Debates faltantes en el archipiélago de los estudios de la comunicación en Ecuador
ACI Avances en Ciencias e Ingenierías
Universidad San Francisco de Quito, Ecuador
Pesea ciertos avances y encendidos debates en el plano de las políticas públicas, el campo de los estudios de la comunicación en Ecuador todavía adolece de ciertas deficiencias fundamentales. El territorio a cubrirse es amplio y requiere de una exploración por etapas. Así, el objetivo de la primera entrega de este artículo tiene como objetivo caracterizar la insularidad en el modo de operar de escuelas e investigadores de la comunicación. Una segunda parte de este artículo se centrará en ciertas problemáticas respecto de la elección del contenido teórico y metodológico de los programas de comunicación en el país. Finalmente, la tercera parte consistirá en una reflexión acerca de la dificultad que tienen los programas de comunicación ecuatorianos respecto de dialogar con el contexto histórico, social y político local e internacional contemporáneo en términos críticos.
Tomando como punto de referencia la creación de las primeras escuelas de periodismo y ciencias de la información en el Ecuador, allá por mediados de la década de los cuarentas1, podemos ya contabilizar, al menos en lo temporal, una larga trayectoria de los estudios de la comunicación en el país. Sin embargo, cuando se mira este campo respecto de sus características intrínsecas es posible detectar vacíos y deficiencias que impiden su crecimiento y mejoramiento en términos investigativos.
La primera parte de este artículo, proyectado en tres entregas, debe considerarse como un aporte a una discusión respecto del estado de los estudios de la comunicación en Ecuador, que es en modo alguno reciente. No se trata de llover sobre mojado, pues varias de las problemáticas a las que me referiré son familiares para quien haya trabajado en relación con los estudios de las comunicación en el país2. Más bien mi intención es la de comentar y profundizar respecto de aportes de colegas en relación a ciertos asuntos, aparte de poner sobre la mesa algunos otros que me parece que tienen relevancia y han sido soslayados.
En esta primera entrega me centraré en los obstáculos que enfrenta el campo de la investigación en comunicación a raíz de un fenómeno de naturaleza paradójica: el alto de grado de incomunicación de quienes se dedican a tratar de entender cómo funciona la comunicación. En el plano local es notoria la incomunicación entre investigadores, estudiantes, escuelas y programas de comunicación. Más allá de las hipótesis que se puedan barajar para explicar que el campo de los estudios de la comunicación está subdividido en compartimientos estancos, para propósito de este artículo he decidido que es una mejor estrategia dar cuenta de las manifestaciones de ese problema: muy escaso número de revistas académicas; sitios de internet de programas de comunicación que no registran el trabajo que hacen sus docentes y estudiantes de posgrado; carencia en el medio de más esfuerzos editoriales que difundan el pensamiento local en comunicación; y la ausencia de reuniones regulares de investigadores para discutir y dar a conocer el estado de sus aportes al análisis de la comunicación. Probablemente hay otros factores, sea como fuere me parece que las deficiencias anotadas se constituyen en sí mismas en puntos de referencias útiles para un debate.
Los programas de comunicación como ínsulas baratarias
Las revistas académicas de comunicación se cuentan con la mitad de los dedos de una mano. Entre las que he podido rastrear están Chasqui 3, editada por Ciespal, y ComHumanitas 4 de la Universidad de Los Hemisferios. Ocasionalmente, la revista Íconos de la Flacso ha dedicado números especiales al tema de la comunicación. Para 2012 existían 26 facultades de comunicación en el país 5. Considerando esa cifra, cabe sostener que el número de publicaciones académicas es desproporcionado en relación al número de docentes y estudiantes que invierten su tiempo en reflexionar acerca de la comunicación .
Una forma de evaluar al menos cualitativamente los aportes investigativos en el área de comunicación es acceder a ellos por el medio más popular y efectivo que existe al momento: Internet. Una simple indagación de sitios de internet de programas de comunicación y periodismo de varias universidades, mayormente ubicadas en la capital -entre ellas UCE, UDLA, UTE, UTPL, USFQ, PUCE, Flacso, UASB, y Universidad de Los Hemisferios-, acerca de sus aportes en materia investigativa resultó, en la mayoría de los casos, infructuosa. Solamente en dos casos pude hallar referencias: un resumen de la UTPL de sus actuales investigaciones en comunicación 6; y un acceso a la Revista ComHumanitas, editada por la U. De Los Hemisferios 7, que incluye artículos que dan cuenta de investigaciones en curso.
Esto no quiere decir necesariamente que los mencionados programas no han emprendido investigaciones, sino que adolecen de problemas para visibilizar y comunicar sus aportes académicos. Un fenómeno que ahonda la (in)comunicación es que no se efectúan con regularidad en el país congresos y encuentros de investigadores de la comunicación.
El último del que tengo registro, organizado por la Seicom, se efectuó en 2011 8. El resultado obvio esqueno sepuedesaber “en quéandan” otrosprogramasuniversitarios, académicamente hablando, lo cual limita la posibilidad de diálogo crítico dentro de la comunidad de estudiosos de la comunicación. Estos factores, sumados a otros que anotaré más adelante, incluso pueden abrir el debate si realmente existe un campo de los estudios de la comunicación en Ecuador o, al contrario, solo autores que de manera esporádica y aislada investigan sobre esta temática. La comunicación hace comunidad, como sugieren las raíces latinas de estas palabras.
Que el material bibliográfico de investigaciones locales sea difícil de acceder ahonda el síndrome de biblioteca medieval que asoló las universidades ecuatorianas por décadas y que no puede justificarse en tiempos de comunicaciones globales e inmediatas. Un campo académico, el que sea, no puede diversificarse y expandirse con base en culturas institucionales que fomentan el hermetismo a la usanza de archivistas burocráticos y mezquinos.
Ausencias bibliográficas y el pensamiento local que nunca se (¿escribió?) divulgó
Hace unos años durante una conversación informal con el director de un programa de posgrado en estudios de la comunicación le inquirí por qué no habían textos disponibles de autores ecuatorianos de la “época de oro” del pensamiento crítico, los setentas, es decir del tiempo en que alcanzaron notoriedad internacional, entre otros, Luis Ramiro Beltrán (Bolivia), Antonio Pasquali (Venezuela) y Juan Díaz Bordenave (Paraguay), en el contexto del Informe MacBride de la Unesco y la propuesta del Nuevo Orden Mundial de la Información y Comunicación. La respuesta de este colega, acompañada de un tono nervioso, consistió en que hubo comunicólogos ecuatorianos que alternaron con los principales pensadores de aquel momento histórico, pero que no fueron lo suficientemente sistemáticos y disciplinados como para dedicarse a escribir por una propensión a la “oralidad” 9 . De modo que de esa época brillante para la comunicación latinoamericana en buena medida no quedaron textos o libros de autores ecuatorianos, que pudieran ser estudiados y discutidos por futuras generaciones de investigadores; solo anécdotas y buenos recuerdos.
A mediados de la década pasada, Alfonso Gumucio-Dagron y Thomas Tufte editaron un volumen 10 de dimensiones bíblicas que contenía extractos de artículos y libros, producidos en el “Sur global”, antes patéticamente llamado “Tercer mundo” en los círculos del desarrollo, que buscaba establecer un canon de lecturas ineludibles para aquel estudioso interesado en la trayectoria del pensamiento de la comunicación desde la perspectiva de los países no hegemónicos. En tal volumen, que recoge textos producidos por autores latinoamericanos desde inicios de la década de los sesentas, no hay un solo ecuatoriano. Esta invisibilidad por acción u omisión en el plano académico es igual a decir que el Ecuador no existe en el campo internacional de los estudios de la comunicación o, peor aún, que incluso su estatus de campo al nivel nacional es frágil en la medida en la que no se ha puesto en marcha la tarea de fijar puntos de orientación intelectuales imprescindibles.
Otra situación que ilustra esta orfandad intelectual es el que reseñó hace pocos años Fernando Checa durante el proceso de recolectar y sistematizar los trabajos que se habían efectuado en el país en relación a los estudios de recepción:
No hay una conciencia sobre la importancia de la información y, por tanto, no hay una “cultura de la información” (registros, sistematizaciones, difusión y diseminación, accesibilidad, etcétera), más grave aún pues los sistemas de información son un insumo básico de la investigación. Muchas instituciones no tienen página web, o si la tienen suele ser muy elemental y desactualizada, son escasísimas las que tienen un servicio eficiente y completo. Hay un celo profundo para entregar información (_) Otro problema es la falta de coordinación interinstitucional para sistematizar información, crear bases de datos y redes. No hay registros intra e interinstitucionales adecuados, salvo poquísimas excepciones, o los hay pero sin accesibilidad eficiente. Otro problema es el desconocimiento del tema y de lo que la propia institución hace, en los encargados de la información. Esta es una perspectiva general de las carencias en información que afectan a la investigación de la comunicación y a la investigación de la investigación, que es nuestro caso (Checa, 2012, pp. 243-244).
El resultado de este panorama es que en los programas de comunicación se manda a leer con voracidad a autores no ecuatorianos, lo cual se justifica, pero solo ahonda la ausencia de lo que, mucho o poco, bueno o malo, se ha dicho por estas latitudes. En otros países de los primeros materiales que caen en las manos de los estudiantes de comunicación son compilaciones de textos clave, “canónicos”, que dibujan los temas, enfoques y problemáticas fundamentales del campo, pues por algún lado hay que empezar el camino. En sistemas académicos serios “refundar” y hacer borrón y cuenta nueva a cada rato -males que parecieran patentados en Ecuador- sería atentar contra la rigurosidad que debe caracterizar el trabajo de investigación. La capacidad de producir un conocimiento que sea más solido se incrementa en la medida en la que se cuente con una base construida en el tiempo gracias a esfuerzos concertados de una comunidad académica.
En más de medio siglo de la presencia de programas de periodismo y comunicación en el Ecuador algo se tuvo que proponer. Aquí el punto no es caer en un nacionalismo hueco y tozudo que defienda a los autores locales a toda costa, sino de poner puntos de referencia para saber de dónde viene el campo, cual es su posición actual y a donde podría enrumbarse. Al fin y al cabo, estamos analizando la comunicación en un lugar concreto, en circunstancias sociales, culturales y políticas específicas, y para ello es preciso debatir lo que en ese contexto ha sucedido con su consiguiente análisis.
¿Se impone entonces una suerte de arqueología del conocimiento, una reconstrucción, tal vez etnográfica, considerando el sustrato oral de nuestra tradición, de la trayectoria intelectual del campo de la comunicación en el Ecuador? ¿Tal proyecto pudiera ser uno de interés para ciertos investigadores de la comunicación? En medio de la compulsión por especular acerca del futuro, motivada por el consumo desbocado de artefactos electrónicos como tabletas y móviles inteligentes, no estaría mal ir contracorriente, trabajar en la historia intelectual del campo de la comunicación para lanzar nuevas luces acerca de lo que sigue. Esa tarea sigue pendiente.
A este nivel es un norte valioso lo que ocurre en el campo de la sociología, la que ciertamente tiene una tradición más solida que la de los estudios de la comunicación y muestra esfuerzos por reflexionar acerca de su propio pasado. Tal misión no es sencilla, pues implica tomar en cuenta distintas aristas, como argumenta Rafael Polo en una reciente historia intelectual del pensamiento crítico a partir de los sesentas:
Toda herencia intelectual no es un dato evidente y transparente en sí misma, sino un lugar problemático; esto es, un campo de conflicto, un campo de fuerzas histórico en que está en juego elfundamento de laverdad,que nosereduceauna querellade lasinterpretaciones, sinoque, además, es un modo de encarar el sentido sobre el orden de las cosas del mundo y sobre la posibilidad o no de cambiarlas. Por otra, al tratar de resolver los sentidos posibles de una herencia intelectual se produce efectos discursivos sobre la manera de decir, pensar, sentir y actuar en el mundo de la vida cotidiana, y a través de ella, en los dispositivos discursivos contemporáneos con los cuales se significa los acontecimientos históricos y se visibilizan los procesos intelectuales, políticos y sociales (Polo, 2012, p. 34).
Sí existen pensadores e ideas respecto de los cuales se pueden iniciar indagaciones acerca de la trayectoria de los estudios y el pensamiento de la comunicación en el país. Desde ese ángulo se podría considerar, por ejemplo, el excelente trabajo que dejaron compatriotas como Jorge Fernández (1912-1973), periodista y diplomático, quien ideó, a finales de la década del cincuenta, la creación del Ciespal 11 y fue laureado en 1963 con el premio María Moors Cabot, otorgado por la Universidad de Columbia; o Bolívar Echeverría (1941-2010), filosofo de la comunicación, quien se formó en Alemania, desarrollo tesis sobre planteamientos de la Escuela de Frankfurt, una honda visión sobre la cultura barroca en América Latina, y consolidó una destacada vida académica en la UNAM.
Asimismo, desde los ochentas es posible rastrear textos valiosos, entre los que se encuentran tesis de grado producidas en el seno de las ciencias sociales, que pueden convertir se en excelentes materiales de discusión en el aula 12.Noobstante,considerando los obstáculos para la investigación en el Ecuador, en múltiples ocasiones los esfuerzos de noveles y motivados estudiantes no desembocaron en carreras enfocadas en la investigación, lo cual es lamentable porque acentúa el carácter de “receptor pasivo”, usando la jerga de los estudiosos de la TV, de la academia local, es decir una que tiende a repetir de forma ritual lo que ha sido por otros en el plano internacional. Estas falencias preocupanentiemposenlosqueestásobreeltapeteelestatusneo-colonialdelasciencias en el país, si se consideran las compulsiones estatales por “replicar” modelos de centros de alta tecnología en el páramo andino y traer “sabios” retirados del hemisferio Norte con sueldos exorbitantes.
En el marco de esta crítica también hay que poner en evidencia la ausencia de textos que, desde una perspectiva histórica, intenten definir denominadores comunes y trazar líneas que integren esfuerzos, de modo de sacarle provecho a lo que ya ha sido dicho. Es notoria la ausencia de reflexiones de largo aliento que pretendan comentar y sintetizar lo que ha sido propuesto con anterioridad por otros investigadores. Da la impresión de que, por alguna razón, no se está realizando a cabalidad el trabajo de explorar el estado de la cuestión de los temas sobre los que se escribe. No atender estas falencias implica caer en el “eterno retorno” tan habitual en el Ecuador consistente en “comenzar de cero cada vez”, al tiempo que se ahonda la frustración de que en otras partes sí se genera pensamiento y las cosas funcionan mejor.
¿Y ahora que llegó la presión por publicar, qué pasará?
En medio de la reciente compulsión por publicar, que llegó muchas décadas tarde al país, es preciso recalcar un asunto que puede parecer obvio: el conocimiento de corte académico sirve no solamente para obtener un mejor ubicación en materia de acreditación o para promocionar a docentes, sino para entender cómo y por qué se dan ciertos fenómenos asociados a la producción de sentidos, es decir los procesos comunicativos. Tener claro para qué sirve la producción de conocimiento puede facilitar la comprensión de la sociedad misma acerca de la función de gente que dedica su tiempo a estudiar la comunicación.
Desde esta perspectiva parece oportuno, aunque a algunos quizás prematuro por las novísimas calenturas “por publicar”, poner a discusión cuál debe ser la finalidad de la producción de conocimiento, para evitar la carrera por investigar por mera demanda de un sistema de requerimientos kafkianos auspiciado por el Estado. Al respecto las palabras de la socióloga Saskia Sassen resultan valientes al tiempo que esclarecedoras:
Estamos entregando nuestra calidad científica a Thompson Reuters (la empresa gestora de los JCRs) igual que la calificación de nuestras economías a Fitch, Moody’s y Standard & Poor’s. La estandarización de nuestra enseñanza universitaria y de nuestra producción científica nos llevará a universidades sin debates, investigaciones sin compromiso y un sistema académico sin pensamiento (Sassen en Köhler, 2013).
Las declaraciones de Sassen son cristalinas y no dejan pie a la ambigüedad, pero, para terminar, me gustaría detenerme en la “estandarización” de la producción académica. Es fundamental que al tiempo que se investiga y publica se pongan en marcha procesos de autocrítica para evitar “la reproducción mecánica”, usando parte de la expresión de Walter Benjamin, de teorías y metodologías que parecieran haber ganado un alto estatus académico no por su capacidad de clarificación, sino por el hecho de que han sido legitimadas en otros países y sistemas de conocimiento. Si teorías y metodologías devienen en fetiches, objetos de poder cristalizados, entonces, ¿para qué hablar de academia, debate o crítica de nada? Que ahora exista una presión para que se investigue y se publique más, esta debe convertirse en una oportunidad para estimular pensamiento creativo y crítico. Es de estas cuestiones, que tocan aspectos esenciales del contenido de los programas de comunicación, que me ocuparé en la segunda entrega de este artículo.
Referencias
Checa, F. (2012). Los estudios de recepción en Ecuador: paradojas, vacíos y desafíos. El medio mediado. Una mirada crítica al discurso mediático (pp. 241259). Quito: Ciespal.
Köhler, H.D. (2013, 14 de junio). La disidencia académica y el compromiso científico. El País. Tomado de http://elpais.com/elpais/2013/06/06/opinion/1370546845_191006.html
Polo, R. (2012). La crítica y sus objetos. Historia intelectual de la crítica en Ecuador (1960-1990). Quito: Flacso Sede Ecuador.
Punín Larrea, M.I. (2012). Los estudios de comunicación social y periodismo en el Ecuador. Una visión crítica al rol de la universidad y la academia, Razón y Palabra, vol. 17, núm. 79, mayo-julio.
Rebossio, A. (2013, 14 de noviembre). ¿Cuánto invierte América Latina en investigación y desarrollo? El País. Tomado de http://blogs.elpais.com/eco-americano/2013/11/cu%C3%A1nto-invierte-am%C3%A9rica-latina-en-investigaci%C3%B3n-y-desarrollo.html
Reyes, H. (2011). Panorama de la investigación de la comunicación en Ecuador [Presentación en elmarcodelPrimerEncuentrodeNacionaldeInvestigadoresdelaComunicación]. Tomado de https://search.yahoo.com/yhs/search?hspart=GenieoYaho&hsimp=yhs-fh_ds&type=a280680002&p=hernan+resyes+youtube+seicom
Notas