Cuestiones al desarrollo en Tiempos de cólera

Francisco Rhon Dávila

Director Ejecutivo del Centro andino de Acción

Popular, CAAP, directo de la Revista Ecuador

Debate, Presidente del Consejo Superior de FLACSO.

caap.org.ec@uio.satnet.net

Las ideas que a continuación se exponen, muy probablemente, se distancian del realismo mágico, "aquello que sin ser posible, sin embargo existe", del gran García Márquez en su novela Amor en los tiempos de cólera. Sin embargo, el título de la novela, las vicisitudes de los personajes, en medio de la peste del cólera y navegando en las aguas del río Magdalena, bien podrían emitir signos para entender estos caóticos tiempos.

El actual momento de crisis del capitalismo, más largo que las ansiedades de los expertos y de difícil pronóstico respecto al final, si feliz o no de este momento, asunto en el cual parece haber acuerdo entre entendidos y conocedores, ha relievado y puesto en evidencia algunos hechos y situaciones, inéditos en ciertos casos o de reafirmación en otros, respecto la manera y las formas en las que se desenvuelven nuestras sociedades (individuales, individualistas, más que societales), en el contexto que también parece ser entendido como pulsaciones de la globalización en curso.

Globalización que no solo implica el total dominio (hegemonía) del sistema capitalista a escala mundial, que ha sometido -más allá de utilizado- como ocurría en otras épocas, a las otras formas o modelos económicos no estrictamente capitalistas, como bien lo señala Aníbal Qui- jano, sino que supone también la instauración de otro sentido, que interrelaciona, fusiona e instrumentaliza los signos, los rituales, los símbolos, en una interculturalidad difusa pero a la vez profunda, de las actuales versiones nacionales, de las culturas y de sus ethos; poniendo además, al mismo tiempo en jaque a la hasta ahora conocida institucionalidad democrática, ese significado del “orden sobre el desorden” de Portantiero, que ha acompañado como un valor intrínseco e interdependiente a la moderna sociedad capitalista.

Estas evidencias muestran que esa noción dominante Norte-Sur, tomada literalmente del mapa geográfico, en la que el Norte aparece como el ideal buscado del progreso y bienestar, y el Sur el de los subdesarrollados, en palabras del poeta "incapaces de progreso y ventura", carece de fundamento, ya que la crisis muestra Sures en el Norte, para citar algunos: Irlanda, Islandia, Grecia, Portugal, España, considerados como países, a la ciudad de los Ángeles de Estados Unidos, como dato a otro nivel, pero; así mismo, Nortes en el Sur: Brasil, India y demás países conocidos con el membrete BRIC o "emergentes".

A más de mostrarnos que esa división fue instrumental útil a un ideologema de poder, otra vez citando a A. Quijano, pone en duda, siendo benevolentes, aquella premisa dominante, paradigmática del desarrollo como un hecho que se reproduce progresivamente, asumiendo las externalidades como esferas de competitividad, oportunidades o factores, por lo tanto contingentes más no como determinantes necesarios, del "Progreso de las Naciones" de A. Smith, condicionantes que en la actual forma de acumulación mundial, hacen esos progresos, si así les es útil, más no a la inversa, como en el sueño originario de la economía de la riqueza de las naciones.

Fuera de los obcecados y/o mal informados, hay ya una coincidencia, es un lugar común el aceptar que los recursos naturales no son ilimitados y su exacerbada explotación se está revirtiendo en contra de la vida, que caracteriza la actual crisis global ambiental.

Esto también pone en cuestión la idea decimonónica del bien común, para lo cual los estado-nación fueron fundados, y que en los tiempos del "fin de la historia" de F. Fukuyama, se entendería como la función de mantener la estabilidad para realización de los individuos, en tanto tales; esto es, los individuos se relacionan entre si y se organizan sin requerir de un fin mayor, por lo que la razón de estado será el mercado.

Ante la profundidad y extensión de la crisis financiera, los países, intentando acomodar situaciones que palien los efectos e impactos de las quiebras financieras, activaron una serie de medidas que, más allá de las financieras y de activación de la circulación monetaria, denotan las urgencias de retomar las funciones y capacidades del estado, en algunos casos hacia recentralizaciones, que apuntalan, entre otras situaciones, tanto movilizaciones sociales como el emerger de gobiernos progresistas.

Sin embargo, en unos casos, estas medidas de emergencia, como se verá en la crisis europea, no logran la estabilidad del sistema y su ampliación, sino más bien han coadyuvado a la concentración monetaria y de capital, en esos otros gobiernos de las corporaciones transnacionalizadas; en los otros, desde la planificación central, no han podido evitar el profundizar los modelos extractivistas, acentuando la vigente división internacional del trabajo y acumulación.

Cabe recordar que dichos esfuerzos de centralización y planificación de la economía en el estado y por ende de planificación, no son algo nuevo, como quizá lo requeriría el actual signo de los tiempos.

Paralelamente a lo enunciado por el presidente H. Truman en 1949, sobre la necesidad de producir más, para sostener un crecimiento económico, como salida a la crisis, uno de cuyos efectos fue la Segunda Guerra, en América Latina, Raúl Prebish enuncia su tesis de la inequitativa relación centro-periferia, planteando una visión del modo de funcionamiento del sistema capitalista mundial en el que se presenta un permanente deterioro de los términos de intercambio, por lo que propone un modelo “hacia dentro” de industrialización, por la vía de sustituir importaciones, incorporando progreso técnico, para acumular excedente y crecer; para ello se requeriría en el marco de esta propuesta, un activo papel del estado que debe recurrir a la planificación. Este desarrollismo, entendido como la búsqueda del desarrollo nacional, según Torres Rivas, implica un capitalismo políticamente dirigido.

La problematización de este modelo, normativista al fin, provendrá de la Teoría de la Dependencia, que a su vez, será interpelada tanto en sus conceptos como en el método, entre otros argumentos, por carecer de un esfuerzo mayor de diagnóstico de los períodos históricos de las décadas de los 50, 60 y 70 del siglo pasado e incluso de sus referentes constituidos en el siglo 19. Por lo que presentaría un déficit en la construcción de una historia político- económica de la región.

Dos preguntas pertinentes a nuestros actuales momentos: cuáles eran las condiciones reales para el desarrollo del capitalismo en situaciones de las para entonces vigentes formas oligárquicos rentistas, y, de ser válida la existencia de esta forma oligárquico rentista, abigarrada y compleja, en qué condiciones emergería el modo de producción capitalista, cómo una contradicción a este modelo existente al que lo sustituye, o más bien, como muestra estudios de historia económica, cómo una continuidad de esas formas, por lo que no se produciría como indican las versiones clásicas, esa sustitución que hará posible la construcción de otras formas de relaciones sociales-societales.

Esto nos lleva a una otra actual discusión. Si lo que perviven son formas de capitalismos frustrados, cuál es el capitalismo realmente existente en América Latina, y a partir de ello, qué capitalismo en este signo de los tiempos, de un sistema mundializado-globalizado, es posible en América Latina y particularmente en el país.

Esto conlleva otra interrogante: qué actores, en términos bourdunianos, hacen posible qué tipo de democracia, puesto en otros términos qué sistema político viabiliza las formas de poder realmente existentes (fácticos por ejemplo), y qué poder en términos maquiavelianos, permitiría su gobierno (gobernanza), para ser de éste (el gobierno) el del interés común, el de las mayorías.

Las interrogantes o inquietudes mencionadas se complejizan cuando introducimos ese otro factor presente en las condiciones mundiales actuales: el cambio climático o dicho más ampliamente la crisis ambiental global. Desde esta perspectiva es difícil seguir sosteniendo como aparece en el discurso neoextractivista, los amplios márgenes de aprovechamiento de las enormes riquezas de los recursos naturales existentes, cuya explotación, mejor controlada y administrada por el estado, serán la palanca para el desarrollo esperado, siempre entendido como crecimiento económico.

Se supone, aunque sin fundamento consistente, que la acción pública y las normativas estatales serán capaces de evitar reproducir los problemas ambientales de los países industrializados. Más allá de la débil argumentación de que la explotación y los efectos de ésta serían focalizados, generando amplias zonas de amortiguamiento hacia su alrededor, la cuestión reitera el debate no saldado sobre el carácter mercantilista de la participación nacional en el mercado mundial, ya que como se reconoce el modelo primario exportador se realiza en el mercado mundial, siempre dependiente de los precios fijados internacionalmente.

Es necesario tener presente, que en el actual momento histórico mundializado y globalizado, la ganancia que se genera en las relaciones económicas, particularmente mercantiles, se realiza a nivel y escala mundial y que ésta, condicionada y contingente a la impresionante revolución tecnológica existente, cada vez, en términos de generación de plusvalía, se va achicando, aproximándose sobre todo en su clásica forma de industrialización a un valor cercano a cero, con lo que la reproducción misma del sistema estaría en cuestión, agravada por la presencia de "buitres" especulativos y de la misma dinámica de la producción tecnológica que al reducir los tiempos necesarios y reinventar nuevos productos, hacen más rápida la obsolescencia de los bienes producidos.

Con esto, la insaciable búsqueda de obtención de ganancias, por otra parte necesaria para la reproducción del sistema, está cada vez más condicionada, a realimentarse de otros capitales (los mercados bursátiles), anónimos, indiferentes, ávidos de lucros, de paso esto se explicitó en la reciente crisis financiera, así como a reducir la participación del trabajo vivo (la fuerza de trabajo humano) en la producción de bienes naturales con los que se restringe las posibilidades de empleo, el valor de los salarios que en teoría debería ser igual a los requerimientos para la reproducción de la fuerza de trabajo, resurgiendo relaciones precarias y hasta esclavistas. Tanto la burguesía como el proletariado, actores fundamentales del desarrollo capitalista, tal como se ha conocido hasta ahora, empiezan a declinar y son sustituidos por máquinas y mercados especulativos.

La crisis actual del capitalismo es una crisis estructural, de la realización misma del valor, de manera nunca antes vista, y por ende supone una transformación profunda de las relaciones capital-trabajo; de las relaciones sociales de producción; de las formas de acumular ganancia, cada vez más estrechas; por lo que todo se vuelve mercancía, particularmente recursos naturales antes considerados como bienes públicos, como el agua, el aire, los servicios ambientales, son sujetos de mercadeo y lucro.

La razón de mercado se sobrepone a la razón política que acompaña a la conformación de los estado-nación; esta razón organiza las sociedades produciendo un "mercado de masas" de seres consumidores que convierten en consumo todas sus relaciones con las cosas, con otros seres y consigo mismo, haciendo del consumo su forma de existencia. Así mismo, al parecer, retomando a A. Quijano, se estaría poniendo al descubierto, por primera vez, de manera explícita, la vieja amenaza de la barbarie técnica y de la devastación anunciada por K. Marx.

La especulación financiera dominante, la pérdida de representatividad del trabajo vivo en la producción, conllevan a una concentración del poder a nivel global, así como a cada vez una mayor exclusión de grandes masas del proceso productivo, pero contradictoriamente convocadas a consumir. El anhelado zoom político, actor político que podría confrontar y cambiar las situaciones de dependencia, de concentración de poder y desechabilidad de las personas está siendo relegado por la supremacía del homo economicus consumista, individualista, ególatra y narcisista.

Estas realidades, siempre discutibles y sujetas al análisis e indagación, contextualizan las preguntas antes planteadas acerca del capitalismo realmente existente, sus posibilidades de consolidarse y la manera en cómo se constituye una gobernanza capaz de responder al bien común y de la mayoría; imprimiendo un “orden sobre el desorden” de la desigualdad persistente que supone la vigencia de la democracia.