Pablo Dávalos
Economista y profesor universitario
pdavalos@hotmail.com
El texto hace un breve recorrido sobre los principales conceptos de la teoría económica vigente, entre ellos las nociones de mercados autorregulados, equilibrio general, precios relativos y maximización de preferencias de los consumidores, para demostrar que esos conceptos no tienen validez real, además se propone que el discurso de la economía no es eficiente en la asignación de recursos escasos (en el sentido Paretoptimo), y que no ha logrado establecer una relación entre valor y precio.
Esta breve deconstrucción epistemológica se la hace para posicionar la noción de Sumak Kawsay (La Vida en Plenitud), como una noción alternativa al discurso economíco en su conjunto, y desde la cual se pueden obtener instrumentos anal ticos y marcos epistemolgicos más realistas y con un mayor nivel de objetividad y eticidad. Esta noción de Sumak Kawsay, consta ya en las Constituciones de Ecuador y de Bolivia, y a su tenor se está intentando definir la planificación y el sentido de las políticas públicas en estos países, sin embargo, aún no existe una fundamentación tercica de las nociones de base del Sumak Kawsay y la academia aún no ha intentado acercarse y comprender de más cerca su significación. El presente texto se propone, en consecuencia, establecer los lineamientos de base de una epistemología diferente para la economía desde las nociones del Sumak Kawsay o La Vida en Plenitud.
Si la naturaleza física clásica tiene horror al vacío, la naturaleza humana neoclásica tiene horror a la diferencia. Michel Aglietta, y André Orléan:
La Monnaie entre violence et confiance
El filósofo portugués Boaventura de Souza Santos, dice que tenemos teorías y principios del siglo XX para pensar y resolver los problemas del siglo XXI; quizá esa afirmación tenga mayor validez en el campo de la economía, porque los conceptos y marcos teóricos del pensamiento económico, en lo fundamental, se remontan al siglo XIX. Por ello, hay un desfase evidente entre lo que sucede en la realidad y lo que dice la teoría.
Puede decirse, por tanto y sin temor a equivocarse, que desde el siglo XIX el pensamiento económico ha sido un gran monólogo consigo mismo. Que se ha convertido en autista. Que ha decidido prescribir la realidad en nombre del canon y ha terminado por impostarla. Puede decirse, además, que el mundo del siglo XXI tiene problemas para los cuales el pensamiento económico dominante no tiene respuestas. Empero, lo más grave, es que precisamente en esta coyuntura, el pensamiento económico clásico y decimonónico es dominante y hegemónico a escala mundial. No se puede pensar y proponer alternativas por fuera de sus marcos teóricos, incluso si esos marcos teóricos tergiversan de manera grosera la realidad. ¿De qué tipo de ceguera se trata? ¿Por qué esos marcos teóricos de la teoría económicas dominantes no permiten comprender la realidad? ¿Cuál es la estructura epistemológica de esa ciencia llamada economía? ¿Hay posibilidades para nuevos paradigmas?
Para responder a estas cuestiones y, al mismo tiempo, esbozar la hipótesis de que la noción de Sumak Kawsay (La Vida en Plenitud), podría encerrar a su interior posibilidades epistemológicas y hermenéuticas inusitadas y que permitirían una renovación conceptual de la economía, quizá sea necesario hacer un breve sumario sobre el cuadro epistemológico de la teoría económica vigente.
Las categorías centrales del pensamiento económico fueron creadas en el siglo XVIII y XIX, en pleno contexto de la revolución industrial, la conformación política de la burguesía y de luchas de poder entre la burguesía y las monarquías existentes. A partir de ese entonces y hasta el presente, no ha habido ningún cambio conceptual importante a su interior; han existido, es cierto, aportes significativos, pero los núcleos duros y que le permitieron a la burguesía validar y legitimar sus posiciones políticas, no han cambiado. En efecto, esas categorías fundamentales de la economía han sido retocadas, maquilladas, puestas en perspectiva, pero jamás cuestionadas en su sentido fundamental.
Una de las nociones centrales del pensamiento económico hace referencia al mercado como un espacio de autorregulación y eficiencia económica. Para el liberalismo, el mercado es algo más que un locus de asignación de recursos escasos: es un regulador social e histórico. La teoría económica clásica le debe a Adam Smith en 1776 (1), la enunciación del mercado como concepto de base para la interacción humana y para la fundamentación del contrato social. Desde entonces, la teoría económica se ha dedicado a demostrar la pertinencia y necesidad histórica del mercado, y siempre ha dado por supuesto que los mercados autorregulados existen y, por definición, son eficientes.
Al proceder de esta manera, la teoría económica cometió un abuso conceptual porque convirtió a una hipótesis en un axioma. Dio por supuesto aquello que, precisamente, debía demostrar. De hecho, varios estudios, análisis y ensayos, han demostrado, criticado y cuestionado el aserto del mercado autorregulado y eficiente. Karl Polanyi, en 1944 (2), demostró que el libre mercado es un invento reciente y que se debe a las relaciones de poder de la burguesía ascendente, que fuera de esas relaciones de poder, el mercado autorregulado, en realidad, es una ficción. El mismo Carlos Marx se negaba a hablar de mercado porque le parecía más un adjetivo que una categoría epistemológica seria. Marx hacía referencia a la circulación como noción más coherente a nivel epistemológico que aquella de mercado (3). El profesor A. Cecil Pigou demostraría, en pleno contexto de la economía clásica y a inicios del siglo XX, que los precios son ineficientes porque siempre generan "economías externas".
Es más, al interior de la misma teoría clásica se ha hablado de modelos de racionalidad limitada de los agentes que conducen a decisiones no-eficientes, es por ello que ahora forman parte del discurso económico todo un marco conceptual constituido por las nociones de asimetrías de información, costos de transacción, problemas de la agencia, etc. Estos nuevos conceptos demuestran algo que es evidente pero que la economía clásica se niega a aceptar: los mercados no son eficientes, nunca lo han sido y, al parecer, nunca lo serán. Los mercados son el peor mecanismo que la humanidad haya creado para la asignación de recursos. No obstante, y a pesar de todas las evidencias existentes, la teoría económica clásica permanece tan vinculada a la noción de mercado como la escolástica medieval a la idea de la Trinidad.
La axiomatización de la noción de mercado condujo a su positivización, es decir, al hecho de convertirlo en un fenómeno físico en el cual ejercen su influencia las “leyes naturales” de la economía, leyes que podrían ser aprehendidas, enunciadas y formalizadas. Este proceso se debió a la influencia de las matemáticas, en especial de la mecánica clásica y las teorías de Newton sobre la ley de la gravitación universal, en varios pensadores económicos del siglo XIX, de hecho, muchos de ellos habían llegado a la economía desde la ingeniería y las matemáticas y siempre consideraron a la economía como una “ingeniería social”. También consideraron que la economía es una ciencia natural en la que existen fenómenos naturales que deben ser comprendidos y descritos de forma positiva (es decir, formal o, si se quiere, matemática).
Al pensar que en la economía hay “leyes naturales”, como aquellas que gobiernan la física, la química, o todas las ciencias naturales, han intentado convertir a la economía en una ciencia natural y con ello rompían con una tradición importante del liberalismo que siempre había considerado a la economía desde la moral y desde un punto de vista social, y la prueba de ello está en su teoría del valor trabajo.
Existen, en ese sentido, tres economistas fundamentales para la positivización de la economía en el siglo XIX: K. Menger, L. Walras y S. Jevons. De hecho, Stanley Jevons escribió también un manual de teoría de la ciencia, en los mismos términos del positivismo decimonónico (4). El francés León Walras (5), de su parte, propuso la noción, desde las matemáticas, de mercados óptimos que se equilibran. La apelación a una noción que pertenecía a la teoría de la mecánica, aquella del equilibrio, daba a suponer que al interior del mercado existían fuerzas naturales y contrapuestas que, al encontrarse, se anulaban a sí mismas provocando una situación de estasis que sería descrita, precisamente, como equilibrio, y que daban a entender que la sociedad, en este punto, habría resuelto los problemas de la asignación de recursos gracias a los mecanismos automáticos del mercado.
Esas fuerzas naturales serán identificadas con la demanda y la oferta agregada. Cuando estas fuerzas se confrontan en el mercado y sin ninguna interferencia externa el equilibrio viene de sí. Ahora bien, esta noción de equilibrio será reforzada con aquella de "óptimo" a inicios del siglo XX. Toda posición de equilibrio es, según esta propuesta teórica, una posición optimal en el sentido de que no se puede cambiar el equilibrio sin perjudicar a alguna de las fuerzas que la componen.
Debemos a Pareto esta noción de óptimo. Con esta noción se sancionaba de manera matemática aquello que había sido descrito en el siglo XIX por Jean Baptiste Say como la Loi des débouchés, que será conocida en la teoría económica como Ley de Say en su honor y que significa que, en una economía con mercados libres y eficientes, toda oferta crea su demanda. Si esto es así, entonces la economía está en un punto de optimalidad en la que no existe ni exceso de oferta (sobreproducción) ni carencias de demanda (subconsumo).
Este andamiaje teórico se cerró a inicios del siglo XX con la creación de la teoría de la demanda del consumidor en donde se establecía la noción del homo economicus como centro de las decisiones del sistema económico. Se suponía que este homo economicus era un individuo egoísta, racional, eficiente y que siempre satisfacía sus preferencias maximizando su bienestar individual.
Ahora bien, esta narración fue criticada desde sus inicios. Malthus criticó la Ley de Say y propuso una teoría de la crisis del sistema basada en el subconsumo. Marx demostraría que los mercados libres no existen porque a su interior se producen procesos de concentración y centralización de capital que conducen, de forma inexorable, a la monopolización y a la administración colusoria de los mercados. Thorstein Veblen demostraría el peso que tienen las instituciones históricas y sociales sobre todas las decisiones individuales, condicionándolas, estructurándolas. Las elecciones racionales de individuos separados de toda constricción social no existen.
No solo eso, sino que Marx demostraría, de una forma epistemológica impecable, que la Ley de Say no existe porque las crisis del sistema son siempre crisis de sobreproducción. La realidad habría de dar razón a Marx y a todos los críticos del pensamiento económico clásico: las crisis existen, y son tanto de sobreproducción cuanto de subconsumo. Marx y Malthus, la historia lo ha demostrado, siempre tuvieron razón.
Pero el pensamiento económico ha hecho algo que se inscribe más en el campo de la teología que la ciencia: ha negado la existencia de la crisis, es decir, se ha negado a asumir el principio de realidad. Para el pensamiento económico clásico, la crisis se debe no al mercado sino a factores externos al mercado. Con esta afirmación, el pensamiento económico clásico demuestra, como en el caso de la esquizofrenia, haber perdido toda relación con un principio de realidad.
Empero, una de las críticas más fuertes a este esquema teórico, lo realizó el economista inglés John M. Keynes en 1936, justamente en un contexto de crisis general del capitalismo y en plena guerra fría contra el entonces bloque de países comunistas.
En efecto, Keynes demostró, con los mismos instrumentos de la teoría económica dominante, que la Ley de Say no existe. Demostró que la tasa de interés nunca iguala ex ante el ahorro con la inversión, y que no existe aquello que la teoría económica denomina como la neutralidad de la moneda. Además, ante la crisis del sistema, Keynes propuso algo que, para los economistas clásicos tenía el mismo peso que la herejía para la escolástica medieval: salir de la crisis por medio de la emisión monetaria y el déficit fiscal.
Para la escuela clásica aquello equivalía simplemente a generar inflación. En su cuadro conceptual, toda emisión monetaria produciría de manera necesaria e indefectible inflación. Keynes demostró que no es así, demostró que la emisión monetaria implica la recuperación económica por la vía de un relanzamiento del consumo de la población y la reactivación económica.
Keynes demostró que la neutralidad monetaria, es decir, la consideración de que toda emisión monetaria produce inflación, es un mito creado por la economía clásica y, quizá lo más importante, Keynes demostró que los mercados libres y autorregulados son el peor mecanismo que existe para una distribución y asignación eficiente de los recursos sociales. Los mercados por sí mismos jamás resolverían los problemas del desempleo y de aquello que Keynes denominaba insuficiencia de la demanda efectiva.
Keynes dejó sin piso a todo el esquema teórico de la economía clásica y demostró que la noción de equilibrio general, tan caro para la economía clásica, es solamente un caso especial de la economía, que puede suscitarse solamente por condiciones excepcionales y por brevísimo tiempo, en otros términos, era una forma cortés de decirle a la economía clásica que el mercado, tal como ella lo pensaba, no existe, es una falacia, una construcción teórica que no tiene nada que ver con la realidad.
Es por ello que a su propuesta teórica la denominó Teoría General, porque contemplaba aspectos que jamás habían sido siquiera intuidos por la teoría económica hasta ese entonces vigente. Para Keynes los mercados pueden llegar a situaciones de equilibrio, pero con subempleo de recursos, lo que los hacía mecanismos ineficientes para el pleno empleo.
Fue gracias a la propuesta keynesiana que finalmente el capitalismo pudo salir del corsé ideológico al que lo había maniatado la teoría económica de los mercados eficientes y de individuos racionales que maximizan sus utilidades. La propuesta teórica de Keynes permitió crear una serie de instrumentos conceptuales que hasta entonces no existían y que habrían de ser denominados como macroeconomía.
En esta noción de macroeconomía había la posibilidad de comprender la interacción de las decisiones del Estado a través de la política económica en un contexto de mercados, consumidores y empresas. Keynes había demostrado que los mercados pueden ser mecanismos eficientes de distribución de recursos solamente si son administrados, dirigidos y estructurados por la sociedad.
Cuando los mercados están en condiciones de libertad total, generan tales conflictos que ponen en riesgo a la sociedad. Keynes demostró que los mercados no son eficientes y no son el mejor mecanismo para resolver los verdaderos problemas sociales. Si la sociedad no los resuelve creando otros instrumentos, en la ocurrencia, la política económica, la planificación y la distribución pública de la asignación de recursos, entonces no habría ninguna otra posibilidad de resolverlos.
En realidad, no se trataba de saber si el mercado puede resolver la asignación de un recurso determinado, sino si el mercado podía resolver el desempleo y la desigual distribución del ingreso. La política económica era, precisamente, para que el mercado pueda tomar decisiones a nivel microeconómico, pero jamás a nivel macroeconómico. El ámbito de acción del mercado debería restringirse estrictamente a decisiones microeconómicas, porque de lo contrario la sociedad podría pagar las ineficiencias del mercado con crisis, con guerras, con violencia, con fragmentación y confrontación social.
Esto se aprendió durante la última posguerra y se comprendió que una política económica que resuelva los problemas macroeconómicos en función de resolver el desempleo y la redistribución, necesita también de marcos institucionales y de acuerdos sociales que deben expresarse en consensos políticos.
Por ello, conjuntamente con las políticas económicas para combatir el desempleo y la injusticia social, se creó una nueva forma de Estado que habría de ser denominado por el Presidente norteamericano Roosevelt como "Welfare State" (Estado de Bienestar). Esto quería decir que la economía es insuficiente para resolver los problemas asociados a la producción, distribución y consumo de la riqueza social, y que por definición se necesitan marcos institucionales más amplios y que comprendan la democracia, el consenso y la participación social.
A esta política económica hecha para resolver el desempleo y la injusticia en la distribución del ingreso se la denominó keynesianismo en honor, precisamente, a J. M. Keynes. Empero, es necesario advertir que no toda intervención del Estado en la economía se conoce como keynesianismo. Hay muchas formas por las cuales el Estado puede intervenir en la economía, de hecho, el mismo neoliberalismo utiliza al Estado para imponer sus políticas de shock, y el populismo económico también utiliza mecanismos keynesianos, pero todas ellas no son políticas keynesianas porque el keynesianismo significa resolver los problemas del desempleo y de la injusta distribución del ingreso, en un contexto de democracia, consenso y participación social.
Es decir, el keynesianismo implica, casi por definición, al Estado de Bienestar. Empero, el Estado de Bienestar acusó graves problemas asociados a la forma del capitalismo como sistema-mundo, es decir, a la existencia del imperialismo, el intercambio desigual, las confrontaciones ideológicas, etc. No se podía hablar de Estado de Bienestar cuando ese mismo Estado se comprometía en guerras imperialistas de control y dominio como fueron las guerras de Corea, o aquella de Vietnam.
La insurrección contra el Estado de Bienestar y la resurgencia de la economía decimonónica, ahora llamada teoría ortodoxa por su creencia ciega en los mecanismos automáticos de autorregulación de los mercados, fue cuestión de tiempo. La insurrección de la teoría ortodoxa vino de la mano de feroces dictaduras en los años setenta, como aquellas de Pinochet en Chile, Videla en Argentina, Suharto en Indonesia, entre otras.
Además de reprimir a su población y provocar verdaderos genocidios, estas dictaduras llevaron adelante el programa económico ortodoxo que durante los tiempos keynesianos y del Estado de Bienestar se había refugiado en una sociedad casi secreta conocida como Sociedad del Monte Peregrino, fundada por Friedrich Von Hayek, y en la facultad de economía de Chicago, en donde era profesor Milton Friedman.
La amistad de Friedman con Pinochet y el apoyo que Friedman brindó a las dictaduras no fueron óbice para que éste reciba el premio Nobel de economía en 1976. A fines de la década de los setenta, los partidarios de la economía decimonónica, o economía ortodoxa, tuvieron un gran impulso con el acceso de Margaret Thatcher al poder en Inglaterra en 1979 y, meses más tarde, con la elección de Ronald Reagan a la presidencia de EEUU.
A partir de entonces, la economía keynesiana y el Estado de Bienestar se baten en retirada en todos los frentes. En menos de un decenio, en lo que va de 1980 a 1989, la economía decimonónica que cree en las virtudes taumatúrgicas de los mercados y de los agentes racionales, se convierte en ideología oficial. Las primeras universidades en ser conquistadas por el pensamiento teórico decimonónico son aquellas de los países pobres y que han sido sometidos a duros procesos de ajuste estructural por parte del FMI y del Banco Mundial, en especial, los países latinoamericanos. A la colonización económica del ajuste macrofiscal del FMI continuó la colonización epistemológica del neoliberalismo.
Para la década de los noventa, el pensamiento keynesiano es ya minoritario y en el pensum de la enseñanza de la teoría económica, incluidas las universidades americanas y europeas, solamente se aprende la teoría de los mercados eficientes. Los pocos economistas que se aferran al pensamiento keynesiano son removidos, y en el caso de las dictaduras fueron asesinados o desaparecidos, y en contextos más democráticos, fueron desalojados de toda posibilidad de una carrera científica o universitaria.
Para mediados de los años noventa casi no existen centros de educación superior, en todo el mundo, que tengan un pensamiento algo diferente a aquel de la teoría clásica y decimonónica de los mercados autorregulados y eficientes. Pero al mismo tiempo que se desaloja del pensamiento económico a todo lo que no sea ortodoxo, se desmantela el Estado de Bienestar. Los años de preeminencia del pensamiento ortodoxo son los años en los que regresan las crisis, ahora inscritas en el horizonte de la globalización neoliberal, son años en los que se acentúa la concentración del ingreso, se extiende la pobreza, los mercados se monopolizan y emergen las finanzas corporativas como una fuerza imparable.
La teoría económica dominante no busca comprender el mundo que ella está contribuyendo a crear sino más bien a justificarlo y administrarlo. Las nuevas versiones de la teoría económica adoptan un enfoque pragmático en el cual tratan de crear fórmulas, mecanismos, dispositivos, engranajes y explicaciones que permitan un mejor desenvolvimiento de los mecanismos automáticos del mercado.
Así, por ejemplo, R. Lucas (6), propone la tesis de que los agentes económicos pueden tomar decisiones racionales porque la información de los mercados es perfecta, lo que tiene una consecuencia pragmática importante: convierte a las políticas económicas de lucha contra el desempleo y contra la injusta distribución del ingreso como ineficientes y redundantes. Estas políticas según Lucas, lo único que pueden conseguir en un contexto de decisiones racionales y plena información, solamente es inflación.
De la misma forma, R. Merton y M. Scholes (7) propusieron una nueva fórmula para calcular los derivados financieros y, de esta manera, ayudaron a crear una burbuja especulativa mundial que ahora no tiene ninguna relación con la producción. James Buchanan (8), de su parte, propone expandir el cuadro de las decisiones eficientes de los agentes que maximizan sus preferencias incluso para aquellas decisiones públicas, Theodore Schultz y G. Becker, de su parte, proponen en los años 1960’s la noción de capital humano para considerar incluso las relaciones familiares dentro de la lógica costo-beneficio y decisiones racionales.
En fin, la teoría económica se convierte en un monólogo sobre la epifanía del mercado y la maximización de preferencias de agentes racionales. Sin embargo, los problemas sociales, económicos, políticos e institucionales, se multiplican. Las crisis financieras y monetarias devastan no solo a los países sino a regiones enteras. Los mercados de trabajo se flexibilizan a un punto que recuerda los inicios del capitalismo en el siglo XVIII. Regiones enteras del mundo son depredadas por el afán de riqueza desmedida de pocas corporaciones y grupos de poder.
La privatización llega incluso a las guerras que siempre estuvieron inscritas en un marco jurídico del Estado y, en consecuencia, de la sociedad. La invasión norteamericana a Irak de 2002, se convirtió en la primera guerra totalmente privatizada. De la misma forma, se crean expedientes de control, vigilancia y dominación mundial, sobre todo aquellos que se sustentan en las nociones de terrorismo, y que tienen como propósito permitir el desenvolvimiento de los mecanismos de mercado.
En poco tiempo, la aplicación de la teoría económica ortodoxa contribuye a crear y fortalecer fenómenos antes inexistentes, como, por ejemplo, la extensión, profundización y radicalización de la pobreza en EEUU, o la burbuja especulativa que está en el origen de las crisis. Si el capitalismo había ejercido una atracción simbólica fue, precisamente, porque creaba la ilusión de progreso individual en términos económicos y que se expresaba en el “american way of life" (el modo de vida americano). Ahora bien, ese modo de vida americano no existe más. Las políticas de libre mercado destruyeron incluso la capacidad productiva de EEUU y lo condujeron a ser un país importador de bienes y servicios en los que antes tenía la supremacía. La crisis de las hipotecas subprime, de su parte, está destruyendo a la clase media norteamericana.
Es entonces, en este contexto de crisis económica, crisis ecológica, crisis humana, violencia inaudita y pérdida de referentes sociales que puede constatarse que el pensamiento económico vigente no tiene instrumentos teóricos para comprender la realidad, menos aún para transformarla en beneficio de la sociedad. La ideología del mercado autorregulador no está hecha para comprender este obscuro momento de la historia sino para perpetuarlo, urge entonces crear otra episteme, otra posibilidad de comprender la realidad.
Pero las epistemes sociales no se crean en los laboratorios ni en las universidades, las epistemes son procesos sociales e históricos. Las epistemes son formas de conocimiento socialmente definidas e históricamente fundadas. El liberalismo nació y se consolidó gracias al poder de clase de la burguesía, sin ese poder su lucha contra la escolástica medieval habría estado condenado al fracaso. Lo mismo para el socialismo. Sin la clase obrera convertida en sujeto político, la riqueza analítica del discurso del socialismo no habría tenido tantos aportes.
En consecuencia, las epistemes forman parte de entramados sociales e históricos en donde la sociedad busca la manera de encontrarse a sí misma y de responderse por su propio futuro, sus propias posibilidades, sus propias oportunidades. Las epistemes no se estructuran en las universidades sino en las sociedades. Las universidades están hechas más bien para controlarlas, para maniatarlas en un corsé metodológico altamente funcional a los requerimientos del poder de turno. Son las universidades y sus facultades de economía, por ejemplo, quienes se han constituido en la mejor caja de resonancia del discurso económico dominante y en su mejor garantía y protección. Por ello, para buscar y encontrar esas otras epistemes, aquellas que nos permitan esbozar las respuestas que se necesitan para el presente, es necesario buscarlas fuera de la academia. Es necesario abandonar esa mirada académica normalizada y construida desde las relaciones de poder que petrifica el saber y lo convierte en una garantía del poder. Si se quiere encontrar una nueva respuesta a los problemas de la economía y del capitalismo, ésta no provendrá del discurso económico vigente.
En esa búsqueda, hay pequeños detalles, pequeños eventos que configuran el futuro, pero solo una mirada histórica los puede comprender. Quizá el ejemplo más importante sea el mismo Adam Smith. En su libro La riqueza de las naciones, publicado en 1776, cuenta en las primeras páginas su visita a un pequeño taller de alfileres. Sin duda, debió haberse tratado de uno de los tantos talleres que existían en la época y que dadas las condiciones de trabajo existentes debió parecer a primera vista un sórdido lugar, pero en ese lugar sórdido, quizá tenebroso por las duras condiciones de vida de entonces, Adam Smith vio el futuro. Su intuición resultó certera. En ese pequeño taller de alfileres, Smith descubrió la división del trabajo y los contornos de la sociedad del porvenir. Visionarios como Smith, sobre todo en el Iluminismo no hay muchos. Sin embargo, a pesar de la escolástica medieval, a pesar de la Inquisición, a pesar del férreo control que la Iglesia ejercía sobre el saber, los pensadores de la Ilustración lograron confrontar a la escolástica medieval, supieron dar batalla y arrebatarle la hegemonía ideológica.
Ahora hace falta ese impulso, esa necesidad de confrontar la ortodoxia vigente. Quizá los signos del futuro estén ahí pero aún no sabemos mirarlos. Nos falta esa capacidad, esa lucidez, esa extraordinaria visión que tuvo Adam Smith. Pero quizá se podría proponer como posibilidad hermenéutica, y también analítica, la episteme de los pueblos andinos que consta en su propuesta del Sumak Kawsay. La Vida Plena. Se trata de una noción que ha sido propuesta desde los movimientos sociales y que busca contrarrestar los efectos de la globalización neoliberal proponiendo otra manera de comprender la economía, la sociedad y la riqueza. La fuerza política de los movimientos sociales, en especial el movimiento indígena, logró que su propuesta del Sumak Kawsay (La Vida Plena), ahora conste en los textos Constitucionales de Ecuador y de Bolivia.
La academia, como no podía ser de otra manera, y afortunadamente por lo demás, ha invisibilizado esta noción del Sumak Kawsay. De la misma forma que ha invisibilizado toda propuesta epistemológica alternativa al paradigma vigente. En efecto, la academia dominante ha cubierto de un velo que a la larga ha servido para su invisibilización, aportes teóricos por lo demás interesantes como aquellos del posmarxismo, del posestructuralismo, de la teoría de la regulación, de la teoría del decrecimiento, entre otros. La misma situación con respecto al Sumak Kawsay. hasta el presente, y a pesar de que forma parte del contrato social de dos países, en la ocurrencia Ecuador y Bolivia, el discurso económico dominante lo ha invisibilizado.
Ahora bien, aquello que es interesante en la propuesta del Sumak Kawsay (La vida plena), es que permite, de entrada, cambiar las prioridades entre los medios y los fines, es decir, propone un debate ético al interior de la economía y el desarrollo. En efecto, el discurso económico dominante y su versión del desarrollo había alterado los términos de la relación medios-fines. El equilibrio general, los mercados autorregulados, la eficiencia, la austeridad y disciplina fiscal, entre otros, se convirtieron en fines en sí mismos. Al transformarse en una finalidad social excluyen a la sociedad de la discusión de sus propios horizontes sociales y le imponen un horizonte que no pertenece a la sociedad.
El concepto de mercado autorregulado que permite una óptima asignación de recursos escasos en contextos de libre competencia y maximización de preferencias, no es una hipótesis a demostrar sino un axioma que sanciona y prescribe. En tal virtud, se separa de toda representación social y se impone a la sociedad. La axiomatización de la noción de mercado autorregulado vacía de todo contenido social a sus prescripciones y se convierte a sí mismo en un deber-ser. Se supone que, si existen mecanismos de mercado al interior de una sociedad determinada, estos mecanismos de mercado de forma automática y espontánea, podrían resolver los problemas de asignación de recursos de esta sociedad. Pero esto nunca sucede, porque los mercados son creaciones históricas y sociales, y como tales están transidos de relaciones de poder, de marcos institucionales, de convenciones sociales, de acuerdos extra monetarios, en fin, de una realidad que rebasa ampliamente la noción propuesta por el discurso económico clásico.
La noción de Sumak Kawsay nos permite comprender que el mercado debe estar al servicio de los seres humanos y no al revés. Los mercados no son el mejor mecanismo para llegar a una vida en plenitud, porque aquello que hace que los seres humanos se realicen como tales, no tiene nada que ver con el mercado, ni con la maximización de preferencias, ni con el consumo, ni con la riqueza monetaria. Todos estos aspectos pueden ser medios, pero jamás fines. La verdadera historia humana, aquella que, a la larga cuenta, no se escribe desde el mercado ni desde la lógica racional de la eficiencia mercantil y del consumo.
Entonces, el Sumak Kawsay nos permite retomar, por paradójico que pueda parecer, el mismo camino que tuvo en sus orígenes el liberalismo: la economía como moral. Este cambio de perspectiva tiene importantes consecuencias epistemológicas, porque implica comprender que el mercado está sujeto a condicionamientos externos que lo definen, lo estructuran y le dan sentido. En otros términos, la autorregulación y la asignación eficiente de recursos, solamente es posible si las condiciones externas al mercado lo permiten. Si esto es así, significaría que la autorregulación de los mercados en realidad es una ficción.
Otra consecuencia importante que tendría este cambio de perspectiva desde la visión del Sumak Kawsay es comprender que la Vida en Plenitud no solamente que no tiene nada que ver con el mercado ni sus mecanismos internos, sino que además no tiene nada que ver con uno de los conceptos más caros del discurso económico dominante: aquel del homo economicus (hombre económico).
El homo economicus es una de las piezas más importantes del puzzle económico dominante. Es la pieza que permite la convergencia y la adecuación de las otras piezas. Se supone que el homo economicus siempre racionaliza en función del costo-beneficio. Esta racionalización implica la maximización de sus preferencias en un contexto de escasez. Este axioma permite proyectar el comportamiento de todos los seres humanos y predecirlos. Es la base de lo que se conoce con el nombre de microeconomía. Esta noción fue propuesta por vez primera por S. Mill en el siglo XIX, luego fue reformulada por K. Menger, el padre de la economía austríaca, y sistematizada por el inglés Alfred Marshall. Es gracias a este concepto de homo economicus que la economía pudo crear la noción del “consumidor”, y adscribir a éste comportamientos predecibles.
Las críticas al homo economicus han sido varias. Carlos Marx la denominaba "economía vulgar", Thorstein Veblen también la veía con cierto desprecio teórico. Un grupo de filósofos alemanes de orientación marxista, conocido como el Círculo de Frankfurt, harían una crítica importante al concepto de homo economicus, demostrando su falacia. Corrientes filosóficas que se inspiran en el psicoanálisis, y en la cual se pueden inscribir a filósofos como Deleuze y Guattari, también criticaron esta noción del homo economicus de la economía clásica. Pero al igual que la escolástica medieval, el discurso de la economía clásica se encerró en su corsé ideológico y en sus propias murallas académicas.
Mientras más se criticaba al consumidor y al homo economicus, más se empeñaba en “descubrir” las leyes que fundamentan el comportamiento de los consumidores. Ninguno de los economistas clásicos había leído a Horkheimer, Adorno, Deleuze, Marcuse, Lacan, Foucault, o cualquier otro.
En realidad, para ellos toda esa producción intelectual y filosófica era irrelevante e intrascendente, porque no estaba en su horizonte de visibilidad. Su analfabetismo epistemológico y teórico se demostraba altamente funcional para la pervivencia y sobrevivencia del dogma. Aquello que tenían que saber, que los mercados autorregulados existen, y que los consumidores siempre y en todo momento maximizan sus preferencias, ya lo sabían, y con eso les bastaba y sobraba para comprender y actuar en el mundo.
Ahora bien, para el Sumak Kawsay (La Vida Plena), es imposible la realización personal y humana desde la posición del homo economicus. Ningún ser humano del planeta podrá alcanzar una vida plena si permanece como homo economicus, es decir, como consumidor. De entrada, porque la noción del homo economicus apela al individualismo estratégico mientras que la realización personal y humana, por definición, siempre es social. Puede ser que, a primera vista, existan dos registros independientes y que no se relacionan entre sí: aquel de la subjetividad que busca la realización personal y aquel de la subjetividad que busca maximizar sus preferencias. Pero esos registros demuestran que son incompatibles y contradictorios y que uno de ellos está demás.
En efecto, la teoría microeconómica vigente estudia la satisfacción y el comportamiento individual pensando en un individuo en oposición a su sociedad y en competencia con los demás individuos. Los precios transmiten información que permitirá al consumidor tomar decisiones eficientes, esos precios le indican niveles de rivalidad y exclusión con relación a los otros consumidores. Se trata de un contexto de conflicto permanente en el cual la subjetividad de las personas entra en antagonismo con las demás. La maximización individualista de las preferencias siempre está pensada en contra de la sociedad. Ahora bien, en un contexto como ése, la sociedad como tal desaparece y en su lugar se instaura un escenario de conflictos y de comportamientos estratégicos.
Para el Sumak Kawsay, en cambio, los seres humanos solamente pueden tener una vida en plenitud a condición que se reconozcan en los otros. La realización humana no es en contra de los demás sino con los demás. No se puede rivalizar con los demás cuando se depende de los demás. De la misma manera que el lenguaje siempre es social y que la creación literaria, por ejemplo, siempre está pensada y construida desde la relación social, la vida en plenitud siempre es social y pensada en sociedad. No se puede pensar en una realización humana y personal sin la sociedad. Esto significa que para alcanzar esa vida plena es necesario abandonar el comportamiento estratégico individualista. No se puede rivalizar con los otros y luego confraternizar con ellos al mismo momento y en el mismo lugar. Son comportamientos contradictorios y antagónicos. En él un caso se parte de un individualismo metodológico para construir la sociedad, en el otro caso se parte de una visión humanista para construir al individuo.
En la visión de la microeconomía la eficiencia se refleja por las elecciones racionales de los consumidores, en el segundo caso, la eficiencia es siempre un juego de suma positiva: solamente se puede ganar en términos individuales a condición que los demás también ganen. Si yo gano y ellos pierden, es la sociedad entera la que ha perdido.
Esto nos lleva a considerar que la economía clásica tiene un concepto erróneo de lo que es la eficiencia. Para la economía clásica su definición y comprensión de la eficiencia se esconde en lo que ella denomina “Pareto-óptimo”, y que de alguna manera se refiere a las posiciones de equilibrio. Ahora bien, desde una perspectiva del Sumak Kawsay, esto es la Vida en plenitud, el equilibrio "Pareto-óptimo" podrá ser todo lo que se quiera menos eficiente.
La economía clásica no es eficiente. Su definición de "eficiente" es sesgada y reductora. Es una visión que considera la eficiencia desde el punto de vista individual y que se olvida de todas las consecuencias sociales que pueden tener los actos individuales. La eficiencia se agota en el instante mismo en el cual puede demostrarse como contraproducente. Se ha adscrito la eficiencia a un juego geométrico de las curvas de oferta y de demanda, sancionadas por el dispositivo de los precios, pero esa noción no es eficiente.
Tampoco hay eficiencia en la utilización de recursos escasos por parte de los empresarios. Todo ello se debe al hecho de que la economía clásica ha olvidado extender el análisis de la eficiencia a un entorno más amplio, en la ocurrencia, la sociedad. Aquella decisión que a nivel microeconómico puede parecer eficiente para la economía clásica, una vez que el focus analítico se abre, se demuestra ineficiente para la sociedad. La eficiencia microeconómica siempre es un juego de suma negativa, es decir, siempre se pierde. Lo que un actor considera eficiente desde su punto de vista individual, a la larga se revela ineficiente para toda la sociedad, incluido ese mismo actor eficiente.
A inicios del siglo XX, el economista clásico Arthur C. Pigou, se dio cuenta que en el intercambio intervenían otras variables que no eran tomadas en cuenta por el mercado y el mecanismo de los precios. Él los denominó “costos externos”, y propuso la intervención del Estado para tratar de controlarlos. La teoría económica los conoce ahora como ‘impuestos pigouvianos”.
Los "costos externos", o externalidades, no es otra cosa que la sociedad en su conjunto. Al abstraerse de los costos externos, el pensamiento económico en realidad se estaba olvidando de la sociedad. Este olvido de la sociedad implicaba que a medida que más se desarrollaba el mecanismo del mercado, más aumentaban los “costos externos”.
Ahora bien, si el mecanismo de precios y las decisiones microeconómicas fuesen eficientes no habría, por definición, costos externos. El hecho de que existan esos costos externos nos dice que hay algo que la teoría económica clásica no ha resuelto hasta el momento, y es probable que nunca lo resuelva. Los ejemplos de las ineficiencias del sistema económico liberal son impactantes. Desde el calentamiento global hasta la existencia misma de las crisis, demuestran que la noción de eficiencia de la teoría económica clásica amerita, al menos, una revisión.
El concepto de Sumak Kawsay nos permite crear algo que está ahí pero que la economía liberal no permite visualizarlo ni asumirlo: un concepto de eficiencia real y social. La Vida en Plenitud significa que mis decisiones solamente son eficientes si logran incrementar la eficiencia de toda la sociedad, es decir, si en cada una de mis decisiones económicas, he tomado en cuenta los costos externos, vale decir, si soy plenamente consciente de las consecuencias sociales que tiene cada uno de mis actos económicos. Eso significa un principio de responsabilidad en el consumo y en la producción que no lo tiene en absoluto la economía dominante. La eficiencia real, en consecuencia, nunca es individual sino social. Aquellos parámetros de eficiencia que deben contar son aquellos que hacen que la humanidad esté mejor, no aquellos que la empobrezcan.
Pero esta visión reductora de la eficiencia se debe al hecho de que la economía clásica considera que el mercado es el mejor mecanismo para adoptar decisiones óptimas en contextos de escasez. Aquello que permite adoptar esas decisiones es el dispositivo de los precios. Ahora bien, si adoptamos una perspectiva desde el Sumak Kawsay, la Vida en Plenitud, podemos inmediatamente comprender dos aspectos de forma diferente. El primero de ellos hace referencia a los precios y el segundo a la escasez.
Los precios, en una sociedad capitalista y mercantil, reflejan algo más que los costos de producción y las preferencias del consumidor, reflejan las relaciones de poder al interior del sistema. A pesar de la teoría de la paridad del poder de compra, nunca hay dos precios iguales para la misma mercancía, porque ese precio depende de un contexto más largo y más estructurado que hace referencia a las relaciones de poder al interior de una sociedad. Los precios, de entrada, han sido construidos desde esa lógica del poder y no desde la lógica del mercado. Solamente en última instancia se reflejan en el mercado. Quizá sea necesario aclarar algo más este punto porque sus consecuencias son importantes.
En efecto, la primera relación de poder que enfrenta los precios es aquella entre el capital y el trabajo. La teoría al respecto es extensa y consta desde los orígenes de la burguesía y su emancipación política. A través del mecanismo de precios, la burguesía puede imponer condiciones de producción y distribución, sobre todo a los trabajadores. Keynes había ya notado la importante diferencia que existe en que los trabajadores sean pagados al final del ciclo productivo y no a sus inicios. Los trabajadores, al ser remunerados al final del ciclo productivo, solo pueden conocer la inflación de manera ex post. Los precios, en consecuencia, expresan esa tensión existente entre el capital y el trabajo, y que la mayoría de veces se define y se expresa en el campo de la política, es decir, las luchas y confrontaciones de poder.
En segundo lugar, los precios expresan la tensión existente entre el mercado capitalista y la sociedad que lo alberga. Los precios sirven para cambiar las instituciones sociales que expresan o que oponen resistencias a los mecanismos mercantiles. Esto es evidente en los casos de dumping, o de intercambio desigual entre dos regiones. A medida que los precios pueden romper las instituciones sociales que les oponen resistencia o pueden integrarlas a su propia lógica mercantil, cambian y se transforman. Es decir, de manera independiente del costo de producción o de las preferencias del consumidor, existe una lógica de conflicto social al interior de los precios que solamente se puede visualizar cuando las instituciones sociales que resistían al mercado han sido rotas. Esto ya fue advertido por T. Veblen y también por K. Polanyi.
En tercer lugar, los precios expresan una tensión temporal y cuya manifestación más evidente es la tasa de interés y los mercados financieros. Las sociedades tienen un tiempo que muchas veces no coincide con el tiempo de la acumulación del capital. Los precios disciplinan ese tiempo, lo anulan, lo inscriben al interior del tiempo del capital y del capitalismo. Fue Marx quien advirtió esa dinámica temporal de la acumulación, de la cual nace lo que ahora se conoce como el ciclo económico. Los precios, determinan y condicionan el ciclo económico, poniendo a la sociedad a girar en función del tiempo del capital, y la mejor expresión de la monetización del tiempo está en la tasa de interés.
En cuarto lugar, está la tensión entre todos los símbolos y referentes sociales que expresan formas de vida y expresiones sociales más amplias que aquellas del intercambio mercantil, pero que deben ser monetizadas e inscritas al interior de la lógica de precios. El antropólogo francés Marcel Mauss, estudió las formas de la moneda en lo que él denomina la "economía del don". La moderna teoría de la regulación económica ha trabajado mucho sobre la soberanía monetaria de pueblos que no son mercantiles ni capitalistas.
Todos estos aspectos se le escapan a la teoría económica vigente, por una razón, de la misma manera que su concepto de eficiencia era sesgado y unilateral, la economía clásica menciona los precios, los analiza, los utiliza en sus marcos conceptuales, en sus esquemas descriptivos, en sus modelos matemáticos, pero hasta el día de hoy no tiene una teoría del valor que explique de forma coherente y epistemológica el sistema de precios. Y no tiene una teoría del valor porque su desarrollo implicaría reconocer que la lógica de los precios no pertenece al ámbito de la economía, sino aquel que hace referencia a las relaciones de poder, es decir, al conjunto de la sociedad. Precisamente, porque no sabe cómo explicar los precios, y porque ha perdido todo horizonte social, la economía clásica se refugia en una teoría que dice que los precios son iguales a la cantidad de moneda.
El segundo aspecto hace referencia a la escasez. Este es un concepto que viene de la mano de David Ricardo y T. R. Malthus, justo en la transición entre el siglo XVIII y XIX. La noción de escasez es extraña al pensamiento de la Ilustración europea. En efecto, la Ilustración, sobre todo si se piensa en Condorcet, tenía otra apreciación del futuro que no tenía nada que ver con la escasez. La ilustración era optimista con respecto al futuro porque creía en el progreso humano. La libertad humana y el progreso científico-técnico eran una especie de faro histórico para el pensamiento de las luces. Adam Smith, nunca pensó en términos de escasez sino todo lo contrario: consideraba a la división del trabajo como condición de posibilidad para una creciente producción de riqueza social. Marx compartía el mismo criterio de Adam Smith, y había creado un concepto social al efecto: aquel de fuerzas productivas, y un concepto económico: aquel de composición orgánica del capital. De ahí que resulte extraño la aparición del concepto de escasez, y más extraño aún que esta noción sirva de fundamento para la teoría económica clásica.
El contexto del concepto de escasez está en la emancipación política de la burguesía en el siglo XIX, y la abolición de la Ley de Pobres y la Ley de Cereales en Inglaterra, que eran los requisitos indispensables para la conformación del mercado de trabajo. Sin embargo, lo paradójico es la mixtura epistemológica entre la noción de escasez y aquella de crecimiento económico que atraviesa a todo el discurso económico y que no genera ninguna disonancia epistemológica. En efecto, es curioso que el discurso económico utilice al mismo tiempo el concepto de escasez y la noción de crecimiento.
Ahora bien, desde la noción del Sumak Kawsay, existe una perspectiva interesante para superar esta aparente contradicción entre escasez y crecimiento, así como una comprensión más realista de las lógicas de los precios. Con respecto a la escasez y al crecimiento, la noción de Sumak Kawsay, o La vida en plenitud, invita a comprender que la escasez está en función de las tareas que una sociedad se propone llevar adelante, es decir, no es una condición ex ante, por lo que el crecimiento tiene otras determinaciones. Para que los seres humanos puedan alcanzar las condiciones que les permitan una vida en plenitud, es necesario un crecimiento, pero no económico sino social.
Esta intuición que nace desde el Sumak Kawsay es importante porque nos permite ampliar el focus analítico y epistemológico para comprender al desarrollo y al crecimiento económico. En efecto, se ha acusado a la visión del Sumak Kawsay de querer provocar un retroceso histórico y social en los niveles de vida. Se le ha acusado de intransigencia y romanticismo con respecto a la utilización de los recursos naturales para las necesidades humanas, se ha dicho que el Sumak Kawsay pretende reactualizar formas de vida arcaicas, naturales y rebasadas por el conocimiento y la técnica. Pero esas críticas son ideológicas y no tienen nada que ver con el Sumak Kawsay.
El Sumak Kawsay, esto es, crear las condiciones sociales y económicas para que las personas puedan expandir su realización personal y tengan una vida plena, no significa un retorno al pasado ni una clausura del progreso científico-técnico. En lo más mínimo. Lo que el discurso del Sumak Kawsay propone es que el crecimiento económico y el progreso científico-técnico que permitan mejores condiciones de vida para la humanidad, no pasan por los mecanismos de mercado ni por las nociones tradicionales de crecimiento económico. Es decir, los mercados capitalistas y los consumidores racionales son el mayor obstáculo precisamente para el desarrollo y el crecimiento.
El discurso del Sumak Kawsay quiere proponer una discusión más compleja y más exhaustiva sobre lo que significa el crecimiento. En primer lugar, la posición teórica del Sumak Kawsay es que el crecimiento económico es insuficiente y ineficiente para el buen vivir, para la vida plena. Es más, en virtud de que la lógica de precios no toma en cuenta todas las consecuencias sociales de los actos individuales, toda estrategia de crecimiento sustentada en mecanismos de mercado y en lógicas de maximización de preferencias de consumidores racionales, conduce de forma ineluctable hacia algo que puede ser denominado como anti-desarrollo. El desarrollo económico por los mecanismos de mercado provoca tantos costos externos negativos, que a la larga aquello que pudo haber ganado la sociedad desde el crecimiento económico por la vía de los mercados, finalmente lo ha perdido por los costos externos negativos que genera.
En otros términos, el desarrollo económico debe salir de la estrecha concepción mercantil y capitalista, y necesita de un esquema analítico y epistemológico más amplio. El Sumak Kawsay propone esa perspectiva. Es una invitación a salir del corsé ideológico dominante. Es una propuesta que visualiza al crecimiento no en función de los reducidos e ineficientes términos mercantiles y capitalistas, sino en función de la sociedad y en términos cualitativos y más eficientes. El Sumak Kawsay invita a comprender al crecimiento desde un punto de vista cualitativo y social, en donde la sociedad se compromete con cada individuo que la conforma y éste con su propia sociedad, en donde la vida en plenitud no significa escoger un bien determinado que maximice las preferencias sino en el aporte que se pueda crear para que la sociedad en su conjunto pueda crecer cualitativamente.
En ese sentido, el Sumak Kawsay propone un retorno a la ética en un sentido más amplio y que quizá se acerca algo a aquello que Weber denominaba la ética de la responsabilidad. El Sumak Kawsay quiere proponer un contrato social en el que todos nos hagamos responsables por nuestro propio futuro. Es aún una teoría en ciernes cuyas coordenadas más generales nos han sido propuestas por los pueblos indígenas de América del Sur. Quizá de la misma forma que en ese pequeño taller de agujas, en donde Adam Smith pudo visualizar el futuro, ahora en esas pequeñas comunidades indígenas que se empeñan en ser solidarias entre ellas, respetuosas con la naturaleza, comprometidas con la vida, profundamente humanas, quizá en ellas radique también el porvenir.
1 En efecto, el II Tomo de El Capital de Carlos Marx, lleva como título: El proceso de circulación del capital. Cfr. Marx, Karl: El Capital. Libro Segundo. El proceso de circulación del capital. Vol. V, Siglo XXI Ed., Madrid-España, 2010.
2 Cfr. Jevons, Stanley: The principles of science: a treatise on logic and scientific method (1874). Disponible en Internet: http://www.archive.org/stream/principlesofscie01jevouoft#page/n5/mode/2up
3 Esta idea de que en el equilibrio general existe una asignación óptima de recursos, condujo a la elaboración de un modelo matemático de equilibrio general propuesto por Kennet J. Arrow y Gérard Debreu a principios de la década de 1950, y que finalmente les valdría el Premio Nobel de Economía en 1972 y 1983 respectivamente. Sobre la relación Sciences Economiques, Dunod-Bordas, 1984.
4 Cfr. Keynes, John Maynard: The General Theory of Employment, Interest and Money (1936) Disponible en Internet: http://www.marxists.org/reference/subject/economics/keynes/general-theory/
5 En teoría económica esto se denomina Teoría cuantitativa de la moneda y es uno de los núcleos duros del pensamiento económico dominante.
6 Cfr. Lucas, Robert Jr. ñExpectations and the Neutrality of Moneyî; Journal of Economic Theory 4 (2): 103-124. April, 1972. Robert Lucas ganarà el premio Nobel de economÕa en 1995.
7 Ver: Merton, R.: Theory of Rational Option Pricing, (1973) disponible en Internet: http://www.signallake.com/innovation/MertonBJEMS73.pdf
8 Ver por ejemplo: Buchanan, J. Cost and Choice: An inquiry into economic theory, 1969. Disponible en Internet: http://www.econlib.org/library/Buchanan/buchCv6c1.html#Ch.%201,%20Cost%20in%20Economic%20Theory