De planes e incertidumbre

Kenneth Arrow, Premio Nobel de Economía en 1972, cuenta que durante la segunda guerra mundial su trabajo

como meteorólogo le demostró que también el mundo natural es imprevisible, y lo ilustra con una anécdota y su equipo tenían la responsabilidad de predecir el clima con un mes de anticipación, para el ejército después probaron con métodos estadísticos que la tarea era imposible de cumplir y, convencidos de la inutilidad de sus predicciones, solicitaron que dejaran de hacerse. Recibieron la siguiente respuesta: El general está consciente de la inutilidad de las previsiones meteorológicas. Sin embargo, las necesita por motivos de planificación."

La indispensable definición de un horizonte, que ayude a coordinar esfuerzos en la acción colectiva de sociedades locales o nacionales, no está exenta de riesgos tales como el exceso de confianza originado en la parcialización ideológica, el efecto rebaño que confunde la verdad con la reiterada repetición de los mismos conceptos, la fraccionalización y burocratización del proceso que genera documentos inútiles, y hasta la manipulación que diseña planes como ofertas demagógicas. ¿Es posible superar estos peligros? ¿Se pueden crear mecanismos para que una sociedad pueda orientar su acción colectiva para salir del subdesarrollo y caminar hacia su propia definición de desarrollo? Si queremos contestar esas preguntas, lo primero que debemos hacer es dimensionar el tamaño del problema: el tamaño de la filósofa.

Desequilibrios y equilibrios.

Partimos de un sencillo marco teórico que nos permite entender al subdesarrollo como un “equilibrio bajo” en un sistema que puede presentar múltiples equilibrios. Esto nos permitirá, también, aclarar algunos conceptos.

Un sistema es un conjunto de elementos interconectados; si es suficientemente complejo, las causalidades dejan de ser lineales y se convierten en circulares: un cambio en una variable (digamos A) origina cambios en B, lo que a su vez causa variaciones en C, que origina cambios en A (la variable que inicialmente experimentó un cambio). Estos “loops" o lazos pueden ser de retro alimentación positiva, que refuerzan el movimiento original de la variable A, o de retro alimentación negativa, que empujan a la variable A a su posición original o -al menos- evitan su crecimiento explosivo y, por tanto, estabilizan el sistema. Pueden presentarse simultáneamente varios de procesos de retro alimentación, tanto positiva como negativa, lo que convierte al análisis de los efectos de una política o choque oxígeno en un tema eminentemente cuantitativo. Siendo así, hay poco espacio para afirmaciones dogmáticas extremas (tales como “apertura comercial total” o “proteccionismo”) y por tanto un elemento indispensable es la medición -desde tantos ángulos como se pueda- de las variables del sistema y sus interacciones. Como veremos, la presencia de estos lazos de retro alimentación es claves para entender la dinámica y evolución de un sistema.

Como parte del proceso de entender un todo, tiene sentido -por supuesto- profundizar en el análisis de la interrelación entre un subconjunto de variables de un sistema, tales como inflación y desempleo en el caso de la economía, y tratar de establecer sus correlaciones, el tipo de encadenamiento y causalidades que hay entre ellas, tan claramente como sea posible. Sin embargo, si se trata de cambiar el sistema -que es el tema que ahora nos interesa no queda otra alternativa sino abordar el análisis del conjunto.

Existe confusión sobre el concepto de equilibrio en economía y en ciencias sociales. Se mal entiende que usar el concepto de equilibrio necesariamente implica asumir la sociedad como estática, que no cambia ni evoluciona. Peor aún: no pocas veces la palabra adquiere una connotación moral y no faltará quien entienda que una sociedad en equilibrio es, en algún sentido, una sociedad justa donde cada quien recibe lo que le corresponde o ha ganado. La confusión proviene del empleo de la palabra para dos conceptos completamente diferentes, el uno relacionado con un punto o un intervalo específico en el tiempo, y el otro relacionado con el transcurso de éste.

Empecemos con el primero. Para analizar un sistema (sea este, por ejemplo, físico o social) requerimos considerar en nuestra representación o modelo todas sus variables relevantes y sus interrelaciones más importantes. Adicionalmente, es necesario que se cumplan ciertas identidades que relacionan los flujos y niveles que componen el sistema: lo que produce una empresa en un período determinado debe tener algún destino, ya sea el consumo, formación de capital, el almacenamiento o incluso la destrucción; lo que gasta una familia en un período debe tener un origen: producción para autoconsumo, salarios, ventas de activos, contratación de deuda o regalo. Incorporar en el modelo los principales componentes de un sistema y sujetar su interrelación a la disciplina de las identidades contables básicas constituye el enfoque de equilibrio general, a diferencia del de equilibrio parcial que toma en cuenta lo que sucede exclusivamente en un mercado, y que puede ser usado solo cuando es lícito suponer efectos insignificantes sobre los otros componentes del sistema. Así, decir que se adopta un enfoque de equilibrio general al analizar un sistema, no necesariamente implica asumir que la oferta sea igual a la demanda en todos los mercados, o peor aún que los agentes sean maximizadores o se esté usando el extremo concepto de racionalidad substantiva. El enfoque es lo suficientemente amplio y general como para incluir diferentes visiones de la economía y de lo social y diversas metodologías. Por ejemplo, en el caso de la macroeconomía, podemos emplear las palabras de Dutt, quien explica que su método neo-estructuralista usa "[…] identidades contables que involucran flujos y niveles (incluyendo aquellas que enseñan cómo los niveles cambian debido a los flujos) y posteriormente añade ecuaciones que representan relaciones institucionales y de comportamiento relevantes que involucran variables de nivel y de flujos, de tal manera que podemos determinar los valores de las variables del sistema dados sus parámetros."

Notemos que nada se dice hasta ahora sobre el comportamiento o evolución temporal del conjunto. Las interrelaciones expresadas en el enfoque de equilibrio general deben cumplirse para cada período de tiempo, o si este tiende a cero, para cada instante de tiempo, sin embargo de lo cual el sistema puede evolucionar ya sea en forma estable, o sufriendo cambios bruscos, o de tal manera que acumula potencial para futuros cambios, o mostrar un comportamiento caótico.

Lo cual nos lleva al segundo concepto de equilibrio, que especificaremos como equilibrio dinámico. En lo fundamental se eligen algunas variables, que se consideran de especial relevancia en su dinámica, y se dice que el sistema está en equilibrio si estas variables (o sus tasas de variación o tasas de aceleración) son constantes o muestran pequeñas fluctuaciones alrededor de un valor central. Este concepto tiene implícito el requerimiento de sostenibilidad en un horizonte temporal, es decir, el supuesto de que, si las condiciones exógenas permanecen constantes, también el sistema mostrará estabilidad durante un período de tiempo razonable. Por supuesto, aquí hay un alto grado de subjetividad, tanto en la definición del horizonte temporal como en la selección de las variables que deben ser constantes; más aún, convenientes reparametrizaciones permiten la representación estática de variables no constantes. No hay otra alternativa que discutir cada caso específico para abordar este tema.

En general estos equilibrios dinámicos vienen en números impares y se clasifican en estables e inestables. La economía convencional se ha enfocado excesivamente en un caso particular: sistemas con un solo equilibrio, resultado de la presencia de fuertes mecanismos de retro alimentación negativa que aparecen especialmente en forma de rendimientos marginales decrecientes. Sin embargo, en especial en la última época, la teoría del desarrollo pone mucho más énfasis en lo que se conoce como “no-convexidades,” que consisten en formas particulares de los conjuntos de preferencias de los consumidores, o de la tecnología de las empresas o de las restricciones que los agentes económicos enfrentan, formas que originan equilibrios múltiples.

Pensemos específicamente en la tecnología de las empresas: si estas muestran rendimientos marginales decrecientes, el costo marginal crecerá con la producción, lo que al interactuar con la utilidad marginal decreciente de los consumidores origina un único equilibrio de cantidad producida (igual a la consumida) y precio. Este tipo de supuestos pueden tener validez en economías agrarias e industriales, en donde las mejores tierras y minas eran explotadas inicialmente, con el consiguiente incremento en los costos de ampliar la producción al tener que acceder a insumos de menor calidad o menos accesibles. Sin embargo, si pensamos en la llamada economía de la información, en la cual la innovación y desarrollo de nuevas tecnologías constituyen el motor fundamental de la productividad y competitividad de un país, el supuesto de los rendimientos marginales no es inmediatamente aplicable. Así, es razonable asumir que las innovaciones en una empresa facilitan la innovación en otra, u originan más adaptaciones de las nuevas tecnologías a otros productos. O, por ejemplo, pensemos en un sector industrial con alto número de empresas empleando personal calificado: para una empresa del sector será más fácil contratar el personal calificado que necesita, pues la oferta laboral es mayor; de la misma forma, podrá beneficiarse de innovaciones hechas en otras empresas, o adaptaciones de tecnología extranjera a la realidad local, que no siempre son sujetas a protección por patentes; o emprender más fácilmente en procesos de comercialización o conquista de mercados con métodos o en países ya probados por firmas del mismo sector y país Estas situaciones originarían que a mayor producción en el sector, y por tanto a mayor personal calificado empleado en él, mayor la productividad. Es decir, el trabajo de una empresa tiene externalidades positivas sobre las otras firmas.

Un caso como los descritos se representa en el gráfico 1, en donde, en el eje vertical tenemos el porcentaje de trabajadores con calificación técnica respecto del total de la población económicamente activa, mientras que en el eje horizontal está la productividad marginal del trabajo. Por las razones antes señaladas, la productividad marginal del trabajo es creciente respecto al porcentaje de trabajadores calificados. Si adicionalmente consideramos que el salario de los trabajadores calificados estará positivamente correlacionado con la productividad marginal del trabajo, y a su vez con la decisión por parte de los trabajadores de invertir en tiempo y dinero para adquirir calificación técnica, podemos añadir en el mismo gráfico la curva de oferta laboral como función de la productividad marginal del trabajo. Dependiendo de demografía del país que se analice, la economía podría presentar uno o varios equilibrios dinámicos. En el gráfico presentamos el caso de tres equilibrios dinámicos (A, B y C), siendo el segundo inestable, mientras que los otros dos estables. Pensemos que, por algún motivo, la economía se encuentra en el punto x: para el número de trabajadores calificados que existen en ese momento, la productividad marginal del trabajo es aún menor a la del punto x, mientras el número de personas interesadas en adquirir una calificación técnica es también menor para el nivel salarial vigente. El resultado es, entonces, que la economía se ve “atraída” hacia el punto de equilibrio A. razonamiento similar, pero simétrico, se puede hacer para el punto y, pero en ese caso la economía se mueve hacia el punto de equilibrio C.

Es aquí en donde este tipo de modelos con equilibrios dinámicos múltiples se vuelven útiles para el análisis de subdesarrollo. Como se demuestra en Pérez (2006), el equilibrio A representa una economía con una mayoría de la población trabajando en labores de baja productividad que requieren escaso o ningún conocimiento técnico, escasa producción industrial, bajos salarios, bajo capital y producción per cápita. El equilibrio C, en cambio, es lo contrario: altos salarios, alta oferta laboral calificada, etc. Nótese que un mismo país, con las mismas dotaciones naturales y con la misma apertura comercial y financiera, puede encontrarse en cualquiera de las dos situaciones en virtud del carácter endógeno de los equilibrios y a las causalidades circulares que los originan: en el equilibrio estático C, los capitalistas encuentran rentable invertir en empresas de alta tecnología porque existe oferta de trabajo calificado y las externalidades positivas de otras firmas hacen que la productividad marginal del trabajo sea alta; y la oferta de trabajo calificada es grande porque hay demanda para esos trabajadores y se les retribuye con salarios altos, debido a la mayor productividad marginal del trabajo. Lo mismo, simétricamente, para los otros equilibrios dinámicos.

La primera conclusión que podemos sacar es que la acción individual, por más racional, óptima e incluso clarividente que sea, no es suficiente para que el país salga de la trampa en que se hallaría al estar en el equilibrio estático A. Se requiere acción colectiva para salir de la trampa, lo que significa que las formas de organización colectiva -en especial el estado- tienen un papel que jugar. La segunda conclusión es que se requiere alcanzar ciertos umbrales o puntos críticos. Uno puede imaginar acciones coordinadas que podrían llevar a la economía desde el punto A hasta el punto X. Cualesquiera que hayan sido las políticas que lo hicieron posible, sería difícil moderar el entusiasmo de aquellos que proclamen el éxito de las políticas al ver aumentar los salarios y la producción industrial. Sin embargo, esto no sería suficiente: si no se alcanza el punto crítico (marcado en este caso por el punto C) y la política deja de implementarse -tal vez porque los recursos necesarios ya no existen- entonces el país retornaría al punto A. (1,2)

El trabajo del planificador, no solo que es necesario, sino que algunos de sus elementos son completamente claros en este esquema (aunque, como vemos más abajo, muchos otros elementos indispensables deben incorporarse). Se trata de encontrar la ruta más corta para llegar a la “zona de atracción” de un equilibrio estático alto o deseable (si pensamos en un modelo equivalente en varias dimensiones, la ruta más corta no es necesariamente evidente; si añadimos restricciones de recursos disponibles para dar el “gran empuje”, nos encontramos con un típico problema de control óptimo, tan frecuente en ingeniería). En palabras de Hoff y Stiglitz (2000, p 396) “[…] para que un país salga del subdesarrollo […] “todo” lo que uno tiene que hacer es inducir un movimiento fuera del viejo equilibrio, lo suficientemente fuerte y en la dirección correcta tal que la economía sea “atraída” a un equilibrio nuevo, superior” (3) Como conclusión parcial: hace falta la acción colectiva para salir de las trampas del subdesarrollo, pues las acciones individuales actuando según las reglas del mercado no son suficiente. (4) Sin embargo, no se trata simplemente de proponer medidas que tengan un rendimiento positivo, incluso no es suficiente que las medidas sean eficientes (en el sentido de un rendimiento más alto en relación a otras alternativas). Lo mínimo que se le debe pedir a un planificador es que piense en términos de equilibrios estáticos múltiples, para poder proponer rutas óptimas y reconocer umbrales a alcanzar. En definitiva, se trata de asumir las consecuencias del enfoque teórico que invalida la existencia de un equilibrio único y actuar en consecuencia. Por ejemplo, si se quiere otorgar subsidios y protección arancelaria a un sector industrial y apostar a su crecimiento, al menos se debe probar que ese sector puede alcanzar el umbral; de otra forma, el costo social de la protección se transforma en una transferencia -sin retribución- desde la sociedad a esas industrias.

Necesario, pero no suficiente, como veremos a continuación.

De buenos planes (también) este empedrado el camino al infierno

Supongamos que hay un plan, trayectoria y umbrales definidos y conocidos e ignoremos por ahora la incertidumbre. ¿Quién impulsará su aplicación? Algunos autores (Rodrik, por ejemplo) asumen implícitamente que es el estado y más específicamente el gobierno quien debe asumir esa tarea. Planteemos algunas preguntas al respecto: ¿Le interesa siempre al gobierno el desarrollo socio-económico? ¿Si no siempre, bajo qué condiciones si le interesa? ¿Y qué tipo de desarrollo busca? ¿Qué tipo de estructura institucional asegura la realización de las intenciones -asumidas benévolas- de un gobierno?

Si pensamos en países que dependen casi mayoritaria- mente de los ingresos provenientes de recursos naturales no es claro que sus gobiernos siempre impulsen ni siquiera el crecimiento económico, que en algunos casos bien podría ser considerado una amenaza para su permanencia en el poder. Tomemos por ejemplo Zaire bajo la dictadura de Mobutu, quien gobernó este país africano desde 1965 a 1997 sostenido en buena parte del período por las potencias occidentales en el marco de la guerra fría, apropiándose personalmente de su inmensa riqueza mineral y creando el estado depredador por excelencia. Su estrategia de "divide y vencerás" no solo que asignaba partes de la burocracia y las fuerzas armadas a diferentes grupos étnicos y fomentaba su confrontación violenta5, sino que fomentaba la expoliación de los grupos étnicos por parte de la burocracia y el ejército. Al final de su mandato, Zaire se encontró con su infraestructura de transporte, comunicación, industrial, etc. en peor estado que cuando alcanzó la independencia. El poder del dictador se basaba en la pobreza y la violenta división de la población, mientras su riqueza personal y la de sus aliados no dependían de la economía del país, sino de la explotación de los recursos naturales.

Por otro lado, una de las más picantes propuestas de explicación del origen del estado es la de Mancur Olson (6): Un bandido itinerante decide que es mejor para él y su gente asentarse en una región y exigir un tributo a sus habitantes: el “bandido itinerante” se convierte en “estacionario” y de ahí en respetado rey. Pronto, éste se da cuenta que incrementar su base impositiva va en su propio beneficio, por lo que invierte parte de sus recaudaciones en mejorar la infraestructura que permite a sus súbditos subir la producción. Este es el caso de un gobernante que entendería al desarrollo como el crecimiento económico y que encuentra conveniente impulsarlo. Guardando las distancias, el partido de gobierno chino, con su monopolio del poder político y militar, también tiene interés en el crecimiento económico pues de ello depende su permanencia en el poder.

Sin embargo, no es claro que la expansión constante del producto per cápita, ni siquiera del bienestar económico de la población, sea la expresión única del desarrollo, cuyo concepto general incluye -al menos- libertades individuales, respeto a los derechos humanos y democracia como valores en sí mismos, y que bien pueden verse sacrificados en nombre del crecimiento del producto. Dicho de otra forma, no es único el concepto de desarrollo, bienestar, sumak kawsay, o como deseemos denominar al horizonte que orienta a una comunidad o nación. La pregunta es ¿Quién debe definir ese horizonte? Aunque no podamos abordar en este ensayo esta última pregunta, si parece definitivo que no hay razón para otorgar ese privilegio a un gobierno que priorice su permanencia en el poder y que, por tanto, haga esa definición desde sus intereses muy particulares.

En todo caso, supongamos una sincera intención de conseguir el desarrollo socio-económico por parte del hipotético gobierno de nuestro análisis. ¿Qué condiciones convierten esta intención en una piedra más del camino al infierno del rentismo? ¿Cómo evitarlo? Las políticas de incentivo que forman parte de una política industrial (término genérico que engloba no solo la producción industrial en si sino también la terciaria) se pueden clasificar en de coordinación y subsidios. Los primeros hacen referencia al papel que juegan los estados u otras organizaciones sociales para facilitar o generar acción colectiva, en especial entre empresarios que así invierten sus capitales en forma consciente o inconscientemente coordinada y se benefician de las externalidades positivas que esta acción conjunta genera o de las economías de escala que alcanza.

En cuanto a los segundos, el estado puede también “desnivelar el campo de juego,” cambiando los precios relativos que enfrentan los productores favoreciendo aquellas actividades que quiere impulsar mediante, por ejemplo, tasas de interés subsidiadas o exenciones tributarias o protección arancelaria de mercados nacionales. En cualquier caso, otorgar subsidios es una transferencia de recursos desde la sociedad a los beneficiarios de estas políticas, que se hace con la intención de que estas firmas puedan alcanzar el tamaño y la expertise, que no podrían adquirir de otra forma, necesarios para ser competitivos.

Gerschenkron, (7) por ejemplo, destaca el uso que de la banca de desarrollo (propiedad del estado o con gran apoyo de este) hicieron los países europeos de industrialización tardía en el siglo XIX. Ejemplos más recientes son Japón, Corea, China y Brasil. Este tipo de instrumentos cumplen las funciones de coordinación y subsidio. Sin embargo, Bardhan (8) señala claramente uno de los principales problemas que sufren este tipo de instrumentos: “[…] el usual riesgo moral que emerge al subsidiar las a veces necesarias pérdidas de bancos de desarrollo pioneros y el siempre presente riesgo de que las operaciones de crédito se vean envueltos en la distribución de patronazgo político.”

Se puede decir que casi todo instrumento de política industrial corre el riesgo de convertirse en rentas orientadas a grupos económicos y políticos bien conectados, que se fortalecen gracias a los subsidios que reciben y mejoran, por tanto, su capacidad de defenderlos. Ante ello, un elemento necesario lo constituyen “instituciones fuertes”. Pero: ¿Eso qué significa? Peter Evans (9) afirma “En el mundo contemporáneo, la participación o no [del estado en el desarrollo económico] no son las alternativas. La intervención estatal es un hecho. La pregunta apropiada no es “qué tanto” sino “qué tipo”.” Este autor analiza dos tipos de estado: predatorio (donde los políticos a cargo no tienen ningún límite en la persecución de sus intereses individuales) y los desarrollistas. En estos últimos partes substancial son burocracias meritocráticas, altamente selectivas a quien se le ofrece carreras de largo horizonte, lo cual crea un sentido corporativo y de responsabilidad ante el país, y le da la autonomía que requiere para (en lugar de estar aislada) estar en contacto continuo con los sectores (generalmente más poderosos económicamente) a los cuales debe regular y con quienes debe negociar objetivos y políticas. Pero: ¿cómo prevenir que esta burocracia, con ese espíritu corporativo y poder de decisión no lo use en su propio beneficio? Seguro que escribir la necesidad de “rendición de cuentas” en una Constitución no es suficiente. Más bien, este nuevo riesgo abona en la necesidad de la existencia de un actor colectivo interesado en lograr el desarrollo definido en sus propios términos (que sin duda pasa por un nivel mínimo de crecimiento económico) y con el poder político suficiente como para impulsar su agenda. A veces ese actor ha sido una burguesía con proyecto nacional o incluso un poder extranjero que por intereses geo-estratégicos quiere tener un país fuerte (generalmente en las fronteras de su área de influencia). Sin duda mejor que lo uno y lo otro, es un actor colectivo, constituido por la gran mayoría de la población. Una vez más, la democracia -además de ser un fin en sí mima- es un elemento fundamental para lograr el desarrollo socio-económico.

Planificando un futuro que ya pasó.

Supongamos un capitán de barco que quiere llevar su navío a puerto seguro. Nada mejor que trazar una ruta detallada usando sus cartas de marear. Ahora supongamos que no solo pueden presentarse tormentas en el camino o cambiar de rumbo los vientos (eventos que tal vez dependen de la estación, y a los cuales el buen capitán de nuestra historia, en base a su experiencia y formación puede asignar una probabilidad de ocurrencia y por tanto definir la ruta “más segura” en términos de valor esperado) sino que la posición misma de las islas y continentes y del mismo puerto de destino pueden variar en formas completamente impredecibles y con configuraciones inimaginables en el presente, haciendo inútiles los mapas y cartas actuales. Peor aún, los cambios son más rápidos que la capacidad del capitán de rehacer sus mapas completamente. Es obvio que, en estas circunstancias, aferrarse a la planificación inicial, e incluso haberla planteado como definitiva en primer término, no tendría sentido. Como tampoco tendría sentido pensar que cada marinero remando en la dirección de su propio interés movería al barco en una hipotética dirección “optima.”

La situación de la planificación macroeconómica y de políticas del desarrollo se parece mucho a la del capitán de nuestra historia y a la del general de la anécdota de Arrow. En el horizonte no existen solamente posibles choques exógenos tales como cambios súbitos en los precios de los productos de exportación, sino cambios estructurales imprevisibles originados en innovaciones tecnológicas que hacen obsoletos ciertos bienes e innecesarios otros insumos. El mapa cambia también por la acción de países competidores que pugnan también por abrirse un espacio en la economía mundial, y todos estos eventos caen dentro de lo que Frank Knight y John M. Keynes designaron como incertidumbre, situaciones en las que el futuro es simplemente desconocido y no se sabe ni siquiera cuales son los posibles escenarios, en contraposición a situaciones de riesgo, en las cuales se sabe cuáles son los escenarios futuros posibles y se les puede asignar una probabilidad de ocurrencia. Para el segundo caso los economistas han creado el concepto de “utilidad esperada” y los matemáticos el de “programación dinámica” para la definición de rutas óptimas en ambientes de riesgo. En cuanto a la incertidumbre, apenas si se empieza a reconocer su ubicuidad e importancia y a cuestionar conceptos extrañamente populares como la versión extrema de expectativas racionales o previsión perfecta.

El tema de la incertidumbre a lo Knigth-Keynes ha sido retomado por corrientes heterodoxas, en especial los Pos- Keynesianos. Se ha empezado ya a entender el papel de las instituciones para coordinar la acción de los individuos en ambientes de incertidumbre, y reglas que estos siguen en estos ambientes, tales como: mantener excesos de liquidez o de capacidad instalada, comportamientos de rebaño, guiarse por opinión de expertos o seguir estrategias que muestran éxito inicial, etc. A pesar de que estas reglas de comportamiento tienen la tendencia a ser estables, en situaciones críticas (cuando el sistema sufre cambios bruscos) estas reglas también cambian, en forma que puede ser caótica (en el sentido explicado más abajo). Sin embargo, algunos planificadores que se reclaman anti neoliberales no asumen las consecuencias que este concepto heterodoxo tiene en su actividad y planifican como si el futuro fuera ni siquiera riesgoso sino cierto.

Las dificultades que se enfrentan al tratar de controlar o cambiar el estado de un sistema están siendo estudiadas también por otras disciplinas. Así, la teoría del caos destaca que los sistemas complejos generalmente tienen un comportamiento dinámico extremadamente sensible a cambios mínimos en las condiciones iniciales: es decir, cambios imperceptibles en ciertos parámetros producen trayectorias exponencialmente diferentes. Esto hace que los estados futuros de un sistema sean esencialmente impredecibles. Según Stephen Wolfram, los sistemas que existen en el universo pueden realizar operaciones computacionales (en un sentido amplio del término) hasta un nivel de poder que tendría un máximo universal, siendo muchos los sistemas que alcanzan este máximo. Según este autor, el cerebro humano o el clima alcanzarían este máximo y serían, en este sentido, equivalentes. No cabe duda que el sistema social caería dentro de este grupo también. Adicionalmente -siempre según Wolfram- estos sistemas serían esencialmente irreducibles, es decir que no podrían ser simplificados para predecirlos y que la única manera de conocer su evolución futura es observar efectivamente su evolución. De ser así, el sistema social sería intrínsecamente impredecible, peor aún un sistema al que se lo quiere hacer transitar a través de una transformación profunda. Siendo indispensable la acción colectiva para salir del subdesarrollo, cabe preguntarse si es posible la planificación en un sistema sujeto a tanta incertidumbre. Probablemente tengamos que cambiar de concepto de planificación.

Entender que en lugar de escoger una trayectoria y prescribirla como fija, será necesario estar preparados para detectar los cambios en el sistema y generar nuevas respuestas a las nuevas condiciones. La capacidad de respuesta rápida y de adaptación deben ser las cualidades que debe buscar ese actor colectivo que quiere el desarrollo social. Sin duda, esto significará discusión continua entre diferentes enfoques, utilización a fondo de todos los datos disponibles, confrontación académica de varios paradigmas; significará también experimentación, prueba y error con diferentes esquemas, en contraposición a la imposición de un esquema único. Significará, una vez más, el debate democrático sin el cual será imposible navegar en este mar de incertidumbre.

8 Bardhan, Pranab (2000) Distributive Conflicts