Fabio Arévalo Rosero M.D.
Presidente de la Sociedad Colombiana de Ciencias del Deporte
fabio121@gmail.com
El deporte ha evolucionado con el hombre moderno, como un ingrediente más de desarrollo. El fútbol se convierte en el líder de las más grandes convocatorias generando un fenómeno de enorme valor, saliendo de los linderos de la mera práctica lúdica, de ejercitación o competitiva. Más que un deporte, es un asunto planetario que conmueve al mundo y que ha obligado a atenciones prioritarias y especializadas. No hay duda frente a ello.
Pero como fenómeno deportivo de poderoso impacto, también deja secuelas y evidentes contradicciones que lo afectan, provocando alteraciones nada deseables en su entorno. Aceptarlas, asumirlas y enfrentarlas, es hoy indispensable antes de caer en el desbarrancadero de la "modernidad".
Hace unos cuatro mil años se dieron los primeros pelotazos y no precisamente con el poder de un balón Adidas. En una especie de "protofútbol" jugado en la antigüedad oriental existía un ceremonial ritual y una reglamentación de brutalidad que terminaba hasta con la muerte del perdedor o el "malo". Los albores de un deporte similar al hoy conocido como fútbol, fueron un juego de guerra, ni más ni menos que la reproducción verídica de esas maquinitas y ordenadores modernos con programas que matan muñecos sin compasión.
Cuenta la leyenda que el primer balón utilizado en Inglaterra (país creador de las reglas del fútbol moderno) fue la cabeza de un soldado romano muerto en una batalla del año 55 A. de C. Posteriormente aparecieron una serie de juegos combativos donde era evidente la pugnacidad y una gran dosis de morbo bélico que se imponía a la emulación y a la vigorización de los principios atléticos.
Los enfrentamientos, aparentemente lúdicos, se producían entre grupos y regiones, con saldos tantas veces luctuosos. En 1572 la Reina Isabel I de Inglaterra tuvo que prohibir estos salvajes partidos porque los consideraba "más bien una práctica sangrienta y asesina, que un pasatiempo o deporte amistoso". La violencia se le atribuía, y con toda justicia, a la ausencia total de reglas; además de la provocación al ser un juego de combate y de excesivo contacto.
Pero nada más parecido al mundo que una pelota de fútbol, o el mundo es una pelota de fútbol. El fervor por una pasión como el fútbol es una mezcla de confusión, filosofía de la vida y emoción. El frenesí y el sentimiento desencadenado por un esférico perseguido y vapuleado por 44 piernas y 22 cabezas produce tanta energía y conmoción, que desde un Presidente en medio del estricto protocolo consulta un marcador, hasta el lustrabotas o el ambulante vendedor, con arrogancia de politólogos o economistas, disertan doctos sobre el tema sin posibilidades de contradicción
El fútbol que nació como un juego y el placer mundano de pegarle a cualquier gurullo, se convirtió en deporte gracias al "glamour" de los ingleses. Por su intrincada mecánica e infinito número de variables en poderoso estímulo de impacto sensorial que anonada cualquier cerebro y así en máximo espectáculo terrenal. De allí que dirigentes y empresarios, diligentes y versados además de avispados lo eleven a nivel de utilidad por encima de la emulación y la deportividad.
El fútbol es delirio de las clases populares, la fuerza de vida de los chicos de barrio, más que una devoción para el aficionado, una religión para el fanático y un redondo negocio para apoderados y promotores. Nunca, tal vez, ninguna otra actividad había logrado captar tanta mística y seguidores imponiéndose el fútbol hoy a la religión y a la política. Practicarlo es un placer de sabor popular y apostarle a descifrar un entresijo con los botines para terminar en un desenlace de éxtasis. Es el GOL encontrado cual anhelada solución al más engorroso problema de Baldor.
Las habilidades mostradas por talentosos atletas con espectaculares jugadas y tantos goles de fantasía, han convertido al fútbol no solo en el juego ramplón si no en el arte dinámico con una rigurosa geometría de 22 gladiadores bien entrenados, que con el balón dibujan bellas figuras y trazos ingeniosos que plasmados en la verde alfombra culminan en una cabaña bajo la euforia de unos y la impotencia de otros.
Hoy cuán grande es su poder como juego y como deporte, pero sobre todo como espectáculo y negocio que ha resultado ser un colosal vehículo de propaganda y publicidad. Gústenos o no, el fútbol es uno de los más poderosos fenómenos sociales de este siglo con capacidad para expresar uno de los mayores simbolismos en la comunicación del mundo. Lo que revele el fútbol lo entiende casi todo el planeta. Es el Esperanto lúdico de los pueblos.
Su concepción no solo tiene contenido populachero, también ha reclamado la atención de la cultura. Cantantes, científicos, intelectuales y artistas han encontrado en un deporte con contenido de lucha, emulación, destreza, superación y emoción, un buen material épico y lírico para su inspiración.
Y si no que lo diga el crítico Enrique Badosa en su Epigrama balompédico: "Ya está en orden el caos de este pueblo. /De nuevo somos grandes y triunfales. /Con entusiasmo todos entonamos /el himno patrio: do, re, mi, fa, GOL". Es el reflejo de una pasión, de una cultura, pero sobre todo de una filosofía de vida, una filosofía planetaria.
Pero la evolución futbolera no ha estado exenta de contradicciones, y muy férreas. Las paradojas en un deporte amado por las masas no se hicieron esperar. Su transformación en uno de los mayores fenómenos mundiales, naturalmente lo expusieron a tantos riesgos y ambiciones. Más aun cuando sus protagonistas directos, en su mayoría, eran extremadamente vulnerables, la historia así lo ha confirmado.
Y muy a pesar de la existencia de una red de organización mundial regida por la poderosa y omnipotente Federación que hoy es como un gran Estado: la FIFA. Recordemos que esta se conformó en 1903 con la reunión de delegados de apenas cinco países europeos: Alemania, Holanda, España, Francia y Bélgica. Sorprendentemente no estuvo Inglaterra la inventora del fútbol. Hoy tiene más de 200 países afiliados, superando en miembros a la misma Organización de Naciones Unidas (ONU).
Para el siglo XX el fútbol entró totalmente reglamentado, organizado y convertido en deporte legítimo, gracias a la obsesión de los británicos que siempre creyeron en el poder de su masificación. Pero además de ello, las tres cuartas partes de esa centuria se caracterizaron por el nacimiento, desarrollo y encumbramiento de los deportes de competición, convirtiendo a muchos de ellos, como el fútbol, en fenómenos de masas y creando "atletas - dioses".
El último cuarto, del siglo pasado, estuvo marcado por el acercamiento del deporte a la sociedad. Y consecuentemente a la orientación de buena parte de su sistema de vida por el nuevo "poder" adquirido por el enorme atractivo, la imagen comercial y la facilidad para vender. El fútbol en particular se convierte en el más grande vehículo de publicidad y visibilidad. Su impacto empieza a transformar sociedades.
Llegó así la ambición, la codicia, y el fútbol más que deporte se convirtió en un gran negocio con tráfico de jugadores y la aparición de verdaderos mercaderes del deporte que monopolizaron y casi agotaron el comercio y la trata del fútbol. Pero ya entrado el siglo XXI nos encontramos con una especie de "desastre balompédico" heredado de los manejos anteriores que hoy se empiezan a asemejar, aunque en forma tecnificada y "moderna" al primitivismo como nació. No hay mucha diferencia con los resultados finales.
El inventario muestra mafias de poder, compraventa de "esclavos" (pases), pugnacidad por las sedes, sobornos, árbitros sentenciados, cientos o miles de muertos en estadios con auténticas batallas campales, celebraciones ruidosas con muertos, heridos y muchas pérdidas; suicidios en línea por presiones, violentas barras bravas, periodistas ambiciosos y arbitrarios, jugadores lesionados casi de por vida, etc.
Un panorama verdaderamente aterrador. En pleno tercer milenio estamos como los primitivos, es mayor la problemática que el asunto deportivo. Hay espectáculo, cierto, pero prima el negocio y el poder del dinero. La ISL que manejaba el dinero de la FIFA, aparentemente quebró (?) y por lo tanto hay que explotar al máximo los torneos para beneficio de unos cuantos. Las contradicciones en este deporte han sido tantas veces inmanejables.
El fútbol como deporte es asunto serio, pero como espectáculo medieval circense y mercantilista explota al pueblo favoreciendo una minoría privilegiada. Allí nacen los primeros movimientos contestatarios por la segregación deportiva en un fenómeno que es popular y el cual esencialmente comprometió a jóvenes, particularmente a aquellos más vulnerables en su formación, condición y posición en la sociedad.
La semilla de la violencia estaba sembrada y los frutos no tardaron en cosecharse El fanatismo radical en el fútbol es ya casi consustancial a su desarrollo y crecimiento. Una de las mayores paradojas para un deporte que se suponía integralmente saludable. Pero no, la patología se enquistó en las tribunas y como una pandemia se fue expandiendo al mundo.
El furor y terrorismo en las gradas es en buena parte una expresión de franjas de jóvenes marginados, ansiosos de protagonismo y de "visibilidad social". Sin embargo, estamos hoy frente a un fenómeno más complejo, al éxito terminal de una cultura "fuerte" que presenta otros aspectos igualmente importantes
Son grupos que aparentemente adolecerían de autocontrol emotivo o una falta de reglas normativas de comportamiento, pero en realidad sus miembros están siempre gobernados por un preciso y férreo repertorio de reglas, como se puede observar en sus manifestaciones de conjunto (cánticos, uniformes, símbolos, ubicación, expresiones, norma de silencio, solidaridad de grupo, etc.).
Los miembros de estos grupos están impregnados por una "cultura" en la que la violencia no aparece como un comportamiento sancionable, y es muy fuerte en ellos la adhesión a valores como la fuerza, la dureza, la agresividad, el desprecio por los adversarios, etc. A través del grupo y con la práctica de la violencia el joven hincha trata, por así decirlo, de asumir un rol adulto y de conquistar una posición de prestigio dentro del grupo y la sociedad.
Históricamente los primeros hinchas ultras aparecieron en Italia, nacidos de los antiguos tifosis (fanáticos casi religiosos). Los primeros brotes aparecieron en Milán en 1968 en el estadio de San Siro donde la fiebre de fútbol por el Inter era la más alta. El primer núcleo fue conocido como los Boys SAN (muchachos de la escuadra armada). Los "duros" se popularizaron en toda Italia y luego en Inglaterra, especialmente en el norte (Manchester, Liverpool, Sunderland, etc).
Aparecieron los Hooligans que se enfrentaron a sus rivales del sur. Las acciones cruentas de los jóvenes Hooligans comienzan en los primeros años 70 y alcanzan su clímax en 1974 cuando los aficionados del Manchester y el Tottenham se convierten en protagonistas de graves incidentes en Ostende y Rotterdam con motivo de finales internacionales.
Desde entonces y hasta que en 1985 llegue una sanción sobre los equipos ingleses y sus hinchas después de la tragedia de Bruselas, raramente se desarrollará un torneo de fútbol europeo sin que haya incidentes causados por ingleses, exportando la "enfermedad inglesa" a otras naciones y continentes especialmente a América.
La condición humana es realmente la misma en todas partes y particularmente frente al fútbol. De allí que el fanatismo que despierta no difiere mucho de los países. A pesar del mal ejemplo europeo, la popularización del fútbol fue más fuerte en Latinoamérica, especialmente en Argentina, Uruguay y Brasil. Posteriormente en Ecuador y Colombia cuyo arraigo hoy es más fuerte.
La dinámica del fútbol es interpretada por el fanático como una batalla que hay que ganar a cualquier precio. La alineación por una divisa es sagrada. El hincha puede cambiar de todo, de amigos, de ciudad, de mujer, de religión, pero nunca de equipo de fútbol, jamás de camiseta. Un ritual con una ética asombrosa en el cumplimiento de sus propios preceptos.
El fanático por su escasa formación busca mecanismos de compensación, ya que la mayoría de partidos se pierden o empatan, que es casi lo mismo. Si la mayoría ganaran no habría necesidad de estas expresiones. Pero mientras el fútbol se mantenga vigente con sus centenarias reglas y manejo decadente por una dirigencia manipuladora, la violencia va a continuar sembrándose.
Los medios y los comunicadores afines a estos deportes intervienen de manera decisiva en la opinión, particularmente de aquellos más débiles que son los más agresivos. La mayoría de narradores y comentaristas de fútbol son demasiado empíricos, poco preparados, emotivos, arbitrarios e interesados en un resultado particular. Ello desorienta y envenena mucho más al fanático.
Este tipo de comunicadores, que los hay muchos, se convierten en algo así como determinadores de la violencia en el fútbol. Podrían llegar a considerarse también como autores intelectuales sobre quienes se debe intervenir a pesar de la sutileza con que quieren aparecer. Es conocido el poder multiplicador que tienen narradores y comentaristas que ya han ganado cierta fama y prestigio en no muchos casos. Su papel también es decisivo en el comportamiento de los fanáticos
Desgraciadamente frente a esto, las normas, en la mayoría de países latinoamericanos, son muy laxas y permisivas. Parece que frente a un micrófono puede estar cualquier vociferador, que no es más que un incendiario con espíritu radical y tal vez sin escrúpulos. Es un espinoso tema que da para un gran debate y profundos análisis. (Véase artículo del suscrito autor: "No más comentaristas deportivos").
La violencia en el fútbol es un grave problema social que está dejando saldos luctuosos. Debe enfrentarse con decisión y para ello se requiere importantes inversiones por parte del estado y la empresa privada (Federación, Clubes, equipos). El asunto es de compromiso total de todos. Se debe tener en cuenta que las raíces están en parte fuera del fútbol. La represión enérgica y militarización no son solución, hay que buscar instrumentos de intervención diversificados y más flexibles.
Se debe empezar por reconocer que los violentos son aficionados apasionados de su propio equipo, pero al mismo tiempo son jóvenes que se abandonan a actos de violencia injustificada. Los clubes de fútbol deben asumir su responsabilidad para "desarmar" a los jóvenes. En los contratos de los jugadores debe incluirse una cláusula que los obligue a acudir periódicamente a encuentros con los hinchas, realizando una función pedagógica, especialmente con los más jóvenes.
El estado debe garantizar mayor seguridad, pero especialmente acompañamiento, en los estadios. Es decir, un mayor número de comodidades y alternativas para disfrutar lúdicamente el espectáculo, y así atenuar los espíritus exaltados. Organizar las Peñas de los hinchas donde reciben capacitación, ilustración, recreación, agremiación para conseguir recursos, etc. Cuando el hincha note que la violencia no paga, empezará a replantear su comportamiento. Es cuestión de diseñar estrategias para mejorar la autoestima del fanático, que la mayoría de veces se siente perdedor o perdido. Allí está el meollo del asunto.
Pero también existen otros conflictos en el fútbol, tanto o más graves que el furor de los fanáticos. Tienen que ver con la situación y penurias de sus principales protagonistas: los jugadores. La mayoría deben soportar situaciones atípicas como empleados, casi que como esclavos de un sistema que solo quiere resultados a cualquier precio.
Las presiones sobre esta "mercancía humana", son corrientes, hasta el grado de haber alcanzado algo así como un punto de inflexión. Hace pocos años causó conmoción el suicidio de un joven futbolista en Argentina, reconocido por su talento y entusiasmo. Una hermana suya comentó sobre las serias presiones y conflictos que le había desencadenado el fútbol por los compromisos y las exigencias. Algo similar sucedió cuando en Bolivia se quitó la vida el "Chocolatín" Castillo y en el América de Cali, Carlos Montoya.
Con seguridad que hay muchos más futbolistas al borde de un ataque suicida además de los mismos entrenadores. El ambiente del fútbol profesional no es ninguna "pera en dulce", ya que el interés prioritario está en los negocios, resultados y títulos. El atleta como tal no se destaca y es precario el espacio para el enriquecimiento y crecimiento personal.
El fútbol rentado y casi todo el aficionado, está dominado y manejado por la omnipotente FIFA que impone sus reglas "productivas". Los jugadores en última instancia se compran, se venden o se descartan. Así el deportista pierde su integridad y dignidad que a pesar de ganar buen dinero ni siquiera puede gozarlo con satisfacción por las tendencias equivocadas que se le imponen.
Las frustraciones y el incumplimiento de las expectativas son pan de cada día. Es ni más ni menos que algo semejante al comercio de las modelos, que, endulzadas por los jugosos contratos y la fama, caen en las fauces de inescrupulosos empresarios que las manosean y las exponen. Pero el fútbol también tiene su "trata de blancos" que juega con el sueño de miles de jóvenes obnubilados por el estrellato, la farándula y el dinero, por las escasas oportunidades para formarse.
Qué fracaso si no se es convocado, qué tristeza si no lo ponen a jugar, qué depresión por una lesión. De los resultados ni se diga, en la mayoría de equipos no se cumplen las expectativas y la generalidad de partidos no saben a victoria y nunca o casi nunca se gana el torneo. En síntesis, para la gran colectividad futbolística son frustraciones, tras frustraciones.
El riesgo de un conflicto y de serios problemas en la salud mental es comprensible en un medio tan hostil y desagradecido, donde la identidad de las personas se diluye en el gran negocio. El fútbol requiere humanizarse y librarse de tanta falacia que hace daño a los deportistas. Las agremiaciones y la lucha por los derechos personales y deportivos son un buen paso, pero más allá de ellos debe obrarse en consecuencia por el respeto de las personas y las posibilidades por la libre expresión y desarrollo.
Ante el abismo en el cual tambalea la comunidad del "gran fútbol" es necesario recuperar a la gente. Los acontecimientos de los jóvenes "auto eliminados" no pueden pasar desapercibidos y obliga a la dirigencia a plantearse un proceso de reflexión-acción por el riesgo de una epidemia; pero más aún para darle dirección, sentido y vida a un gran proyecto deportivo.
No puede quedarse sin exponer ni revisar otra de las más fuertes contradicciones del fútbol. Aquella relacionada con la salud de los deportistas y con la preservación de la vida. El juego de alta competición balompédico no tiene escrúpulos para buscar ganar a cualquier precio. Incluyendo la exposición a grandes riesgos de exigencia corporal, que ponen en juego la vida de muchos atletas.
El fútbol profesional ha dejado de ser deporte de mediano riesgo, como tradicionalmente era considerado por ser actividad de contacto. La elevada competencia lo convirtió en encuentro de gladiadores exigiendo rendimiento por encima de lo humano y deportivo. Se transformó en una disciplina de elevado riesgo que ha cobrado numerosas víctimas en pleno campo de juego. Son pródigos los ejemplos de atletas del fútbol víctimas mortales en medio de la preparación o la competencia
Las "espectaculares" muertes que se han producido en deportes de alta competición, particularmente en el fútbol, obligan a un proceso de seguimiento para determinar mecanismos preventivos. Las causales son discutibles especialmente cuando se trata de futbolistas muy jóvenes. Pero no hay duda que el compromiso del sistema cardiovascular apunta hacia un desequilibrio de origen genético con componentes adquiridos o agravantes.
Las evaluaciones e investigaciones actualizadas demuestran que son los futbolistas profesionales quienes tienen un mayor riesgo de sufrir episodios de muerte súbita. Su incidencia entre los deportistas rentados es de 1,6 muertes por mil frente a los 0,70 por mil fallecidos entre atletas no profesionales. Son pródigos los ejemplos de atletas del fútbol víctimas mortales en medio de la preparación o la competencia.
Además de los sonados casos como el de Marc Vivien Foe en el 2002 y el brasileño Serginho en el 2004, ambos en el más alto fútbol competitivo, son muchos los eventos fatales recientes. La mayoría poco publicitados y más aún cuando la muerte súbita en el fútbol no respeta edades. El ecuatoriano Mario Reinoso falleció a los 23 años antes de un examen de su estado físico, Otoniel Tascón portero del Cortulúa murió súbitamente a los 19 años en 1996. En 2004, el peruano Daniel Uribe y el portugués Bruno Baiano, ambos futbolistas y de 17 años de edad, fueron víctimas de "muerte súbita" en plena actividad. En el 2003, en Chipre, un futbolista murió al correr a ayudar a un compañero lesionado. Michalis Michael, delantero del Onisilos Sotiras, comenzó a marearse cuando iba a ayudar al portero y se desplomó. Falleció poco después. Un jugador turco murió también en el 2003 al caer un rayo en la cancha donde iba a jugarse un duelo entre aficionados. En Colombia dos jugadores del Deportivo Cali fueron víctimas de rayos mortales en un inexplicable entrenamiento en condiciones de alto riesgo. En la práctica competitiva estas aventuras ambientales no habían sido seriamente consideradas.
El fantasma de la muerte súbita en el fútbol volvió a aparecerse hace muy pocos años en el choque Mallorca - Sevilla cuando el delantero venezolano Juan Arango del primero, fue víctima de un golpe propinado por un contrario. Sufrió traumatismo encefálico y facial tras una entrada del jugador Javi Navarro. Arango abandonó conmocionado el terreno de juego en el minuto 37. El impacto en la humanidad del venezolano fue más fuerte que un directo en el boxeo al recibirlo en la cara y trasmitir el efecto a la masa cerebral. Resultado: fractura del malar derecho (hueso debajo del ojo en el pómulo) y desaceleración en la masa encefálica. Esto último se produce cuando la colisión frena la cabeza, el cerebro sigue su curso y golpea contra la bóveda craneana.
Como resultado puede producirse una hemorragia con daño de tejido nervioso, lo cual es grave. En otros casos como el de Arango es un traumatismo cráneo encefálico tipo conmoción que irrita la masa cerebral transitoriamente generando inicialmente agitación psicomotriz (convulsiones), pérdida de la conciencia y obstrucción respiratoria. Se requiere acción inmediata porque la vida está en juego.
Por todo esto, algunos datos nos sugieren que el deporte incrementa sensiblemente el riesgo de sufrir muerte súbita durante la realización de una actividad deportiva intensa. Durante el ejercicio el incremento de la demanda energética por parte de la musculatura provoca que el gasto cardíaco aumente hasta unas ¡!seis veces más! de lo habitual. Precisamente, los principales mecanismos involucrados en las muertes súbitas se atribuyen a los cambios circulatorios y electrofísicos que se producen durante la actividad física. El riesgo de muerte repentina aumenta en los deportistas cuando se practica en condiciones ambientales adversas como alta temperatura y humedad o en alturas considerables por encima de 2600 metros sobre el nivel del mar. Igualmente, con la falta de un buen acondicionamiento físico que desadapta al sistema cardiovascular, volviéndolo vulnerable a elevadas cargas.
Una situación particular de daño directo al corazón es la alta posibilidad de recurrir al dopaje con estimulantes, entre ellos la efedrina, fármaco que no es desconocido en el fútbol, y que puede provocar un serio trastorno del ritmo del corazón con importante riesgo de infarto fatal. Pero hay otros estimulantes, psicotrópicos y anabolizantes que cuando se asocian con el deporte profesional o de máxima competición, dejan al jugador en una situación incierta frente a una grave contingencia. Punto importante a tener en cuenta para evitar la alienación en la competencia y fortalecer la educación del futbolista profesional.
La muerte entre los deportistas de alta competición es más común a primera hora de la tarde, coincidiendo con las horas en las que se desarrollan la generalidad de eventos deportivos. La mayoría de muertes ocurren cuando practican deportes que precisan de una gran participación, un enorme compromiso con responsabilidad en tantos estamentos como el fútbol, el baloncesto y el ciclismo.
Pese a todo, hay que enfatizar que está suficientemente demostrado que el ejercicio físico aumenta la esperanza y la calidad de vida. Como referente argumentado está uno de los más completos estudios realizado entre 2.613 deportistas finlandeses que representaron a su país en los Juegos Olímpicos entre 1920 y 1965, la edad media de supervivencia de los deportistas de resistencia supera en seis años a la de las personas sedentarias.
Aunque entre el 74 y el 94 por ciento de muertes súbitas que afectan a deportistas se deba a accidentes cardiovasculares, las personas que practican ejercicio físico de forma regular tienen la mitad de posibilidades de sufrir esta enfermedad frente a los que no lo hacen.
Sin duda que el fútbol, aparte de todo, ha despertado una enorme pasión planetaria. Pero así mismo, estas contradicciones y discrepancias científicamente revisadas, no pretenden sino dejar una esencial reflexión y una mínima lección. El fútbol es tal vez el deporte más popular y querido en el mundo. Pero para mantenerse vigente como tal exige modificar ciertas reglas que eviten el desborde hacia un espectáculo guerrero y medieval modulando la elevada competencia y la presión sobre el resultado.