#Now
Vacunarse aquí, vacunarse allá
#PerDebate
Universidad San Francisco de Quito USFQ
Recepción: 18 de julio de 2021
Aprobación: 25 de octubre de 2021
Cómo citar: Haro, G. (2021). Vacunarse aquí, vacunarse allá. #PerDebate, volumen 5 (pp. 100-113). Quito: USFQ Press.
Resumen: A inicios del 2021, el mundo occidental concretaba la vacunación contra la covid-19, la enfermedad que ha paralizado a la humanidad durante más de un año. Pero, en Ecuador, la ansiada vacuna era una añoranza lejana y un privilegio de pocos. En esta crónica, se relatan los momentos de una familia quiteña (dos adultos, un adolescente y una niña) en la búsqueda de la inmunidad en un viaje hacia Estados Unidos. Su incertidumbre frente a las diferentes marcas, la espera, el anhelo de vacaciones sin mascarilla, su preocupación por el futuro y la economía del país quedan expuestos en este relato.
Palabras clave: vacunación, turismo, Estados Unidos, covid-19, crónica periodística.
Abstract: At the beginning of 2021, the western world concreted the vaccination against covid-19, the virus that had paralyzed humanity for more than a year. But in Ecuador, the longed for a vaccine was a distant longing and a privilege of wells. In this chronicle, the moments of a Quito family are related: two adults, a teenager and a girl in the search for immunity on a trip to the United States. Their uncertainty in front of the different brands, the waiting, the anticipation of holidays without mask, the future and the economy of the country were exposed in this story.
Keywords: vaccination, tourism, United States, covid-19, periodical chronicle .
Vacunarse aquí, vacunarse allá
Aquí el tema es no morirse. Aquí la cosa es sobrevivir. Aquí el asunto es hacer lo necesario para conseguir la vacuna. Así lo entendieron miles de ecuatorianos que armaron maletas y se vacunaron fuera del país. De acuerdo con el Ministerio de Salud del Ecuador, fueron 21.099 los que registraron haberse vacunado en el exterior, según el corte del informe hasta agosto 2021. Nuevamente Estados Unidos, abundante de dosis, se dibujó como la tierra prometida, como el país de las oportunidades, como el paraíso de la inmunización. Para finales de abril los noticieros anunciaban que el Estado de la Florida había inaugurado el “turismo de vacunación” y las ofertas de paquetes que incluían shots de mojitos y margaritas en South Beach y de pasito un shot contra la covid-19 comenzaron a proliferar. “7 días, 6 noches en Miami. Tour de compras y vacunación”, ofertaban un sinfín de agencias de viajes que vieron en este repentino movimiento la oportunidad de recuperar lo perdido durante la época del confinamiento. La ciudad de Nueva York que, acorde con el informe de la Oficina del Interventor del estado, dejó de recibir 60.000 millones de ingresos generados por el turismo, vio también una alternativa para impulsar el sector. Washington, la ciudad elegida para mis vacaciones 2021, seguía el ejemplo y nos daba la posibilidad de visitar sus lugares históricos, recorrer sus museos y también inmunizarnos y asegurarnos así de que el virus no nos mataría.
Y entonces decidimos sacar las maletas. Mi esposo de 48 años, mi hijo de 13 y yo de 42 estábamos listos para dejar que la Johnson y Johnson recorriera nuestros organismos en tierras extrajeras. Mi hija de 10 aún no aplicaba. Estaba clarísimo que, con un Ecuador apenas entrando en una etapa temprana de vacunación, lo mejor era inocularse en Estados Unidos. “Estoy tratando de buscarles una cita. En Washington ofrecen Pfizer y Moderna, pero la Johnson y Johnson requiere una cita. Apenas les consiga yo les aviso”, dijo mi cuñada, anfitriona de nuestro viaje. Y mientras ella andaba en esos trámites, nosotros rastreábamos costos racionales para emprender la travesía. Resulta que si la covid-19 no nos mataba, nos iba a llevar a mejor vida el infarto provocado por los elevados costos del viaje.
“¿Mil dólares por una semana? No quiero un Ferrari, Juanita, quiero una minivan, como siempre. ¿Cómo pasamos de 400 dólares a 1000?”. Si hubiera pagado el auto en febrero, junto con los pasajes de avión, no estaría enfrascada en esta conversación con Juanita, la encargada de la agencia de viajes. “Señora, no sé cómo esté la situación en Ecuador, pero acá en México hay mucha gente viajando a Estados Unidos a vacunarse. Por eso los precios subieron. ¿Va a querer el auto?”. La oleada evidentemente no era solo de ecuatorianos. Estados Unidos recibía miles de mexicanos, salvadoreños, colombianos… Un coctel de nacionalidades cuyo objetivo final era vacunarse en alguno de los estados que, como Florida o Nueva York, no te pedían residencia, no te pedían nada más que voluntad de asistir a recibir la dosis y una identificación.
Cuando llegó junio, Ecuador avanzaba mejor y más organizado con su campaña de vacunación, pero aun así las dosis para los grupos etarios de 40 para arriba no prometían llegar pronto. Con suerte nos tocaría después de unas tres semanas de regresar al Ecuador, así que mejor era cruzar los dedos y rezar porque nos consiguieran un turno para la Johnson y Johnson. Tenía que ser esa vacuna y no otra, una sola dosis porque un segundo viaje con esos precios de las aerolíneas y los autos de alquiler era imposible. Según la International Trade Administration (2021), 198.636 ecuatorianos ingresaron a Estados Unidos entre enero y octubre 2021, y claro, para muchos de ellos la vacunación era el objetivo.
María Isabel López, quiteña de 52 años, había planeado quedarse todo un mes para asegurarse las dos dosis. “Mi hermana vive en Long Island y voy a visitarla con mi esposo todo el mes. Yo vivo con mis padres que ya son de la tercera edad y el hecho de que se puedan contagiar por mi culpa me aterra. Yo tengo que cuidarme por ellos. Así que sacamos vacaciones y dispusimos de los ahorros. Claro hospedaje no pago, pero los pasajes carísimos y habrá que hacer compras en la casa de mi hermana”, decía mientras esperábamos juntas el abordaje del avión. “He gastado en vida”, aseguraba sonriente Leonardo Legarda quien se inmunizaba en el centro de vacunación provisto en el aeropuerto internacional de Miami. Para este ciudadano peruano, la mejor inversión fue llevar a su familia de vacaciones y tomar la oportunidad de vacunarse. Romina Ontiveros tomaba un sorbo de agua mientras hacía la fila junto con su esposo. “En Argentina avanza la vacunación, pero va por edades y faltaba bastante para la nuestra”, decía cerrando la botella. “Acá están poniendo cada domingo las vacunas en la playa. Por lo menos así nos comentaron amigos que ya se inyectaron acá. Si podés venir y no lo haces, sos tonto”, dijo sonreída.
“Cuñita, ya tengo el turno de mi hermano, el tuyo y el de mi sobrino. Quédense tranquilos que está listo todo para el 29 de junio, a las 12 del día”. Nos vacunaríamos en Springfield, en Safeway, una farmacia ubicada a unos diez minutos del 8210 de la calle Carrleigh, al segundo día de nuestra llegada. “Tomarán ibuprofeno antes de la vacunación y después también”, advirtió mi mami. “Es para que no les dé reacción, mijita. A la hija de la Luisita le revolcó la vacuna; le dio vómito, dolor de cabeza y hasta ahora le duele el brazo”. La famosa hija de la Luisita se había inyectado hacía 15 días. Mi mamá, como todas las mamás, solo buscaba prevenir que mi esposo, mi hijo y yo sufriéramos lo que la famosa hija de la Luisita había padecido, pero sin querer gatilló el más feo sentimiento (luego de la vergüenza ajena) que puede tener el ser humano: el miedo.
“Cuñada, ¿alguien de tus conocidos se puso la Johnson y Johnson?”, le pregunté preocupada, estresadísima. “El novio de mi hija Verito se vacunó con esa. Le golpeó fuerte, pasó con dolor de cabeza y malestar de cuerpo como por una semana. Pero creo que depende de cada organismo porque mi vecina Caroline se puso Pfizer y con las dos dosis se sintió morir”. “Mierda”, pensé. ¿Y ahora? ¿Y si terminamos convalecientes en Estados Unidos? Más el gasto para pasar ahí sufriendo en una cama hasta que nos sintamos mejor. “Donde nos coja la reacción de las vacunas nos hacemos pedazos”, también en eso pensé.
“Panas, en la escuelita del centro de Tumbaco están vacunando a mayores de cuarenta aunque no tengan enfermedades catastróficas. Parece que hay mucho ausentismo. Mi esposa y yo nos acabamos de vacunar. Vayan, están hasta las cuatro de la tarde”, avisó Hugo, animoso integrante del chat de fútbol mediante el cual se organizan partidos de gloria seguidos de unas cervezas aún más gloriosas. Claro, antes de pandemia cuando todavía se podía compartir el mismo aire. Ahora ese chat nos daba la oportunidad de vacunarnos antes de lo esperado. “Vamos, gorda”, me dijo mi marido. “Pero si ya tenemos el turno en Estados Unidos”, le dije. “Y tanto trabajo que costó la cita para la Johnson y Johnson, esa es una sola dosis y estamos. Ya nos falta una semana no más, tengamos paciencia”, le dije con una convicción más fuerte que luchador de la WWE.
De repente todo el empoderamiento se me fue al piso. La hija de la Luisita, el novio de la Verito, la vecina Caroline me habían regresado en masa a la cabeza a martirizarme con la famosa reacción. “Mijo”, le dije a mi esposo como quien no quiere la cosa. “Verás, la hija de la Luisita...”. Y le lancé las historias que de anécdotas pasaron a cuento de terror. “ ¿Ves? Mejor que nos dé la reacción aquí. Capaz que no nos pasa nada, pero ponte, hija, ponte que algo nos dé, mejor aquí y así no nos arruinamos las vacaciones”. No, no estaba dispuesta a que nos pasara algo en tierra ajena. “Vamos”, le dije. Fuimos por la Simón Bolívar y en poco menos de treinta minutos llegamos al centro de Tumbaco, a la escuelita pública donde una pequeña fila se formaba en la vereda adoquinada.
Con recelo nos acercamos a la hilera que ya empezaba a doblar la esquina “¿Usted tiene alguna enfermedad peligrosa, señito?”, me preguntó Paulina Valles, ama de casa que llevaba a cuestas sus 44 años y dos hijos de 15 y 12. “Yo no sufro nada, pero me dijeron que necesitaban gente para no desperdiciar dosis, por eso me vine. Ojalá no me hablen”, me decía visiblemente preocupada. Claro, ahí estaban un montón de personas que ni eran de la tercera edad ni eran enfermos de riesgo. Por ahí reconocí a varios del chat futbolero, cuarentones y cincuentones que junto con sus esposas buscaban inocularse. A pesar de que la fila era larga, en menos de diez minutos me llegó el turno. “¿Cuántos años tiene?”, me preguntó el enfermero, le respondí que 42. Tomó un pequeño papelito blanco de cinco por cinco centímetros y con un esfero de tinta azul escribió “AstraZeneca”, le puso un sello y me hizo seguir. Un militar joven iba ubicando a la gente en pequeñas sillas que habían tomado prestadas de las aulas y que estaban protegidas por dos grandes carpas. “Tome asiento, señora”, me dijo señalando con su mano la banquita que debía ocupar. “Siga, por favor”, me invitó una chica de piel blanca casi alabastrina y cabello rubio atado en una cola de caballo. “Edad, nombre, apellido, correo electrónico”. Dar los datos nos tomó tres minutos. Levantarnos la manga izquierda y recibir el aguijonazo, 30 segundos. El dolor del brazo, un par de horas. El día siguiente fue una mezcla de sueño, cansancio y dolor de cuerpo. Nada que un par de pastillas de ibuprofeno no cure. Listo, sin haberlo planeado, así de improvisto, resultamos vacunados en la propia tierra.
Dieron cerca de las cinco de la tarde del 28 de julio cuando, a través de la pequeña ventana del avión, alcanzamos a distinguir el monumento a Washington, el Capitolio y el Pentágono. Luego de ocho horas de viaje y una escala, habíamos llegado y al día siguiente mi hijo se vacunaría con la famosa Johnson y Johnson que habíamos buscado como si fuese el santo grial para después terminar vacunados con AstraZeneca en tierras propias junto con los panas del fútbol y los vecinos de la escuelita de Tumbaco.
La farmacia Safeway nos esperaba en una pequeña área comercial. Pasando las cajas estaba Jonás, un afroamericano que arreglaba las bebidas de Coca-Cola en el estante. “ ¿Dónde están vacunando ? ”, pregunté. “Al fondo”, me indicó. En el área de farmacia no había filas, no había militares ni policías controlando los accesos, no había amontonamientos, no había nadie. “Hola, mi hijo tiene cita al mediodía. Me preguntaba sí podíamos aprovechar y vacunarlo este momento”. “Sure”, me dijo Rashim, un joven pakistaní de alrededor de 28 años. “Llene esta forma”, me pidió. “ ¿Pfizer o Moderna?” ¿Cómo?, no tienen Johnson y Johnson?, pregunté. “No, esa se acabó”, me miró extrañado seguramente tratando de descifrar mi cara de susto. “Yo hice cita para esa vacuna porque nosotros no regresamos, somos turistas”, le dije. Mientras tanto, mi marido se paseaba como león enjaulado averiguando a los amigos del grupo de fútbol qué se podía hacer. “Dice el Hugo que se ponga no más Pfizer, que la segunda dosis se pone en Ecuador. Parece que la ministra ha dicho que quienes ya tengan la primera dosis pueden ponerse en el país la segunda”. “Queremos Pfizer, Rashim”, le dije.
Pasamos a una sala de paredes beige y paneles de madera oscura. Muebles impecables y pinturas decorando el área destinada para vacunar. La distancia entre la escuela de Tumbaco, sus carpas y las banquitas acomodadas en la cancha de básquet se hacía obvia. Mientras preparaba la dosis me contaba que en ese Safeway colocan alrededor de 40 vacunas diarias y que cerca de la mitad de inoculados son extranjeros. “ ¿En qué brazo prefiere la vacuna ? ”. “En el izquierdo”, dijimos, y en un segundo la aguja entró y salió dejando a mi hijo listo con su primera dosis. “Siéntese aquí durante 15 minutos. Si tiene algún mareo o se siente mal, me avisa”. “¿Has tenido algún problema con algún vacunado, Rashim?”, le pregunté. “Ninguno hasta ahora, pero es una precaución. Si algo le pasa, acá podemos reaccionar”, terminó, recogió una canasta roja con insumos y se fue.
Apenas nos habíamos sentado cuando llegaron una madre con su hija, buscaban recibir su segunda dosis. “No sabíamos que turistas venían a vacunarse aquí”, me dijo asombrada. Para Sheryl, madre de nueve hijos, la mayor de 17 años y la menor de 9 meses, la vacunación es un derecho. “Sé que Estados Unidos compró cinco veces la cantidad de vacunas que necesitaba, si extranjeros pueden beneficiarse de eso, pues me parece bien”, aseguró muy sonreída. Yo le administraba una Tylenol a mi hijo mientras Rashim las llamó para su vacuna. Nosotros apenas habíamos completado cinco minutos de espera. Fuera de la sala pasaba Jonás con una nueva tanda de bebidas gaseosas que acomodar en la percha. Detrás de él apareció una joven asiática con un niño de 13 años, menudo, tímido y callado. “Él no quiere hablar, pero tú puedes preguntarme a mí, mi nombre es Keiko”, me contestó la mujer japonesa, inmigrante y conocedora de la situación en Latinoamérica. “En sus países la vacuna no es tan accesible como aquí. Si pueden viajar a vacunarse es una ventaja que no deben dejar pasar”. Su voz suavecita y serena se vio interrumpida por tres voces femeninas con un acento muy fácil de reconocer. Una madre colombiana y sus dos hijas aparecieron también para su segunda dosis. Hilda María era la madre, Aitana y Mariana las hijas. Habían llegado de Bogotá hace un mes para ponerse las dos dosis. “Llegamos a la casa de mi hermana. Ella vive aquí ya ocho años. Es que, si esperamos la vacuna en Colombia y con todo el problema político, bueno mejor dicho no nos vacunamos nunca”. Ya habían visitado Alexandría, Arlington y Washington. “Nos regresamos pasado mañana a Colombia, pero ya con las dos vacunas”. “Vayan a Kings Dominion”, dijo Aitana. A sus 23 años había disfrutado a tope en las montañas rusas del parque de diversiones. Nuestros quince minutos habían pasado y salimos con el carnet de vacunación y un ticket de descuento del 10 % para los productos de farmacia. “Gracias por inmunizarte. Vive saludable, sé tú mismo”, concluía.
Los días siguientes transcurrieron en normalidad, la temida reacción nunca llegó, aunque jamás nos desamparamos del frasquito de Tylenol, just in case como dicen los gringos. Las salidas diarias nos permitían ver una realidad distinta. Gente que paseaba por los centros comerciales ya sin mascarilla y locales donde su uso era opcional. En la tierra del Tío Sam, aunque las vacunas se distribuyen en farmacias y hasta en cadenas de supermercados, un gran sector de la población se rehúsa a ser inoculada. Estados Unidos lidera los contagios, pero no es por falta de vacunas, es porque mucha gente se resiste a la inmunización. “Si se quieren vacunar que se vacunen, pero yo no quiero y eso está bien”, manifiesta Francisco Acevedo, de la organización Bomberos por la Libertad. Varios gobiernos locales y estatales han exigido a sus trabajadores la completa vacunación para mantener sus empleos. Pero, con esta obligación ha proliferado también una rebeldía frente a un proceso con el que muchos no comulgan. Las protestas contra la obligatoriedad de la vacuna cada vez son más frecuentes y en Massachussets 150 policías ya renunciaron como protesta, así lo anunció la cadena Telemundo en su noticiero matinal. Enseguida seguía la noticia de los sindicatos de trabajadores en Chicago y California instando a la no obligatoriedad de la vacunación. Remataba el noticiero informando que la ciudad de Los Ángeles exigió a sus empleados deben vacunarse hasta el 18 de diciembre o serán despedidos. En la tierra donde las dosis abundan, las voluntades faltan. Aunque Ecuador empezó mucho más tarde su campaña de vacunación no está lejos del porcentaje de Estados Unidos en cuanto a personas con dos dosis inoculadas. Según la organización Our world in data, la población estadounidense tuvo acceso a la vacunación desde el 15 de diciembre del 2020 y a la fecha lleva un 56,55 % de personas ya inoculadas con la segunda dosis. En Ecuador, el “Plan de Vacunación 9/100” apenas arrancó el 31 de mayo de 2021. Se cumplió la meta gubernamental de vacunar a nueve millones de ecuatorianos en 100 días. A la fecha 56,41 % de la población ya tiene administradas las dos dosis.
El día anterior al vuelo de regreso sirvió para las compras finales. Entre las perchas de comestibles de Walmart, el supermercado con más de 4700 tiendas en todo Estados Unidos, se encontraba un letrero blanco de letras azules. “Vacunas contra la COVID-19”, rezaba. “Me voy a poner la segunda dosis de una vez”, dijo mi esposo mientras yo intentaba llegar al estante de los chocolates. “No, no estoy de acuerdo. No cumplimos ni quince días de habernos puesto AstraZeneca. ¡no, te vas a morir!”, le dije muy firme. “El doctor dice que si te vacunaste con AstraZeneca y te pones luego de dos semanas la de Pfizer la respuesta es más fuerte, más segura y eficaz. Además, hay estudios que empiezan a avalar la mezcla de vacunas. ¡Aquí en este estudio dice!”.
Mientras estábamos enfrascados en esa discusión, descubrimos a Adriana, quien había viajado ocho horas desde El Salvador para vacunarse. “1500 dólares me ha tocado invertir, pero si se tienen las facilidades económicas hay que hacerlo”. Atrás estaba Elber Martínez que logró viajar desde su natal Chihuahua. “Ya no hay boletos en México, se hace difícil viajar. Pero, para los que logramos venir es lo mejor que pudo haber pasado, que podamos vacunarnos cuando mucha gente está muriendo por falta de las vacunas”, aseguró mientras le llegaba el turno en la fila.
Finalmente, no hubo poder humano que moviera a mi esposo de la línea de vacunación. “Nada más no te vayas a morir en el avión. Cualquier cosa en Ecuador”, le insistí. Llenó los formularios y los firmó. Mi cara de preocupación lo hizo dudar al grado de que estuvo a punto de salir del sitio sin la vacuna. Pero regresó y cuando la dependienta de ascendencia japonesa le preguntó en qué brazo quería la inyección, alcanzó a decirle que en el “left shoulder” y ¡boom! ¡Vacunado! “Espere por favor 15 minutos en esta sala y si siente algo como mareo o vómito me avisa”, dijo. Para mis adentros yo ya le veía metido en el ataúd.
***
“¿Estás bien?”, le pregunté mientras esperábamos el embarque en nuestro vuelo de regreso a casa. Ya sabía yo que no estaba bien, que la segunda dosis había empezado una reacción en el cuerpo y que el malestar y quien sabe qué otra cosa estaba amenazando con complicar el regreso a casa. “Tengo los pies fríos y se me está cerrando la garganta”, me respondió. Salí disparada en busca de la todopoderosa Tylenol. Regresé con cuatro pastillas que, como todo en el aeropuerto, salieron carísimas, pero que luego de engullirlas hicieron que mi esposo recuperara el color y la energía. Para cuando llegamos a Ecuador me tranquilicé porque si algo pasa, mejor que pase en la tierra de uno. Ya desempacando volví a preguntar: “Te sientes mejor”. “Sí”, me contestó. “Gorda, ¿para cuándo nos toca la segunda de AstraZeneca?”, me dijo. Yo solo bajé la cabeza para mirar la maleta esperando que se olvide de la fecha de la segunda dosis porque, de verdad, un tercer susto ya no aguantaría. “La página del plan vacunación que puso el Gobierno dice que aún está por programar”, le dije. “Es que si me pongo una tercera dosis debo quedar bien blindado”. “Paciencia, Señor, paciencia”, pensé mientras buscaba, por cualquier cosa, el frasquito de las Tylenol.
Referencias
International Trade Administration. (2021). Delivers key I-94 Program statistics on non-resident visits to the United States. https://www.trade.gov/data-visualization/i-94-visitor-arrivals-monitor-coc
Office of the New York State Comptroller. (2021). NEWS from the Office of the New York State Comptroller/ Press Office 518-474-4015. https://www.osc.state.ny.us/press/releases/2021/04/new-york-city-tourism-industry-hit-hard-pandemic-visitor-spending-drops-73
Telemundo. (2021). https://www.telemundonuevainglaterra.com/noticias/local/docenas-de-oficiales-de-la-policia-estatal-de-mass-renuncian-tras-mandato-de-vacunas-de-baker/2149762/
University of Oxford. (2021). Statistics and Research: Coronavirus (COVID-19) Vaccinations. Our world in data. https://ourworldindata.org/covid-vaccinations