El futuro es narrativo en el periodismo.

La argentina Leila Guerriero tenía la misión de publicar un perfil sobre el poeta chileno Nicanor Parra. Cuando se enfrentó al documento en blanco, luego de meses de reporteo tozudo, pudo haber escogido la comodidad de una frase sin alma y decir, por ejemplo, que Nicanor Parra nació en 1914, en un pueblo llamado San Fabián de Alico, 400 kilómetros al sur de Santiago. Pero ella, narradora exquisita, en lugar de eso escribió una de las entradas más sublimes del periodismo en español:

Es un hombre, pero podría ser otra cosa: una catástrofe, un rugido, el viento. Sentado en una butaca cubierta por una manta, viste camisa de jean, un suéter beige que tiene agujeros, un pantalón de corderoy. A sus espaldas, una puerta corrediza separa la sala de un balcón en el que se ven dos sillas y, más allá, un terreno cubierto por plantas, por arbustos. Después, el océano Pacífico, las olas que muerden rocas como corazones negros.
—Adelante, adelante.
Es un hombre, pero podría ser un dragón, el estertor de un volcán, la rigidez que antecede a un terremoto. Se pone de pie. Aprieta una gorra de lana y dice:
—Adelante, adelante.
Llegar a la casa de la calle Lincoln, en el pueblo costero de Las Cruces, a 200 kilómetros de Santiago de Chile, donde vive Nicanor Parra, es fácil. Lo difícil es llegar a él. (Guerreiro, 2013)

El 29 de mayo de este año, el argentino Martín Caparrós publicó una crónica en The New York Times en Español sobre la crisis política en Nicaragua. Algo sobre lo que se había escrito tanto, reporteado tanto, opinado tanto.

Martín Caparrós describió con sensibilidad las protestas en Nicaragua en mayo de 2018. Crédito: CONEXIONES Nicaragua por Enmanuel Castro.

Martín Caparrós describió con sensibilidad las protestas en Nicaragua en mayo de 2018. Crédito: CONEXIONES Nicaragua por Enmanuel Castro.

 

Caparrós pudo haber tratado a los muertos como los trataron casi todos los medios. Quedarse en lo básico y decir: “Las protestas en Nicaragua duran ya más de un mes y han dejado casi 300 muertos”. Pero, en vez de eso, les dio a esos muertos una historia, un sentido y un dolor:

¿Cuál es la diferencia entre una prosa, digamos, informativamente normal y los párrafos de Guerriero y Caparrós? Que con los párrafos de Guerriero y Caparrós no solo nos informamos sino que somos embarcados en una montaña rusa. Vemos lo rígido y potente de la personalidad de Nicanor Parra; llegamos a sentir un afecto, cierto grado de admiración por el joven Darwin Urbina, para luego verlo caer muerto e indignarnos con el pedido obsceno de la Policía de Daniel Ortega, el presidente de Nicaragua. No solo que hemos obtenido algunos datos, sino que nos hemos sumergido en dos historias, como el niño que se bota a la piscina con el deseo de saber qué hay en la profundidad.

Embarcar al lector en esa montaña rusa se llama –o muchos se lo han dado en llamar– periodismo narrativo. Tomar, para contar la realidad, todos los elementos posibles de la literatura. PERIODISMO LITERARIO, LITERATURA DE NO FICCIÓN. Hacer textos capaces de tomar la belleza de la poesía, la narrativa del cuento, los ritmos de la novela, para escribir una historia real. Esa es la única condición innegociable: en la ficción, se cuentan cosas que se le ocurren a alguien en su cabeza; en la no ficción, narramos cosas que descubrimos, que realmente pasaron o que logramos reconstruir a partir de lo que nos contaron.

El 6 de agosto de 1945, Hiroshima fue devastada por la primera bomba atómica usada contra una ciudad. Sobre ese día y los días posteriores, se han escrito millones de páginas: ensayos, noticias, análisis, cuentos, novelas. Sin embargo, hasta ahora, más de 70 años después, en el mundo entero cuando se quiere entender lo que pasó, se piensa siempre en un libro: Hiroshima, del periodista estadounidense John Hersey.

La devastación tras el ataque nuclear en Nagasaki e Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial fue reconstruida por el periodista John Hersey. Crédito: San Diego Air Space Museum.

La devastación tras el ataque nuclear en Nagasaki e Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial fue reconstruida por el periodista John Hersey. Crédito: San Diego Air Space Museum.

 

Hersey reconstruyó los hechos a partir de las historias de seis sobrevivientes, del azar que permitió que entre los nombres de tantos muertos no estuvieran los de ellos. Mostró la desgracia a través de sus ojos, contó la esperanza a través de su lucha por sobrevivir.

Y los ejemplos sobran. García Márquez y su Relato de un náufrago. Truman Capote con A sangre fría. Rodolfo Walsh reconstruyendo una matanza de la dictadura argentina a través de las historias de las víctimas en Operación masacre. El colombiano Alberto Salcedo Ramos contando la vida completa del boxeador Antonio Cervantes, el ‘Kid Pambelé’, en su libro El oro y la oscuridad; desde la gloria y la fama hasta su decadencia y la soledad. El estadounidense Gay Talese adentrándose durante seis años en la mafia italiana en Nueva York para escribir su libro Honrarás a tu padre. La bielorrusa Sveltana Alexiévich contando a través de decenas de testimonios el rol de las mujeres en las fuerzas armadas durante la Segunda Guerra Mundial, para publicar su libro La guerra no tiene rostro de mujer.

Hablamos de un género que significa semanas, meses, a veces años de reporteo, de seguir a un personaje, de adueñarse de una historia a través de la mayor cantidad de detalles posible para intentar entenderla (El cronista es un coleccionista de detalles).

Y, luego, otros cuantos días o semanas de escritura. De sentarse a seleccionar material, a revisar lo reporteado y encontrar la prosa exacta para cada historia, de pulir, de quitar lugares comunes, de entrar en la zona de carpintería.

Trabajos cuyo resultado son textos generalmente largos, desmenuzados a profundidad, narrados con el mismo cuidado por la forma que por el fondo y en los que se abarque la mayor cantidad de aristas de esa historia para que el lector también la pueda entender.

Lograrlo es un ejercicio de paciencia. Es saber estar con los protagonistas el tiempo que sea necesario para que pierdan sus poses y sus historias verdaderas salgan a la luz, se presenten ante el reportero, sin filtro. Estar, decíamos, el tiempo suficiente, pero convertirse en invisibles para ellos. Dice Salcedo Ramos: “La realidad es una dama esquiva que solo le hace un guiño a quienes la cortejan pacientemente”.

En su libro La guerra no tiene rostro de mujer, Alexiévich cuenta que, para que una de sus entrevistadas se quitara la “máscara”, tuvo que acompañarla muchas veces a hacer compras y conversar largas horas sobre cosas banales, como maquillaje, hasta que comenzó a ser ella misma y a contar su historia como la vivió, no como la corrección le obligaba a contarla.

Y el tributo a este método es que durante años esas mujeres le contaron cosas como la forma en que tenían que ir chorreando sangre frente a todos los hombres en el campo de batalla cada vez que menstruaban, porque no les permitían usar nada para contenerla. O cómo disfrutaban cada vez que tenían una oportunidad de ponerse aretes o ropa interior femenina en lugar de los calzoncillos de los soldados, que solían obligarles a llevar.

Los resultados siguen. Durante más de cuatro años, Martín Caparrós reporteó el material que terminó siendo una de sus obras maestras: El Hambre. Su objetivo era tratar de comprender y demostrar cómo en un mundo en el que hay tanta comida como para que todos estén bien alimentados hay gente (mucha gente) que se muere por hambre o causas relacionadas.

Se dedicó a viajar por algunos de los países más pobres (Níger, Sudán, Madagascar, Kenia) y también por India, Estados Unidos o su natal Argentina. Gracias a eso, logró contar muchas historias, como la de una madre que ponía a hervir agua y soltaba piedras dentro de la olla, para que sus hijos creyeran que estaba cocinando sopa y se quedaran dormidos mientras esperaban, al menos con la ilusión de que iban a comer.

Hasta aquí habrá quedado claro que esto va mucho más lejos del cubrimiento normal de las noticias. Que el periodismo narrativo no se queda en el qué, o en el cuándo, o en el quién, sino que intenta profundizar en los porqués, en el para qué y en el cómo.

Dicen, gracias a eso, que el periodista narrativo es siempre el último en llegar. Que la coyuntura no es su materia prima, sino, de nuevo, la paciencia. Que espera, para actuar, a que los flashes se vayan, que las cámaras se apaguen, que la noticia termine.

La mirada extrema o la actitud del cazador, dice Caparrós. Estar atento y saber que un día escucharás una historia en la calle o en un bar, o la leerás en una nota pequeña, o te la contará un familiar. Y harás clic con esa historia y no podrás dejar de pensar en ella y sabrás que la tienes que contar, la perseguirás.

Todo depende de lo que te motive a escribir. Y hay un factor común: las ganas de descubrir los laberintos del ser humano para narrarlos. Por eso suelen decir que el periodista tiene mucho de fisgón. Dice Alexiévich:

Soy historiadora del alma. Por un lado, estudio a la persona concreta que ha participado en unos hechos concretos; por otro lado, quiero discernir en esa persona al ser humano eterno. La vibración de la eternidad. Creo que en cada uno de nosotros hay un pedacito de historia. Uno posee media página; otro dos o tres. Juntos escribimos el libro del tiempo. Cada uno cuenta a gritos su propia verdad. (1985)

En sus talleres, Leila Guerriero suele resumir toda esa idea en dos palabras: el universal. Sostiene que en cada historia exitosa debe haber un universal, algo que la haga sobrevivir en el tiempo, o interesante tanto en México como en Bangladesh, porque describe algo inherente, precisamente, al ser humano.

Entonces, Operación masacre cuenta la historia de una matanza durante la dictadura argentina, pero también cuenta una historia de desazón, de la impotencia ante el poder, de pérdida. Honrarás a tu padre cuenta la historia de la mafia italiana en Estados Unidos, pero también la historia de un hijo obligado a emular la vida de su padre, aunque tal vez hubiese querido tener otra vida y de su esposa, la nuera del mafioso, que pasará incómoda por el oficio de los dos.

El periodismo narrativo ha vivido, aunque muchos de los autores se han negado a llamarlo de esa manera, un boom. Y en eso mucho ha tenido que ver la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), creada por García Márquez.

Ha tenido que ver, porque no solamente organiza talleres para jóvenes periodistas a cargo de las mejores plumas de la región, sino que los ha juntado, ha hecho contactos, ha presentado a editores con reporteros y a reporteros con editores. De sus congresos y sus talleres han salido libros, nuevos medios, revistas, grandes historias.

Aunque muchos han tratado de resumir todo el periodismo narrativo en un solo género, la crónica, lo cierto es que abarca también el reportaje, la entrevista, el perfil. Y cada vez más la frontera entre el uno y el otro es más endeble. De hecho, sería importante hacer un ejercicio: preguntémonos si al lustrabotas que nos lee en un parque le interesa saber si lo que está leyendo lleva la etiqueta de crónica o reportaje o entrevista. Seguro que no. Lo que le interesará será la historia. Lo demás deberá ser un debate que quede exclusivamente para nosotros, los periodistas.

Guerriero suele contar en sus entrevistas que, cuando le preguntan cómo se llama eso que ella hace, siempre responde que es como hacer documentales, pero escritos.

Volviendo al boom, en los últimos 10 años, muchas revistas dedicadas exclusivamente a este tipo de periodismo ganaron fuerza en la región: SoHo, Gatopardo, Etiqueta Negra, Don Juan, El Malpensante. Y en los diarios, pese a la resistencia de ciertos editores que se han dejado engañar por los agoreros del desastre de la prensa escrita, es un género que va teniendo más espacio.

A tal punto que autores como Caparrós, Guerriero, Salcedo Ramos, Julio Villanueva Chang, Juan Villoro, Alma Guillermoprieto, Elena Poniatowska y tantos otros de generaciones menores son convocados a encuentros y talleres en España, y puestos como ejemplos de lo que el periodismo puede lograr.

Todo un reto en una sociedad en la que, mientras pudieron, defendieron la ilusión imposible de la objetividad. Un reto, porque el periodismo narrativo –la crónica– es, precisamente, “ese tipo de periodismo que sí dice yo”, como lo define Caparrós.

Es un trabajo que defiende que hay una carga de subjetividad del autor en cada texto periodístico, desde la noticia más “fría” hasta la crónica más profunda. Y ese “yo”, agrega Caparrós, puede no estar expreso en un texto, pero siempre está presente: en el reporteo, en la selección, en la escritura, en la edición.

Claro, hay una diferencia entre escribir desde el “yo” y escribir sobre el “yo”. Ahí radica el éxito de este género: es poner el “yo” del periodista al servicio total del otro, de la historia del otro.

¿Vale la pena un periodismo de textos largos y profundos, de historias bien narradas, en la era de internet? ¿En esa era en la que los “audaces” medios quieren autoconvencerse de que internet significa corto y sin gracia? Yo digo testarudamente que sí. Y voy a dar mis razones.

Sí, porque los lectores nunca fuimos la mayoría, siempre la minoría. Así que lo primero que debemos asumir quienes hacemos periodismo escrito es que no es un ejercicio masivo, sino marginal. Esto nos permitirá enfocarnos en buscar una entrada que seduzca, una historia que perdure, un texto que valga la pena y no enfocarnos solamente en ser víctimas del raiting, en buscar un clic, un retuit, un like, un view. Saber que quien es lector lo será en papel, en tableta o en celular y que a un lector no se lo cautiva con dibujos, sino con lo único con lo que ni la radio, ni la televisión, ni internet pueden competir: la palabra escrita.

Sí, porque cuando los lectores se vean atestados por la cantidad de noticias, por la posibilidad de enterarse enseguida de lo que sucede en el otro lado del mundo, cuando la vorágine de la inmediatez los abrume, siempre recurrirán a una historia, un texto que les permita sentarse en su sillón, no importa el canal, y leerlo con tiempo, tranquilidad y una cerveza o una taza de café.

Sí, porque es mentira que internet sea sinónimo de textos cortos y notariales. Porque muchas de las mejores revistas de periodismo narrativo son revistas en línea. Anfibia, en Argentina; 5W, en España. Páginas web que dedican largos amplios espacios a textos bien narrados, acompañados, sí, con extraordinaria fotografía y con audios y videos; páginas que tienen éxito y son respetadas.

Sí, porque precisamente en estos tiempos ha surgido el libro como nuevo formato periodístico. Porque cada vez más periodistas en Sudamérica publican grandes crónicas hechas libro o libros recopilatorios de sus crónicas. Porque en Chile, Perú, Argentina, España, hay editoriales dedicadas enteramente a publicar literatura de no ficción: periodismo.

Sí, porque cada vez más editoriales grandes han apostado por este tipo de escritura: Planeta, Círculo de Tiza, Anagrama, Debate… De ahí han salido libros no solo sobre el hambre, sino sobre las víctimas del Estado Islámico, los niños mineros de Potosí, la migración desde las zonas africanas en conflicto hacia Europa.

Claro, Leila Guerriero siempre tiene una respuesta mejor. En su texto Qué es y qué no es el periodismo literario, se hace la misma pregunta sobre la pertinencia de ese periodismo “en los tiempos del Twitter y el online” y se contesta:

Sí, porque no me creo un mundo donde las personas no son personas, sino “fuentes”, donde las casas no son casas, sino “el lugar de los hechos”, donde la gente no dice cosas, sino que “ofrece testimonios”.
Sí, porque desprecio un mundo plano, de malos contra buenos, de indignados contra indignantes, de víctimas contra victimarios.
Sí, porque allí donde otro periodismo golpea la mesa con un puño y dice qué barbaridad, el periodismo narrativo toma el riesgo de la duda, pinta sus matices, dice no hay malo sin bueno, dice no hay bueno sin malo.
Sí, porque el periodismo narrativo no es la vida, pero es un recorte de la vida.
Sí, porque es necesario.
Sí, porque ayuda a entender. (2010)

El periodismo tiene el reto de reinventarse cada día y el narrativo vale la pena frente a la tecnología. Crédito: Pixabay.

El periodismo tiene el reto de reinventarse cada día y el narrativo vale la pena frente a la tecnología. Crédito: Pixabay.

 

El periodismo es un gran océano por el cual uno puede navegar y todos los tipos de periodismo son importantes y cumplen una función. Aquí no estoy diciendo que el periodismo narrativo sea el único que vale la pena, solo estoy diciendo que estoy seguro de que vale la pena.

Tampoco tengo nada en contra de la tecnología. Gracias al internet puedo leer al instante las crónicas que publica El País Semanal o los perfiles de Gatopardo. Gracias a las redes sociales puedo pensar en aumentar mis lectores, pensar que no solo me lean en Ecuador y en papel, sino tal vez, que me pueden leer en otro país, a través de una computadora, un teléfono, una tableta.

Pero también estoy seguro de que el periodismo escrito (incluido el de papel) no morirá jamás y que siempre habrá ese lector al cual llegar. Creo que la tecnología es una herramienta y que su influencia en este oficio dependerá del uso que le demos. Es el típico ejemplo del cuchillo que nos puede servir para preparar un delicioso sánduche, pero también para asesinar.

Lo que me preocupa es que los periodistas jóvenes o los estudiantes de periodismo puedan llegar a estar más preocupados de aprender a hacer videos, o intentar que Google reconozca sus notas, o quedarse solamente en hacer memes. Todo eso estará muy bien, siempre y cuando esos jóvenes periodistas, o los viejos periodistas, no dejen nunca de pensar las formas de atrapar al lector, de escribir un buen lead, de contar una gran historia, de seducir al lector para que no se vaya y de hacerlo en el espacio que se merece. No más, pero tampoco menos.

Con este texto, no quiero que nadie abandone sus redes sociales, ni deje de navegar y pensar en internet. Solo pretendo que se entienda que eso no lo es todo. Que lo peor que pueden hacer los periodistas es hacer su trabajo pensando exclusivamente en un espécimen raro que algunos cómodos editores han inventado y se han dado por llamar “el lector que no lee”. “Un ente confuso”, dice Caparrós:

Suelo preguntarme por qué los editores de diarios y periódicos latinoamericanos se empeñan en despreciar a sus lectores. O, mejor, en tratar de deshacerlos: en su desesperación por pelearles espacio a la radio y a la televisión (léase también internet), los editores latinoamericanos suelen pensar medios gráficos para una rara especie que ellos se inventaron: el lector que no lee. Es un problema: un lector se define por leer -y un lector que no lee es un ente confuso. Sin embargo, nuestros bravos editores no tremulan ante la aparente contradicción: siguen adelante con sus páginas llenas de fotos, recuadros, infografías, dibujitos. Los carcome el miedo a la palabra escrita, y creen que es mejor pelear contra la tele con las armas de la tele, en lugar de usar las únicas armas que un texto no comparte: la escritura. (2007)

No caigamos, pues, en ese acto de facilismo porque el lector, que no es tonto, como se ha demostrado, lo notará y nos abandonará. A veces, solemos cometer el error de creer afirmaciones como dogmas, la nefasta herencia de la religión. Dejemos de pensar que a un lector se lo atrae sin textos, o con textos diminutos. ¿Asumir como verdad que internet es sinónimo de pequeño y que los medios impresos alguna vez desaparecerán nos llevaría a decir, entonces, que el periodismo escrito se esfumará también? Yo no lo creo.

Los niños que leen siguen existiendo, los jóvenes que leen siguen existiendo, los estudiantes que leen siguen existiendo, solo que siguen siendo la minoría. Ellos no han cambiado: aunque ahora no solo lean en diarios o en libros, sino también en celulares o tabletas, no han cambiado. Leen. Los que queremos virar para el lado equivocado somos quienes hacemos periodismo escrito. Ellos seguirán ahí esperando una historia para leer y en no descuidarlos, en seguirles contando esas historias, estará la clave de nuestro éxito o la sentencia de nuestra derrota.

Referencias bibliográficas

Alexievich, S. (1985). La guerra no tiene rostro de mujer. Penguin Random House Grupo Editorial España, reedición 2015.
 
Caparrós, M. (2007). Por la crónica. Ponencia en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española. Recuperado el 10 de julio de 2018 desde http://congresosdelalengua.es/cartagena/ponencias/seccion_1/13/caparros_martin.htm

-------- (2014). El hambre. Argentina: Grupo Planeta.

-------- (29 de mayo de 2018). El misterio de las revoluciones. The New York Times. Recuperado el 10 de julio de 2018 desde https://www.nytimes.com/es/2018/05/29/revoluciones-daniel-ortega-nicaragua-caparros/

Guerreiro, L. Qué es y qué no es el periodismo literario. (2010). Recuperado el 19 de julio de 2018 desde http://dereojo.org/omar/leila-periodismo-literario.pdf

-------- (13 de abril de 2013). Buscando a Nicanor. Gatopardo. Recuperado el 10 de julio de 2018 desde https://gatopardo.com/reportajes/nicanor-parra-poeta-chileno/