Luciérnagas en la noche
De cómo la oscuridad favorece a los líderes políticos

Juan Manuel Rodríguez

Profesor de Comunicación y Filosofía, USFQ

Una élite se defiende y hace valer sus derechos en nombre de símbolos del destino común. Tales símbolos son la "ideología" del orden establecido o la "utopía" de las contra- elites. Utilizando palabras y gestos sancionados, la élite obtiene de las masas sangre, trabajo, impuestos, aplauso. *

A comienzos del siglo veinte, el novelista inglés H. G. Wells situó en Ecuador un relato acerca de unos hombres que eran completamente ciegos. La obra El País de los Ciegos (The Country of the Blind) comienza precisamente con la descripción del lugar donde habita esa rara especie humana: "A más de trescientas millas del Chimborazo y a cien de las nieves del Cotopaxi, en el territorio más inhóspito de los Andes ecuatoriales, se encuentra un misterioso valle de montaña, el País de los Ciegos, aislado del resto de los hombres."1 Las referencias posteriores a Quito y Guayaquil obligan a pensar que en forma deliberada el autor escogió, por alguna razón que ignoro, este terruño andino para su narración. Conocer los motivos e intenciones de Wells podría ser revelador.

Esta comunidad se formó gracias a que en ese paraje se asentaron "una o dos familias de mestizos peruanos que huían de la codicia y de la tiranía de un malvado gobernante español." Años después sobrevino una terrible erupción que aisló a los descendientes de esos primeros habitantes. Un sobreviviente escapó del desastre y extendió la leyenda del lugar. En sus charlas con la gente se refería con admiración a este paraje maravilloso del Ecuador: "El valle poseía todo cuanto pudiera desear el corazón del hombre: agua dulce, pastos y un clima benigno, laderas de tierra fértil y rica con marañas de arbustos que producían un fruto excelente, y de uno de los costados colgaban vastos pinares que frenaban las avalanchas en lo alto."

Para sus habitantes el bienestar era completo, pero ocurrió una desgracia: "una extraña enfermedad se había abatido sobre ellos haciendo que no sólo todos los niños nacidos allí, sino también muchos de los otros niños mayores, fueran atacados por la ceguera." "Y en medio de la escasa población de aquel valle ahora aislado y olvidado, la enfermedad siguió su curso". Muchos años transcurrieron hasta que un guía de montaña, oriundo de algún pueblo cercano a Quito y llamado Núñez, cayó en una barranca y perdió a sus compañeros y la ruta. Recuperado el conocimiento, reinició su andanza para regresar a la civilización. Durante su viaje para buscar ayuda, casualmente descubrió unas casas mal pintadas y, a lo lejos, a tres invidentes. El montañero advirtió que había llegado al valle escondido donde habitaban los ciegos de la leyenda. "Todas las viejas historias del valle perdido y del País de los Ciegos se agolpaban de nuevo en su mente y entre sus pensamientos destacó este antiguo refrán, como un estribillo: ''En el País de los Ciegos el Tuerto es el Rey.''

Mientras Núñez tramaba hacerse monarca de la región por tener vista, uno de los ciegos denominado Correa tocó el pelo al extranjero y dijo: "Es tan áspero como las rocas que lo engendran… tal vez se refine." Sin dejar de manosearlo, el mismo Correa, cegato solemne y perspicaz, señaló una explicación para el portento: "Nuestros padres nos contaron que los hombres podían ser criados por las fuerzas de la Naturaleza. Por el calor de las cosas, la humedad y la podredumbre…, la podredumbre". Los ciegos convinieron en presentar al forastero ante los ancianos para que ellos explicaran la prodigiosa aparición. Correa advirtió a uno de sus compañeros: "Grita primero, no sea que los niños se asusten. Éste es un acontecimiento extraordinario”.

Con empellones condujeron al andinista por un sendero. Núñez se quejó y les indicó que él podía ver. Al oír esa palabra desconocida, Correa preguntó en voz alta a sus acompañantes: "¿Ver?" Para Correa la palabra carecía de sentido. No entendía por qué el forastero había tropezado cuando ellos no lo hacían, por ello comentó con asombro: "Ha tropezado, ha tropezado dos veces mientras veníamos aquí. Conducidle ante los ancianos." Desde este momento comienzan las peripecias de Núñez para lograr convertirse en Rey, y, por otro lado, las maquinaciones de los ciegos para asimilar al extranjero a una existencia sin visión. Del final de la obra hay al menos dos versiones y no las resumo para dejar la ciruela en la boca.

Patria, país y paisaje

En el relato de Wells, el eje del conflicto se produce por el choque de fuerzas contrarias: imposición versus asimilación. Por una parte, se representan los planes de Núñez para doblegar al grupo porque él es un ser especial (carismático): ve. Por otra, la propuesta comunitaria de los ciegos es cegar al andinista, hacerlo semejante a ellos. Según Correa, la visión es una degeneración producida en la especie por la podredumbre. Según Núñez, los ciegos son inferiores y fácilmente podrían ser amaestrados. Correa quiere que todos sean ciegos, Núñez quiere gobernarlos porque son ciegos. Dos perspectivas y dos diferentes propósitos: cambiar lo que no se entiende, aprovecharse de las circunstancias para dominar.

Los mensajes literarios no son ingenuos sino intencionales. Las obras retratan la vida de una época tal como lo hizo H. de Balzac en su Comedia humana, o Wells mediante alusiones y alegorías. Aunque la homologación entre vida ficticia y vida real es complicada porque ambas realidades funcionan en diferentes planos (imaginario y real), el isomorfismo (semejanza o similitud) entre esos mundos puede servir para interpretar acontecimientos acaecidos usando la ficción, y también es viable analizar la ficción desde la realidad. Así, se puede inferir que los ciegos del relato no tendrían fotografías ni televisión y que habrían desarrollado otras destrezas por ausencia del sentido de la vista.

Si extrapolamos algunas ideas del relato, se advierte que éstas son aplicables a la realidad. Primeramente, el significado del subtítulo de este artículo se representa en la ambición de Núñez al querer aprovecharse de la situación de los ciegos: la oscuridad de unos puede ser causa de la opresión de otros. Núñez, a quien en el relato se le denomina indistintamente con el apodo "Bogotá", procura tomar el mando porque cree que es un superhombre carismático por tener el don de la visión. A su vez, Correa no admite la posibilidad de un humano con vista y, porque el forastero anda a tropezones, supone que es un ser inferior. Correa niega la probable visión del forastero, inadmisible en su sistema de creencias. En cambio, Núñez quiere aprovecharse de la situación y gobernar a los ciegos, suponiendo que son seres imperfectos.

La claridad de la luz desenmascara a los líderes de igual manera como los rayos solares deshacen el resplandor del faro y de las luciérnagas. Los líderes son producto de la oscuridad. Sus destellos son vistos porque hay contraste con las sombras. Cuando el mundo anda en el atardecer, aparecen las linternas de los líderes señalando un camino de rosas, un precipicio o el abismo. Es fácil brillar en la oscuridad. Dependiendo del espacio, se puede resplandecer con un fósforo o con una vela. Hasta una pequeña luciérnaga destaca en la negrura de la noche. Más complicado es sobresalir en un espacio bien iluminado. En la oscuridad latinoamericana pululan los líderes, pequeñas lamparillas que iluminan o brillan gracias a la densa oscuridad que nos rodea. Muchos líderes son como el bombillo más grande dentro de los adornos navideños, pero simplemente ador- no. La oscuridad es esencial para que surjan los líderes con sus linternas. Cuando el pueblo tiene claros los caminos, podrá haber organizadores y gestores, no líderes.

En esta fábula de Wells, quien también nos entregó la historia del hombre invisible y la de la guerra de los mundos, la ceguera es una metáfora para explicar la carencia de educación, la ausencia de metas, el estado de una sociedad confundida y ciega a otras posibilidades porque la mente aborrece la complejidad, y el dogma es fácil y asimilable. La ceguera se produciría por la atrofia de los ojos, del cerebro o de las ideas. También la invidencia ocurriría cuando lo percibido carece de contraste (léase crítica y pluralidad de opiniones), de tal modo que solamente vemos en verde lechuga, blanco o rojo. Al no haber contraste, no se divisan las formas, lo que los ojos depositan en el cerebro es una masa informe. El cerebro es una caja a oscuras, requiere de los estímulos exteriores llevados por los sentidos y nervios para elucubrar y formalizar el conocimiento. Finalmente hay aquellos que no ven porque cierran los ojos, prefieren la oscuridad y la esclavitud a la iluminación, éstos son ciegos por voluntad propia, porque les da la gana o tienen intereses para proseguir en sus tinieblas, adictos a la servidumbre.

El tsunami social que ha provocado la avalancha de líderes en el mundo está condicionado por algunas circunstancias del siglo veintiuno como pereza a tener un pensamiento propio y acomodo sin esfuerzo en el ajeno, mayor exposición de ciertos personajes y paradigmas a través de los medios masivos, confusión ideológica y sectarismo promovido por un deseo de pertenencia a un grupo para desterrar la soledad. El dilema es someterse al sistema o fabricar uno propio. Después de leer el relato, uno reflexiona que el Ecuador es ese lugar rico y fértil descrito por el novelista, pero agobiado por la pobreza, y que, de forma parecida a los personajes de Wells, sus habitantes parecen sufrir de ceguera para contemplar ciertas realidades.

Poder y liderazgo

Algunas personas pueden trabajar por sus prójimos de manera desinteresada y libre, sin ejercer dominación, pero en la mayoría de los casos esa disposición está contaminada por intereses particulares y el deseo de sobresalir. Lo que uno representa a los ojos de los demás, el aplauso, o la repulsa, es motivo de felicidad o tristeza para el que los recibe. "Nuestra existencia en opinión de los demás, a consecuencia de una debilidad particular de nuestra naturaleza, es generalmente demasiado apreciada, aunque la más ligera reflexión nos diga que eso no tiene en sí mismo ninguna importancia para la felicidad."2. "Este desvarío ofrece, sobre todo a aquellos que están llamados a gobernar a los hombres o a guiarlos tan sólo, un cómodo recurso."3

Insultar es una táctica para algunos líderes porque suponen que, menospreciando la dignidad, rango y fama de los otros, ellos obtienen el fervor de la gente. El deseo de sobresalir sobre los demás, que Cioran denominó "ansia de primar", es uno de los motivos para que surjan los líderes. "Lo importante es mandar: a ello aspira la casi totalidad de los hombres." "Nos codeamos con sátrapas por todas partes: cada uno -según sus medios- se busca una multitud de esclavos o se contenta con uno solo. Nadie se basta a sí mismo: el más modesto encontrará siempre un amigo o una compañera para hacer valer su sueño de autoridad."4 "El ansia de poder permite a la Historia renovarse y permanecer sin embargo fundamentalmente igual." En conclusión, la gran paradoja del cambio social es que siempre seguimos igual, solamente se turnan los protagonistas, los influyentes y poderosos, sin embargo, tenemos una agradable ilusión de que hay cambio y nos movemos, el efecto de la brisa.

Engendrar un líder es oficio de dependientes y siervos. Éstos preparan el advenimiento proyectando sus ilusiones en una quimera. Luego, un hombre común empieza a elaborar una renovada identidad desde su "Yo dañado" (S. Freud, Psicología de las masas y análisis del Yo) y aprovecha su fuerza de sugestión sobre la multitud cautivada por su energía vital (Eras). A partir de entonces comienza a crecer en la placenta de la sociedad el feto del líder. Después se desarrolla, es parido: ¡nos ha nacido un líder! Nunca sabremos si por la fuerza de su poder, por la debilidad de los opositores, o por la dimensión emocional de los esperanzados. Las nodrizas lo cuidan y miman hasta que esté listo para aparecer en la televisión y las tarimas. Se amará al conductor porque agrada, o quizá por temor a caer en otro peor. El pueblo se resigna y espera porque es frecuente que el magnetismo sea de corta duración. También es frecuente, lo enseña la Historia, que arrastre a los creyentes al Tanatos (muerte) como hizo el Führer (líder) Adolfo Hitler.

Desde que el gobernante inicia su viaje contemplando desde lo alto el horizonte de su proyecto político, emerge el prestigio que lo infla (fenómeno levadura). "Es característico de toda estructura específica de poder, y por tanto de toda formación política, el deseo de prestigio, aparte de los mencionados intereses económicos directos que, por cierto, se dan allí donde existen sectores que viven del ejercicio del poder político".5 El sociólogo Max Weber lo tiene claro: prestigio y estatus socioeconómico dinamizan el sueño de cualquier pretendiente a conductor de multitudes. ¿Y la oposición? En el mismo texto, Weber añade: "Lo común a todas las formaciones políticas es el empleo de la fuerza; lo que las diferencia es el modo y el grado en que usan y amenazan usar dicha fuerza contra las demás organizaciones políticas." Con los tres ingredientes asegurados o previstos (prestigio, enriquecimiento y fuerza), el candidato a líder comienza a fabricar el camino y desarrollará alguna mutación carismática, el don. Si el propósito del liderazgo es el cambio de conductas, actitudes, procesos, estructuras e ideología, el líder activará su poder, autoridad y persuasión para lograr esa transformación que le parece esencial, aunque sea una quimera. Su misión trascendente será llenarse los bolsillos, cautivará a los seguidores, alcanzará gloria (fenómeno levadura), amasará súbditos y autoridad, y empleará el garrote. El capricho de los líderes también es energía persuasiva.

Poder es una relación de influencia para conseguir un probable cambio en el grupo, organización y sociedad. El poder se hace tangible a través de órdenes manifiestas6 de gobierno que son obedecidas por amenaza o coacción (castigar a los desobedientes), por recompensa (premiar a los obedientes), por legitimidad (autoridad legal del cargo), por conocimiento (habilidad y experiencia del experto), por carisma o poder de referencia (atracción). En la práctica, los ejercicios del poder pueden usar las cinco formas. En estas acciones el fin es el mismo: que la voluntad individual se someta a otro, ya sea obedeciéndole por miedo, interés, respeto, creencia y adoración, ya sea con regalos que se entregan dispendiosamente. La libertad se cambia por un plato de comida, así la miseria tiene un uso político.

Con estas tácticas de dominación se compra la obediencia del pueblo y se obtiene popularidad. Aunque ésta no es sinónimo de liderazgo -Barrabás tuvo ante la plebe mayor popularidad que Cristo- el líder político tiene menos poder si no la posee. Por lo tanto, medir la popularidad es manía de los gobiernos para conocer el grado de aceptación del gobernante. Cualquier proyecto u obra que menoscabe la aprobación pública tendrá que ser analizada antes de ponerse en práctica. Comúnmente los "altos intereses de la patria" dependen del efecto popular o impopular en las masas. ¿Cuántos proyectos sociales se han estancado para no dañar la imagen y popularidad del líder? Cautela. La experiencia enseña que es habitual el liderazgo pasajero, bien lo saben Tony Blair (Primer Ministro de Inglaterra) y Jamil Mahuad (ex-Presidente de Ecuador), y lo supo en su tiempo W. Churchill después de la Segunda Guerra Mundial a pesar de ganar la contienda.

El juego del poder conlleva siempre intereses particulares y colectivos. El objetivo del poder es alguna especie de dominación justificada con cualquier pretexto, y los seguidores aceptan sumisamente esa condición. Los motivos más celebrados son las guerras, el bienestar, el orden, la justicia, la igualdad y, actualmente, la salvación del planeta. Los intereses pueden ser explícitos o estar encubiertos. Cuando los intereses no son éticos, se escamotean las intenciones y se recurre a la manipulación para lograr el movimiento de las multitudes. En otras ocasiones hay que convencer a los rebeldes e indiferentes, para ello se señala a un enemigo común que aglutine al pueblo.

En otros casos no extremos, cuando no dan resultados los cabildeos y la persuasión, se acudirá a tácticas de negociación, acuerdos, concesiones, compra de conciencias, chantaje, mediación y otras componendas.

Poder y carisma

Desde los comienzos de la reflexión política, los conceptos de líder y carisma (poder persuasivo), aunque con otros términos, estuvieron presentes tanto en oriente como en occidente. Ya en el siglo IV a. C. los consejos del chino Sun Tzu en su Arte de la guerra consideraron de vital importancia la capacidad de mando, fama y carácter de los generales para obtener la victoria.

Todo liderazgo político implica alguna forma de poder, un ejercicio del mismo, unos intereses, unas metas u objetivos, unos súbditos, una repartición del botín y de los cargos, unas cualidades del poderoso, unos colaboradores, una comunidad civil, un sistema de Estado y además unos conflictos. Sin embargo, si bien el liderazgo conlleva algún tipo de dominación, no todo poder lo exige. Un juez tiene el poder de condenar o absolver al acusado, pero tal vez no posea liderato.

Uno de los grandes teóricos del poder como es Max Weber explica que "debe entenderse por dominación la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado para mandatos específicos (o para toda clase de mandatos)."7 La obediencia es una probabilidad, no hay completa semejanza entre causa y efecto, porque siempre pueden existir desobedientes y rebeldes, por ello el gobernante se rodea de colaboradores de menor perfil y utilizará el espionaje y la intriga para custodiar su "sueño" y su "desinteresado" proyecto. Esto significa que cuanto mayor es el poder acumulado, existirá más probabilidad de ser obedecido. Sin embargo, el gobernante no estará libre de la maquinación y la tentación (labilidad) de sus allegados que también esperan su oportunidad. Los posibles complots exagerarán la seguridad y desconfianza. Por tanto, el gobernante se rodeará de fuerzas de choque y guardaespaldas, usará chaleco antibalas para que no le abaleen el carisma y espiará a través de sus leales el movimiento de los supuestos sucesores.

En la misma obra, Weber clasificó los tipos de dominación legítima8 en tres clases: 1. la racional, que se basa en la creencia de la legalidad de las instituciones, 2. la tradicional, fundamentada en las costumbres de la vida cotidiana y la historia de los pueblos, 3. la carismática, que se funda en el don extraordinario del heroísmo individual, ejemplaridad (ethos) de la persona dotada de alguna gracia que parece sobrenatural.

Por el tema de este trabajo nos fijamos en la dominación legítima carismática. Weber convierte una cualidad en agente del poder con la particularidad de que ésta tiene un carácter sobrenatural. El sociólogo asume que hay personas para mandar y otras para obedecer, y que la diferencia estriba en el don de carisma. ¿Puede existir un líder sin carisma, y un hombre carismático sin poder ni liderazgo? Parece que sí. ¿Por qué el carisma posee un carácter emotivo (pathos) y semi-divino? ¿Si el carisma tiene origen divino por qué se diluye hasta perderse? Es posible que el guía revele y agrande su carisma en la medida que se deja seducir por el poder y el ansia de lograrlo.

Cualquier teoría acerca del liderazgo y del carisma sigue siendo constantemente revisada debido a las formas en que éstos se manifiestan y a las dudas que plantea el choque entre realidad y explicación racional. En la antigüedad, este don era un término con denotación religiosa. Después de una larga etapa de secularización en la que el término perdió su sentido eminentemente religioso, se ha llegado a la época de la trivialización en el uso de la palabra. Cualquier famoso, atractivo y connotado supone y cree que es carismático. En el siglo veintiuno el sentido adquiere manifestaciones sorprendentes y asombrosas. La modelo tiene carisma cuando es fotogénica, y el futbolista lo posee para meter un gol. Estas aberraciones son cotidianas.

El carisma, como don sobrenatural, concede al líder el derecho a la anomia, es decir, puede transgredir la ley o colocarse fuera de ella. Situado más allá de la ley, hace y deshace según le dicte su conciencia o sus caprichos: "París bien vale una misa," exclamó un Rey francés para simular ser católico ante su pueblo. Así las cosas, el líder elaborará un nuevo código de leyes que se ajuste, en la medida de lo posible, a lo que él considere justo e injusto. Si a pesar de las leyes tiene conflictos con el canon legal, entonces procurará crear irregularidades y estados de emergencia donde el juego se hace bajo otras reglas. "La ley es para todos y nadie está por encima de ella", se anuncia, pero la excepción la hace el gobernante carismático, haciendo prevalecer sus deseos determinará lo que le dé la regalada gana.

El carisma produce en los crédulos, por la vía del líder, la catálisis. Esta transformación opera como una metanoia que permite la conversión de la multitud a través de la obediencia y la creencia; la fe salva. El mandatario ofrece una visión 9 distinta para eliminar errores pasados y lograr la felicidad futura. Su poder absuelve cuando los seguidores se convierten al nuevo designio. Quienes aceptan entrar en el redil de la creencia se congregan ante él porque les entrega el perdón de los errores y la promesa de un mundo mejorado. De este modo la bendición del líder carismático encuentra acogida en los mansos borregos cuando les lava los errores y promete el antídoto del cambio. ¿Hacia dónde?

La concepción de la dominación carismática como cabeza de la sociedad tiene su raíz en la visión arcaica de la sociedad, cuando se comparaba el orden social y el orden de la Iglesia con el cuerpo humano. La sociedad es como un cuerpo, en la cabeza está el gobernante, en los miembros y órganos, los súbditos, cada uno encargado de un oficio. El carisma es meta-racional, extraordinario. Tal vez por esta irracionalidad algunos mortales no lo comprendamos.

Por la profunda invasión e influencia de los medios masivos, Giner ha sugerido el concepto "manufactura del carisma."9 El carisma real se desvanece y el virtual se percibe en la imagen del personaje proyectada por la televisión, el cartel retocado y el maquillaje. Este carisma de ficción concede el dominio. El don ya no proviene de Dios, es un producto creado por los técnicos en efectos, diseñadores de imagen, camarógrafos, iluminadores, fotógrafos, directores de campaña, estilistas, sastres, libretistas, entrevistadores contratados para el efecto sugestivo y, claro, también para producir el placer escópico y resaltar la inteligencia. El director de cine F. Capra representó esta construcción de carismas en la película "Conoce a John Doe". Un vagabundo (Juan Pueblo) se convierte en el hombre más carismático de USA a través de su exposición en los medios masivos.

La construcción social de la realidad está manipulada por los estímulos que producen los medios masivos de información y paralización. Profanado y banalizado por los medios masivos, el carisma envuelve productos y a personas. Hay el perfume que concede carisma y glamour, y el desodorante para la atracción fatal. En la sociedad persuasora se divulgan rumores y nuevos mitos, se fabrican santos y líderes políticos. Es cuestión de mercadeo y éste utiliza técnicas parecidas a las de la publicidad. Repetición de consignas, ideas simplistas acerca de la sociedad y sus conflictos, exageración de las virtudes del gobernante, símbolos de felicidad, desarrollo maquillado, motivaciones emocionales, bombardeo con las obras realizadas por el dirigente político, son algunas de ellas. "El control político, que necesariamente es medio coactivo y medio persuasivo porque se apoya en la fuerza tanto como en la convicción, se somete al poder técnico y semántico de la actividad comunicadora de masas."10 Así el mandamás carismático resulta ser una farsa real y mediática. Su imagen es una construcción de los medios y de los fanáticos que proyectan en él sus esperanzas frecuentemente burladas. Con esa imagen aureolada, con símbolos y rituales, el mandatario se yergue como un ser superior.

Las falsas revoluciones sustituyen el amor hacia los otros por odio y resentimiento; lo que se debía hacer en bien del prójimo, termina siendo un arma de opresión: buenos versus malos, ricos y pobres, fieles contra infieles. La labor constructora del espíritu humano se vuelve destructiva. Algunas veces creemos ver una luz entre las tinieblas, pero hemos perdido un tiempo precioso avanzando entre las sombras. Parece que la justicia y la libertad deben ser pagadas con algún tipo de opresión. Los que reclaman la falta de líderes en la sociedad están mostrando una tendencia hacia la dependencia y jerarquías. Los líderes políticos no son de derecha o de izquierda, son de ellos mismos.

La organización como morada del líder

Las ataduras preparan el advenimiento de la cuerda. La era industrial y el trabajo en serie, la eficiencia y los movimientos sociales favorecieron la llegada de las organizaciones. A su vez, éstas anunciaron la invasión de un nuevo actor social: el líder. A mediados del siglo veinte, la teoría de la "revolución directorial", de James Burnham, auspiciaba el cambio de mentalidad voceando el advenimiento de la colectivización, de la organización como el motor de la sociedad. La organización requería de directores, una nueva elite que ya no sería de aristócratas y enriquecidos burgueses. El Estado se convierte en propiedad de los directores. El director es el tecnócrata aspirante a líder. "Estamos ahora en situación de establecer de una manera preliminar la teoría de la revolución directorial… El grupo social que actualmente se esfuerza en alcanzar la clase dirigente es el de los directores"11.

La base de la organización de una clase dirigente de directores es la especialización. El arma del especialista es la educación y el conocimiento de una parcela del saber. Cada experto es una pieza o engranaje de un todo en la gran máquina de la organización. El lema "sin organización no hay progreso" produce el cambio hacia un derecho de todos los humanos a organizarse; implica que cualquier avance humano supone una organización de los individuos. Las organizaciones son el reparto de influencias en células menores de elites dirigentes que propenden un fin partidista, empresarial, institucional. El alma de estos líderes (directores) es la organización no por clases sociales sino por especialidades. La ONU, la OTAN, y la proliferación de las ONG que pueblan el planeta son ejemplo de ello. La organización es lo contrario del caos, supone combatir el desorden de los esfuerzos individuales -la unión hace la fuerza- si éstos se dirigen hacia un fin predeterminado.

La importancia de la organización prepara al líder director, al estadista, al vidente que puede observar el futuro porque estima que lo organizado es predecible; se olvida que la desorganización y el azar también forman parte de la vida. El especialista técnico piensa que, si se puede programar el lugar de caída de un proyectil adelantándose a su trayectoria matemáticamente calculada, la organización de la empresa y del Estado seguirá igualmente un camino planificado. Con la planificación exhaustiva de ciertas variables, se alcanzarán los objetivos, es la creencia de moda. La comunicación organizacional, la psicología de las organizaciones y los comportamientos de los grupos organizados por directores excluirían el fracaso. La organización sería la clave del éxito.

La organización se aplica al trabajo, a la administración y alta gerencia, se hacen proyecciones y se estiman pérdidas y ganancias. El líder es un organizador de las metas del grupo. Si no se alcanzan los objetivos, la culpa es de la organización, del plan, de una previsión del futuro mal elaborada. Pero el futuro es siempre imprevisto porque solamente aprehendemos el instante y cualquier avatar puede ocurrir en un tiempo que no ha llegado, lo único exacto y absoluto es la muerte, indudable, imprevista y eficaz.

La creencia moderna es que la unión de habilidades debe ser controlada para alcanzar la eficacia. Reglas, modelos, estructuras, sistemas son parte de la visión organizativa de la mente que se expresará en la organización de la ciencia. El programa dirige a la organización, y la organización es dirigida por el líder, y ahí asienta éste su morada. Dentro de la institución el mandatario adquiere un nuevo resplandor y los súbditos se sienten protegidos por el orden, la clasificación, la disciplina, las metas y los presupuestos. Posiblemente el caos ha sido desterrado. El cronómetro es exacto, y los actos son medidos por nuevas variables: eficacia, eficiencia, evaluación, orden, y éxito. Un nuevo estilo de liderato ha nacido. Cualquier libertad está cautiva dentro de la organización.

Fanáticos y acólitos

Los fanáticos son los monosabios de los líderes, sus esbirros. Un fanático puede ser activo o pasivo dentro de una sociedad. Los pasivos aclaman y aplauden, en cambio los activos mueven a los indecisos y convierten a los temerosos. Dentro de un líder late el corazón ardiente de un fanático activo. Para iniciarse, el fanático debe poseer una creencia que considera verdadera y una meta, justa o injusta, clara o dispersa. El fanático se apasiona del significado de una idea y la encarna hasta vivir y morir por ella. El indiferente, el cínico son lo contrario. El amor del cínico es indeterminado; el del fanático es fijo, obsesivo, demencial. Los fanáticos son los soldados del líder, su ejército de choque. El fanático no elige una verdad sino una creencia. Decide que lo falso sea lo verdadero, o viceversa.

El discurso del líder político es, para los fanáticos, la voz de dios. Lo idolatran como si fuera el mismo Dios y de esta adoración nace el sentido de la vida. Para ellos es insustancial lo sustantivo del líder, lo importante es lo adjetivo de su ídolo: locuacidad, prepotencia, promesas, energía y seducción. El fanático no duda, es creyente en dudosas certezas, tampoco critica porque su líder está por encima de cualquier defecto. Su admiración por el gobernante borra el asombro de la duda, por ello no interroga, cree con la vehemencia de un toro atrapado en el engaño del capote. La mirada del fanático está educada para ver solamente en una dimensión y sin perspectiva. No importan los éxitos o fracasos, lo primordial es la reverencia porque vivir es someterse al ideario de un jefe.

Líder y fanáticos se complementan, se ajustan e identifican. Cuando la idea se convierte en una creencia, no es la razón motivo de aceptación o rechazo, sino la voluntad que elige sin considerar el contenido de las ideas. El error es aceptado cuando no se razona, pero se lo elige. Y si se endiosa a la razón, como lo hacen algunos filósofos y científicos, entonces también se cree y se fanatiza el objeto de la ciencia y la filosofía. Por ello, la medida de la verdad es la incredulidad, la duda, o al menos la sospecha de que el engaño puede presentarse en cualquiera de nuestros conocimientos. Los líderes, sin embargo, son maestros en convicciones, tienen respuestas para todo, hasta para las contradicciones. Su lucha de contrarios es un credo, lo más alejado de la dialéctica. Por ello, acuden a la retórica, porque lo importante es persuadir con aparentes absolutos.

El juego de la libertad acaba con la elección obligada (Erich Fromm, El miedo a la libertad). Nuestra desgracia es que estamos condenados a elegir dentro de ciertas posibilidades. El fanático no tiene este problema, su destino está programado por el gobernante al que hay que besar como si fuera la efigie de un santo, la reliquia de un ángel. Sin embargo, se cree independiente, libre de impurezas, anclado en lo absoluto. Apenas vislumbra que la duda puede ser el germen de la esperanza. Postrado en su incondicional creencia tiene paz, como la de los muertos.

¿Cómo escapar? Solamente sin camino, haciendo camino al andar, poetizaba Antonio Machado. Pero tampoco. Andar el no camino es imposible. El paso que daremos está anticipado en la mente antes de iniciarlo, de lo contrario caeríamos en el vacío del abismo. Creemos en la tierra firme, avanzamos en el camino trazado antes de que sea abierto por el pie.

Las obras

Los medios de expresión de las personas son los gestos, las representaciones simbólicas a través de los lenguajes y las obras. El líder sobrevive por sus gestos y discursos, pero da cuenta de su liderato con las obras.

Pero el gobernante no hace obras, las encarga. Dirige y ordena, utiliza dinero ajeno, otros trabajan, pero las obras se exhiben como suyas y se jacta de ellas. Ésta es la mejor forma de usurpar la labor de albañiles, carpinteros, ingenieros, calculistas, arquitectos y peones en general y de despojar a los obreros la marca de su identidad para usarla en provecho propio. Por ello, aunque la obra sea bien intencionada, desde su nacimiento está viciada por el cálculo electoral, la exposición de su inmenso esfuerzo, la propaganda del partido. En este sentido, la obra carece de la sana intención de mejorar la vida del pueblo y se vuelve panfleto y pasquín para resaltar un modelo de desarrollo, una ideología, el esfuerzo del mandamás. La ideología del partido aparece en las marcas: Eco-país es una de ellas. La obra de una gasolina, hecha con el deseo de mejorar el ambiente, se convierte en propaganda. El gobernante se apropia la sentencia de Cristo “por sus obras los conocerán" y se transforma en el fanático de la construcción.

Pero cuántas de estas obras son en verdad necesarias, cuál es el servicio que prestan, quiénes se benefician, por cuánto tiempo, cuál ha sido su costo, qué otras alternativas hubieran podido hacerse, qué intención existió para llevarlas a efecto, a quiénes se está beneficiando y perjudicando con ellas. Las obras no son neutras ni santas, están cargadas de ideología, de símbolos, de rituales (como las inauguraciones y primeras piedras). Y son discutibles si son promesas de campaña, es decir, obras prometidas con la finalidad de obtener votos. La necesidad ajena es rentable al líder, le concede el motivo aparente para su tarea salvadora. La tendencia es hacer la obra visible, la que se mide en metros cuadrados de edificación, en kilómetros de carretera, pero ¿dónde está la obra del espíritu humano? ¿Dónde, la alegría de los niños fallecidos por anemia, el conocimiento de los adolescentes sin estudio, la dignidad de los trabajadores desocupados, el respeto de las mujeres que se venden, el buen vivir de las madres maltratadas por el compañero?

¿Y los "grandes hombres" de la Historia?

Los conocidos como "grandes hombres" de la Historia humana no han trascendido por ser líderes sino por destacarse en ciencia, artes, pensamiento, sacrificio y bondad. Y no fueron grandes por tener liderazgo, sino por su honestidad, fuerza de voluntad, creatividad, innovación, amor al prójimo, solidaridad, espíritu de bien, trabajo constante e integridad. Estos grandes hombres imprimieron su huella en la sociedad y son reconocidos, no por ser líderes sino por su labor fecunda. Ellos y ellas tuvieron el coraje de ser líderes de sí mismos, férrea voluntad para crecer como personas dentro de un proyecto vital.

Junto a ellos estuvieron pequeños grandes hombres, desconocidos y anónimos. Estos ignorados personajes tuvieron quizá la misma talla que los otros, poseyeron muchas de las cualidades mencionadas, pero no sobresalieron y quedaron olvidados. La Historia solamente destaca lo que recuerda y suele ser algo amnésica. Bastantes de nuestros prójimos de la vida cotidiana tienen las características humanas que he citado, pero carecen de voz o deseo de notoriedad. En el pueblo llano se encuentran grandes hombres y mujeres en todas las profesiones y gracias a ellos funciona la sociedad.

El orden social no es justo. La jerarquía, orden impuesto desde arriba, obliga a que haya superiores e inferiores, gobernantes y gobernados, influyentes e influidos. La jerarquía lleva el germen de la dominación y la dependencia, del egoísmo, del ansia de poder para conservarse en la cima.

El nuevo orden es la redarquía. Con el neologismo "redar quía" se define una relación de abajo hacia arriba. El orden es regulado por la colaboración en la tarea, algo parecido a los caballeros de la mesa redonda. Esta estructura social no se basa en el poder y la sumisión, sino en las relaciones de participación de todos los iguales como intuyó el poeta peruano Vallejo en su poema "Masa". La influencia de las personas se realiza en línea horizontal no en vertical. En vez de un sistema piramidal (de arriba abajo) se establece un orden circular, como un corro de niños que se toman las manos y todos son líderes (dueños de sí mismos). El contacto, la honestidad y confianza, el estar al mismo nivel incide en una mayor participación y comunicación sin filtros. Las decisiones no provienen del líder carismático sino del grupo. Por tanto, existe más compromiso y responsabilidad, despejando así el deseo de prestigio de algún aprovechado. Los vínculos multi-direccionales del círculo impiden los personalismos, el nacimiento de caciques, la arbitrariedad del poder, el totalitarismo. Las redes sociales por la Web como Kiva,12 que funciona distribuyendo préstamos de pequeños capitales a personas pobres de todo el mundo, son un ejemplo de esa redarquía. Es posible que, en el futuro, la redarquía suplante a la jerarquía y el motor de ese cambio provenga de los mayores contactos entre iguales gracias a las redes patrocinadas por las modernas tecnologías de información.

El orden redárquico transparenta las cualidades y habilidades de cada individuo y las pone en acción para bien del grupo. En este sentido el término "líder" adquiere su verdadero valor como medida de los vínculos entre los miembros y en función de las interacciones directas. Así, toda persona que tiene poder sobre sí misma, voluntad de ser, de hacerse y crecer es un "gran hombre o mujer”, si es líder o no, qué importa. La honestidad y espíritu de colaboración se visibilizan y conocen de la misma manera como sucede en un grupo de amigos. En este tipo de organización, las relaciones son más espontáneas y carismáticas, se parecen a las interacciones de los individuos en la tribu, donde todos sus miembros son responsables del bienestar. En este modelo cada uno es una "gran persona" y no existen líderes de dominación. En la raíz de los problemas sociales la variable "calidad de personas" debería ser una de las funciones fundamentales.

De lo contrario, en la jungla política, en la oscuridad de la noche seguiremos siendo cazadores de luciérnagas, buscadores de líderes, quejándonos de ellos, copiando consignas y modelos de desarrollo. Seguiremos perteneciendo a la sociedad del País de los Ciegos que el novelista Wells, ignoro por qué, situó en Ecuador. Ser de otra manera nunca es un sueño, es la tarea.

*Harold D. Lasswell, La política como reparto de influencias, Madrid, Aguilar, 1974, p. 31.

Referencias

  1. H. G. Wells, El País de los Ciegos, www.librosgratis.com Existen copias impresas como la de la editorial Acantilado, pero usamos la de la web y las citas se refieren a esa edición.
  2. A. Schopenhauer, Aforismos sobre la sabiduría de la vida, Buenos Aires, Aguilar, 1970, p. 87.
  3. Ídem, p. 91.
  4. E. M. Cioran, Breviario de podredumbre, Madrid, Taurus, 1981, p. 124 y 125.
  5. M. Weber, Las estructuras de poder, Buenos Aires, La Pléyade, 1977, p. 11.
  6. J. R. French y B. Raven, “Bases del poder social”, en D. Cartwright y A. Zander editores, Dinámica de grupos, México, Trillas, 1971. También M. Burgoon y M. D. Millar, “Comunicación persuasiva”, en C. Fernández Collado y G. L. Dahnke editores, La comunicación humana, ciencia social, México, McGraw-Hill, 1992, pp. 232-235.
  7. M. Weber, Economía y sociedad: esbozo de sociología comprensiva, México, Fondo de Cultura Económica, 1964, pp. 170 y ss.
  8. M. Weber, Economía y sociedad: esbozo de sociología comprensiva, México, Fondo de Cultura Económica, 1964, pp. 172 y ss.
  9. Salvador Giner, “La manufactura del carisma político”, en Carlos Castilla del Pino compilador, Teoría del personaje, Madrid, Alianza, 1989.
  10. Miguel Roiz, La sociedad persuasora, Barcelona, Paidós, 2002, p.223.
  11. James Burnham, “La teoría de la revolución directorial”, tomado de su libro La era de los organizadores, en Panorama de las ideas contemporáneas, Madrid, Guadarrama, 1965, p. 348.