras no se insulte a nadie? La raqueta es del jugador, las iras son suyas. Un Mc Enroe o un Nastase serían demasiado mal vistos, pero (dejando de lado sus excesos irrespetuosos) ¿por qué? Es que el deporte está invadido de gente que no es deportista. ¿Alguna vez Joseph Blatter rey de la FIFA pisó una cancha de fútbol?

Y el fútbol es el que más defiende el dominio de los árbitros, aunque pretende lo contrario. Mientras todos los demás ya han adoptado la tecnología como arma de contestación de los errores arbitrales (incluso en deportes de continuidad como el rugby), el fútbol mantiene una visión extraña: agregar más árbitros en la cancha y sus alrededores, ahora ya vamos para 8 en Europa, bajo la filosofía que el error arbitral es parte de le emoción del deporte: eso supuestamente permite a los hinchas discutir el tema días, meses o años más tarde (como la famosa eterna interrogante: ¿entró o no la pelota en el tercer gol inglés en la final contra Alemania en 1966?). Un poco más y nos dicen que el fútbol es aburrido sin los errores arbitrales. Si el fútbol es especialmente entretenido gracias a los señores de negro (ahora multicolores), entonces debemos abandonarlo en el camino y cuanto antes: si no es capaz de generar su propia pasión, no sirve. ¿Los señores Blatter y Platini no se entretienen en un partido, solo esperan el error arbitral para emocionarse? ¡Qué cosa tan extraña! Es mejor buscar una solución y ahí está disponible y a la mano: permitir a los árbitros acceder a una cámara que les permita revisar las jugadas. ¿Objeciones? Que toma mucho tiempo, solución: cada equipo solo tiene derecho a 2 o 3 reclamos en el partido, y seamos objetivos, muchas veces el "circo" de algunos jugadores (permitido por los árbitros) hace perder mucho más tiempo. Que generará más polémica, solución: el árbitro principal o un árbitro especializado toman la decisión con una cámara reservada sin hacerlo público. Que no se podrán instalar cámaras en todo el mundo futbolizado desde la Copa del Mundo hasta las categorías inferiores, solución: nadie espera esto suceda, es un mecanismo para torneos de una cierta importancia (de campeonatos nacionales hacia arriba … y donde no se pueda, la FIFA puede aportar de su pozo millonario).

Se hace deporte como se siente y se vive, incluyendo la influencia del clima, de la geografía, del entorno. El brasilero de la maravillosa Rio y su entorno, vive en un clima muy caliente y uno de sus objetivos del año es el famoso carnaval (no tanto el del show de la TV, más el de los bailes frenéticos, interminables, cadenciosos en cada localidad). Por eso el fútbol brasilero es lento, pausado, la pelota circula, va y viene, y de repente explota en un ataque certero e inesperado, para luego volver su ritmo cansino; como la samba, que no es un rock and roll de alto ritmo constante, sino que se nutre de ritmos africanos, de tambor, de sorpresas. Y por eso el brasilero es irresponsable cuando el Carnaval se acerca, no tiene empacho en dejar a sus equipos varados en el camino y embarcarse para esos días de borrachera (recuerden como Romario abandonaba al Barcelona en el mes de Febrero). No se siente irresponsable, siente que está cumpliendo con el llamado de su sangre. De la misma manera, el argentino juega a ritmo de tango, el europeo del Norte necesita correr para huir del frío invierno, el uruguayo o el paraguayo levantan mucho el balón para evitar las canchas enlodadas.

Los hoolihans no son los mismos aquí y allá. Es un invento (casi) inglés. Hace 30 años empezaron a arrasar con los campos de Inglaterra y Europa. Cada partido era un buen pretexto para golpizas, ataques, vandalismo. Ojo, siempre fuera del campo de juego, en el espacio salvaje de la ciudad, porque el interior de la cancha era en general respetado (el terrible accidente del Heysel antes de la final Liverpool-Juventus se situaba fuera de la lógica de los hoolihans, fue un acto de criminales y de mala suerte), a tal punto que en casi todas las canchas inglesas se mantuvo esa mínima valla de separación entre el público y los jugadores: el rectángulo mágico siempre respetado, no era un acto contra el fútbol sino una batalla entre emblemas. Sorprendentemente, los hoolihans ingleses eran ciudadanos medianos, trabadores regulares, padres de familia normales que el fin de semana cambiaban de careta. Pero la asociación violenta del sábado o Domingo terminaba allí. En Argentina (ejemplo cumbre del hollihanismo latino), el esquema es diferente. Las barras bravas (violentas y peligrosas) son parte del esquema nacional de organizaciones que controlan una parte de la actividad del país (algunos los llaman organizaciones mafiosas), como es el caso de los sindicatos, de los piqueteros, de los empresarios con

contactos de alto nivel, de los políticos etc… Las barras son parte de las relaciones con el club para exigir algo a cambio del apoyo que dan al equipo cada semana: entradas que ellos manejan y les da un enorme poder dentro del estadio, pagos para viajar etc. El poder de las barras trasciende la escena del deporte.

La garra también es propia y auténtica. Rara vez he visto equipos brasileros ganar con el corazón, ellos ganan por talento o pierden por falta de espíritu. Así fue con los famosos equipos de Tele Santana (famosos y de juego maravilloso) que en 1982 solo necesitaban empatar con Italia y perdieron, y en 1986 solo necesitan encajar un penal contra Francia y erraron 3!. Así fue hace pocos meses en el Mundial de Sudáfrica: Brasil era muy superior a Holanda y lo mostró en el primer tiempo, pero cuando los tulipanes naranjas empataron, la mirada de desconcierto, sorpresa y espanto era tan grave entre los brasileros que en ese momento el partido se había perdido. Así fue superlativamente en el Maracanazo en 1950, la fiesta lista, apenas un empate para ser campeones del Mundo por primera vez, empezaron ganando y el miedo los mató el miedo y la garra uruguaya. Que sí existe. Fui allí igual que lo fue en la famosa final de la Copa Libertadores en 1966 Peñarol-River Plate. En el desempate en Santiago de Chile, River se puso arriba 2-0 y vino el famoso episodio de Amadeo Carrizo atajando con el pecho el cabezazo de Spencer (nuestro Spencer) lo cual levantó la furia y la adrenalina de los uruguayos (y de nuestra Cabeza Mágica) y al final fue 4-2.

Por eso, por cultura, los EEUU no terminan de asimilar la esencia del fútbol, aún no es parte de su cultura de base (aunque cada vez más niños lo asimilan y van impregnándose de sus valores). Hay muy pocos goles frente a los puntajes elevados de sus deportes favoritos. No hay esquemas preestablecidos como sucede en el fútbol americano, donde cada entrenador guarda con celo y recelo su famoso libro de jugadas que luego los jugadores, guiados por un único mariscal de campo, cumplen casi a rajatabla (ciertamente el entrenador del fútbol es cada vez más analítico, más estudios, más conocedor de tácticas y técnicas, pero en el fondo, en el fútbol, aún se triunfa como entrenador "de café y tabaco"). El fútbol va demasiado rápido, no para, va y viene sin mucho orden ni sentido, salvo el que le otorga la inteligencia escondida, el americano prefiere la pausa, el esquema más establecido, la posibilidad de alinear cientos de estadísticas alrededor de cada detalle del juego. Pero la mejor explicación me la da mi hijo Pablo Martín: "hay dos diferencias. Una, en los deportes americanos, deseosos de eficiencia, resultados y conteos constantes y rápidos, siempre se va hacia adelante, en el basket es prohibido volver de la media cancha, la esencia del fútbol americano es avanzar en yardas y en el baseball solo se gira en un sentido de las agujas del reloj. Dos, todos los deportes son con las manos, apenas los despegues y sanciones en el fútbol son con el pie (¿hay sicología básica escondida ahí detrás?). Además, da la impresión que los americanos se inventaron sus deportes como una forma de liberación y no dependencia frente a los europeos, el fútbol viene del rugby, el baseball del cricket y el basket sí es un invento propio … y el único que ha salido al mundo".

El deporte se nutre de la cultura, pero a la vez genera imaginarios culturales. No hay duda que de alguna manera la sociedad cambia cuando la selección va a dos mundiales, o el Toño Valencia hace parte indiscutible del poderoso Manchester o Jefferon Pérez sube a lo más alto del podio olímpico. Ese famoso "sí se puede" es imaginario y es real. En alguna parte, en los actos de la vida diaria, la autoestima, la confianza, el deseo de hacer mejor, de repetir, de emular van configurando nuevas actitudes.

El deporte es economía

Fuera de los deportes casi estrictamente norteamericanos, el deporte más profesionalizado en el mundo desde hace al menos medio siglo fue probablemente el boxeo, en parte por la enorme cantidad de dinero que generaba, y que desgraciadamente en gran medida se movía a través de oscuros círculos donde los boxeadores por su origen y bajo nivel educativo, eran simplemente víctimas mareadas por su entorno. Probablemente el tenis y el automovilismo fueron adquiriendo características de profesionalismo a partir de los años 60 del siglo pasado, y si bien en el fútbol es mucho más difícil establecer una línea demarcatoria, es en la misma época o quizá apenas más tarde en que se le puede dar este calificativo. Más tarde la tendencia alcanza incluso a actividades que aparentemente estaban más alejadas, cito el caso del atletismo, deporte amateur casi por esencia y excelencia, pero que en los últimos 20 años y algo más ha generado un entorno de apoyos y adhesiones que ha permitido a sus mejores exponentes recibir ya premios de mucho valor para seriamente dedicarse exclusivamente a la actividad; o el caso del rugby europeo (pero cuyos mejores exponentes son los tres grandes del Sur, Nueva Zelandia, Australia, Sudáfrica glorificada en la película "Invictus"), que en ese mismo lapso ha pasado de ser un deporte muy apreciado pero de pequeños pueblos y de famosos terceros tiempos (los dos equipos adversarios compartiendo cenas y festejos amistosos y pantagruélicos) a una actividad globalizada.

La economía del deporte es como la de cualquier otra actividad, y el fútbol hoy globalizado, es su mejor expresión. Todo empieza con un cliente (el hincha hincha, ¡o el hincha eventual o el ciudadano que se emociona con ciertos éxitos mediáticos y va a los partidos finales importantes) que cada vez está más dispuesto a emocionarse, compartir y pagar (directa o indirectamente)! Paga directamente en el estadio, en la televisión de señal no abierta a todos o simplemente al sentarse frente a un espectáculo y generar un volumen de audiencia que promueve la presencia de anunciantes … no hay promoción más cara (y más atractiva porque ahí se lanzan nuevas campañas de publicidad) que 30 segundos en la final del fútbol americano, el famoso Super Bowl, porque es un día de unión familiar en el país más rico del mundo, más de 100 millones de personas con un alto poder adquisitivo, y con ganas de gastar.

Luego se necesitan organizaciones que ofrezcan el espectáculo, ahí están los grandes clubs-empresa. En el fútbol los 10 o 12 grandes clubs de Europa (3 ingleses e italianos, un par de español, un alemán y algo más), en el basket los 5 o 6 grandes americanos, pero sin duda es el fútbol por su alcance mundial el que marca la pauta. Estos clubs son los que dan la cara de calidad, imagen, marca. Tan es así que hace algunos años los grandes de Europa obligaron a cambiar completamente las reglas de los torneos europeos con un solo objetivo: asegurar su presencia todos los años en alguna de las copas, y con una sola y simple amenaza, formaban una liga paralela sino se cumplía sus deseos.

Y se cumplieron. Estos equipos son las multinacionales del deporte. Y actúan de esa manera con departamentos de mercados importantes y esenciales, con presupuestos crecientes que para los más grandes en poco alcanzarán el medio billón de dólares, con imágenes de marca reconocidas a nivel planetario (y haciendo lo que cualquier empresa hace actualmente, que es buscar clientes y seguidores en el Asia), con un enfoque de éxito deportivo manejado como cualquier empresa y con los mismo riesgos de no poder mantener sus espacios y su renovación (para Apple es esencial sacar un nuevo producto cada cierto tiempo, para el Real Madrid poder renovar su planilla manteniendo al menos los mismo resultados). Los equipos son más exitosos cuánto más copian el modelo de organizaciones exitosas. El club manejado por amigos de la tertulia, o peor, el club manejado con intereses de catapulta política va quedando atrás (y ese es probablemente el drama del Barcelona desde que Abdalá quiso ser doblemente Presidente: de la República y del club). Pero, aunque tienden al profesionalismo, los clubs de fútbol aún no aplican todas las reglas del juego: todavía hay dirigentes que son dueños del patrimonio de su equipo (los jugadores), hacen negociaciones de trastienda, etc. …

Y como en toda pirámide sectorial, detrás de las grandes empresas, hay un conglomerado de empresas medianas y pequeñas que cumplen cada una su rol importante en la estructura de mercado. Las medianas son los clubs de alto nivel que no pueden alcanzar la dimensión planetaria de los grandes (planetaria en alcance geográfico y en cantidad de recursos). Ahí están los 10 o 15 grandes clubs de América y alguno que otro europeo de tamaño medio. Su rol es fundamental: son los encargados de generar o "probar" a los jugadores que luego pasarán a la liga mayor. Son un filtro esencial que disminuyen los riesgos de equivocación: pagar en exceso por un jugador que no lo vale, o un riesgo aún mayor, perder la oportunidad de descubrir un talento escondido. River y Boca atraen en Argentina a casi toda estrella naciente, no solo por la emoción que le genera a un pibe vestir la camiseta xeneize o la rayada en rojo, sino porque saben que esta es la mejor vía para un trampolín mundial. En Rio, Flamengo y Fluminense, en Uruguay el duopolio Nacional/Peñarol etc. … También los clubs europeos medianos cumplen ese rol frente a los jugadores africanos y asiáticos, o de los países europeos menos renombrados (ahora los de la ex Europa del Este que aportan con mucho jugado de calidad). Un gran ejemplo es Marsella, puerto de tránsito y club de tránsito, por ahí pasaron estrellas como Zidane, Drogba o Adebayor.

Pero el rol de estos clubs está disminuyendo, igual que en otros sectores de la economía, porque la comunicación y la movilidad han aumentado. Los scouts (caza talentos) de los grandes clubs ahora se mueven a cualquier competencia en cualquier parte del mundo, el propio Internet permite relaciones mucho más amplias, y los "representantes" (de los muy buenos hasta los más peligrosos) están también en proceso de recorrer el mundo para encontrar la perla rara. Hoy el muchacho argentino ya no pasa necesariamente por Boca o River, sino que apenas descubierto en algún club más pequeño ya entra en la mira de los que realmente le interesa le miren. En el Ecuador el tránsito ya no se da necesariamente por los grandes, uno de los clubs más exitosos en el ese sentido parece ser el Independiente del Valle que en muy poco tiempo ya ha logrado colocar jugadores de la importancia de Jefferrson Montero o Joao Rojas (el primero casi directamente, el segundo vía un paso por Emelec), por eso este equipo juega con 4 o 5 juveniles, pero a cambio del riesgo de estar siempre en la cuerda floja del descenso. Por eso los grandes clubs de América ya no son tan exitosos, les es muy difícil atraer y mantener a los mejores jugadores durante el mínimo tiempo necesario para cuajar un equipo. La pirámide se ha sacudido.

Luego viene lo esencial del deporte que es el deportista. Digo "luego", porque sin duda el jugador está detrás de las grandes organizaciones, él no establece la agenda, sino que la debe aceptar tal y como viene. Pero ahí debemos poner un "pero". El equilibrio de fuerzas sí se ha modificado en los últimos 20 años, y quizás uno de los causantes (sanamente causante) fue Michael Jordan en el basket. Y a partir de allí se lo replicó en otras actividades colectivas (aunque quizás ciertas rebeliones en deportes individuales como el box y sobre todo el tenis ya habían iniciado el proceso años antes). Lo que hizo Jordan fue dar la vuelta parcialmente a la ecuación con el mensaje: "no es la marca Nike o el equipo tal que le da fama a Jordan, sino Jordan que le permite a la marca desarrollarse" y sobre esa base las negociaciones de los contratos cambiaron. Y luego, las negociaciones entre los equipos y los jugadores se volvieron más precisas alrededor de la torta económica: Beckham (y tantos más alrededor y después) ya no solo percibía su ingreso fijo o ligado a resultados, sino que además compartía un porcentaje de las ventajas de camisetas, de los derechos televisivos, e incluso (muy importante) de la ampliación del club hacia otros continentes (Beckham ayudó al Real Madrid a entrar a Asia más que lo contrario). Los grandes jugadores ahora son más dueños de su destino.

Y finalmente está la organización moderadora, reguladora, controladora que en cierta manera está en la cúspide, o en la cola dependiendo como se mire el proceso: las poderosas federaciones internacionales de las cuales la FIFA dueña y señora del mundo del fútbol (y sin duda de mordiscos que van más allá del fútbol) es el mejor ejemplo. El fútbol no solo se amplía al mundo por contacto directo y generación espontánea, sino porque hay una cabeza que va empujando los pasos necesarios: apoyo financiero a los países de menos recursos, torneos en todo el mundo, negociación global de contratos de publicidad, ampliación del cupo en las competencias mundiales para los continentes con menos avance futbolístico, aportes financieros para las categorías menores etc. … Y es tan poderosa que confunde ciertamente poder con malas prácticas. Cuando Alemania fue elegida para el Mundial 2006, la votación del miembro de Oceanía fue sospechosa. Y lo ha sido aún más en las últimas elecciones cuando Inglaterra recibió apenas 2 votos mientras eran escogidas Rusia y Qatar como siguientes sedes mundialistas, cuando cualquier hincha soñaba con ir a Londres, Manchester o Liverpool para un Mundial maravilloso. pero ahí ganó más la política, el dinero, el deseo genuino de seguir ampliando la base del fútbol, pero sobre todo la venganza contra Inglaterra porque de ahí surgieron voces de denuncia por las corruptelas en el mundo del fútbol. La FIFA controla y conserva sus espacios en el mundo, prohibiendo de entrada que cualquier gobierno pueda interferir en el mundo del fútbol so pena de verse excluido de las grandes competencias (sanción gravísima ante la cual cualquier país baja la cabeza, el Gobierno francés fue el último en sentirlo en Sudáfrica) pero nadie puede entrar en las cuentas y vericuetos que se tejen alrededor de la gran institución.

Pero no olvidemos una diferencia esencial entre el deporte y cualquier otra organización de mercado: normalmente una empresa hace esfuerzos para tener productos de calidad tan superior a sus adversarios que su objetivo ideal (explícito o no) es poder barrer a los adversarios, ser el único y el monopolio (aunque esto obviamente genera problemas de cómo mantener el incentivo a la calidad o la presencia de autoridades reguladoras). En el deporte, en cambio, se requiere de los adversarios, hay que derrotarlos, pero no matarlos, hay que fomentar la rivalidad y mantenerla viva. Un solo ganador destructivo acaba con el deporte. Un solo ganador demasiado frecuente genera aburrimiento y aleja al público.

Esto ha sido tan entendido en los EEUU (país del mercado libre, en principio) que sus deportes son muy regulados. Por ejemplo, existen límites salariales globales de tal manera que un equipo no pueda comprar a todas las estrellas del torneo, si quiere comprar un jugador caro adicional tiene que deshacerse de otros jugadores de costo equivalente. Por eso el famoso draft: los equipos con peores resultados obtienen los primeros lugares para escoger a los nuevos jugadores (generalmente universitarios), de tal manera que los talentos se reparten en toda la liga (luego estos mejores novatos pueden pasar a los grandes equipos, pero a cambio de transferencias costosas que les aportan una caja importante y les permite ir mejorando). Sorprendentemente los europeos, más dado a la regulación y el control, tienen deportes mucho más libres: los que fracasan bajan de categoría y van camino al infierno, no hay ningún límite para que los poderosos "se coman a los pequeños", expresión que pongo entre comillas porque es menos cierta de lo que parece, en realidad hay una pirámide donde cada uno ocupa su posición y juega su rol y cada uno en su nivel tiene ventajas y ganancias que puede potenciar, "si los grandes no existieran habría que inventarlos" porque incluso los otros (aunque se quejen) los necesitan porque permiten ampliar el pastel de todos.

Lo que sucede en el deporte a nivel geográfico es lo mismo que con muchos otros productos.

  1. El mundo se ha globalizado y todos aportan su grano de arena. El Real Madrid tiene presidente español, director deportivo argentino (hasta hace unos pocos días cuando ya no soportó la presión del insoportable director técnico), entrenador portugués, y jugadores de todos los colores y continentes (solo le falta como al Manchester y algunos ingleses, tener dueño americano o petrolero árabe).
  2. Los países en desarrollo (Sudamérica superlativamente) aportan la materia prima básica que son los jugadores (no, no piense mal con esta expresión "materia prima" no estamos cosificando o denigrando al ser humano, más bien lo estamos enalteciendo si pensamos en una expresión alterna "materia prima artística"). Y los países desarrollados le agregan el mercado, la organización empresarial, la marca y multiplican su valor decenas de veces. Igual que sucede con tantos otros productos: vendemos cacao de aroma y nos devuelven chocolate Premium, con valor multiplicado. Nuestros jugadores van hacia Europa con contratos que oscilan entre los 20 y 30 millones de dólares; cuando se los vuelve a contratar al interior del viejo continente los nuevos acuerdos se han duplicado, pero el valor que generan dentro y alrededor de la cancha es muy superior.

¿Podemos de alguna manera trastocar la película y nosotros captar una mayor parte de ese valor agregado que circula en los mercados de deportivos? La única manera es organizar equipos que retengan a los jugadores (por los atractivos presentes y futuros), que sobre esa base las competencias regionales suban de nivel (la Copa Libertadores es grande, pero puede serlo más) y que se organicen competencias intercontinentales de altura (el pequeño torneo mundial de clubs a fin de año en Japón no tiene ninguna trascendencia). El resto son gritos en el vacío. Y todo esto requiere organizaciones de calidad, como lo tiene la Liga, intentan Quito y Emelec y cada vez lo pierde más el Barcelona.

… Y mientras tanto las pelotas seguirán volando, las redes estremeciéndose, los hinchas apasionándose, y el deporte creciendo.