Discurso de clausura del año Universitario 2008-2009

Pablo Lucio-Paredes

Autoridades, familias, amigos y sobre todo estudiantes graduados, que son los dueños de esta noche.

Hace algunos años al salir del “Fantasma de la Opera”, me decía burlonamente un amigo aficionado del teatro “¿Por qué cantan los actores, cuando pueden hablar?".

Y hoy podríamos decir lo mismo "por qué hablar cuando ustedes pueden simplemente festejar".

¿Por qué hablo yo? ¿Por qué me escuchan más allá de la obligación de estar ahí atrapados en sus sitios?

Quizás porque el hombre nació con la palabra. Algunos dicen que nació con los primeros gestos de comunicación. O con el fuego. O cuando enterraron a sus primeros muertos. No, el hombre nació con la palabra. Y estamos inmersos en la palabra.

Que tiene una necesidad vital de ida y vuelta: hablar y ser escuchado. El ida y vuelta no implica necesariamente la necesidad de comunicarse, sino el imperativo para cada uno de nosotros de sentirnos diferentes, únicos, importantes y que alguien nos escuche, aunque no nos entienda ni nos refute.

Mejor aún si no nos refuta, porque tenemos una cultura latinoamericana totalmente alejada del debate.

Como dice Mariano Grondona, la palabra polémica entre nosotros es sinónimo de bronca que es mejor evitar, en el mundo anglosajón es en cambio sinónimo de debate abierto, necesario, indispensable. Queremos hablar, pero no escuchar. Hablar, pero casi nunca profundizar los temas.

Y siempre tener la razón.

Somos también el continente, de la queja, de la queja expresada con palabras estridentes. Nunca somos culpables de nada, siempre hay alguien en la sombra que nos manipula, siempre hay de quien quejarse. Supuestamente los americanos, los europeos y ahora los asiáticos impiden nuestro desarrollo y nuestra felicidad.

Por eso con sus 50 años a cuestas, "Las venas abiertas de América Latina" de Eduardo Galeano es quizás el libro más vendido en el continente, por eso Hugo Chávez lo obsequió recientemente al Presidente Obama, porque para él no es un libro de historia sino de la actualidad que seguimos imaginando e inventando: nuestra dependencia, nuestros problemas que son culpa del mundo y casi nunca de nosotros mismos. Y aunque ese libro de Galeano me parece un lamento inútil de nuestra cultura, me permito recomendarles los libros de fútbol de Galeano, en particular "El Fútbol de Sol a Sombra", es un rosario de poemas maravilloso a este maravilloso deporte ( … ojo, se los dice un hincha de la Liga!).

Por eso como dice Teodoro Bustamante, el "gil" es uno de los caracteres básicos de nuestra cultura. "No seas gil, sé vivo". Es decir, no sigas las normas, muestra habilidad para darles la vuelta, para romperlas en tu beneficio. Hazlo, cuando eres poder o cuando eres simple ciudadano. ¡Hazlo! Si puedes pasarte por una segunda fila en el tráfico pesado, cuando los demás esperan pacientemente, la luz verde, ¡hazlo! Si puedes conseguir algún "pana" que te arregle el trámite, hazlo. Si eres mayoría y puedes pasarte por encima de los otros, ¡hazlo! En un partido de fútbol tírate al piso para ganar tiempo, revuélcate, hazte el muerto y luego regresa totalmente sano apenas hayas logrado tu objetivo, por eso en Inglaterra los partidos de fútbol tienen un tiempo efectivo de 70 minutos y por nuestras tierras apenas la mitad.

Nunca debes ser el gil de la película.

Todo eso nos aleja de la ciencia que es paciencia y trabajo. Hay una bella historia que vale compartir. Recuerdan ustedes, la mayor parte probablemente como una tortura, el famoso teorema de Pitágoras: en un triángulo rectángulo, la suma de los cuadrados de los lados es igual al cuadrado de la hipotenusa. Un tema matemático muy interesante (¡aunque a ustedes les parezca imposible que eso pueda ser interesante!) es demostrar si es esto es válido para la potencia 3 en lugar de 2: es decir si existen números enteros que satisfagan el principio que la suma de los cubos de los lados es igual al cubo de la hipotenusa. Y luego demostrar eso para 4, 5, 6 y el resto de números. ¡Tema sin duda apasionante!… ¿o no? Hace más de 200 años, Pierre Fermat matemático francés, escribe en una esquina de sus notas personales: he demostrado este teorema, este principio solo es válido para la potencia 2. Y nada más, solo una indicación. Muchos, durante años, tratan de descubrir cómo Fermat lo había demostrado. Hasta que, a inicios del siglo pasado, un aristócrata alemán decide suicidarse de una manera muy organizada y sistemática, como buen alemán: dentro de 24 horas a la medianoche. Exactamente. Y mientras espera con digna tranquilidad que llegue la hora de su destino, encuentra en su biblioteca un libro que habla de este famoso teorema de Fermat. Y se entusiasma tanto, la lectura le absorbe tanto, que se le pasa la medianoche… y como buen alemán organizado y serio, decide que ya no puede suicidarse puesto que la hora pasó. Otorga entonces un premio de 1 millón de marcos (enorme cantidad de dinero) a quien demuestre el teorema. Mucha, mucha gente lo intenta durante años, hasta que la fiebre decae cuando se juntan la ciencia y la economía: la hiperinflación en Alemania después de la primera guerra mundial destruye el valor de ese premio: 1 millón de marcos sirve apenas para comprar un pedazo de pan…

Pero hace 20 años un matemático australiano decide retomar este desafío. Y trabaja incansablemente durante 20 años, incorporando nuevas técnicas matemáticas, inventando nuevos teoremas, ampliando la sabiduría humana. Y al final lo demuestra. ¡250 años más tarde que Fermat! Esa es la paciencia que no tenemos.

La paciencia del líder chino Deng Xiao Ping cuando en 1989, alguien le pregunta: ¿cuáles son los principales efectos de la Revolución Francesa cuyos 200 años se festejan? Y su respuesta es lapidaria: ¡todavía es poco tiempo para sacar conclusiones! ¡200 años es muy poco tiempo!

No amamos la ciencia porque degustamos el realismo mágico de la literatura y de la vida, pero no nos emociona la magia del mundo.

Recuerdan ustedes los famosos números primos, los que no se pueden dividir por ningún otro número, a no ser por el 1 y por sí mismos. Por ejemplo, el 5,7,11,13. Esa propiedad de indivisibilidad los convierte de cierta manera en los ladrillos aritméticos del universo. Las piedras básicas. Pero si son cimientos ¿no deberían tener alguna lógica detrás de su construcción? Pues NO, hasta ahora ha sido imposible determinar cuántos números primos hay, y menos aún, determinar cuál es la lógica detrás de su existencia. A ratos se acercan, otros momentos se alejan, pero siguen apareciendo sin ninguna coherencia. Los cimientos son absolutamente inciertos. Lo que sí sabemos es que todos los números pares, es decir los números del orden por esencia, provienen de la suma de dos primos, por ejemplo, el 28 es 11 + 17, y el 50 es 19 + 31. ¿No hay ahí algún misterio oculto? La pureza y simetría de los números pares, surge automáticamente del incontrolable desorden de los primos. Quizás ahí reside uno de los grandes misterios de la vida y del mundo: sin el orden y la simetría no podemos existir, pero solo el desorden permite dar vida al orden. Son esos momentos mágicos de las transiciones de fase cuando, por ejemplo, el agua se convierte en hielo, y de las rupturas espontáneas de simetría cuando la vida decide tomar alguno de los tantos caminos posibles. La ruptura de la simetría es la vida. Y la ciencia corre detrás de esos misterios… Pero nosotros NO corremos detrás de la ciencia.

Nos gusta mucho más la política que la ciencia. Y es que las dos viven de paradigmas diferentes.

La ciencia intenta, con vanidad siempre frustrada, encontrar un fin, un orden, un sentido. La ciencia solo vive de la continuidad. Como dijo Albert Einstein (o quizás fue sir Isaac Newton a pesar de su incontrolable vanidad) "yo me he levantado sobre los hombros de gigantes". La ciencia está ligada a la historia y siempre pretende haber llegado al final del camino, haber encontrado la verdad última, aunque siempre se equivoca. La política entre nosotros, es todo lo contrario: intenta borrar el pasado para empezar siempre de cero. Siempre refundar, ser siempre el inicio de la historia, no importa a dónde vamos, lo importante es ser el inicio de ese imaginario colectivo. Por eso la política nos desune y nos empobrece, porque cada vez descartamos todo lo que los demás han hecho, no para construir sobre sus esfuerzos, sino para echar abajo todo, y empezar una vez más.

La ciencia es un sendero siempre renovado, la política un sendero siempre destruido. La ciencia es libertad, la política nos conduce a depender del líder, del caudillo salvador. Lo uno implica responsabilidad, lo otro dependencia del poder.

Tenemos una enorme contradicción entre nuestra vida diaria y colectiva.

En el quehacer diario sabemos que el esfuerzo, el trabajo y el ahorro son los ejes para mejorar la calidad de vida familiar. Rara vez suceden milagros económicos caídos del cielo, rara vez nos ganamos el Premio Gordo de la lotería.

Pero cuando nos miramos como sociedad, creemos que existen esos milagros. Creemos que las dádivas nos pueden salvar como sociedad. Creemos que vamos a caminar mejor, entregando todo nuestro futuro al Estado, en lugar de contar con el esfuerzo de todos y cada uno de nosotros...

Y de ahí surge, según Teodoro Bustamante, nuestra otra característica, el "prioste", el que reparte, regala, es admirado, es casi bendecido, es rey durante un tiempo. Es también la figura del caudillo que buscamos en la vida diaria, en la empresa, en la política. Es un poco rehacer el mundo de la hacienda, la necesidad vital del hacendado al antiguo estilo.

Esta brecha entre el comportamiento individual y colectivo, sorprende… pero no debería sorprendernos, porque la propia ciencia encuentra allí uno de sus grandes desafíos: entender cómo los comportamientos individuales se suman y se convierten en algo diferente a nivel colectivo. El total es diferente a la suma de las partes, a veces mejor, otras peor. Esto sucede en la Física, en que no hay aún manera de pasar de manera lógica y continua de la sorprendente mecánica cuántica, a la física de Newton o de Einstein, o rehacer el camino en sentido inverso. Y lo mismo en economía: la micro y la macroeconomía aún son compartimientos aislados. Hay un enorme esfuerzo aún pendiente, por entender cómo el comportamiento de las personas guiado por ciertas reglas, se convierte en el comportamiento colectivo guiado por otras reglas.

Hay mucho por entender sobre el destino de los pueblos. Cómo de repente individual y colectivamente despiertan. Cómo encuentran su camino, cómo la esperanza renace. Cómo el liderazgo logra encaminar el esfuerzo de todos. Cómo de repente sumamos en lugar de restar. Cómo cuaja la combinación de libertad, creatividad, esfuerzo y solidaridad. O cómo nos hunde el creer que el autoritarismo y los milagros guían la vida.

Pero algunas de las cosas que he mencionado como defectos, el amor a la literatura, a la palabra, a lo aparentemente inútil, son en realidad un gran valor social. Cómo no recordar a Onetti, Borges, Carrión o Vargas Llosa como parte de la riqueza enorme del continente.

El amor a la palabra que nos une aún en la familia, en el barrio, en la conversación alrededor de un café o un trago.

De la misma manera, es un valor enorme nuestra habilidad, no necesariamente formalizada, para resolver problemas. Un ciudadano de la bella República de Suiza, cuando su vehículo se daña en una carretera solitaria, solo puede llamar al servicio de auxilio inmediato para volver a circular. El ecuatoriano tiene la capacidad de sumergirse en el motor, amarrar dos alambres, soplar en el lugar adecuado y salir adelante.

Y el ecuatoriano es increíblemente emprendedor. Siempre veo con admiración a la gente que en las esquinas vende lo que puede vender, adaptándose y tratando de encontrar el producto adecuado. Recuerdo cuando hubo la explosión del Pichincha, el día siguiente la gente ya vendiendo las cenizas en frasco o las fotos enmarcadas. Todavía tenemos esas enormes riquezas.

No soy nadie para decirles nada. He vivido en esa confluencia peligrosa de la empresa, la academia, la política, la prensa y la economía. Me he equivocado casi siempre, pero mis pequeños éxitos han sido satisfacciones inolvidables… tengo muy pocas lecciones que compartir.

Quizás la lección de que las cosas hay que hacerlas con ganas, con pasión y llorar cuando a uno le va mal. No soy partidario de la frase olímpica "lo importante es participar", recuerdo con rabia a alguna selección ecuatoriana retirándose sonreída de una derrota: no, hay que llorar cuando uno pierde, y luego recuperarse y salir con más ganas al siguiente desafío.

Quizás decirles, que en el mundo uno empieza en un punto y termina por caminos inesperados. Cómo es posible que una persona tan tímida como yo, sí tan tímida, haya terminado en su vida hablando y hablando en público. ¡como hoy! Hay que tener la mente abierta y las ganas de hacer. Y a veces lanzarse a lo desconocido que se nos ofrece.

Quizás decirles que el mundo está hecho de muy pocos genios reales que transforman el mundo, y muchos genios imaginarios que hacen daño. Los demás, y me incluyo como el que más, somos personas normales que tratamos de hacer cosas normales, lo mejor posible. El mundo camina mejor cuando personas normales somos cumplidas, respetuosas, honradas dentro de las imperfecciones humanas, solidarios, emprendedores. No se necesita mucho más para que el mundo sea mejor.

Quizás aconsejarles que no idolatren a nadie. Hay que admirar a alguna gente y aprender de ella. Pero nunca admirarlas más de lo necesario. La gente realmente valiosa no aparece mucho ni necesita seguidores. Los otros los buscan para subyugarlos.

Quizás estar conscientes que somos una élite, todos los aquí presentes somos élite porque tenemos ventajas, oportunidades y bendiciones en la vida que otros no tienen, y en consecuencia somos responsables. ¿Responsables? Sí, de ayudar a construir una mejor sociedad. De ser esas personas normales que hacemos las cosas mejor. Como dice Ortega y Gasset en "La Rebelión de las Masas". "Es indudable que la división más radical es entre dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección". Ser élites responsables, es lo primero. Exigirnos.

Y con todo eso me quedan enormes satisfacciones. Cómo olvidar a esa señora que en una de las salidas de Quito se acercó un día para venderme una bolsa sencilla de papas fritas, le pedí una y me dio dos, le insistí amablemente que solo deseaba una y ella insistentemente me daba dos, y cuando yo seguía insistiendo, ella me dijo muy sencillamente: "economista, una bolsa es compra suya, la otra es un regalo de una persona pobre para usted, porque cuando yo planificaba abandonar el Ecuador, al oírle en la televisión hablar de manera positiva y sincera sobre el país, comprendí que quizás era mejor quedarme y pelear. Y tuve razón, en estos años he progresado y vivo mejor. Y se lo debo a usted"…

… Yo le debo a ella algo más importante: el sentir que he sido útil, con apenas unas palabras sinceras.

… ojalá algo de lo que hoy he dicho, les sirva también a ustedes, para mí el honor de haberme dirigido a este grupo de amigos es ya un enorme regalo.

Muchas gracias.